“AMLO ha sido incapaz de crear un relato histórico y cultural distinto”

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En entrevista, Rafael Lemus habla de Breve historia de nuestro neoliberalismo, una revisión de las corrientes intelectuales que desde las trincheras culturales disputaron el favor presidencial, un fenómeno que se repite con este gobierno desde otras trincheras, y la actualidad del Octavio Paz polemista, quien mantuvo discusiones con intelectuales como Monsiváis

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POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ
Del mismo modo que la tradición de izquierda ha sido revisada por las plumas de Roger Bartra, José Woldenberg, Adolfo Gilly y Carlos Illades, entre otros, la corriente intelectual ligada al liberalismo mexicano de los últimos 40 años tiene en Breve historia de nuestro neoliberalismo (Debate, 2020), de Rafael Lemus, un nuevo capítulo de nuestras querellas ideológicas.

 

Además de la exposición de las afinidades de grupos o capillas con los sucesivos discursos gubernamentales desde finales de los años 80, destacan en estas páginas dos figuras que a la fecha siguen marcando con sus ideas el debate público: Octavio Paz y Carlos Monsiváis. La polémica que ambos sostuvieron a finales de 1977 sobre los regímenes socialistas y el papel del intelectual es el punto del que parte Lemus para analizar el concepto que cada uno, a su manera y ritmo, fueron creando sobre el liberalismo. El primero, describe Lemus, tendiente a un conservadurismo y a su manifiesta abominación de los proyectos de izquierda; el segundo, defensor de una idea más amplia de la democracia, más nutrida de las participaciones populares y que en sus últimos años enmendó con el rescate de los liberales mexicanos del siglo XIX.

 

En entrevista, Rafael Lemus (Ciudad de México, 1977) habla de algunos episodios en los que ambos personajes —representantes de ideas antagónicas, aunque no necesariamente irreconciliables, del liberalismo— disputaron la interpretación de la realidad mexicana: las elecciones presidenciales de 1988, el Tratado de Libre Comercio y la rebelión zapatista en 1994, dos posturas aún vigentes.

 

 

En 1968 se forma una especie de izquierda intelectual formada por un lado por Paz y, por otro, Carlos Monsiváis. Ésta se fractura a raíz de la polémica que protagonizaron en 1977 luego de una entrevista que Julio Scherer le hace a Paz en Proceso. Un punto que me parece crucial es el tema sobre sociedad civil. ¿Hasta que punto sigue vigente esta divergencia en la discusión pública?
Después del 68 se termina conformando un amplio espectro de izquierda cultural en el que conviven al mismo tiempo poetas, académicos, socialistas, socialdemócratas. Y ahí, por un tiempo, convivirán, entre otros, Octavio Paz y Carlos Monsiváis. Esa convivencia terminará con la polémica de Proceso. Tras esa polémica, Paz ya se desprenderá completamente de la izquierda mexicana y marchará políticamente, con algunas dudas y a su ritmo, hacia el liberalismo. Y en éste, Paz terminará encontrando en los 80 y 90 con otros grupos liberales, otros grupos neoliberales y tecnócratas en el poder. En esas décadas, tanto para la izquierda como para los liberales, la figura de la sociedad civil va a ser fundamental pero la van a pensar de maneras distintas. Octavio Paz y el grupo Vuelta piensan en una sociedad civil más bien organizada en pequeños grupos, dirigida por empresarios y cuyo espacio de acción principal estaría en el norte del país; Monsiváis, por su lado, piensa en una sociedad civil más desorganizada, más combativa, más popular y cuyo centro de acción principal es la Ciudad de México. Desde luego, esa divergencia en cuanto a la definición de sociedad civil se extiende hasta nuestro presente. Los intelectuales que se definen a sí mismos como liberales hacen al mismo tiempo el elogio de la sociedad civil y la crítica del pueblo. Siguen pensando a la sociedad civil como grupos organizados —como dijo una vez Gabriel Zaid— tienen propuestas claras, demandas claras, propuestas claras y una vez que terminan su lucha particular, vuelven a casa. En ese tipo de grupos los liberales confían, pero desconfían grandemente de otras luchas populares. Lo que une a los liberales mexicanos, intelectuales, políticos o académicos, es sobre todo su antipopulismo, su desconfianza ante lo popular.

 

 

Más adelante, expones la polémica entre “Litertatura light” y “Literatura difícil”. ¿Cuál es el riesgo de que el señalamiento de los peligros del populismo nos haga cruzar esa línea poco clara del elitismo?
Hay dos cosas. En uno de los capítulos del libro reviso una serie de polémicas culturales que tienen lugar en los años 90 y las contrasto con la polémica cultural de Paz y Monsiváis en 1977. Las diferencias son obvias. En la polémica de 1977 hay un claro diferendo ideológico. Paz y Monsiváis están parados en distintas ideologías, discuten distintos planteamientos políticos y hay diferencias ostensibles. En estas polémicas de los 90, entre el grupo Vuelta y el grupo Nexos, las diferencias ideológicas son ya mínimas. Los dos coinciden ya en una racionalidad liberal, los dos tienen distintos pactos con las élites políticas y económicas que están rigiendo el poder entonces. Y lo que están disputando no tanto ideas ya como prestigio, autoridad cultural y cierto acceso a recursos públicos y de los grupos empresariales. La otra idea es que con Octavio Paz y el grupo Vuelta (Krauze, Zaid, Rossi, Sheridan, Asiain, Christopher Domínguez) ocurre que hay un giro político pero no cultural. En lo político giran hacia el neoliberalismo, pero en lo cultural se quedan completamente plantados en un humanismo más bien conservador, un humanismo que cree firmemente en la distinción entre alta y baja cultura, que defiende supuestamente el canon y que rinde culto a grandes figuras humanistas; un humanismo conservador que está contra la literatura de compromiso, contra las distintas vanguardias, contra la teoría literaria, contra el arte contemporáneo, contra la “literatura light” y que se queda plantado entonces en la defensa de un supuesto canon.

 

En buena parte Vuelta y Letras Libres después están obligados a no cambiar culturalmente, a mantenerse conservadores en el terreno cultural porque de ahí viene su prestigio, de ahí viene su capital simbólico. Si su opinión política importa, es porque ellos dicen ser humanistas, porque ellos dicen estar hablando desde cierta alta cultural, desde cierta aristocracia intelectual. Entonces deben de mantenerse más o menos atados a esta idea de cultura canónica. Uno de los efectos de esto, me parece, es que Letras Libres y otros intelectuales cercanos se van tornando irrelevantes culturalmente. Lo más potente en las artes, lo más potente en la literatura no pasa ya por ahí, no pasa por las páginas de esa revista ni necesita del aval de esa revista y de esos intelectuales, sino que ocurre por otras partes. Pienso hoy, las figuras centrales de la literatura mexicana, Fernanda Melchor, Cristina Rivera Garza, Yuri Herrera, Luis Felipe Fabre, Sara Uribe, etcétera, tienen poco que ver ya en Letras Libres.

 

 

¿El hecho de que se asocie estas corrientes ideológicas con una determinada revista hace que estos medios los podamos entender como medios monolíticos, ajenos a disensos internos?
La revista Vuelta es muchas cosas. Es la revista literaria más importante en español en su momento, va a ser una revista que va a exponer en el país a autores y pensadores que no se hubieran conocido de otro modo. Pero políticamente es una revista bastante uniforme y homogénea. El mismo Paz decía que la revista Plural había sido una especie de confusión y Vuelta tenía que ser una trinchera. En los primeros años de Vuelta va a haber una suerte de purga ideológica. Se van a desprender de ciertos autores políticamente incómodos, como Julio Cortázar y Carlos Fuentes y se va consolidando un núcleo intelectual alrededor de Octavio Paz bastante homogéneo. Coinciden en el liberalismo y en la crítica de las izquierdas mexicana y latinoamericana. La revista Letras Libres continúa más o menos en lo mismo. Literariamente participan autores de importancia, rescatables, desde luego. Pero políticamente la revista es y ha querido ser la trinchera del liberalismo o de lo que ellos llaman liberalismo. En la revista Nexos el giro será más radical, pues desde que se funda en los años 80 va a ser la casa de la izquierda académica mexicana. A principios de los años 90 el grupo intelectual de la revista Nexos ya no sólo simpatiza con el gobierno federal sino formando parte de él, creando funcionarios para las administraciones neoliberales. Las revistas Vuelta y Letras Libres políticamente han sido bastante uniformes y homogéneas, apenas ha habido espacio para la discrepancia ideológica.

 

Lee la reseña de Breve historia de nuestro neoliberalismo.

 

En otro capítulo le dedicas un espacio considerable a la exposición Mexico: Splendors of Thirty Centuries. ¿Qué lectura podemos sacar de esta conceptualización de la figura del intelectual que participó en esta exposición de 1990 y la conceptualización que éste hizo del país?
Como menciono en el libro, los Estados nacionales necesitan producir, entre otras cosas, un relato ideológico, un relato de legitimación y cierta exposición, ciertos espectáculos, que pongan una puesta en escena de la nación misma. En estas dos tareas la participación de los intelectuales es decisiva. Durante mucho tiempo, muchos escritores, académicos, intelectuales participaron en la construcción del relato del nacionalismo revolucionario en la organización de sus fiestas y celebraciones. A partir de los años 80, particularmente en el gobierno de Salinas de Gortari, va a haber una evidente campaña para reconstruir la imagen del país en el extranjero. Habrá una operación de rebranding del país en tiempos de la globalización. Aquí, de nuevo, participarán muy fuertemente un puñado de intelectuales, normalmente localizados en Vuelta y en Nexos. Una de las cosas que pretendo en el libro es que hoy en día se suele ver a estos grupos intelectuales como héroes de la transición democrática, como héroes que acompañaron el proceso de democratización del país. En el libro demuestro que eso es algo más complejo. No son héroes de la democratización, sino partícipes, actores protagónicos de la reconversión neoliberal del país. Participan en esta reconversión de distintas maneras, haciendo la crítica, condena de otros modelos de desarrollo, creando un enemigo a modo, el enemigo de la amenaza populista, pactando con grupos políticos y empresariales; apoyando al régimen en momentos decisivos, como en las elecciones de 1988.

 

 

Con estos antecedentes nos gustaría conocer tu lectura del rebranding de nación que se está dando en la administración de la 4T. ¿Cuáles son sus fisuras, sus contradicciones y la herencia que pueden tener de lo que hicieron estas corrientes intelectuales?
El neoliberalismo en México ha tenido tres etapas. La primera, la hegemónica, sería la que va de principios de los años 80 a 1994, en la que se implementan las primeras reformas económicas y en la que los gobiernos van a construir con ayuda de los intelectuales una nueva idea de nación y nuevos relatos para justificar la implantación del neoliberalismo en México. Esta etapa terminaría en 1994. Entre ese año y 2018, planteo una segunda etapa, la posthegemónica. El neoliberalismo es la política económica dominante pero no se acompaña ya de un relato cultural. Sencillamente se impone a la fuerza y con la idea de que no haya otras alternativas. En 2018, con la victoria de López Obrador y su gobierno, se inaugura en México una nueva etapa que llamo postneoliberal. En esta nueva etapa hay claramente un intento de volver a construir una hegemonía. Los gobiernos tecnocráticos, de Zedillo a Peña Nieto, no parecían muy interesados en construir una idea de nación, un relato histórico para justificar sus políticas. López Obrador, desde luego, está interesado en ello. Quiere crear un relato histórico de la Cuarta Transformación, quiere encender viejas disputas históricas, aprovechar a ciertas figuras de la izquierda mexicana. En esto ha contado con la colaboración de ciertas figuras intelectuales, desde caricaturistas hasta mediócratas, académicos e intelectuales. Este grupo de intelectuales está haciendo ahora lo que hicieron Paz, Krauze y Aguilar Camín en su momento: sirviendo al régimen, construyendo relatos, construyendo discursos, construyendo imágenes para ellos y peleando contra sus enemigos. Una de las cosas más decepcionantes de López Obrador es que ha sido incapaz de crear un relato histórico y cultural distinto. Lo que ha venido haciendo es reciclar el viejo relato del nacionalismo revolucionario con algunos toques de cristianismo redentor. No ha alumbrado ni reivindicado otras figuras históricas, luchadores sociales, ambientalistas, indigenistas, feministas que podrían enriquecer la discusión pública. Vuelve a insistir en las viejas figuras, los viejos episodios y los viejos mitos.

 

 

¿Qué significó el movimiento zapatista?
En mi libro me concentro en la insurgencia, sus primeros meses en 1994, sus primeros comunicados y sus primeras disputas políticas culturales. Mi objetivo era demostrar cómo el zapatismo con su mera emergencia perfora el relato cultural que venían construyendo las élites políticas y económicas de los años 80. En el momento en que este relato triunfalista anunciaba la inserción de México en el mercado económico más potente, el zapatismo nos obliga a mirar a otra parte, hacia el sur y atender otros cuerpos, otras voces, otros espacios. Con su mera insurgencia es ya una redistribución de lo sensible. Va a ser un golpe del que no se va a recuperar el relato neoliberal en México. Lo hará de tal modo que luego del 94 no se podrá recomponer una narrativa triunfalista. Esto también porque la insurgencia del zapatismo se va a acompañar del asesinato de Luis Donaldo Colosio, de la crisis financiera a finales de ese año. En la segunda parte de ese capítulo que dedico al zapatismo, analizo cómo tras los primeros meses se va a mantener como un actor político siempre esquivo, que no sólo desafía a las administraciones neoliberales sino a todo tipo de administración federal. El zapatismo va a poner en duda en todo momento la idea misma de nación. No la puede reclamar la izquierda institucional y va a estar en constante conflicto con todo orden o forma organizada, practicando una razón política radical.

 

 

¿Cómo ha envejecido la herencia intelectual e ideológica de Octavio Paz?
Lo primero que habría que señalar es que hay un culto por Paz. Éste empieza ya en vida. Lo van a celebrar el gobierno y su propia revista. Es un culto que va a tener beneficios para aquellos que lo practican. Es decir, mientras más acrecienten el prestigio de Paz, también crece el prestigio de quienes lo rodean, tanto de los gobiernos que Paz apoya como de los escritores cercanos a él. Este culto, ahora con Paz muerto, este culto continúa. Uno puede ver en la revista Letras Libres y en los escritores cercanos la necesidad de mantener a Octavio Paz ahí, en el centro, prestigiado, celebrado, porque si se devalúa Paz, se devalúa el grupo intelectual y la revista y esos escritores. El efecto de esto es que un grupo intelectual ha reclamado casi para sí, en exclusiva, la figura y la obra de Paz y la ha vuelto bastante irritable para otros grupos. A pesar de ello, se puede reclamar a cierto Paz. Hay muchos Octavio Paz, está el joven socialista, el surrealista, el poeta enamorado del Oriente y el último Paz, el Paz liberal, que es el más celebrado tanto por su grupo intelectual como el gobierno. Me parece que ese Paz se lo podríamos dejar a ellos, criticándolo, y retomar o reivindicar algunas piezas, algunas conductas del Paz anterior.

 

 

Dentro del debate público se ha asociado las críticas dirigidas a las reformas neoliberales y al concepto mismo al discurso de izquierda. Después de esta revisión del neoliberalismo desde las esferas intelectual y cultural, ¿es factible que la crítica de este concepto, reformas y periodo histórico trascienda este espectro ideológico?
Es increíble que a estas alturas haya todavía quien insista en que el neoliberalismo no existe. El neoliberalismo existe como teoría desde hace siete décadas, es el paradigma económico dominante desde hace cuatro, y sus efectos han transformado y devastado todos y cada uno de los ámbitos de la existencia humana. Además, esos que rechazan la categoría “neoliberalismo”, ¿qué nombre proponen darle a esta temporada histórica? ¡Ninguno! Porque justo lo que desean es naturalizar este orden, hacerlo pasar como el estado natural de las cosas, sin nombre, sin fechas, mera vida.
Al final del día el neoliberalismo es una configuración —radical y totalizante— del capitalismo, y por lo mismo las críticas que se le hacen, las resistencias que encuentra, vienen por lo general de la izquierda. O para decirlo mejor: de las distintas izquierdas, anticapitalistas o no, estatistas o libertarias, nacionalistas o globalistas, aceleracionistas o decrecionistas, feministas, ambientalistas, indigenistas…

 

En los últimos años han emergido aquí y allá gobiernos populistas de derecha —todos monstruosos— que se declaran abiertamente antiglobalistas. No pienso que lo sean. Pero, aun si así lo fueran, no son en modo alguno antineoliberales. En ningún momento ponen en duda la primacía del mercado, por ejemplo, y mucho menos están dispuestos a experimentar con modelos y políticas económicos que reviertan la acelerada concentración de capital, la acelerada precarización, de estas últimas décadas.

 

Desde luego que también el campo literario, en México y en todas partes, es sacudido por la cruzada neoliberal. No es sólo que, a partir de los años 90, haya habido un proceso de concentración editorial y que el viejo comercio de libros se haya incorporado a flujos financieros globales. Es que esas nuevas corporaciones, este nuevo negocio, premian prácticas literarias distintas a las que antes cargaban con mayor prestigio: se premia escrituras rápidas, desterritorializadas, fáciles de traducir, que apenas si presenten dificultades a los lectores. Felizmente la literatura se ha insubordinado siempre, y las mejores obras escritas en las últimas décadas, las más potentes e iluminadoras, avanzan contra esa lógica neoliberal o en tensión con ella.

 

 

¿Cómo entendemos ese reencuentro con el liberalismo que tanto Paz como Monsiváis hicieron cada uno a su modo en sus últimos años de vida?
Es cierto: tanto Paz como Monsiváis se acercan en los últimos años de su vida al pensamiento liberal, cada uno por su propia ruta. Paz se adhiere al liberalismo político en los años setenta, y ya en los ochenta suscribe –con menos dudas de lo que sus “herederos” quieren hacernos creer– los dogmas del liberalismo económico. Este giro hacia el liberalismo le servirá a Paz para desprenderse de las izquierdas latinoamericanas y para robustecer, en un principio, su crítica del “ogro filantrópico”. El problema es que este giro lo hará coincidir con la élite política (neo)liberal que empieza a dirigir el país a partir de mediados de los años ochenta: Paz y los tecnócratas quedarán contenidos dentro una misma racionalidad política, lo que mermará muchísimo el filo crítico de Paz en sus últimos años. Peor todavía será el caso de gente cercana a él, como Enrique Krauze, quien sencillamente se embrolla con esas élites políticas y económicas. ¿O alguien recuerda alguna crítica sustancial de Krauze a los gobiernos mexicanos entre, digamos, 1985 y 2018? ¿Alguien ha visto por ahí una crítica suya a la oligarquía mexicana?

 

El acercamiento de Monsiváis al liberalismo es más tardío –finales de los noventa, principios de los dos miles– y más acotado, pues lo que reivindica, en realidad, es el liberalismo mexicano del siglo XIX. Monsiváis va al pasado para reclamar, en nombre de la izquierda, el legado de la generación de Juárez y para oponer la grandeza de esos hombres (Juárez, Prieto, Ramírez, Altamirano) a la nimia estatura de los tecnócratas mexicanos. Aquí lo interesante es que Monsiváis, poco antes interesado en figuras heterodoxas y multitudes combativas, termina haciendo el elogio del “hombre de Estado”. Interesante pero no sorprendente: en ese momento, por primera vez en la vida de Monsiváis, la izquierda mexicana tiene posibilidades reales de tomar el poder, de la mano de políticos como Cuauhtémoc Cárdenas y López Obrador, y entonces él vuelve su atención hacia la instituciones y hacia la figura del líder. Quién sabe qué hubiera dicho ese Monsiváis, unos cuantos años después, del gobierno de AMLO.

 

FOTO: Rafael Lemus fue secretario de redacción de la revista Letras Libres entre 2008 y 2010./ Cortesía Random House

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