El retorno de la piedra de choque: Rammstein incendia México
Rammstein incendió el Foro Sol durante tres noches, en las cuales interpretó sus himnos más provocadores, acompañados de su característica parafernalia pirotécnica
POR SOFÍA MARAVILLA
Un cielo a punto del estallido se cierne sobre una horda cada vez más agitada. En el ocaso otoñal, la tormenta es una promesa fatídica vaticinada por el meteorológico, pero es casi una licencia poética que enmarca nuestra agónica espera, de más de dos años, que está a punto de terminar. Con la noche, también emergerá el dragón germánico que venimos a reverenciar: Rammstein ha regresado a México para incendiarnos con sus himnos y su parafernalia piromaniaca, digna hoguera para la devoción de sus fanáticos sacrificiales.
Son las 7.00 p.m., falta poco menos de hora y media para que comience su último show, pero para algunos de los seguidores de esta banda nacida en la década de los 90, ha sido una jornada que inició desde la madrugada. Para otros, en este tercer concierto se cumple también su tercera odisea, pues hay quien ha venido las tres fechas que abrieron los teutones en tierras mexicas. Para una servidora, este viaje comenzó cuando llegué a la fila alrededor del mediodía… Por suerte tengo más vida que Rammstein, pero Rammstein es sin duda el soundtrack predilecto de mi día a día.
No exagero cuando digo que Rammstein es la mejor banda alemana de todos los tiempos. No es la simple opinión de una fanática suya: es la descripción de un fenómeno musical masivo, inhóspito. Me atrevo a decir que es la única banda que goza de tales mieles sin necesidad de caer en la tentación de hablar siempre en yanqui, y quizás en ello radicó el embrujo que nos sedujo en su áspera extrañeza idiomática: usaron la lengua del Führer para hablarle a las masas, fingieron los gestos de uno de los personajes más terriblemente representativos de la ahora tan políticamente correcta Alemania y con ello atrajeron las miradas del mundo (de hecho, aún hay quien cree, inocentemente, que Rammstein es música de neonazis, pero no se confundan: no en vano la traducción más cercana de su nomenclatura es “piedra de choque”, pues eso son estos metafísicos de la provocación ).
Abrieron las puertas para pasar a pista alrededor de las 4.30 pm. Entonces sí a correr, para evitar ser alcanzado por la marabunta amenazante que estaba a nada de echarse a nuestras espaldas, pero afortunadamente la logística del concierto se encargó de que sólo se pudiera ingresar en fila india a la codiciadísima Feuer Zone, la sección más próxima al escenario (y que en 2020 vio llegar sus precios hasta los 75 mil pesos por boleto entre la avaricia de los revendedores, después de que las entradas de absolutamente todo el foro y en todas las fechas se agotaran en menos de media hora), así que pobres de aquellos que vieron frustrada su nostalgia por los portazos. Aquí se ingresa con óptimo comportamiento teutón.
Una vez en pista, se pusieron a prueba nuestros largos años de entrenamiento como usuarios matutinos en el metro, pues durante poco más de tres horas estuvimos apelmazados frente al escenario, mientras veíamos cómo de la manera más cómoda se iban llenando poco a poco las gradas, pero como le dije a mi acompañante, ahí en la Feuer Zone, estando a sólo dos filas de donde tocaría la banda, era donde cobraba sentido todo el embrujo, el dulce aroma del fetiche… que en esta ocasión apestaba al fandom de Rammstein, como bromeaba la gente, y a los cigarrillos encendidos que amenazaban con quemarte.
A eso de la 7.30 p.m., cuando la penumbra había caído sobre nuestras casi 65 mil almas, en un escenario secundario, ubicado en el frente derecho del escenario, entre la Feuer Zone y el general A, apareció el Duo Játékok, conformado por las francesas Naïri Badal y Adélaïde Panaget, quienes amenizaron la noche naciente con reinterpretaciones pianísticas de Rammstein, destacando entre ellas el cover de “Frühling in Paris”, magistralmente combinado con el Non, rien de rien, non, je ne regrette rien de Edith Piaf, también retomado en la original de los teutones. Una joya que comenzó, al menos en una servidora, a desatar la melancolía.
Las francesas se despidieron y con su ausencia llegó el momento más álgido de la espera. La oscuridad ya era plena, el barullo de la muchedumbre ansioso. Aquí venían las últimas pruebas de sonido que nos hicieron retumbar los corazones de por sí alebrestados… “La banda ruega que eviten el uso de celulares y disfruten del espectáculo”, habló una voz en el altavoz a la cual, claro, todo mundo hizo caso omiso, pues las manos se fueron elevando poco a poco con su respectiva prolongación ciborgiana de las cámaras cuando, en punto de las 8.30, comenzó a sonar una melodía a la usanza marcial y en la pantalla del escenario, en medio de una gigantesca torre principal, apareció el logotipo de la banda. ¡Oficialmente el show había comenzado!
Una bomba de humo inundó el escenario. Después, los estallidos. Los integrantes de Rammstein, brillantes cada cual en su propia potencia, magníficos en el conjunto perfecto que es la banda, fueron apareciendo uno a uno: el primero de ellos, al fondo del escenario, carismático y bello, el baterista Christoph Schneider; después el cómico adorado y amo de los sintetizadores y cajas de sonido, Christian “Flake” Lorenz, con un outfit dorado tipo C-3PO fitness, quien la mayor parte del evento, cuando no estaba muriendo a manos del vocalista, la pasó sobre una caminadora predispuesta entre los teclados; vino entonces el siempre serio bajista Oliver Riedel, con el atlético cuerpo de 51 años cubierto de tiza blanca; le siguieron los guitarristas, Paul Landers de gris, sonriente y sencillo, y Richard Z. Kruspe, el rockstar de pelos pinchos con su túnica negra (después de que el lunes se luciera en el Zócalo, en una taquería y hasta en una escuela), pero el verdadero paroxismo estalló ante la llegada del vocalista, Till Lindemann, magnífica efigie vestida entre lo Steampunk y lo marcial, pintado de blanco como una lápida, y al golpe de batería de Christoph el concierto inició con “Armee der Tristen”, el intro de su nuevo álbum y la invitación a formar parte de esa cofradía de la melancolía pospandémica.
Le siguió “Zic-Zac”, que hizo a los asistentes saltar al ritmo de la voz de Till, pero con este mismo ímpetu también la masa comenzó a dar lo peor de sí, y quizás hablo con resentimiento, pues fui acosada sexualmente por un barbaján con tal de ganarme una fila al frente, mientras que otro chico al lado mío resultó golpeado por otro de los fanáticos. Aquí confirmo que Rammstein, además de todo, tiene la capacidad de Cirse para convertir con su música a los hombres en bestias…
Siguió un clásico que nos hizo hervir la sangre, “Links 1,2,3”, ese mítico tema que fue himno de los corazones de izquierda” con la marcha militar de Till, y enseguida el single homónimo del álbum que los llevó a la fama internacional en el 97, “Sehnsucht”, con la cual comenzaron a surgir los primeros flamazos que encendieron, literalmente, nuestra carne. ¡Vaya banquete de mexas ahumados! Vino después “Zeig dich”, con sus coros gregorianos, y luego “Mein herz brennt”, que iluminó el escenario de un intenso rojo, aunque la calidad de la parte sinfónica, al menos en Feuer Zone, quedó a deber.
Uno de los momentos cumbre fue la tétrica “Puppe” (que narra, en la voz de un niño autista, el asesinato de su hermana prostituta a manos de un cliente), en la que desde una carriola de acero volaba el fuego hacia el vocalista, y en la pantalla sobre el escenario uno podía ver que lo que despedía tal llamarada era precisamente la cabeza arrancada de la muñeca protagonista de la canción (metáfora del feminicidio).
Siguiendo en los tintes fúnebres, con “Heirate mich”, corte de inspiración necrofílica que fue olvidado en las giras y resucitado apenas en los últimos años y que comienza con una ambientación que hace imaginar una catacumba eclesiástica, Till se desvivió en sus característicos movimientos obscenos y se paseó en una de las esquinas del escenario, donde comenzó a golpearse la cabeza contra un poste hasta “sangrar”, luciendo como un no muerto mientras entonaba la dulce canción en la cual un hombre se lamenta por la cárnica pasión que le carcome por su amada putrescente, aunque después de esta euforia, “Zeit” (también de 2022) apaciguó por un momento los ánimos de la masa.
Pasado un primer tiempo, Rammstein desapareció en el escenario, para después retornar sólo Richard Z. Kruspe vestido de blanco, con un abrigo plumífero muy abigarrado, sobre una plataforma elevada en la torre principal del escenario, desde la cual comenzó a hacer de Dj mientras que Flake, Christoph, Oliver y Paul, vestidos con un traje luminiscente que formaban sencillos muñequitos de bolitas y palitos, ejecutaban una simpática coreografía en el escenario, ondeando las manos a la usanza de ronda infantil, mientras el público disfrutaba del remix de Kruspe de “Deutschland”, preludio a la versión original de esta fascinante oda que retomó partes del himno nazi, para deleite de los asustadizos (por cierto, dejo a continuación el cortometraje, pues el arte visual de Rammstein es indescriptiblemente hermoso), y finalizó este bloque con la muy insípida “Radio”.
No pude más que celebrar a los teutones cuando, después de que la fanaticada llevara una petición a OCESA para evitar la llegada de los “simis” al escenario, Paul apareciera con uno de estos icónicos muñequitos en brazos (que en el concierto del domingo estuvo como prendedor en la túnica de Richard), mientras que Till, ya vestido de su sanguinario personaje de “El carnicero maestro” (Der Metzgermeister), le dio un tierno besito al simpático “simi”, aunque después de escuchar en “Puppe” cómo Till le arrancaría la cabeza a la muñeca, pocas ganas le quedaron a Paul de que el muy bailarín vocalista alcanzara su juguete. ¡Rammstein no podía sino ser provocativo con su mismo público!
Entonces llegó uno de los momentos más celebrados y esperados en la noche: “Mein Teil”, basada en la historia de otros de mis antihéroes favoritos, Armin Meiwes, el caníbal de Rotemburgo (quien desde mediados de los 2000 cumple su cadena perpetua después de haberse devorado, en un absoluto y milagroso acto consensuado, a Bernd Brandes). Aquí la gente gritaba enardecida al ver a Flake en el tradicional cazo, gritando: “¡Mátalo! ¡Cocínalo!”, mientras que Till paseaba un imponente lanzallamas desde el otro lado del escenario, con el cual incendió a Flake, pero sobrevivió para llegar a sus teclados y comenzar con los primeros riffs de “Du hast”.
Sí, esa sí nos la sabíamos todos: ese mítico juego en alemán que fue también parte del soundtrack de Matrix, y que a cualquier mujer casadera le reventaría tener por respuesta en el altar (Du hast mich gefragt und ich hab Nichts gesacht”). Fue entonces cuando, llegado el momento más coreado de la noche, las guías desde el escenario encendieron las columnas que se alzaban a lo largo de toda la pista, y un estruendo se elevó entre la multitud al ver arder, ahora sí, todo el infierno.
Pero quizá la joya visual y sonora la alcanzara “Sonne”, en la cual más de uno tenía las lágrimas escurridas por la brutalidad y fuerza de la música, por esa esperanza enloquecedora, y cegadora, de la que habla está canción astral, mientras que el escenario se volvía precisamente un magnífico Sol cada que la horda embravecida se hacía una con la voz de barítono de Till.
Después de este cenit y tras un breve silencio, se nos devolvió la calma con la versión pianística de “Engel”, interpretada en el escenario B junto al dúo telonero y en la cual acompañamos el palomazo que se echaron los integrantes antes de hacer el recorrido tradicional en las lanchas sobre el público (que en arcanísimos tiempos comenzó con su olvidado tema “Seeman”), sonrientes al saludar a sus fans y pedir autógrafos, para finalmente arribar al escenario principal e interpretar “Ausländer”, canción que culminó con un beso en los labios entre los guitarristas, ya esperado y motivado por el público, guiño que comenzaron en 2019 como protesta contra la represión homofóbica que azotaba a Rusia, precisamente durante un show en Moscú.
Un gran clásico llegó junto con el arco de fuego que siempre le acompaña, “Du riechst so gut”, y con “Pussy” Till se montó en un gigantesco falo metálico que nos bañó en espumoso esperma y después tiritas de papel de china, para quedar como sobrevivientes a un gang-bang masivo. Y supongo que en ese ambiente porno se quedó el público, porque en el segundo encore casi todas las mujeres sorprendidas por la cámara mostraron obscenamente los senos.
Regresó al escenario Till como el hombre ardiendo de la canción homónima de la banda (canción catapultada por el mismísimo David Lynch y su Lost Highway), teniendo a sus espaldas un múltiple lanzallamas que lo hacía lucir como una aureola siniestra, y después nos convertimos en la masa devota que responde a los mandatos de “Ich Will”, ese corte que imita la grandeza terrible de los fanatismos, para culminar la noche con “Adieu”, tras lo cual la banda se arrodilló frente a su público enardecido que no dejaba de aplaudir y loar, y nos encantó Till con su rudimentario español al decirnos: “Los amamos”, para después subir en la plataforma al centro del escenario y desaparecer en un estallido.
Pero ante la insistencia del público, que no dejaba de gritar: “¡Puta, puta, puta!”, Till, voz en off, respondió: “¿Quiero puta?”, a lo que embravecida la horda gritó, y la banda retornó con “Te quiero puta”, esa canción terrible, aunque divertidísima, acompañada de mariachi sampleado. Aunque considero que, si yo fuera Rammstein, destinaría un par de dineritos más para un acompañamiento de mariachi verdadero en sus visitas a México, aunque Flake lucía simpatiquísimo tocando la trompeta. Lo cierto es que en esta rola Till casi no cantó, pero los mexicanos se dieron vuelo hasta haciendo la segunda voz de la meretriz en cuestión.
Después de este último punto de fuga enloquecido, entonces sí la noche quedó sellada, y el paroxismo colectivo fue diseminándose conforme la masa fue perdiendo peso después de que la manda desapareciera de forma definitiva. Ahí quedaba la espera de dos años, entre el olor perfumado de la espuma-esperma, el de los orines de quienes no dejaron de beber cerveza y el de los fanáticos sudorosos que se fotografiaban con las chicas desnudas que promocionaban su OnlyFans frente a lo que quedó del escenario.
Siempre es triste el final de los conciertos con esa sensación de decadencia que dejan. Me quedo un poco con la añoranza de grandes éxitos como “Amerika” o “Wollt ihr das Bett in Flammen Sehen” o la versión original de “Engel”, que quizá hubiera sido la verdadera sorpresa en lugar de la obligada “Te quiero puta”, o con la interpretación pianística de “Mein Herz Brennt”, pero aún así, con el corazón complacido de haberlos tenido tan cerca, tan entregados, espero su siguiente vuelta. ¡Larga vida a la piedra de choque del orgullo germánico!
FOTO: Till Lindemann interpretando “Rammstein”, con su clásico chaleco de fuego/ FERNANDA ROJAS EL UNIVERSAL
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