Ramón López Velarde, concejal de la Ciudad de México

Mar 27 • destacamos, principales, Reflexiones • 8361 Views • No hay comentarios en Ramón López Velarde, concejal de la Ciudad de México

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Entre 1919 y 1920, el poeta conjugó su labor literaria con el trabajo en la administración pública de la capital. Este hallazgo histórico da nuevas pistas sobre la vida social y privada del autor de La suave patria en ese periodo, desde sus responsabilidades burocráticas, la militancia partidista, su acercamiento al periodismo y los amores guardados en ésta y otras ciudades

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POR ERNESTO LUMBRERAS
Las ciudades habitadas por Ramón López Velarde, cada una en su momento, tuvieron una marca de fuego en su espíritu. El nacimiento en Jerez le concedió el jardín de la infancia convertido, con el paso de los años y la funesta Revolución, en su “Edén subvertido”, el devastado paraíso perdido que tratará de levantar de sus ruinas en su obra literaria. Su pueblo natal también le ofreció el amor platónico que todo vate debe loar con beatitud: Fuensanta. La ciudad de Zacatecas, “la bizarra capital del Estado”, sirvió a modo de balanza para definir la vocación del adolescente durante su estancia de dos años en el Seminario Conciliar y Tridentino de Zacatecas; allí pesó sus arrobas espirituales para servir a la divinidad y a la iglesia versus sus quintales de calosfríos provocados por la realidad y el misterio femeninos. Tal vez, estimulado por tan ardua elección, aguijoneado por tórridas y glaciales contradicciones, el muchacho descubrió la poesía bajo la guía del rector del seminario, el canónigo doctor Domingo de la Trinidad. La fraternidad juvenil con otros aspirantes a escritores, las primeras faenas en el periodismo bajo la tutela de Eduardo J. Correa deben mucho a sus días de artista cachorro en Aguascalientes. El lugar de San Luis Potosí —“tierra de mi devoción” subrayará en una de sus cartas a Correa—, posee improntas iniciáticas en la vida del jerezano: la orfandad paterna, la formación profesional en el Instituto Científico y Literario, el despertar político de filiación maderista y el contacto carnal de la mujer devenido en erótica y poética en su vida como en sus letras.

 

En esas cuatro ciudades de “tierra adentro” Ramón López Velarde tuvo su educación sentimental y literaria en los moldes de una cultura preponderantemente criolla, villas prósperas en el régimen porfirista, ordenadas por valores morales acendrados en la comunidad bajo el escrutinio puntual de la autoridad eclesiástica. Desde esas pequeñas metrópolis, el joven poeta divisó la Ciudad de México, receloso y fascinado, curioso y expectante. La conoció siendo un niño de ocho años, en 1886, en un viaje de salud de su tío y padrino Pascual López Velarde. Se especula si acudió o no a la capital —al lado de otros maderistas potosinos—para asistir a la Convención Nacional Antirreleccionista a mediados de abril de 1910. Lo cierto es que, desde comienzos de 1912,1 el licenciado López Velarde tiene ya domicilio en la primera calle de Dolores número 9, con un trabajo ingrato en el Juzgado 5° Menor del Ministerio de Justicia —las migajas del festín del triunfo de Madero— al que renunciará en pocas semanas. Gracias a la exhumación de las Memorias de Pedro Antonio Santos Santos, en 1990, la biografía velardeana suma un par de datos desconocidos y valiosos. En primer lugar nos revela que el zacatecano colaboró en un despecho jurídico en la calle de Gante número 1, al lado del también abogado Julián Ramírez Martínez, cuya encomienda era llevar los asuntos del diputado federal Pedro Antonio de los Santos Rivera, figura muy cercana al político de Parras quien había asumido la Presidencia de la República el pasado 2 de noviembre de 1912.2 La segunda noticia, sustancial para conocer la ubicación del poeta tras los hechos sangrientos de la Decena Trágica, refiere que el día 9 de abril de 1913 el poeta acompañó a de los Santos a la estación del ferrocarril con la intención de trasladarse a Veracruz para luego embarcar con rumbo a La Habana.

 

Abundando sobre el último episodio, Armando Adame anota en la presentación de Renglones lírico y el obsequio de Ponce (2013), compilación lópezvelardeana de crónicas publicadas en El Eco de San Luis Potosí en 1913: “Correa expide (a solicitud del jerezano) una credencial apócrifa de reportero para que Samuel M. Santos (también diputado federal como su hermano Antonio) se integre a las fuerzas de Carranza.” Para estos comienzos de abril, la policía secreta del golpista Victoriano Huerta detenía, torturaba y chantajeaba a políticos y periodistas simpatizantes de Francisco I. Madero. En varios estados del norte, el Plan de Guadalupe tomaba posiciones y despertaba simpatías en el afán de derribar al régimen usurpador. Aunque había dejado de colaborar en La Nación —su última entrega está fechada el 7 de febrero—, el poeta se mantuvo en la metrópoli al menos un par de meses más, con un bajo perfil, despachando los asuntos de su condiscípulo Pedro Antonio de los Santos y con el ojo atónito, observando el lodazal donde varios de los mejores escritores de la época se solazaban para complacencia del chacal Huerta.

 

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En Un corazón adicto. La vida de Ramón López Velarde (1989, 2002), Guillermo Sheridan escribe: “No hay dato alguno que permita deducir o adivinar dónde estuvo López Velarde, ni qué hizo, entre diciembre de 1912 y mayo de 1913.” Las Memorias del padre de los políticos potosinos nos alumbra este calendario penumbroso del vate quien, surgiendo de la noche espectral del momento, tendrá su reaparición pública en las páginas de El Mundo Ilustrado en la edición del 15 de junio de 1913. En la sección de “Musa Castellana”, al final del recuadro —compartiendo página con poetas mediocres— aparece su soneto “Para una dama”, poema que ya se había dado a conocer en 1909, en El Regional, el 8 de agosto, y en La Gaceta de Guadalajara, el 5 de diciembre con el título “Mientras muere la tarde…” con una pequeña variante en el primer verso. Posiblemente, como sugiere Sheridan, entre abril y junio, con el país hecho un polvorín, el poeta ayudó para que la familia López Velarde Berumen, en compañía de sus tíos maternos, Salvador y Sinesio, este último con la mudanza de su botica jerezana, realizara el periplo a la Ciudad de México. Con esa misión cumplida —responsabilidad de primogénito—, marcharía reconfortado a San Luis Potosí donde pasaría los próximos seis meses, atendiendo asuntos legales, cortejando nuevamente los ojos verdes de María Nevares y puliendo su pluma en el género de la crónica con resultados de una maestría precoz.

 

A partir del 11 de enero de 1914, el autor de El minutero sentará sus reales en la capital para no abandonarla más, ni siquiera para ir a Puebla o a Cuernavaca un fin de semana. En los siguientes siete años se enamorará de sus calles y paseos, de sus teatros y cantinas, de sus parques y casas prohibidas. La verá recuperada y abandonada por los carranclanes, tomada por los ejércitos de la Convención de Aguascalientes, reconquistado por las tropas fieles a Carranza y, al final de sus días, dominada por el Grupo Sonora de Obregón, Calles y de la Huerta. Las suelas de sus zapatos se gastarán en sus banquetas igual que el grafito de su lápiz describiendo el ritmo ajetreado del vivir citadino, de los misterios cotidianos y de las pequeñas hazañas de una urbe que roza el medio millón de alma. Para muestra de lo dicho, su crónica “Avenida Madero” es un festival de imágenes y sensaciones, vértigo y contemplación del transeúnte que confirma que “cada hora vuela/ ojerosa y pintada, en carretela.” En este valle de luz fría enterró a Fuensanta; aquí la resucitó también, fantasmal y vistiendo guantes negros. A su amor más terrenal, a Margarita Quijano, la llamó “la dama de la capital”, oda a febrero y a la nieve de los volcanes, homenaje a los tranvías y a las líneas del teléfono —escenarios de un “amor amoroso”— que lo acercaron a la sombra y al oído de la musa.

 

De ese amor muy correspondido, la revelación de que Ramón López Velarde fue concejal de la Ciudad de México, de enero de 1919 a junio de 1920, anima a los historiadores para revisar los archivos metropolitanos. ¿Qué iniciativas promovió el poeta sobre los asuntos públicos de la ciudad? En las actas del cabildo de aquella época estará la rúbrica del zacatecano. ¿Validando el nuevo impuesto a las pulquerías? ¿Sumando su voto para los arreglos de las calzadas y las fuentes del bosque de Chapultepec? Con fecha del 11 de diciembre de 1918, la Junta Computadora hizo oficial el nombramiento de los 12 concejales titulares, con sus respectivos suplentes, que acompañarían la gestión de José María de la Garza, presidente municipal de la Ciudad de México. Por supuesto, la mayoría de los concejales eran afines al constitucionalismo, algunos de ellos, incluso, fueron combatientes de los Batallones Rojos como sería el caso de Francisco Ramírez Plancarte, otros, como el empresario Fernando de la Garza, los legitimaba su prosapia maderista. En esa lista aparecen también, el abogado y periodista Miguel Medina Hermosilla (1887-1961) —corresponsal, en esa misma época, de Alfredo R. Placencia—, el profesor y constituyente de Jalisco Rosendo A. Soto, el jovencito Guillermo Ross —entonces estudiante de leyes— quien colaboró en la revista chocarrera San-Ev-Ank (1918) encubierto bajo el seudónimo de Paul I. Chinela, entre otros ciudadanos que participaron en la planilla avalada por los partidos Liberal Nacionalista, Confederado del Trabajo, Independiente Obrero así como por el Comité de Labor y la Liga Nacionalismo y Trabajo.

 

Unas semanas antes, el 15 de noviembre, el autor de El son del corazón acudió al Cine San Juan de Letrán donde se realizaron las elecciones de la dirigencia del Partido Liberal Nacionalista. El local estuvo muy concurrido, varios diputados y senadores asomaron su bombín y sus bigotes, funcionarios públicos de distinto lustre burocrático también se apersonaron. Después de los debates y las ovaciones, los militantes votaron por una de las dos planillas presentadas. El conteo de los sufragios se inclinó por la fórmula liderada por el Ingeniero José J. Reynoso; en la otra planilla “presentada en forma de “Comité Ejecutivo”, según la nota en primera plana de El Pueblo, participó Ramón López Velarde. Entre las figuras de poder del PLN se encontraba Manuel Aguirre Berlanga, Ministro de Gobernación, Cándido Aguilar, yerno de Carranza, Pablo González y Francisco Murguía. La militancia partidista del poeta, pública y tácita como se ha visto, pesará a la hora del naufragio del régimen carrancista en mayo de 1920. Asumirá los costos de la debacle con amargura y pesimismo. La poesía será su tabla de salvación en la zozobra política. Le resta un año de vida. Mientras tanto, ordena en sus papeles y en su cabeza un nuevo libro de poemas y una colección de su prosa. ¿Qué novedades le tendrá reservado el próximo 1921? Apenas si llegará a celebrar su cumpleaños 33, postrado en cama, encaminándose ya hacia la capilla submarina donde los aguarda la calavera enlutada de Josefa de los Ríos.

 

Notas:

1. Atendiendo el calendario de otros biógrafos, daba por sentado que el jerezano inició su primera residencia en marzo de 1912. Una nota breve de El Tiempo, en su edición del domingo 4 de febrero, nos revela que en realidad llegó un mes antes: “Distrito Federal. El licenciado Ramón López Velarde fue nombrado Secretario Interino del Juzgado quinto menor de esta capital.”
2. Después de dejar el Juzgado de Venado, San Luis Potosí, el abogado López Velarde atenderá dicho despacho, presumiblemente de marzo de 1912 a abril de 1913, alternando su actividad profesional con la redacción de editoriales, artículos y notas en La Nación, el diario que funda y dirige Eduardo J. Correa en la capital del país.

 

FOTO: El poeta Ramón López Velarde en un retrato sobre Avenida Jalisco, hoy Álvaro Obregón, en la colonia Roma. Revista Vida Moderna. Circa 1920./ Tomada de http://oralapluma.blogspot.com/

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