El Vicio de las Reinas Chulas

May 26 • Escenarios, Miradas • 4778 Views • No hay comentarios en El Vicio de las Reinas Chulas

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Versatilidad actoral e irreverencia distinguen a esta compañía que desde hace siete años se dedica al teatro de cabaret

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POR SABINA BERMAN

Cuando asisto al Vicio de las Reinas Chulas, su cabaret en la calle de Berlín del barrio de Coyoacán, tan luego entro al espacio de luz tenue, poblado de sillas y mesas bajas, dominado por el tablado de madera donde ocurrirá el espectáculo, me pongo feliz.

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Es que el Vicio es para mí lo que para el perro de Pavlov la campana.

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Al perro aquel le tocaban una campana y él ya salivaba esperando la comida que siempre seguía al tilín tilín. Yo me siento en una de las sillas del Vicio y aún antes de que ninguna Reina Chula aparezca en el tablado empiezo a reír.

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Debe ser el tequila adulterado que allá sirven.

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Mentira. Es más bien la costumbre arraigada durante 13 años de asistir al Vicio y reír, reír cada año mejor y más radicalmente: más cerca de la raíz misma de la risa, que no es otra que la pura energía de la vida.

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Es así. Llego a la entrada del Vicio, me dicen en la recepción que no tengo que pagar el cover, que soy amiga de la casa, yo digo que de ninguna manera, sí tengo que pagar el cover, me insisten que no, y yo me muevo rápido a mi silla predilecta para no pagar el cover, me tomo un tequila, o dos o tres, si el mes ha estado especialmente arduo, y me río con la confianza de que seguirán dos horas de brillante espectáculo cabaretero entrecortado de risas, y a la media noche yo regresaré a mi casa fresca y liviana, recién bañada en esas aguas espumosas de la risa.

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Eso, como antes dije, cada mes, ya desde hace 13 años, cuando las Reinas Chulas, que llevaban ya 7 años trabajando juntas, heredaron de Jesusa Rodríguez el cabaret El Hábito, y lo renombraron el Vicio.

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Es por ello que, sin proponérmelo nunca, me he vuelto una de las testigas de la evolución de las Reinas Chulas: a lo largo de estos años las he visto a ellas crecer: las he visto trascenderse a sí mismas una y otra vez, a golpes de carcajadas.

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Cada vez más creativas. Más inventivas. Cada vez recurriendo menos al cajón de los trucos tradicionales para descorchar las botellas de la risa. Cada vez más osadas y provocando risas más puras. Es decir, más íntimas. Y al mismo tiempo tratando con mayor seguridad temas más ambiciosos.

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Confieso que me encanta de ellas, además de lo recién dicho, que sean comediantes mujeres. Algo que hace 13 años fue una verídica sorpresa. Entonces apenas y habían contadas comediantes mujeres, y casi todas eran comediantes que no ofendían la moral patriarcal. Tuvieron que aparecer estas cuatro mujeres libres del yugo del patriarcado para que tuviéramos en México la comedia feminista que tanto habíamos esperado las mujeres y los hombres no machistas.

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Confieso además que me encanta en especial que siendo mujeres las Reinas Chulas también cambien de sexo en un parpadeo. Que, como se cambia una de camisa, ellas cambien de género sexual y se vuelvan hombres. Cómo olvidar a los dos viejitos amorosos, entrañables y memoriosos que son Ana Francis Mor y Nora Huerta a veces. O a Ana Francis Mor transformada en un Pedro Infante muy macho y muy bragado y muy confundido en la era de la Diversidad, el pobre.

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Algo más me encanta de las Reinas Chulas. Que en ocasiones el ego se les infle de forma descomunal y trasciendan ya no sólo las líneas del género sexual, sino las líneas de la especie y se vuelvan dioses y diosas. Inolvidable el Buda dorado de Marisol Gasé. Inolvidable la Virgen Rita Bendita de Ana Francis Mor, siempre hablando por celular con su hijo Chucho. Inolvidable el Santo Niño de Atocha Lépero de Nora Huerta, encerrado en su nicho puteando a sus devotos y exigiéndoles hombrías más extremosas. Inolvidable la diosa Coyolxauhqui de Cecilia Sostres, una rueda de piedra siempre estrellándose contra todo.

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Y cuando el cruce de la línea de la especie ha sido hacia otra especie animal, por ejemplo: el maravilloso pez dorado con la cara de Marisol Gasé, o cuando ha sido para llegar al mundo onírico, por ejemplo: las cuatro tetas rosas con pezones naranjas bailando cancán, debo confesar que yo he dejado de reírme entre las carcajadas del resto del público, para deslizarme a una tranquilidad muy semejante al nirvana.

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Sí, las he visto crecer durante estos 13 años larguísimos del Vicio. Crecer juntas –en el escenario y en la televisión–, crecer hacia el mundo –su Festival Internacional de Cabaret es único en el planeta– y crecer y florecer cada una por separado: Cecilia ha escrito un libro académico sobre la comedia, Ana Francis escribe su columna periodística “Manual de la Buena Lesbiana” y ha escrito una novela notable, Nora ha hecho cine y se ha ganado el Ariel como actriz y Marisol es una celebridad en la barra de comentario político de la radio.

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Y en estos 13 años he visto también como su base de fanáticos y fanáticas ha crecido, y sin embargo todavía no ha llegado a ser proporcional al crecimiento del talento de estas mujeres indóciles.

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En México el prestigio artístico carece de fuentes seguras. Nuestros críticos culturales son vacilantes, debido a un malinchismo añejo. Nuestras instituciones culturales se han decidido por delegar a consejos de pares la adjudicación de premios y apoyos. La cantidad de público tampoco es una marca certera en un país anegado por productos televisivos mediocres que atienden millones.

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Por eso en el caso de las Reinas Chulas hay que decirlo sin reservas: estas entidades múltiples, estas artistas de mil y un rostros, estas sacerdotisas de la religión de la risa, estas divas de la Diversidad, son un tesoro nacional.

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Así me parece a mí que habría que tratarlas, como a tesoros nacionales vivos, término que tomo prestado del Japón, donde a los grandes artistas vivos del kabuki y bunrakú, igual que a los templos magistrales o a los bosques ancestrales, así se les declara, para otorgarles el respeto y el amor y el agradecimiento que merecen.

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Hay que ir al Vicio por lo menos una vez al año, más convenientemente cada que se estrena un nuevo espectáculo, y sería desde luego sensato pedir que nadie se cuele sin pagar el cover (como yo).

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Que sean otros muchos años igual de fructíferos los que tengan juntas y separadas las Reinas Chulas. Por mi parte yo seguiré llegando cada mes a sentarme ante el tablado y empezaré a reírme media hora antes de que las luces tenues del Vicio se apaguen para que se enciendan las luces brillantes del escenario.

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Foto:  Las mil y un chingaderas electorales, de las Reinas Chulas, cierra temporada el 31 de mayo. / Crédito de foto: Tomada del Facebook del Teatro Bar El Vicio

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