Reivindicar la vida después de la muerte: entrevista con Luis García Montero

May 13 • Conexiones, destacamos • 1180 Views • No hay comentarios en Reivindicar la vida después de la muerte: entrevista con Luis García Montero

 

El poeta español comparte su visión del dolor en Un año y tres meses, tras el fallecimiento de su esposa, la escritora Almudena Grandes

 

POR SOFÍA MARAVILLA
“Me decidí a publicar este libro cuando tuve la sensación de que no era sólo un desahogo biográfico, sino que también le proponía al lector, más allá de mi propia experiencia, una reivindicación sobre la dignidad de la vida y del ser humano; sobre la enfermedad y la convivencia con la muerte”, comenta el poeta Luis García Montero a propósito de su libro Un año y tres meses (Tusquets, 2022), un poemario que retrata la vulnerabilidad del duelo, pero que es también un testimonio del florecimiento de la poesía incluso en el límite de las experiencias: la aparición de la muerte, y más concretamente, la muerte del ser amado.

 

“Desde que Almudena enfermó y luego cuando murió, he vivido en un proceso de experiencias muy difíciles, que a veces te dejan vacío y pierdes el sentido de la vida”, comenta en entrevista García Montero (Granada, España, 1958), quien compartió su vida con la escritora Almudena Grandes, fallecida el 27 de noviembre de 2021, después de luchar por más de un año contra el cáncer. Figura relevante en las letras por sus posiciones políticas y su compromiso de sacar a la luz el pasado franquista, entre las obras de mayor fama de Grandes se encuentran Las edades de Lulú (1989) y Te llamaré Viernes (1991). Por su parte, entre las obras múltiples de García Montero —Habitaciones separadas (1994), La intimidad de la serpiente (2003), por mencionar algunas—, es posible que nos encontremos frente a la más íntima con Un año y tres meses.

 

Pero Almudena y Luis no sólo compartieron la vocación por las letras y el amor: las convicciones políticas que cultivaron emergen a lo largo del poemario, son guiños a la literatura de Almudena, sí, versos que van de lo íntimo a lo colectivo, del presente a lo histórico: “Una de las cosas que me ha enseñado no sólo la poesía, sino (también) mi manera de sentir cívica y mi compromiso político, es que la verdadera nostalgia tiene que ver con el futuro en vez de con el pasado. Los recuerdos están allí y tú aprendes a convivir con ellos, el problema es cuando te quedas sin futuro. Pienso en alguien que ha creído en una revolución o en una ideología, y después esa ideología se difumina y muestra sus colmillos. Llevado a la vida personal, ocurre lo mismo cuando uno construye una historia de amor basada en un nosotros y ese nosotros se fragmenta y sólo puede vivir en la memoria porque hay una pérdida en la realidad, y el mundo se queda sin sentido, entonces yo necesitaba escribir el libro para darle un sentido a la vida”.

 

Un aspecto relevante del libro es el contexto que lo atraviesa, pues a Grandes le detectaron el cáncer el 20 de septiembre de 2020, en plena pandemia de Covid-19. Como director del Instituto Cervantes, García Montero observó las crisis políticas y sociales desatadas en primera línea: “No te puedes hacer una idea de lo que era en el día a día. Tenías que convertir el Instituto en un albergue para sostener a viajeros que se habían quedado sin posibilidad de viajar, y te dabas cuenta de muchas necesidades humanas que de pronto pusieron en duda a una sociedad que a mí me resulta bastante antipática, que era la sociedad del infantilismo, de tratar a los seres humanos como niños que son consumidores para ser felices, y tú te olvidas de que existe la pobreza, de que existe la muerte, el dolor, la vejez. En ese contexto, la experiencia que a mí me ocurrió era muy íntima, la enfermedad de la persona con la que yo vivía, en un contexto colectivo que me hacía pasar del yo al nosotros, y de pronto comprendí que en los poemas que estaba haciendo no sólo era el desahogo de mi dolor personal, sino una toma de conciencia colectiva de que hay que aprender a convivir con la necesidad, con los cuidados, con la enfermedad, con la muerte”.

 

A pesar de haber nacido como un libro para comprender su propio duelo, Un año y tres meses de repente se convirtió a los ojos de García Montero en un vínculo con sus lectores, una llamada, sin saberlo, de empatía: “En medio de toda esa situación, lo que de verdad ha justificado que hubiera publicado lo que escribí para entenderme conmigo mismo es que de pronto se acerca alguien y me dice: ‘Le quiero agradecer de qué manera habla de los cuidados paliativos, porque yo perdí a mi marido hace un año y, al leer su libro, he intentado comprender qué sensación de dignidad teníamos cuando estábamos haciendo la quimioterapia o que teníamos derecho a la esperanza’. Todo ese proceso que te ayuda a convivir y a dialogar con la sociedad es lo que justifica que una experiencia biográfica se convierte en una experiencia literaria y uno cuente las cosas que nos ocurren en la sociedad, por ejemplo, en una pandemia”.

 

 

Hablando de su relación amorosa y creativa con la escritora Almudena Grandes, ¿de qué manera mutuamente se potencializaba la creación entre ustedes?

 

El padre de Almudena era poeta, y ella se aficionó desde joven a leer poesía y se fijó en mí porque le gustaba mi poesía, y eso es una suerte. Después yo tuve la suerte de admirar a Almudena como escritora, porque cuando la conocí me gustaba mucho, pero hubiera sido muy difícil establecer una relación de amor con una autora de bestsellers malos con quien no resistiría una conversación seria sobre la vida y la literatura, pero ella era una novelista de éxito que apostó por la calidad literaria. De allí se trabó una relación de amistad, de la que nos fuimos enriqueciendo.

 

Fíjate: yo me dedico a la poesía porque descubrí en la biblioteca de casa de mis padres una edición de las obras completas de Federico García Lorca, que era un poeta de mi ciudad natal, Granada, al que habían asesinado pocos años antes de que yo naciera, en un golpe de Estado, y para mí, dedicarme a la poesía fue dedicarme a recuperar todo lo que había quedado bajo los escombros de la dictadura y el silencio de una guerra civil. Cuando por primera vez vino Almudena a Granada, a conocer a mis padres, antes de llegar a la casa, la subí al Barranco de Víznar y le dije: “Mira, te voy a presentar a una parte muy importante de mi familia”, y es que allí, en el Barranco de Víznar, habían enterrado a García Lorca y a otros 2 mil 500 granadinos que representaron la memoria histórica y la dignidad en un golpe de Estado.

 

En mi ciudad no hubo guerra, porque el golpe de Estado triunfó enseguida. Pero al rector de la Universidad de Granada —donde yo trabajo—, Salvador Vila, un arabista discípulo de Miguel de Unamuno, lo fusilaron; al alcalde de la ciudad en que yo vivo, Manuel Fernández Montesinos, casado con una hermana de García Lorca y hermano del gran historiador de la literatura José Fernández Montesinos, lo fusilaron; al director de la escuela de magisterio que había hecho todos los proyectos de renovación pedagógica, Agustín Escribano, lo fusilaron; ahí estaba mi historia.

 

En mi amor con Almudena, la memoria democrática ha sido fundamental, porque ella comenzó a escribir uniendo el presente con la memoria y la realidad, sus primeras novelas fueron de reivindicación de la generación de la transición, que frente a la Dictadura reivindicaba su derecho a ser feliz, en donde la mujer adquiriera sus derechos y no estuviera sometida y donde la sexualidad no fuera pecado, y enseguida esa reivindicación comprendió que no nacía de la nada, que ella contaba una historia maravillosa, que buena parte de la lucha democrática que habíamos asumido en nuestra generación tenía que ver con el recuerdo de lo que fue la Segunda República, y entonces empezó a escribir todos los episodios de una guerra interminable que unen el pasado con el presente.

 

Toda esa complicidad está en el libro, y fíjate: cuando empezamos a vivir juntos, la manera que yo tuve de completar el ciclo y de darle significado al llevarla al barranco para ver donde estaba enterrado Lorca, fue comprarle un tumba en el Cementerio Civil, fue la mejor manera de decirle: “Hasta que la muerte nos separe”, porque frente a los cementerios religiosos hay un cementerio en Madrid donde están enterrados (Dolores Ibárruri) La Pasionaria (luchadora social y escritora feminista); Pablo Iglesias, fundador del Partido Socialista; los presidentes de la Primera República y Francisco Ginés de los Ríos, el fundador de la Institución Libre de Enseñanza; donde hay muchos autores, pintores y artistas, desde Pío Baroja hasta Juan Genovés. Ahí le compré una tumba para decir éste es nuestro terreno, la herencia que hemos recibido del pasado. Son las complicidades de una historia de amor donde se ha mezclado la literatura, la manera de contar, la manera de militar y de pensar en uno.

 

Justamente en su poema “La resistencia” es clara esta complicidad.

 

Empecé a escribir ese poema por complicidad con Almudena. Estábamos saliendo de un momento de crisis muy fuerte donde ella no quiso quedarse hospitalizada, porque ella estaba viendo que llegaba al final y lo que quería era morir en casa. Íbamos cruzando Madrid y de pronto, cuando íbamos a casa, me acordé del Madrid de la resistencia, que durante tres años resistió al fascismo, al nazismo y a cómo Franco vendió España para imponer su golpe de Estado y acabar con la República. Y era un tema de materia de literatura de Almudena.
En la época de la enfermedad, del proceso, de la esperanza en la quimioterapia, una cosa que me creaba contradicciones era el identificar la lucha contra la enfermedad con el lenguaje mismo, porque si pierde, parece que es culpa tuya, y los enfermos no tienen culpa de morir. Entonces, al hablar del cáncer, utilizar la palabra “victoria”, me llenaba de esperanza cuando la gente lo superaba, pero cuando la gente moría parecía que era una derrota de uno mismo, y no era una derrota: era un fin de la vida. Pero cuando escribí ese poema, me di cuenta de que la historia, la literatura y el amor tiene su contexto y que la gente no iba a pensar en tratar el cáncer como una lucha bélica, sino que iba a pensar en la narrativa de Almudena. Por eso escribí que “resistencia” es una palabra que está en todas sus novelas, y que hay algo que para mí va a ser fundamental y que marca la historia de este libro y que aprendí de María Zambrano: que hay veces que no se puede ser optimista, pero la vida no se resume sólo en una lucha entre el optimismo y el pesimismo, —y (además) hay muchos optimismos peligrosos porque son ingenuos—, pero entre ambos hay una palabra que podemos defender: la esperanza, porque tiene que ver con la gente que, aunque sepa que puede ser derrotada, no va a traicionar sus valores, sino que va a defenderlos. Eso me lo enseñó el poeta Ángel González, uno de mis maestros, quien vivió la Guerra Civil, la posguerra y el fusilamiento de una hermana, y en un momento me dijo: “Luis, yo tuve que aprender a perder para no darme por vencido”. En ese proceso de la esperanza frente al pesimismo y el optimismo, utilicé la palabra esperanza cuando supe que iba a perder, pero no me iba a dar por vencido, porque necesitaba seguir viviendo, necesitaba salir del pozo, necesitaba buscarle un sentido a la vida, y hacer de mi vida una convivencia con el recuerdo de Almudena.

 

La escritora Almudena Grandes en Buenos Aires, Argentina, en 2013. Falleció el 27 de noviembre de 2021. Crédito de imagen: Archivo EFE

 

Habla también de esos espacios cotidianos. ¿De qué manera este amor y esta historia política que se hibrida se ha transformado con la ausencia?

 

Se ha transformado de muchas maneras, porque la memoria es una forma de respeto. En ese sentido, te contaré que cuando yo era niño, un profesor bajó un tocadiscos a clase y puso una canción que acababa de grabar un jovencísimo Joan Manuel Serrat, con un poema que había musicalizado de Antonio Machado. A mí me emocionó tanto ese poema, que el primer disco que me compré —con el billetito que fue un regalo de mi abuelo—, fue el disco de poemas que Serrat dedicó a Machado. Pasó el tiempo, ya conocía a Serrat, y sonó el teléfono en casa y era él, me dijo: “Le he puesto música a este poema tuyo, ‘Habitaciones separadas’, si te gusta, lo grabo”. Me lo mostró por teléfono y le dije: “¡Joder! Por favor grábalo”, y lo publicó en el disco “Versos en la boca”.

 

Cuando te canta Serrat y eres un poeta, tienes mil motivos de vanidad porque, ¡joder!, Serrat ha cantado a Machado, a Miguel Hernández, a Rafael Alberti, a León Felipe, pero fíjate: aunque me pueda sentir muy orgulloso, en ese momento tuve un recuerdo del niño de diez años que había ido a comprarse un disco de Serrat. De pronto comprendí que mi vocación y mi vida habían tenido sentido, y cuando uno crece, vive y tiene compromisos, lo que quiere uno es no traicionar el sentido de su vida, ir madurando, ir cambiando cosas, pero que los cambios sean una forma de respetar al joven que fuiste, al niño que fuiste. Te cuento todo esto para decirte que, cuando tengo que respetar cosas lo hago no sólo por el niño que fui, sino por la mujer con la que compartí la vida. No estoy dispuesto a traicionar nada de lo que significó nuestra vida juntos.

 

Una imagen conmovedora es la que usted refleja en “La verdad de las ficciones”, donde retrata a Almudena arreglándose frente al espejo.

 

La literatura es una forma de ficción, y la inventa. Lo importante de la literatura es que es un mundo de supersticiones. ¿Te acuerdas de aquel pasaje de El Quijote, “Las bodas de Camacho”? Hay una pareja de enamorados, pero hay un rico, Camacho, que quiere casarse con Quiteria, y vive en una época en la que el dinero manda de todas a todas. Entonces se concierta la boda con el rico Camacho, y el verdadero amor se queda fastidiado y simula una muerte, se crea un artefacto con sangre falsa y, cuando se va a producir la boda, se “suicida”. Entonces llega el sacerdote y va a darle la extremaunción, y dice: “¡No! Porque muero desesperado, porque yo lo que quería era casarme con Quiteria”, y ésta está callada, y él dice: “Como me voy a morir, si ustedes dejan que nos casemos, no tendrá importancia ninguna, nos casamos, yo me muero en paz, usted me da la salvación y Dios manda un alma para el cielo y después que se case con Camacho”. Convence al sacerdote, y éste a Camacho, y se casa con Quiteria, y una vez casado, el enamorado se levanta y todos, empezando por el cura, gritan: “¡Milagro, milagro!”, y el enamorado responde: “Milagro no: industria”.

 

Es decir: frente a la superstición de creer la mentira que sustituye la verdad y de creer el milagro, sale el ingenio humano, la industria humana, para conocer la realidad, para interpretar la realidad y para intentar ajustar cuentas con ella. Ese es el invento de la ficción, por eso siempre digo que la literatura es la mejor enseñanza para saber describir una superstición y una imaginación de la realidad que te ayuda a comprender esa realidad, y esa es una labor que hoy día es fundamental, porque la cantidad de mecanismos de control de la conciencia y de generación de bulos y de superstición y de sustitución de la realidad por mentiras virtuales. Pues la literatura no es mentira: es ficción, una invitación a que la imaginación te ayude a conocer la realidad y te ayude a entender lo que te está pasando.

 

Con esas preocupaciones que uno tiene, nosotros siempre hemos defendido que, si la poesía es ficción, no es porque la poesía mienta, sino porque invita a conocer la realidad, y si la narrativa es ficción, no es porque la narrativa mienta, sino porque utiliza los argumentos para mantener la huella de la historia humana, la huella de la tribu, la huella de las víctimas. Pues imagínate, en esa convivencia de nuestras conversaciones, de pronto con la quimioterapia empieza a caerse el pelo, ella decide raparse, y como cualquier enferma para salirse a la calle vamos a comprar una peluca, y yo la miro y le dijo: “Mira, esa pareces tú, porque no parece un pelo añadido a ti, sino que te está devolviendo la personalidad que tú tienes”. Pienso que esa peluca es la metáfora no de una mentira sino de una ficción, de la ficción que nos permite mantener la esperanza de que está ella misma dentro de la experiencia de la enfermedad, es una manera de convertir en reflexión literaria, de recordar los sonetos de Garcilazo: Y en tanto que el cabello, que en la vena/ Del oro se escogió, con vuelo presto/ Por el hermoso cuello blanco, enhiesto/ el viento mueve, esparce y desordena. Entonces comprendes que la ficción literaria se hace vida, y eso tiene sentido con dos vocaciones humanas que se han hecho literatura como la manera de vivir y de pensar en la vida.

 

 

FOTO: Luis García Montero, en La Sebastiana, la casa que perteneció a Pablo Neruda, en Valparaíso, Chile. Crédito de imagen: Adriana Thomasa /EFE

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