Revelando el misterio de las ilusiones cognitivas: Daniel Kahneman

Sep 10 • Reflexiones • 2155 Views • No hay comentarios en Revelando el misterio de las ilusiones cognitivas: Daniel Kahneman

 

En Pensar rápido, pensar despacio, el psicólogo Daniel Kahneman expone sus descubrimientos sobre la manera en que nuestro cerebro opera a través de dos sistemas cognitivos

 

POR RAÚL ROJAS 
El psicólogo israelí-norteamericano Daniel Kahneman publicó, en 2011, un libro de gran trascendencia. Me refiero a su bestseller con el corto título Pensar rápido, pensar despacio, el cual resume y contextualiza sus investigaciones de varias décadas en el área de la teoría de las decisiones. Si su colaborador Amos Tversky, coautor con él de muchos otros trabajos, no hubiera muerto a destiempo, seguramente que hubiera sido coautor del libro.

 

El interés por investigar la forma en que los humanos toman decisiones creció enormemente desde la década de los 60. La llamada “revolución cognitiva” ya estaba en marcha y se trataba de entender cómo se puede llegar a decisiones correctas con los limitados recursos “computacionales” al alcance de los humanos, es decir, con nuestros pobres cerebros. Revelar las estrategias seguidas por las personas podría quizá facilitar implementarlas con computadoras. Es el supuesto explícito de Simon y Newell en su influyente libro Solución de Problemas por Humanos.

 

Lo que la investigación ha revelado es que no somos seres “racionales”, en el sentido de poder analizar una situación exhaustivamente, considerando todas las opciones posibles, sino que utilizamos lo que se llama “heurísticas” para poder llegar rápidamente a una decisión. Incluso en una disciplina como el ajedrez, un gran maestro no inspecciona los millones de movimientos posibles en el tablero, como sí hace una computadora. Basado en su gran experiencia e intuición, un gran maestro sólo examina un manojo de posibilidades que “saltan a la vista” (la suya, la de experto). Muchas veces la solución heurística es la correcta. Pero muchas veces, en otros contextos, esas soluciones rápidas son subóptimas y la gran pregunta es por qué sucede eso y qué consecuencias tiene.

 

Armado con su pulida prosa, Kahneman explica en su obra Pensar que el cerebro humano opera, si se quiere, a dos velocidades distintas. Hay decisiones que podemos tomar en un abrir y cerrar de ojos (como cuando reconocemos a una persona en la calle) y otras para las cuales tenemos que cavilar durante segundos o minutos (como en los juegos de mesa). Por eso coexisten en nuestra mente dos sistemas cognitivos: “El Sistema Uno opera automática y rápidamente, con poco o ningún esfuerzo, y sin que lo podamos controlar. El Sistema Dos dirige la atención hacia las actividades mentales que requieren esfuerzo (…) Sus operaciones están asociadas con las experiencias subjetivas de acción, selección y concentración”. Por ejemplo, podemos reconocer las emociones faciales de otras personas porque el sistema uno las detecta de inmediato. Incluso podemos completar proverbios muy conocidos o leer carteles en las calles sin ningún esfuerzo. De hecho, es imposible tratar de caminar por la ciudad sin leer los letreros.

 

Al sistema dos lo invocamos cuando tratamos de recordar una dirección, un número de teléfono o cuando estamos estacionando un auto en un espacio reducido. En la psicología se dice que el sistema uno es “reactivo”, es como una especie de reflejo que se detona antes de estar conscientes de lo que está pasando. Cuando tropezamos y nuestro cuerpo de inmediato se reorienta, adelantando el otro pie para salvarnos de caer, todo sucede tan rápido que es involuntario. Por el contrario, el sistema dos es “deliberativo”, en el sentido de que para resolver el problema tenemos que activar la consciencia y la atención, como deliberando con nosotros mismos. En el deporte, especialmente la gimnasia y el patinaje artístico, los deportistas entrenan durante años para que todos sus movimientos pasen del sistema dos al sistema uno. Una gimnasta ejecuta un triple salto mortal sin pensar. Si ponderara sus movimientos concretos no podría ejecutar la pirueta.

 

El verdadero tema de Kahneman en Pensar, son, sin embargo, lo que ahora se llama “ilusiones cognitivas”, y de esas el afamado psicólogo, ganador del Premio Nobel, ofrece muchos ejemplos. Uno de ellos tiene que ver con procesos judiciales en los que participantes en un experimento podían leer la argumentación sólo de una de las partes en la disputa. Comparando con otras personas que tenían acceso a ambas argumentaciones, resultó obvio que las personas que sólo leían el punto de vista del demandante le daban la razón a éste. Las que sólo leían el punto de vista del demandado, le daban la razón al demandado. Eso parece natural. Lo que sorprendió a Kahneman y Tversky es que aquellos que había escuchado sólo a una de las partes afirmaban tener un alto grado de confianza en sus decisiones, mayor que la confianza que afirmaban tener los que conocían ambas versiones. Esta sería la ilusión de “exceso de confianza” que, curiosamente, se activa al tener menos y no más información. En otras palabras: mientras más ignorante la persona, más segura se siente de estar en lo cierto. Compárese esto con lo que sucede hoy en día en las redes sociales, que se han convertido en burbujas de correligionarios que coinciden en un solo punto de vista.

 

Habría que mencionar que este tipo de experimentos de comportamiento enriquecieron los paradigmas de investigación en las ciencias sociales y la economía. Los economistas clásicos modelaron siempre a los humanos como consumidores omnisapientes cuyas acciones están dirigidas a maximizar su utilidad personal en el mercado. Los precios de equilibrio de las mercancías reflejarían esas utilidades, mediadas por la oferta y la demanda. Por eso los precios y la economía tenderían a un nivel óptimo. Fueron psicólogos como Kahneman y Tversky los que se atrevieron a poner el dedo en la llaga, señalando que los consumidores raramente se comportan de la manera racional que presume la teoría microeconómica. Tienden a ser presa de la publicidad o de todas las ilusiones cognitivas que se detallan en Pensar. Un ejemplo, ahora clásico, es el experimento que realizaron los psicólogos Sheena Iyengar y Mark Lepper en el año 2000. En un supermercado les dieron oportunidad a los compradores de ver y comparar 20 tipos de jalea en exposición, en ciertos días, pero sólo seis tipos de jalea en los otros días. Les regalaron un vale para un dólar de descuento, pero aquellos que vieron 20 variedades adquirieron diez veces menos jalea que aquellos que sólo vieron seis tipos distintos. La interpretación de los psicólogos es que el exceso de información provoca una parálisis del mecanismo de decisión. Tenemos más miedo de errar, cuando hay 20 posibilidades para escoger, que cuando sólo hay seis.

 

Experimentos como estos, los de Kahneman y otros psicólogos, llevaron a las facultades de administración y de economía a aceptar la nueva vertiente de la “economía experimental”, o “psicología de las decisiones”, como algo pertinente a su propia actividad y no sólo de las facultades de psicología. De hecho, a Kahneman le fue otorgado el Premio Nobel de Economía, no el de medicina. En los últimos veinte años se ha reconocido con el Nobel de Economía a personas cuyas contribuciones se dieron en el área de teoría de juegos, como fue el caso de John Nash y Reinhard Selten, o bien por haber diseñado experimentos económicos. Es todo parte de una evolución de la “ciencia oscura” (como se ha llamado a la economía) que trata de basarse más y más en datos del comportamiento empírico de los agentes económicos. Al considerar al consumidor no debemos olvidar todo su bagaje de ilusiones cognitivas, como las ya mencionadas.

 

Otra de las ilusiones que Kahneman descubrió, junto con Tversky, es la que llama la “ilusión del anclaje”. Se les pidió a estudiantes universitarios que giraran una rueda de ruleta con números del 1 al 100, pero la rueda estaba preparada para sólo poder detenerse en 10 o en 65. Los estudiantes giraban la rueda, anotaban el número que aparecía, y tenían que estimar a continuación que porcentaje de países africanos pertenecían a la ONU. Los que habían anotado un diez estimaron en promedio que 25% de los países africanos eran miembros. Los que habían anotado 65, estimaron en promedio que el porcentaje era 45%. Es absurdo: obviamente el resultado obtenido al girar la rueda no tenía nada que ver con la ONU, pero los estudiantes “anclaban” la mente en el número bajo o alto que acababan de obtener y eso modificaba su estimación acerca de la ONU. Es un comportamiento irracional, pero así sucede porque el sistema uno actúa inconscientemente y se aferra a un número. Por eso en una negociación de compraventa el que ofrece algo puede comenzar pidiendo un precio muy alto, para forzarlo como “ancla” en la discusión. Ya después, aunque el precio no baje mucho, el comprador sentirá que ha obtenido un beneficio de la negociación. Claro que el comprador puede tratar de anclar al vendedor en el sentido contrario, haciendo una oferta muy por debajo del valor de lo que quiere adquirir. Es lo que hacen los revendedores en lotes de autos cuando ofrecen cantidades irrisorias por autos usados a sus cándidos propietarios.

 

Un ejemplo de heurística que puede modular las decisiones que tomamos, es la de “disponibilidad”. Kahneman realizó diversos experimentos que muestran que las personas son muy malas para juzgar la frecuencia estadística de diferentes eventos. Si, por ejemplo, hace poco ocurrió un accidente de aviación muy reportado en los diarios y se le pregunta a los ciudadanos con qué frecuencia se accidenta un avión, el porcentaje que estiman es muchísimo mayor que el real, lo que no sucede tanto si no ha habido un accidente reciente. La explicación de Kahneman es que aquello que nos viene “rápidamente a la mente” acaba siendo considerado como algo más frecuente que si nos tardamos en encontrar ejemplos. El psicólogo Gerd Gigerenzer ha dado un ejemplo muy interesante respecto a la comparación de ciudades. Se les pidió a muchas personas en Alemania que estimaran el tamaño relativo de algunas ciudades, como Dortmund contra Leipzig, o bien Hamburgo contra Karlsruhe. Lo que encontró Gigerenzer es que, si las ciudades tenían un equipo de futbol de primera división, eran automáticamente concebidas como más grandes que aquellas que no tenían un equipo de futbol renombrado. En este caso, esa “heurística de disponibilidad” se activaba por estar viendo más frecuentemente en los diarios los nombres de algunas ciudades y no de otras. A veces ciudades mucho más grandes eran consideradas más pequeñas que otras al activar esa heurística de la disponibilidad. Este es otro ejemplo del sistema uno “brincando a conclusiones” antes de que el sistema dos pueda intervenir con más información.

 

La ilusión de control es una de las ofuscaciones cognitivas más interesantes. Kahneman la menciona, pero el experimento siguiente es posterior a la edición de su libro. Se les pidió a varias personas que en una pantalla seleccionaran con la flecha del cursor una de varias cartas disponibles con la figura de algún animal. Después de seleccionar la imagen debían explicar verbalmente lo que habían hecho (“escogí al pato”). Sin que el sujeto del experimento lo supiera, otra persona estaba observando oculta desde otro cuarto lo que él hacía. De cuando en cuando, por ejemplo, después de doce selecciones de imágenes, esa persona oculta seleccionaba con otra computadora la siguiente imagen tomando control del cursor. Sorprendentemente, el sujeto del experimento no se daba ni cuenta e incluso continuaba con la explicación de por qué había seleccionado esa imagen. Ya terminado el experimento se le preguntaba si había notado algo anormal. Ninguna de las personas que participaron notó la intervención de la persona oculta. Eran víctimas de la ilusión de tener perfecto control de la computadora y de sus actos, aunque se les hubiera forzado la elección. La “ilusión de control” del sistema uno era aquí más fuerte que la realidad.

 

Así que el humano es un manojo de contradicciones. Los filósofos de la antigüedad siempre se esforzaron por equiparar nuestra capacidad cognitiva con la actuación lógica. Pero sabemos ahora que tomar decisiones en un tiempo razonable implica hacer compromisos a través de la utilización de atajos heurísticos. Antes de la revolución cognitiva ya los pioneros de la teoría de juegos habían mostrado que en interacciones en las cuales cada agente trata de optimizar su propia utilidad, las situaciones de “equilibrio” no necesariamente maximizan la utilidad total. Es el caso del conocido “dilema de los prisioneros”, que pueden cooperar al no delatarse y asegurar una sentencia de un año en la cárcel para ambos. Pero al estar incomunicados, cada uno de ellos calcula que le conviene delatar al compinche, porque el que delata sale libre y el que no se va tres años a la cárcel. Al final, acaban delatándose y van ambos dos años a la cárcel a pesar de que no sería esta la posibilidad más favorable para los dos. Es decir, la actuación racional (individual) puede producir un resultado global subóptimo.

 

Kahenman nos muestra fehacientemente con su libro, que aún sin ese tipo de enfrentamientos de intereses, las ilusiones cognitivas y los atajos heurísticos pueden producir resultados que no son los mejores. Tomamos malas decisiones por efectos subconscientes (como en la ilusión de disponibilidad), o porque creemos tener más control sobre las cosas que el que realmente tenemos, o porque sobrevaloramos información sin tener en cuenta el cálculo de probabilidades. Además, ni siquiera somos muy buenos para estimar nuestra utilidad subjetiva, ni siquiera el nivel de dolor experimentado en intervenciones médicas. Un ejemplo muy ilustrativo es el de colonoscopías realizadas con un gran número de pacientes quienes, después del procedimiento sin anestesia, reportaban la escala subjetiva del dolor experimentado. Lo que descubrieron los investigadores es que la gente reportaba mucho dolor si el pico de dolor había ocurrido al final o al principio del experimento. Si el dolor había sido constante, pero durante un tiempo más largo, la duración no importaba. A pesar entonces de que el dolor acumulado había sido mayor en el procedimiento más largo, los pacientes reportaban más dolor para el procedimiento más corto, porque el pico de dolor se les quedaba grabado. Eso es lo que Kahneman llama el “yo recordado” que puede diferir del “yo vivido”.

 

Al final de su obra Kahneman evalúa la situación. Muchas de las ilusiones cognitivas se deben a la “pereza” y rapidez de disparo del sistema uno, en el que se anclan muchas de las heurísticas e ilusiones que nos conducen a tomar decisiones equivocadas. En esa situación no hay otra solución más que estar atento e invocar conscientemente al sistema dos, que armado de lógica y cálculo de probabilidades puede revisar críticamente nuestro primer impulso. Es como si fuéramos dos personas distintas y en ese caso lo mejor es que se vigilen. Ya que el sistema uno no es “educable”, Kahneman propone al final que “la manera de bloquear errores que se originan en el sistema uno es simple en principio: reconocer los signos de que estamos en un campo minado, desacelerar y pedir refuerzos del sistema dos”.

 

Por eso este libro ha sido y continuará siendo relevante: porque fundamentó de manera experimental la dicotomía fundamental que existe en cada persona como agente racional. Somos poseedores de una racionalidad extraña, que nos falla a cada momento, pero que, sin embargo, nos permite sobrevivir en un mundo hostil. Y esa es la gran contradicción.

 

FOTO: Ni siquiera un maestro en el arte del ajedrez sería capaz de analizar exhaustivamente todas sus posibilidades estratégicas como sí lo haría una computadora/ Pexels

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