Una nueva edad de la ansiedad
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Para el filósofo holandés, la crisis económica de 2008 detonó un nuevo periodo de inestabilidad del mundo globalizado. Este ensayo dio nombre al ciclo de conferencias organizadas por el Instituto Nexus, y que convocó a una decena de intelectuales y artistas para repensar y debatir los nuevos rumbos de la humanidad
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POR ROB RIEMEN
No se necesita ser psicólogo para saber que la ansiedad es la emoción humana predominante, ni tampoco se necesita ser historiador para darse cuenta de que nunca ha existido una era en la que la gente viva sin miedo. Siempre ha existido el miedo al destino, a la llegada de los bárbaros, a la hambruna, a la pobreza, al infierno y el eterno miedo a la muerte. Sin embargo, en 1947 el poeta W.H. Auden resumió a la perfección el Zeitgeist (Espíritu del tiempo) del siglo XXI en La edad de la ansiedad, su poema en prosa más importante. Un año después, Albert Camus publicó un ensayo corto con el mismo título en esencia, “El siglo del miedo”, que comienza con la siguiente observación: “El siglo XVII fue el siglo de las matemáticas, el XVIII el de las ciencias físicas y el XIX el de la biología. Nuestro siglo XX es el siglo del miedo”.
Para Auden y Camus, la edad de la ansiedad difería de edades previas porque en su época, después de dos guerras mundiales, algo fundamental había sido destruido: el valor de los seres humanos, de la humanidad en sí misma y de la fe en la humanidad. El individuo ha tenido que enfrentarse cara a cara con la desnudez, la desolación y la vacuidad de la existencia humana. Se ha roto con tradiciones centenarias y parece que ya no queda nada que emane aquello que pudiera dar sentido a la vida más allá de meros embates del destino. La existencia humana se ha vuelto absurda. Ésta fue la posición que Camus defendió en 1941 con su ensayo El mito de Sísifo, en el que señala con franqueza: “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si vale o no vale la pena vivir es responder a la pregunta fundamental de la filosofía”.
El surgimiento de una edad de la ansiedad en la que se perderían los valores espirituales y el significado de la existencia humana fue anunciado décadas antes por Nietzsche, con el vaticinio de la llegada del nihilismo, y antes que él por el filósofo danés Søren Kierkegaard. Kierkegaard publicó el tratado El concepto de la ansiedad en 1844 y en 1848 publicó el libro La enfermedad mortal. Kierkegaard afirmó entre esos años: “Pues me siento como el pobre inquilino de un reducido espacio en el ático de un enorme edificio que aún está siendo ampliado y remodelado, y que con horror cree haber descubierto que los cimientos se están desmoronando”.
La esencia del ser humano se ha perdido y lo que queda es una existencia abrumada por una conciencia de nulidad interminable: no hay sentido, no hay significado; eres completamente libre —pero, ¿qué se supone que harás con esa libertad?
La Primera Guerra Mundial marca el comienzo de la edad de la ansiedad. Los locos años veinte que siguieron fueron un intento de aliviar, con mucho ruido, los demonios del miedo, pero no fueron más que una mascarada o en las palabras del escritor y filósofo Herman Broch, quien sí quiso enfrentar la nueva realidad, un “Feliz Apocalipsis”. Un nuevo movimiento artístico, el expresionismo, surgió intentando mostrar todas las facetas de la ahora ansiedad predominante. El existencialismo, la nueva filosofía de Jaspers, Heidegger y Sartre surgió del pensamiento de Kierkegaard, así como la filosofía de esta ansiedad, la experiencia de que todos los individuos son tan libres como solitarios y en esa desolación necesitan emprender la búsqueda de sí mismos y del sentido de su existencia.
Nietzsche ya había escrito que una persona tendría que ser un Übermensch para llevar a cabo la tarea sobrehumana de encontrar el sentido en un mundo absurdo y en una existencia que nunca prescinde de la tragedia. Nietzsche también anunció que las “personas ordinarias” (académicos y la opulenta burguesía principalmente) —más allá de la razón y llenos de resentimiento por lo que les había sido arrebatado o quizá lo que les podría llegar a ser arrebatado— se aferrarían a las presuntas certezas de las que derivaron su identidad. Es así como una cultura de ansiedad se vuelve política. Una de las primeras personas en analizar la psicología de esto fue Wilhelm Reich con su Psicología de masas del fascismo, publicada en 1933, un libro que fue inmediatamente censurado en la Alemania nazi. Reich muestra que no hay ninguna idea en lo absoluto subyacente al fascismo (la creencia de que haya una idea como tal es un concepto erróneo que persiste hasta hoy en día en el mundo académico) y que el fascismo no es más que “la expresión política organizada de la estructura del carácter del individuo promedio que anhela autoridad, que quiere ser subsumido entre la multitud y que no tiene deseo de pensar por sí mismo, ni mucho menos aceptar su propia responsabilidad”. En 1941, otro de los ex alumnos de Freud, Erich Fromm, resumió la psicología del fascismo en una sola frase: el miedo a la libertad.
Después de la Segunda Guerra Mundial, la ansiedad, lejos de desaparecer, se hizo aún mayor. La Guerra Fría despertó miedos de un holocausto nuclear. La mayor ansiedad de todas, sin embargo, se manifestó en la represión del miedo y de la incertidumbre, una negativa a reconocerlos, mediante la entrega a la falta de espíritu, ya que la ansiedad sólo puede existir en aquellas personas que están conscientes tanto de sí mismas como del mundo.
Kierkegaard, el antecesor filosófico del existencialismo, fue el primero en identificar este fenómeno: “En la falta del espíritu no hay angustia. Pues es para ello demasiado feliz; está demasiado satisfecha en sí misma: es demasiada falta de espíritu. […] Viendo tantas gentes a su alrededor, cargándose de tantos asuntos humanos, tratando de captar cómo anda el tren del mundo, ese desesperado se olvida de sí mismo, olvida su nombre divino, no se atreve a creer en sí mismo y halla demasiado riesgoso ser sí mismo y más simple y seguro asemejarse a los demás, ser una copia, un número, confundido en el ganado. […] Usan sus talentos, acumulan dinero, emprenden actividades humanas, calculan con astucia, etc.; sus nombres quizá pasen a la historia, pero ellos no son; hablando de espíritu, no tienen ser; sin un yo por el que lo arriesgaran todo, sin un yo ante Dios, por egoístas que sean”.
Pero, Kierkegaard advirtió: “No hay, pues, angustia en la falta de espíritu, pues ésta se encuentra excluida de ella, como se encuentra el espíritu, pero la angustia está ahí, está a la espera”. La ansiedad acecha escondida en la conciencia. Tan pronto como un individuo se enfrenta a una crisis que erosiona sus presuntas certezas de alguna u otra manera, esa ansiedad reprimida se manifestará y estallará. La depresión, el pánico, el resentimiento, los sentimientos de impotencia o agresión pueden entonces alcanzar proporciones inmensas.
En la segunda mitad del siglo XX, cien años después del trabajo de Kierkegaard, el fenómeno de la falta de espíritu que intenta excluir a la ansiedad también fue observado por psicólogos como Rollo May, Erich Fromm y Ronald Laing, y por filósofos como Herbert Marcuse y Alan West.
Lo que debió haberse convertido, después del horror y la destrucción de dos guerras mundiales, en una “sociedad sana”, como apunta Erich Fromm, con individuos que quisieran desarrollar sus mentes, que se atrevieran a ser ellos mismos, a tomar sus propias decisiones bien consideradas, que amen a la naturaleza y a sus semejantes, y que usaran sus habilidades creativas para hacer su existencia significativa y su sociedad harmoniosa, no sucedió. “Hasta ahora hemos fallado”, concluyó Fromm en 1955. Él y los demás vieron que las personas tienen miedo, ante todo, a ser ellos mismos y tienden a comportarse como robots perpetuamente manipulables en vez de individuos autónomos. Su autoestima no está determinada por quiénes son sino por lo que tienen en el camino hacia el éxito y el prestigio social. El valor personal se ha convertido en valor de mercado; la autoestima tiene que ver con cuánto ganas en vez de tu capacidad de amar, de pensar y de ser creativo. El camino más corto hacia este tipo de éxito requiere ajustarse a “lo que las personas piensan” e ignorar tanto como sea posible tu propio vacío —y la ansiedad que lo acompaña— con la ayuda del consumismo y del entretenimiento. Hasta que eso se vuelve imposible, la ansiedad, haciendo tictac como una bomba de tiempo, finalmente estalla.
En esa misma época una resistencia surgió en forma de una contracultura. Era una cultura de protesta, la revuelta de los jóvenes, la generación beat, adoptando una actitud hacia la vida que representaba una revelación en contra de las autoridades y normas sociales existentes, en contra de la falta de espíritu y en contra de las ciencias políticas y económicas existentes. Era una forma de vida que acogía la filosofía del existencialismo, ya que eso implicaba dejar de negar la ansiedad para articularla y, por tanto, esforzarse por ser uno mismo tan auténticamente como fuera posible. Esto inevitablemente implicaba cultivar el narcisismo y hedonismo, como Christopher Lasch apunta.
Un ejemplo de cómo se expresó esta protesta en contra de la sociedad establecida es la cinta La invasión de los usurpadores de cuerpos (1956), basada en la novela de ciencia ficción homónima escrita por Jack Finnety y publicada un año antes. El planeta Tierra es conquistado por extraterrestres que se apoderan de los cuerpos y cerebros de los humanos que duermen. Estas nuevas criaturas con forma de humanos son meros caparazones vacíos, marionetas sin emoción ni personalidad. La película fue tan popular que se lanzaron nuevas versiones en 1978 y 1993.
La protesta más fuerte, en todos los sentidos, en contra de la edad de la ansiedad se escuchó en el rock. Pete Seeger y Bob Dylan se convirtieron en los trovadores de la generación beat, mientras que The Doors, Pink Floyd y Patti Smith Group expresaron su disidencia a finales de los años sesenta y principios de los años setenta. Los sentimientos de esa época fueron hermosamente expresados en 1979 por Elvis Costello con la canción de Nick Lowe “Peace, Love, and Understanding” que incluye las siguientes estrofas:
Mientras camino a través de
este mundo perverso
Buscando la luz en la oscuridad de la locura
Me pregunto
¿Toda la esperanza está perdida?
¿Sólo hay dolor, odio y miseria?
[…]
Mientras camino
Por tiempos problemáticos
Mi espíritu está tan desconsolado a veces
Entonces, ¿dónde están los fuertes?
¿Y quiénes son los confiables?
¿Y dónde está la armonía?
Dulce armonía
En 1981, David Bowie y Queen combinaron sus poderes creativos y juntos compusieron una canción que sería atemporal, ya que da voz de manera brillante a la edad de la ansiedad: “Under Pressure”. Como David Bowie y Freddy Mercury cantan:
Eso es lo espantoso de saber
de qué va este mundo
[…]
La locura se ríe, bajo la presión nos
[derrumbamos
El video que acompaña la canción incluye imágenes de una multitud inconsciente, explosiones, edificios y puentes colapsando, individuos hipnotizados, pobreza, desempleo, manifestaciones, esqueletos andantes y criaturas espantosas. En sonidos, palabras e imágenes, ésta es la edad de la ansiedad.
I. ¿Apocalipsis ahora? Causas de la ansiedad en nuestra época. Una conversación de mesa redonda
El período entre las dos guerras mundiales se conoce como interbellum, por lo que podríamos referirnos al período entre el 9 de noviembre de 1989 y el 15 de septiembre de 2008 como “interaxietas”. En la primera de esas fechas cayó el Muro de Berlín, marcando el final de la Guerra Fría y del comunismo en Europa. Prácticamente todo el mundo occidental estaba convencido de que el futuro sería de liberalismo, capitalismo y democracia mundial. La economía floreció, hasta la segunda fecha, cuando Lehman Brothers Holdings, con inversiones de alrededor de seiscientos mil millones de dólares, se declaró en quiebra. Ese fue el principio del fin de la globalización, el final de la fe ciega en las fuerzas financieras y el comienzo del auge de lo que se conoció como populismo. Por casi veinte años, el Occidente experimentó una especie de reanudación de los locos años veinte en la que la ansiedad parecía haber desaparecido, hasta que estalló el pánico y una nueva edad de la ansiedad apareció.
Ese postulado final no es compartido universalmente. El más prominente entre los disidentes es el presidente Donald Trump. El 21 de enero de 2020 en la reunión anual en Davos, de todos los ricos y famosos y de aquellos que aspiran a unírseles, el presidente Trump dijo a sus prestos oyentes que no había una nueva edad de la ansiedad. Al contrario, “Estados Unidos está prosperando, está floreciendo y sí, Estados Unidos está ganando nuevamente como nunca antes. […] Este no es un momento de pesimismo, es un momento de optimismo. El miedo y la duda no son buenos procesos de pensamiento porque éste es un momento para una esperanza tremenda, para la alegría, el optimismo y la acción. Para dar cabida a las posibilidades del mañana, debemos rechazar a los perennes profetas de la fatalidad y sus predicciones del Apocalipsis”.
El renombrado científico estadounidense Steven Pinker, un hombre opuesto a Donald Trump en casi todos los sentidos, concuerda completamente con su presidente en ese punto. En su libro En defensa de la Ilustración (2018), él también se enfrenta contra todos “los profetas de la fatalidad” porque en muchas formas (pobreza, hambruna, enfermedad, guerra) las cosas nunca habían estado mejor. Pinker está convencido de que con “ciencia, tecnología y dinero” la humanidad puede lidiar con todos los desafíos futuros.
En todos los lugares que prosperan gracias a la innovación, Silicon Valley en primer lugar, la convicción de Pinker es universalmente aceptada: los seres humanos y el mundo son maleables en todos los aspectos y no hay ningún problema para el que, al menos a su debido tiempo, la ciencia y la tecnología no tengan la solución.
Exactamente un día después de la oda a Estados Unidos del presidente Trump y del espíritu optimista del embarque, no obstante, el internacionalmente respetado Boletín de los Científicos Atómicos cuya junta de patrocinadores incluye a trece premios Nobel, dio a conocer que había ajustado su Reloj del Día del Juicio Final a 100 segundos antes de la medianoche. Esto fue una forma de expresar cuán aguda se ha vuelto la amenaza de un holocausto nuclear y una catástrofe climática. Si la humanidad no cambia, un Apocalipsis aguarda sin la posibilidad de la nueva Jerusalén prometida en el último libro de la Biblia.
Exactamente siete semanas después, el director general de la Organización Mundial de la Salud, Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus, informó al mundo que el coronavirus que propaga el COVID-19 era una pandemia. Y es como si, aún inesperadamente, ya estuviéramos enfrentando tiempos apocalípticos ahora: la humanidad, confrontada por un invisible y mortal enemigo, está ahora viviendo con una ansiedad mortal.
Y ya habían otros tantos focos rojos que caracterizan nuestra nueva edad de la ansiedad. Los desarrollos tecnológicos abolirán todas las formas de privacidad —una precondición elemental de la libertad— y fuerzas visibles e invisibles obtendrán el control total de nuestras vidas. Los algoritmos determinarán (de hecho manipularán) la información que recibimos y una nueva generación de robots bien podrán causar desempleo masivo. La distopía de la cinta Matrix (1999) —que no difiere en gran medida de La invasión de los usurpadores de cuerpos con un espectro de humanos perdiendo su personalidad— se está convirtiendo gradualmente en más ciencia que ficción. Los síntomas de ansiedad tales como la depresión, el agotamiento, y el estrés están adquiriendo proporciones epidémicas. En los Estados Unidos, que se considera “un país pacífico”, 50 mil personas son asesinadas por violencia armada cada año, 177 personas mueren por sobredosis diariamente y el suicidio es la segunda causa de muerte más común entre los jóvenes.
No es coincidencia que después de cuarenta años, Francis Ford Coppola esté reeditando su película Apocalipsis ahora y Sam Mendes tenga un éxito en sus manos con 1917. Ambas cintas representan brillantemente la locura y el miedo de la guerra.
En el clásico El significado de la ansiedad (1950), Rollo May nos insta a siempre tomar en serio las señales provistas por la ansiedad y nunca ignorarlas ni reprimirlas. Sólo así las causas se podrán encontrar y medir con la realidad permitiéndonos superar el miedo y lidiar con las amenazas existentes.
¿Es acaso la tecnología, como una caja de Pandora, una amenaza y una causa de la ansiedad? Heidegger creía que lo era. Él creía que si el pensamiento filosófico tenía que abrirle paso al cálculo del pensamiento tecnológico, la tecnología destruiría el mundo indudablemente. Las personas fueron esclavas una vez, y ahora, sin darse cuenta, se están convirtiendo en robots reducidos a una función de la tecnología. El indomable deseo de controlar la naturaleza junto con la obsesión del beneficio económico destruirá la naturaleza. Están la bomba atómica, la crisis climática, la Matrix. Si todo esto es cierto, ¿es inevitable o podemos imaginarnos una alternativa? De ser así, ¿cuál?
Poco después de la Primera Guerra Mundial que marcó el comienzo de la edad de la ansiedad, un debate que pasaría a la historia se suscitó en Davos en 1929 entre el experimentado filósofo judío Ernst Cassirer y Martin Heidegger, su alumno por diez años, como parte de las Conferencias de la Universidad de Davos en el majestuoso hotel Belvédère. El debate giraba en torno a una cuestión muy antigua: ¿Qué es un ser humano? Lo que estaba en juego en ese duelo era nada menos que lo que Kierkegaard apenas había sospechado: ¿Acaso nuestra cosmovisión o el ideal europeo de la civilización —del que derivamos los valores que le dan sentido a la vida y nos permiten vivir juntos en libertad— aún tienen fundamentos o han desaparecido y nuestro ideal de civilización desaparecerá también?
Heidegger, que con Ser y tiempo publicado en 1927, es el epítome del filósofo moderno para innumerables estudiosos, afirma, en línea con Nietzsche: “No, no hay fundamento. Lo que pasa por fundamento, metafísica tradicional con sus valores trascendentales, es una farsa. Sólo hay existencia desnuda; los humanos están condenados a la libertad y tendrán que encontrar el coraje para aceptar su ansiedad y ser más auténticos”.
“Si”, responde Cassirer. “Hay un fundamento, tiene que haber un fundamento y eso es lo que el arte, la cultura, Bildung/la cultivación de uno mismo nos ofrece. Allí encontramos valores espirituales y la capacidad para conquistarnos a nosotros mismos para que seamos más de lo que también somos: animales. Sin este fundamento cultural-metafísico no podremos ser libres, ni tampoco podrá sobrevivir una democracia liberal”.
Cassirer, amable pero con firmeza, no deja lugar a dudas de que la filosofía de su distinguido oponente siempre conducirá al fatalismo e irracionalismo, y puede llegar a evocar un peligroso misticismo político. Sin embargo, en la opinión de los presentes, entre los que se encuentra Emmanuel Levinas, Cassirer pierde el debate. El judío está rezagado en el tiempo. ¿No ha demostrado la Primera Guerra Mundial que Heidegger indiscutiblemente tenía razón? No hay esencias, sólo están la existencia al desnudo y la ansiedad, la nulidad y nuestra libertad.
Toda filosofía tiene consecuencias políticas, ya que la política a fin de cuentas no es más que la reflexión social del mundo de las ideas. De modo que se ha convertido en un hecho social que sin el fundamento metafísico que Cassirer defiende, el liberalismo contemporáneo se ha erosionado hasta convertirse en nada menos que la defensa política de los derechos humanos y la economía del libre mercado.
¿La democracia liberal, tal como la apreciamos en Occidente desde la Segunda Guerra Mundial, puede seguir existiendo si las instituciones liberales, la base de nuestra democracia, carecen de fundamento en sí mismas? En otras palabras, ¿qué pasa si se niega la existencia de la moral absoluta y los valores espirituales y las interrogantes sobre el sentido de la vida se consideran socialmente irrelevantes porque son un asunto de los individuos?
Todos los desarrollos políticos en esta nueva edad de la ansiedad apuntan a una respuesta negativa. Porque, ¿por qué en más y más países se les da una completa preferencia al “hombre fuerte” y “primero nuestra gente”? ¿Qué ansiedad está impulsando a las personas? ¿De dónde viene la aversión al liberalismo existente?
Dos políticos liberales prominentes en los Estados Unidos, Joe Biden y Nancy Pelosi, creían que si Donald Trump hubiera ganado la elección presidencial en noviembre, la naturaleza de los Estados Unidos habría cambiado para siempre. Temían que la principal democracia liberal se convirtiera en la principal nación democrática antiliberal. Si ese es el caso, ¿cuáles habrían sido las consecuencias geopolíticas? ¿La política de “nuestra gente primero” alimentaría el miedo a un “choque de civilizaciones” o eliminaría la ansiedad entre habitantes y causara un sentido de comunidad —excluyendo naturalmente a todos aquellos que no son considerados parte de esa comunidad? ¿Y cómo puede ser que el liberalismo, alguna vez fuente de esperanza y libertad, ahora fortalezca el miedo entre un gran número de personas ?
Algo similar está pasando con el capitalismo. Hasta la Gran Recesión del 2008, la globalización del capitalismo fue aceptada generalmente como el único modelo económico que serviría a la prosperidad de los pueblos y liberaría a todos los seres humanos de la pobreza. Cada vez menos personas están convencidas de esto. Entre ellas, prevalece el temor de que mantener el “capitalismo de Wall Street” como la ideología económica dominante sólo aumentará la desigualdad social, la incertidumbre económica y la crisis climática. Inevitablemente, a esto le seguirá aún más resentimiento, xenofobia, ansiedad y desesperación. Pero, ¿cuál es la alternativa que hace la riqueza y el bienestar posible para todos y qué tipo de políticas tienen el poder de hacerlo realidad?
La generación conocida como los milenials parece ser la más susceptible a los miedos que atormentan nuestra era o al menos ellos están conscientes de sus propias ansiedades, en contraste con aquellos a los que Kierkegaard describe como “egotistas exitosos y bien adaptados que han ocultado sus miedos”. Habiendo crecido con el mundo de fantasía de las películas de Disney y el mantra Hakuna Matata, y habiendo alcanzado la mayoría de edad en una época en la que se estrenó la cinta Matrix, los milenials en particular están “bajo presión” cuando se enfrentan al tema de la canción de Queen y Bowie:
Eso es lo espantoso de saber
de qué va este mundo
Viendo a algunos buenos amigos
gritando “déjame salir”
Lo que Herman Hesse escribió en su novela El lobo estepario en 1927 también aplica en gran medida a los milenials: “Hay épocas en las que una generación queda atrapada entre dos tiempos, dos estilos de vida, de forma tal que pierde los parámetros obvios, toda costumbre, reparo e inocencia”.
El mundo en el que han crecido es burocrático, tecnocrático y amoral. Se enfrentan con deuda estudiantil, vivienda inasequible y una constante presión para realizarse. Con demasiada frecuencia se tienen que adaptar a la uniformidad de una organización sin espíritu. Las redes sociales (una perfecta contradicción de términos) provocan el miedo a no ser lo suficientemente “querido”. Con el cambio climático en camino, parece que su “futuro brillante y soleado” se refiere más bien a un sol abrasador sin piedad en un desierto. Los milenials preguntarán con razón, junto con Elvis Costello: Entonces, ¿dónde están los fuertes y quiénes son los confiables?, siendo muy conscientes de que la edad de la ansiedad en la que están destinados a vivir es la consecuencia de las decisiones y la indecisión de las élites existentes. ¿Por qué esas élites, que con el conocimiento de dos guerras mundiales deberían haber aprendido la lección, no eliminaron las causas del miedo, sino que permitieron que se quedaran, cegados a las consecuencias?
Ésta también es la edad de las selfies. Lo más importante que las personas ven en un espejo todos los días es la interrogante de su propia identidad: ¿Quién soy? ¿Cuándo soy yo mismo? ¿Qué hará que mi vida tenga sentido?
Los valores, tradiciones e ideologías políticas que moldearon a sus padres y abuelos ya no existen. Esos valores se han vuelto demasiado corruptos y demasiado inverosímiles. Entonces, ¿es el nihilismo que predijo Nietzsche la razón por la que en lugar de encontrar la respuesta a las preguntas más existenciales, el grito de angustia del corazón humano, tantos jóvenes se deprimen, se suicidan o asesinan?
La palabra “Apocalipsis” es originalmente una palabra griega que significa revelación. ¿Qué revela la ansiedad causada por la pandemia del coronavirus sobre la condición humana y nuestra visión del mundo?
II. Amor Mundi. ¿Cómo acabar con la edad de la ansiedad?
Durante la Primera Guerra Mundial, en los inviernos de 1915-1916 y 1916-1917, los sábados por la noche en la Universidad de Viena, Sigmund Freud dio una serie de conferencias públicas tituladas Einführung in die Psychoanalyse (Introducción al psicoanálisis). Esta serie de pláticas por el fundador de una ciencia completamente nueva pronto se volvieron muy populares. Era una época difícil para todos y la necesidad de comprender qué son los seres humanos y de qué son capaces nunca había sido tan grande. Además, Freud era un maestro nato. Hablaba con calma, su línea de argumentación era clara y no dejaba sin consideración ni una sola faceta de la psique humana.
En su novena conferencia, Die Traumzensur (La censura onírica) —el hecho de que incluso en nuestros sueños podemos reprimir nuestros deseos más perturbadores—, examina a detalle la ilusión de que la mayoría de las personas son buenas, lo que Freud considera una tontería que sólo los ingenuos podrían tomar en serio, ya que se han entrenado a sí mismos a enterrar la cabeza en la arena. Como Freud señala, “ahora ustedes acaso prometan prescindir del carácter chocante de los deseos oníricos censurados, y se retiren a este otro argumento: de todos modos es improbable que deba concederse al mal un espacio tan grande en la constitución del hombre. Pero, ¿las propias experiencias de ustedes los autorizan a decir eso? […] ¿O ignoran que todos esos atentados y transgresiones con que soñamos por las noches son cometidos realmente todos los días por hombres despiertos, como crímenes? […] Y ahora aparten la mirada de lo individual y contemplen la gran guerra que sigue asolando a Europa, piensen en la brutalidad, la crueldad y la mendacidad de que es pasto el mundo civilizado. ¿Creen realmente que un puñado de ambiciosos y farsantes inmorales habrían logrado desencadenar todos esos malos espíritus si los millones de seguidores no fueran sus cómplices?”
El mal existe, Freud está dispuesto a dejarlo claro, y el miedo al mal está más que justificado. La única interrogante es cómo afrontarlo.
Un año después, en el trimestre de invierno siguiente, Freud dio dos conferencias sobre la ansiedad, porque “como quiera que sea, el problema de la angustia es un punto nodal en el que confluyen las cuestiones más importantes y diversas; se trata, en verdad, de un enigma cuya solución arrojaría mucha luz sobre el conjunto de nuestra vida anímica”. Y junto con nuestra vida espiritual, podríamos agregar, arrojaría luz sobre el mundo en el que vivimos, porque en última instancia somos, juntos, ese mundo.
La ansiedad en la era de la ansiedad es el miedo a la existencia, el miedo a la nulidad, la idea de que no llegas a nada, que este mundo no tiene nada que ofrecerte o que tu existencia está amenazada por todas las fuerzas malignas en el mundo.
Esta edad de la ansiedad llegará a su fin sólo si podemos volver a amar al mundo: amor mundi. Sin embargo, eso sucederá sólo si primero aprendemos a conocernos nuevamente a nosotros mismos y descubrimos el sentido de nuestra existencia. Sólo entonces podremos evitar el caos de una sociedad de individuos separados sin un fundamento moral en común, abrumados regularmente por ataques de ansiedad. La paradoja, de acuerdo con Freud y Kierkegaard, es que precisamente por eso la ansiedad no debe ignorarse. No debes dejar que te controle, pero tampoco debes dejarla de lado. Debes controlar el miedo enfrentándolo.
Nuestra edad de la ansiedad se caracteriza en parte por una negación masiva del miedo, escapismo manifestado en el éxito material, inmersión en la multitud, entretenimiento, drogas, ruido, etc. Heidegger lo expresa de manera más sucinta: ¿Cuál miedo hoy en día es mayor que el miedo a pensar? El pensamiento, la autoconciencia, siempre implican una conciencia de las ansiedades, las incertidumbres y la muerte. Es sólo que en su lecho de muerte, inesperadamente golpeado por el cáncer, el buen burócrata de Tolstoi, Iván Ilich, descubre que siempre se había adaptado a lo que su familia y colegas esperaban de él. Siempre se enfocaba en el siguiente paso de su carrera y nunca le había resultado difícil vivir como se debe: ser agradable y correcto. Por eso, su vida no fue más que una enorme mentira en la que todo lo que era supuestamente importante resultó ser una farsa.
Demasiadas fuerzas en política, los medios y el comercio tienen un interés distinto en la preservación de esta sociedad de masas irreflexiva y sin espíritu. ¿Cómo se puede contrarrestar la negación del miedo para que la ansiedad pueda superarse realmente?
Freud detectó otro peligro, algo que hace que el miedo permanezca oculto para que nunca pueda ser vencido: la religión. Para Freud, la religión no era más que la representación de una ilusión, una reliquia de la infancia de la humanidad que no tenía nada de verdad. De hecho, Freud no quería tener nada que ver con ningún tipo de cosmovisión, fuese religiosa, filosófica o política, ya que ninguna nos hace más sabios: “Cuando el caminante canta en la oscuridad, desmiente su estado de angustia, mas no por ello ve más claro”. Freud creía que sólo la ciencia podía proporcionar la verdad. Incluso si la verdad sobre ti y tu existencia a veces es dolorosa y nunca reconfortante, es el único conocimiento verdadero que puede darte el poder de poner fin al sufrimiento que causa la ansiedad y hacer algo de tu vida. Cuando Carl Jung, alguna vez su discípulo más querido, vinculó su propia psicología a una figura divina, reduciendo el psicoanálisis, desde el punto de vista de Freud, a una especie de terapia semi-religiosa, Freud vio esa transgresión como algo imperdonable. Freud consideraba la psicoterapia como un tratamiento que muy frecuentemente detonaba el narcisismo del paciente o que lo satisfacía con un “estoy bien, tú estás bien” en lugar de decirles la verdad.
No tener miedo, afrontar el miedo, saber que estás condenado a la libertad total porque no hay esencias que te orienten —ésta es la filosofía del existencialismo que tanto revuelo provocó en el siglo XX, la primera edad de la ansiedad. Pero entonces, ¿de dónde viene el valor de su existencia? Si no hay nada, ¿para qué seguir viviendo sin suicidarse? Además, ¿por qué dos de los existencialistas más famosos, los filósofos, Heidegger y Sartre, demostraron ser incapaces de resistir la tentación de convertirse en partidarios de la política totalitaria, el nazismo y el estalinismo respectivamente? ¡Dos religiones políticas que nacieron del miedo a la libertad!
Quizás tengamos que aprender todavía más de la generación beat que intentó combatir la edad de la ansiedad a su manera en la segunda mitad del siglo XX.
Primero que nada, a través de la creatividad. La generación beat vio el arte como la mejor manera de crear algo significativo y de explorar todas las posibilidades más allá de sus propias vidas. Nuestra sociedad, sin embargo, y por tanto nuestra educación, está más apegada a la innovación que a la creación, más apegada a la economía que a la cultura, más apegada a la inteligencia artificial que a la vida de la mente.
En segundo lugar, a través del amor. No es casualidad que el coro de la canción de Elvis Costello sea “What’s so funny about peace, love and understanding” (¿Qué tienen de divertido la paz, el amor y la comprensión?) A diferencia del verso final de “Under Pressure” en el que Queen y Bowie cantan:
¿No podemos darnos una oportunidad
[más?
¿Por qué no podemos darle al amor esa otra
[oportunidad?
¿Por qué no podemos dar amor, dar amor,
[dar amor?
Dar amor, dar amor, dar amor, dar amor, dar
[amor, dar amor
Porque “amor” es una palabra tan
[anticuada
y el amor te reta a que te preocupes por
la gente que está al filo de la noche
Y el amor te reta a cambiar
nuestra manera de preocuparnos por
[nosotros mismos
Éste es nuestro último baile
Bueno, ¿por qué no? ¿Por qué nuestra capacidad de amar, y por tanto, de desterrar la ansiedad parece algún tipo de alquimia que pocas personas logran realmente perfeccionar? ¿Acaso es el miedo lo que hace imposible el amor?
Por último, y esto no es sorprendente a pesar de las objeciones de Freud, hubo un verdadero renacimiento de la espiritualidad entre la generación beat. El libro El coraje de existir de Paul Tillich se volvió un clásico casi inmediatamente después de que fue publicado en 1955. Tillich describe la edad de la ansiedad y analiza la relevancia que tiene la filosofía existencialista y todo el nuevo arte en abrir los ojos de las personas a la realidad en la que viven. Sostiene que la principal causa de la ansiedad del siglo XX es la falta de sentido que se experimenta en todas partes, que no es más que una consecuencia de la muerte de dios en el siglo anterior. Este dios, prosigue, es la imagen, amada por los conservadores, de un mago autoritario, todopoderoso, omnisciente, que nos muestra cada vez menos de su magia. El miedo, dice Tillich, sólo puede ser derrotado si todos tienen coraje nuevamente, es decir: tener fe en que hay una fuerza moral trascendente a la que debemos atrevernos a hacer realidad en la Tierra una vez más.
Ese fue también el mensaje, exactamente un año antes, de un predicador que puede contarse entre los héroes del siglo XX: el Dr. Martin Luther King. El 18 de febrero de 1954 dio un discurso en Detroit en el que dijo lo siguiente:
“Quiero que piensen conmigo esta mañana desde el tema: Redescubriendo los valores perdidos. Redescubriendo los valores perdidos. Hay algo mal en nuestro mundo, algo fundamental y básicamente mal. […] El problema no es si sabemos lo suficiente, sino si somos lo suficientemente buenos. El problema no es que nuestro ingenio científico esté rezagado, sino que nuestro ingenio moral esté rezagado. El gran problema que enfrenta el hombre moderno es que, los medios por los que vivimos han dejado atrás los propósitos espirituales para los que vivimos. Así que nos encontramos atrapados en un mundo en mal estado. El problema es con el hombre mismo y con el alma del hombre. No hemos aprendido a ser justos, honestos y amables, y verdaderos y amorosos, y esa es la base de nuestro problema. […] Éste es un universo moral. Es dependiente de fundamentos morales. Si vamos a hacer de éste un mundo mejor, tenemos que volver atrás y redescubrir ese precioso valor que hemos olvidado. […] Toda la realidad tiene un control espiritual; en otras palabras, tenemos que volver atrás y redescubrir el principio de que hay un Dios detrás del proceso.”
Pero, ¿se puede recuperar la fe, una vez perdida? En nuestro mundo secular, ¿seremos más receptivos al consejo que nos presentó el hijo de un clérigo, Kierkegaard: “Se opina que el mundo necesita una república, un nuevo orden social e, incluso, una nueva religión. Pero nadie piensa que de lo que más necesidad tiene el mundo, precisamente en virtud de tanto saber que confunde, es de otro Sócrates”.
Sin duda, eso es cierto, pero ¿dónde está el nuevo Sócrates? ¿Y cuánta influencia puede tener si el viejo Sócrates, a causa del analfabetismo cultural, apenas se conoce?
En nuestros esfuerzos por poner fin a esta era de ansiedad antes de que sea demasiado tarde, puede ser más práctico comenzar por escuchar las palabras de un gran estadista en los días oscuros de la primera edad de la ansiedad. El 4 de marzo de 1933, el presidente Franklin D. Roosevelt pronunció su primer discurso inaugural, que comienza con un consejo tan simple como sabio: “Lo único que tenemos que temer es […] al miedo mismo”.
Ese podría ser un buen lugar para comenzar, amar este mundo nuevamente, oponiéndose a todas las políticas y fuerzas que sólo intentan atemorizarnos. A continuación podemos hacer las grandes preguntas: ¿Quién soy yo? ¿Qué hace que mi vida valga la pena? ¿Cómo podemos librarnos de las amenazas y vencer la ansiedad de esta época?
“Se supone equivocadamente que las preguntas sencillas traen consigo respuestas que no lo son menos”, Albert Camus escribió en El mito de Sísifo, su propia búsqueda del sentido de la vida. Pero esa no es razón para no plantear todas esas preguntas. Porque incluso si hacen la vida más difícil, también la hacen más significativa. ¿No es ese el primer paso hacia una nueva era sin miedo?
Ciclo de conferencias del Instituto Nexus
Esta conferencia fue presentada el 14 de noviembre de 2020, en las plataformas digitales del Instituto Nexus como parte del ciclo La nueva era de la ansiedad. Contó con la participación de artistas e intelectuales como los premios Nobel Wole Soyinka y Olga Tokarczuk. Las actividades están disponibles en las plataformas digitales del Instituto Nexus. Su acceso tendrá un descuento de 30% para los lectores de Confabulario con el código ANX-G9SZE24K.
Conoce las actividades del Instituto Nexus.
Traducción de Sofía Danis
FOTO: Protesta afuera de la oficinas de Lehman Brothers, compañía de servicios financieros, cuya quiebra en 2008 significó el inicio de la crisis económica de ese año./AP