David Lowery y la felicidad asaltabancos
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La película de despedida del célebre actor Robert Redford se basa en la vida de Forrest Tucker, un asaltante de bancos que se escapó 18 veces de prisión y cometió su último golpe en el año 2000 a los 80 años de edad
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POR JORGE AYALA BLANCO
En Un caballero y su revólver (The Old Man & the Gun, EU, 2018), elegiaco opus 5 del también TVserialista milwaukeeano de 37 años David Lowery (Dreadroom 05, En un lugar sin ley 13 y el instantáneo film de culto Historia de fantasmas 17), con guión suyo basado en un reportaje de David Grann que se inspiraba en personajes reales y hechos de 1981, el tranquilo ladrón octogenario de alta escuela con 72 limpios asaltos bancarios y 16 imposibles fugas carcelarias consumadas en su haber Forrest Tucker (Robert Redford) ya sólo necesita enseñarle a las cajeras o a los gerentes su jamás utilizada pistola bajo la gabardina y pedirles de buena manera casi protectora y generosa los billetes que meterá en el suntuoso maletín de cuero con el que saldrá muy orondo por la encristalada puerta por donde entró solo o con sus disfuncionales compinches el traumatizado (Tom Waits) y el afrodiscriminado (Danny Glover), hasta perderse en la sinfonía de alarmas gracias a la hábil persecución automovilística merced al previsto cambio de refulgentes sedanes monocromáticos, dándose para despistar el lujo de toparse con la encantadora viudita ranchera de naricilla respingada a perpetuidad Jewel (Sissy Spacek), su nuevo gran amor tan póstumamente idílico cuan insatisfactorio, pues al héroe le resulta más excitante volver una y otra vez a las andadas de su henchida carrera (iniciada a los 13 años), desafiando hoy al detective policiaco cuarentón Hunt (Casey Affleck) con tierna pareja racialmente integrada (Tika Sumpter) y dos afropequeñines, se lanzará en su persecución enconada, y a un demencial juego del gato y el ratón, con buscados encuentros hasta en el mingitorio, que ambos sostendrán como inmensos retos existenciales, indispensables para su mutua felicidad asaltabancos.
La felicidad asaltabancos se vuelca en los continuos adioses a un actor-realizador leyenda como el octogenario Robert Redford, con genialidad épica multiplicada por cada arruga de su rostro y en las antípodas estoicas del autodevastado Clint Eastwood de La mula (18), acaso porque Redford que supo con la mayor sobriedad ser el esquiador por encima de cualquier dimensión humana de Cuesta abajo o el indómito explorador titular de Jeremiah Johnson o el cerebro de la Operación Watergate de Todos los hombres del presidente al ser juvenilmente visto por los demás (Ritchie 69/Pollack 72/Pakula 76) y el generoso jinete rehabilitador de la niña discapacitada de El señor de los caballos al ser maduramente visto por sí mismo (Redford 98) que ahora parece ajeno al mundo y a sí mismo, corroído por su pasión y su latrocinio compulsivo como uno más de sus múltiples “otros”, que le permiten seguir siendo presa única de la policial Pandilla Cuenta Abajo, jinete al señorial escape por la pradera y cerebro de su propio trío hamponil, como una especie de significante vacío que sintetiza sin aspavientos a todos los demás Redfords pretéritos y armonizándoles al asumir sus diversas efigies y contenidos humanos, no para ser otro más, sino para surgir como un desdoblamiento integral de ellos, más grande que él mismo, desfilando en una pantalla vuelta metáfora y anécdota de su propio Yo, con extraños ecos borgeanos, empeñado en afirmarse y negarse a cada instante de su despedida magna.
La felicidad asaltabancos se permite con admirable elegancia y aseada realización todo tipo de hallazgos expresivos, tales como esa ultraelíptica estructura lineal que además admite tantos insertos correctores en su seno como se requieran hasta modificar su consistencia cual secuencia temporalmente dislocada en su presente-pasado-futuro a lo Kitano (Fuegos de artificio 97), esa altiva manera de sintetizar verdaderas películas subliminales dentro de la película al modo impuesto por el mejor Scorsese de Casino (95), esa calculada donosura para sortear chusqueces al asediante estilo del Atrápame si puedes de Spielberg (02), ese conato de suspenso del asalto padecido por el policía con su hijito al lado y su niña esperando en el auto a lo triple “mientras tanto” de Griffith, esas insinuantes erotizaciones en espejo-alternación tanto del perseguidor Hunt como del perseguido Tucker con sus respectivas parejas dispuestas, ese escape de la fortificada isla-prisión de San Quintín a bordo de un barquito de papel-madera con improvisada bandera de guardacostas, esa compra-partida sin pagar de una redundante jewel a Jewel que culminará en un fingimiento dentro del fingimiento en abismo, esos irónicos letreros con fondo azul para dar paso a la pausa suspendida momentáneamente conclusiva (“Y lo hizo”), la esa dispersión de billetes desde la cajuela perseguida cual metafísica de la irrisión a la John Huston, o así.
La felicidad asaltabancos sigue la pauta expresiva marcada por la alucinante en frío gran película de su autor: así como Historia de fantasmas era una fantasía de antihorror cuyo misterioso fantasmita con infantil sábana a lo Gasparín deambulaba enigmático y magnifico e incólume de principio a fin por todas partes, así Un caballero y su revólver es ante todo una fantasía de antithriller cuyo misterioso fantasmón con infantil atuendo elegante de falso ladrón de alcurnia lubitscheana deambula enigmático y magnifico e incólume de principio a fin por todas partes, y a ello contribuye con eficaz diligencia la apretada fotografía penumbrosa de Joe Anderson con colores violáceos o deslavados a la intemperie inmensa en exteriores, la música falsamente epocal de Daniel Hart y la edición de Lisa Zone Churgin nerviosa hasta sin elipsis.
Y la felicidad asaltabancos sólo narra a fin de cuentas la historia de una sonrisa, la imperdible e imborrable sonrisa del bandolero moderno a las no-víctimas tan satisfechas como él, y la sonrisa de la realización profunda por fin lograda (“No hablo de ganarme la vida, sino de la vida misma”), sin saberlo aplicando con nostálgica ironía el consejo de Don Bosco: “Mantente siempre alegre, mientras tu sonrisa sea sincera”.
FOTO: Un caballero y su revólver es la película de despedida de Robert Redford. / Especial
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