La esencia de Latinoamérica

Jul 6 • destacamos, Lecturas, Miradas, principales • 3819 Views • No hay comentarios en La esencia de Latinoamérica

/

La obra del escritor Rodrigo Rey Rosa ha tenido el buen tino de abordar el carácter cíclico de la historia latinoamericana

/

POR RODRIGO MENDOZA

Si alguien entiende la esencia de lo latinoamericano sería Rodrigo Rey Rosa, novelista y cuentista –otrora discípulo de Paul Bowles y admirado por Roberto Bolaño–. Rey Rosa se ha mantenido fiel a una directriz temática a lo largo de toda su trayectoria literaria: dilucidar los entresijos políticos que marcan la separación entre los pueblos originarios y la sociedad contemporánea. Su objetivo no es ya la construcción de una memoria colectiva posdictator –como el caso de Alejandro Zambra y el propio Bolaño–, sino, más bien, la conformación de un eje narrativo que retrate las penurias de los pueblos originarios de su natal Guatemala ante el alcance del capitalismo y el apogeo neoliberal.

 

Rodrigo Rey Rosa no le teme a la realidad sangrienta, corrupta y terrible que rodea a América Latina. Es capaz de encontrar los conflictos raciales, políticos y, sobre todo, morales que configuran las bases de la vida cotidiana. Así, El país de Toó, su nueva novela, es una muestra clara de ese compromiso literario. Siempre fiel a sus intereses, el guatemalteco se ha esforzado constantemente por crear una narrativa cruda y crítica que no da concesiones al lector ante el laberinto de corrupción, amoralidad y violencia que relata.

 

El escritor ha sabido ubicar sus creaciones en un presente indistinto en el que la era tecnológica funciona sólo para algunos y con propósitos casi siempre destructivos. El país de Toó, al igual que sus novelas Que me maten si… (1996), Los sordos (2012) y su relato Cárcel de árboles (1991) alcanzan altos niveles de imaginería y pesimismo al tiempo que desnudan el conflicto racial y político que se gesta en las entrañas de Guatemala, que por cierto funge como un territorio que bien puede emular a cualquier espacio latinoamericano. El secuestro, el desplazamiento forzado, la corrupción, las ejecuciones extraoficiales y la ausencia de instituciones oficiales son las obsesiones temáticas que Rey Rosa ha perseguido durante años y que en El país de Toó conforman un mosaico acaso más mesurado que en su trabajo previo pero no por ello menos incisivo.

 

Su más reciente novela arrastra el presente incómodo de las comunidades indígenas de gran parte del continente: el despojo ilegal de tierras al que han sido sometidas, ejecuciones masivas solapadas por el Estado y las constantes conspiraciones gestadas en las esferas de poder para eliminar obstáculos políticos. Con El país de Toó, Rey Rosa se aproxima al thriller político sin necesidad de caer en la espectacularidad ni en el vértigo narrativo. No nos presenta persecuciones a lo largo y ancho del país ni intrigas políticas. Su peculiar parquedad narrativa le permite ser más sutil al momento de estructurar su relato. Sus personajes no son cálidos, entrañables o abominables siquiera. Sólo existen dentro de sus páginas como reminiscencias de una realidad que se rehúsa a ser atrapada en un libro. Y esa es, tal vez, la gran cruz que el guatemalteco ha tenido que cargar siempre: su trabajo literario se siente tan real, tan tangible, que a veces pareciera carecer de una imaginación creadora de mundos ficticios. Es como si sólo estuviera calcando la realidad a través de su propio lienzo. El material humano (2009) es una prueba de la habilidad que el narrador tiene para hacer invisible el cristal que divide la realidad de la ficción dentro de su obra.

 

Eso se debe, en gran medida, a que Rey Rosa ha sabido suministrar esbozos autobiográficos en sus obras. A mediados de los 80, Rey Rosa viajó a Marruecos –en donde conoció a Paul Bowles– y esa experiencia le ha servido como base para algunas de sus novelas –El cojo bueno (1996), La orilla africana (1999) y El tren a Travancore (2001)–. Ahí, el autor ha dado sus más profundas muestras de madurez literaria, pues ha sabido desnudar su propia memoria para crear así personajes marginados que, por un destino azaroso, han llegado al país africano huyendo de su tierra natal tanto como de sí mismos. Sin embargo, son alcanzados por la violencia y la corrupción, que no conocen fronteras ni lenguas.

 

Por estas razones, las novelas del guatemalteco podrían parecer, superficialmente, muy parecidas entre sí. Sin embargo, acaso su mayor mérito ha sido siempre el buen tino para representar el carácter cíclico que aqueja a la sociedad latinoamericana. Sus tramas parecen repetirse no por falta de oficio literario sino porque la realidad misma tiende a repetirse en este territorio. No sería extraño que el lector percibiera en El país de Toó algunos ecos de obras previas como Los sordos y Piedras encantadas. En ellas, sus protagonistas viven atrapados en una vorágine de injusticia y conspiración que los alejan de su humanidad y su familia. En los tres casos el lector es testigo del camino que la corrupción traza a lo largo de América Latina. Y es gracias a que Rey Rosa entiende la esencia de lo latinoamericano, que la inclusión de un personaje con inclinaciones filantrópicas en su nueva novela no lo aleja de las contrariedades morales y políticas que cualquier ser humano enfrenta en los tiempos que corren.

 

El guatemalteco no cae en simplicidades moralinas ni en ambigüedades. El ser humano no es perfecto y puede defender algo mientras lo asesina al mismo tiempo. El país de Toó quizás no deslumbra como artefacto literario ni como muestra del talento de su creador, pues está a mucha distancia de sus mejores obras. No obstante, Rey Rosa demuestra constancia en sus preocupaciones temáticas y la naturalidad de su pluma es algo de lo que no se puede prescindir en estos tiempos ni en este espacio.

 

 

FOTO: El país de Toó, Rodrigo Rey Rosa, México, Alfaguara, 2018, 240 pp./ Especial

« »