Rossini en Bellas Artes: viaje a la ensoñación

Mar 19 • Miradas, Música • 3439 Views • No hay comentarios en Rossini en Bellas Artes: viaje a la ensoñación

POR IVÁN MARTÍNEZ

 

Presentada por Rossini como drama jocoso, El viaje a Reims (Il viaggio a Reims, ossia L’albergo del giglio d’oro) se estrenó en París en 1825. Sólo tuvo las cuatro representaciones de su estreno y en años posteriores su partitura se dio por perdida, hasta finales de la década de 1970 en que se fueron encontrando partes de su manuscrito que, reconstruido, se presentó en 1984.

 

Su estreno en México ha llegado recién de la mano de una joven promesa de la dirección musical, Iván López Reynoso (Guanajuato, 1990), que entre sus cualidades ha resaltado la de su interés por presentar (rescatar, dicen algunos) repertorios menos conocidos: sólo en el último año hizo ya también el estreno mexicano de las óperas Viva la mamma (Donizetti) y El Conde Ory (Rossini), no siempre en condiciones óptimas.

 

Presencié en el Teatro del Palacio de Bellas Artes la segunda función, la del martes 15, de esta producción encargada al director escénico Carlos Corona que todavía se puede ver hoy. El resultado es variopinto por el reparto, pero sólido como pieza completa.

 

Hay en el libreto mucho del por qué la ópera permaneció escondida. Se trata de un divertimento grandilocuente para catorce solistas, escrito en ocasión del ascenso del rey Carlos X de Francia, para –dice la Historia– los catorce mejores cantantes del momento. La trama es sencilla: estos personajes se encuentran en un “resort” del que partirían para ver la coronación de Carlos X. Es decir, dramaturgia anecdótica, de ocasión, que sirvió para reunir a esos catorce grandes solistas a los que Rossini escribió mucha de su mejor música; de la más elaborada: como los pasajes en los que se unen todos los personajes en hipnotizante confección armónica y contrapuntística. Si la ocasión se llevara a cabo en la actualidad, sería como una de esas películas hollywoodenses en las que se conjuntan, en noventa minutos exactos, alrededor del año nuevo o el día del amor, diez historias sobre diez personajes interpretados por diez de los actores más taquilleros, que pueden lucirse actoralmente en breves escenas.

 

Llevar eso a la puesta teatral no es cosa sencilla, por eso el debut de Carlos Corona en terrenos operísticos debe aplaudirse: su puesta es eficiente y el trazo limpio, al servicio de la música. El ritmo de la escena se siente con naturalidad y la actuación de sus figurantes es simpática, se encarga de apoyar la escenografía cuando lo necesita y da colores, sin estorbar, a las escenas cantadas a soli. A los cantantes no los hace sobreactuar ni los deja en un plano de timidez. Hace cosas hasta el límite que le permite un divertimento como éste. Ojalá lo veamos pronto enfrentarse a un título de mayor hondura dramática.

 

La escenografía e iluminación de Jesús Hernández también merece aplauso. Una viste con elegancia y limpieza la trama simple, mientras la otra apoya la música con intuición.

 

Ésta es quizá también la mejor actuación que haya tenido hasta ahora la batuta de Iván López Reynoso. El trabajo realizado con la orquesta sobresale por la claridad y virtuosismo con la que ha producido su sonido. Pocas veces se escuchan esos crescendos rossinianos de forma tan orgánica y con tal firmeza; en el caso de la orquesta de este teatro, rara vez también se escucha el sonido de la cuerda tan uniforme en su fraseo y el de los metales tan redondo: qué sorpresa escuchar a su fila de cornos tan robusta. Se nota el interés y la experiencia de esta batuta hacia la ópera, sabe seguir los tempi, adecuarse y apoyar el fraseo y las necesidades de ritmo de cada cantante, pero también se nota una debilidad: en cuestión de matices, todas las voces fueron continuamente absorbidas por el ensamble orquestal, mientras que en cuestión musical, podría ser mayor su influencia en la corrección del estilo, tan bien cuidado en el foso y tan descuidado en los coros o los tutti entre solistas.

 

Si orquestal y escénicamente hay poco qué cuestionar de este Viaggio, referencial para las siguientes puestas de tramas ligeros, vocalmente el reparto pudo ser menos disparejo.

 

Tomo robada una frase de la nota en el programa firmada por López Reynoso para describir, como hace él sobre su personaje, la participación de la soprano Gabriela Herrera (Corinna, la poetisa): oírla “es una ensoñación”; qué voz tan transparente y qué fraseos tan elegantes.

 

A su lado, sobresalen tres cantantes cuya presencia escénica roba foco desde su entrada al escenario, incluso sin cantar: el barítono Josué Cerón, el barítono Armando Gama y el bajo-barítono Carsten Wittmoser, en cuyo lamento “Invan strapar dal core” se escuchó uno de los mejores momentos instrumentales de la función: el solo de flauta que le acompaña. A este grupo de cantantes cuya solvencia vocal sólo es igualada por su propia solvencia actoral, se sumará pronto Jorge Eleazar Álvarez, de sonoridad y aptitudes escénicas mucho más presentes como el mínimo mayordomo del balneario, que de voces principales como las de los tenores Enrique Guzmán (Cavalier Belfiore), sobreexpuesto, y Santiago Ballerini (Conde de Libenskof), siempre desafinado en sus agudos.

 

*FOTO:  La soprano Gabriela Herrera y el tenor Enrique Guzmán en sus interpretaciones de Corinna y Cavalier Belfiore/ Cortesía: Palacio de Bellas Artes.

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