Salman Rushdie 10:45 am: un atentado del extremismo contra la libertad de expresión
Después de décadas de haber sido amenazado tras la publicación de Los versos satánicos en 1988, Salman Rushdie fue apuñalado el viernes 12 de agosto durante una conferencia en Nueva York. Un atentado del extremismo contra la libertad de expresión
POR HUGO ALFREDO HINOJOSA
Entre la vorágine de información que generó la noticia del atentado en contra de Salman Rushdie, rescato un mensaje de Bernard-Henri Levy: “(…) Desafortunadamente para el bastardo que lo acuchilló, mi amigo no tiene alma de mártir. No, él desea ser Balzac y Dickens. Y, es un hecho, definitivamente lo es. Porque como tal, es inmortal”. Yo lo creo así. A lo largo de cuatro décadas, Rushdie renovó la literatura y eliminó las barreras exquisitas que pueden limitar a todo autor. Lo mismo escribe de las tradiciones precolonialistas de la India que critica los procederes del colonialismo y la etapa posterior; habla de El mago de Oz, de Star Trek y utiliza un sinfín de referencias pop que otros evadirían por pudor. Después de todo, conoce bien la cultura extremista de Estados Unidos. La concepción posmoderna de la literatura del autor de Quijote evade las reglas, juega con la exquisitez de los críticos culturales y les brinda a los lectores una escritura renovada, esto es, sin ataduras ni impostaciones. Después de todo, Salman Rushdie ama la comedia, sus personajes se burlan de sí mismos, la decadencia de la humanidad inicia cuando la seriedad triunfa y la religión es el fundamento y doctrina de la seriedad.
A las 10:45 de la mañana, Salman Rushdie, autor de Los hijos de la media noche (que le valió el Booker Prize for Fiction en 1981, ahora llamado Man Booker Prize), fue herido de gravedad, apuñalado en el cuello, previo a comenzar una charla en el condado de Chautauqua, en Nueva York. Al encender el televisor para tratar de saber más al respecto, confirmo con desilusión que las cadenas internacionales no abordan el tema, son sólo las redes sociales las que estallan y arrojan diferentes versiones del suceso que se nutre con videos y fotografías del autor tendido en el piso. Una hora más tarde, apenas una nota tímida aparece en CNN y en FOX News; he de suponer que las cadenas preparan una investigación enfática en contra del islamismo. Se presume que el atacante era un joven musulmán radical. Los motivos son por demás conocidos: luego de la publicación de Los versos satánicos en 1988, las comunidades islamistas se sintieron ofendidas y, en 1989, el Ayatola Ruhollah Jomeiní le puso precio a la cabeza del escritor, quien según se burlaba del profeta Mahoma. Hoy, el edicto religioso, la fatwa, que pedía la muerte del Salman Rushdie, surtió efecto, pero no lograron asesinarlo.
Desde los inicios de la carrera de Salman Rushdie, con la publicación de Grimus (1975), a la que le siguieron Los hijos de la medianoche, Vergüenza, El último suspiro del moro, entre otras obras, abordó la religión y la historia musulmana como mapa y territorio de sus novelas que, como toda literatura excelsa, incomoda, no por la denuncia, sino por la resignificación de la realidad que golpea a los implicados en la miseria que retrata la narrativa. Es así como el trabajo de Rushdie se ha consolidado porque aborda las ideologías políticas, colonizadoras y racistas que, a partir del uso estratégico de los mitos fundacionales de la India, ha narrado los sucesos cruentos teñidos de fantasía que golpean de frente al lector. Lo mismo ha escrito de la Independencia de la India que del fenómeno de Donald Trump como efigie del capitalismo totalitarista del siglo XXI.
Todo fanatismo que intente posicionar la obra de Rushdie como un autor de la decadencia humana se equivoca. Es un autor de optimismo, como él mismo ha declarado, que utiliza los absurdos de la vida para hacer una revisión de los valores humanos, de aquellos que, por lo menos, los haga ser mejores personas. Quijote es la declaración del optimismo de Rushdie frente al tiempo político contemporáneo. Del lector depende hacer la revisión primero de la obra de Miguel de Cervantes Saavedra para encontrar el truco y la metáfora de Rushdie, para quien la belleza, la ética, la imaginación, la verdad, la amistad y el coraje son los verdaderos temas de la literatura, donde anidan la política, la religión y el extremismo.
Luego de la caída del WTC de Nueva York, a causa de los atentados terroristas del 2001 (verdad histórica que no puede cuestionarse ni criticarse), el islam se ha convertido en la piedra angular de la violencia extrema. No obstante, vale la pena detenerse a reflexionar un poco al respecto, porque el atentado contra Salman Rushdie tiene como raíz el extremismo que estoy seguro resurgirá una vez más para desacreditar a una religión que tiene radicales entre sus filas, como sucede también entre judíos, cristianos, ateos o mormones. Debemos intentar escapar de la crítica y condena generalizada porque en toda doctrina existen personajes manipulables y trastornados.
Respecto al islam, hay quienes argumentan que su sola existencia es un grave problema, por lo que anulan a millones de personas. Otros más comentan que el islamismo y el terrorismo no tienen relación estrecha con el islam. No obstante, lo que es verdad en sentido más crítico, y quizá denostado, es que hacia adentro del mundo islámico existe un debate de un islam que defiende y cree en los derechos de las mujeres, la ilustración, la democracia y los derechos humanos. Por otra parte, existe un islam que desea generar caos, según apunta el propio Bernard-Henri Levy. Y es esa segunda visión del islam la que debe erradicarse. En todo caso, debe erradicarse todo tipo de extremismo que surge de nacionalismos tribales como sucede ahora en Europa con el ultranacionalismo de derecha.
Releer la obra de Salman Rushdie es también aprender cómo la historia del siglo XX fue una de fracaso del optimismo político más allá de las religiones; sin embargo, como lo plantea Rushdie: “El fundamentalismo no es algo que surge en el vacío, sino que surge, en buena medida, por el fracaso de las diversas formas del proyecto secular”. Por desgracia, el atentado en contra del autor apunta a que las ideas de progreso dominantes, o que se pretenden vender como dominantes en el siglo XXI, han fracasado. Cada una de las descripciones sociales que intentaron imponernos en los últimos 30 años, las cuales ayudarían a generar un idealismo de fin de las violencias para eliminar los radicalismos (por lo menos en occidente), terminaron por aislar más a los pueblos, a la gente en sí misma. Generaron odios y volvieron a potenciar las ideas de castas que atienden a una tierra a una costumbre y por ende a nacionalismos exacerbados.
Eso es lo que vemos ahora con el manto proteccionista de cada país respecto a los conflictos en Ucrania, Rusia y ahora en China. El joven que empuñó el objeto punzante en contra de Rushdie y que, según las fotografías, ronda los 25 años, creció y vivió ya con el sino de la violencia, con la imagen de un enemigo que encarna una voz en contra de la religión o los idealismos que le fueron inculcados. Las nuevas voces críticas nacidas a principios de la década de 1990 comienzan ya a gobernar el mundo sin haber hecho un solo ejercicio dialéctico del conocimiento, y esto es preocupante.
La idea del mundo moderno, ese del que Rushdie ha escrito tanto con crudeza y que plantea realidades de las que participamos y participan las nuevas generaciones, está encaminado al fracaso, él lo sabe. La tecnología, en su extenso abanico de posibilidades educativas, no funciona, y sólo sirve como plataforma ideal para que los “sacerdotes” (que son todas las voces de las redes sociales, de los programas televisivos, de los programas evangélicos) inculquen, no la pluralidad del pensamiento y del espíritu, sino la construcción de nuevos enemigos de los cuales necesitamos resguardarnos. En la era de la revolución digital, la ignorancia resultó ser la mejor moneda de cambio.
Hasta el último minuto en el que escribo este texto, Rusdhie se encuentra ingresado en el hospital y las fotografías de su cuerpo ensangrentado ya invaden las redes. Lamento decirlo, pero, fuera de un escenario reducido que sabe de su existencia y su obra, a nadie más le importa el atentado. He monitoreado los noticieros y nadie le da voz al suceso. Quizás esto tenga que ver con que nuestra generación (que fue criada por gente de la generación de Rushdie) ya no domina del todo el panorama contemporáneo, las ideas preponderantes con las que fuimos educados quedaron en el pasado, nuestra idea del progreso ahora compite de cerca con el espectáculo. Es probable que su vida se apague en un mundo nuevo donde para unos millones no sea la celebridad que valga la pena conocer. Retomo el último párrafo de La decadencia de Nerón Golden: “(…) Nuestras caras se funden entre sí y luego la cámara gira tan deprisa que todas las caras desaparecen y solamente queda el borrón, las líneas de la velocidad, el movimiento. La gente (…) es secundaria. Sólo se ve el torbellino de la vida en movimiento”, así nuestro presente.
FOTO: Salman Rushdie, quien fue atacado la mañana del viernes 12 de agosto/ Especial
« De la nueva novela a la cine-novela: A 100 años del nacimiento de Alain Robbe-Grillet Better Call Saul: el viaje al pasado se termina »