Sándor Márai: el rescate del apátrida
POR HÉCTOR ORESTES AGUILAR
El escritor argentino Juan Forn es quien mejor ha dado pistas de la anécdota; las doy por buenas y añado o preciso detalles: a principios de 1990, durante una aburrida reunión editorial en París, el escritor italiano Roberto Calasso, presidente y director literario de la prestigiosa editorial Adelphi, se distraía consultando antiguos catálogos de editoriales francesas. Al hojear uno de aquellos históricos repertorios, un dato llamó poderosamente su atención: en 1931 Gallimard había publicado cuatro ediciones de un libro escrito por alguien completamente ignorado por su erudición, Alexandre Maraï. Traducida por L.[ászló] Gara y M.[arcel] Largeaud, se trataba de la novela de 329 páginas Les revoltés (Los rebeldes). Poseído por la curiosidad, abandonó la reunión, como pudo consiguió un ejemplar de la obra, obtuvo más datos de su autor y terminó topándose con un húngaro de quien, tan solo entre 1945 y 1950, se habían traducido siete novelas al alemán.
Calasso leyó todo lo asequible de ese desconocido y tomó una decisión irrevocable. Durante la siguiente Feria del Libro de Frankfurt reunió a media docena de colegas, directivos de otras tantas editoriales, para convencerlos de una empresa inusitada: rehabilitar lo mejor posible la obra del escritor secreto, un extraordinario prosista del siglo XX. Albin Michel, de Francia; Salamandra, por entonces filial de Emecé en Cataluña, y Piper, en Alemania, se sumaron al proyecto; amén de Penguin en Gran Bretaña y Alfred A. Knopf en Estados Unidos, que apostaron con cautela por un rescate más puntual y aplazaron su participación hasta comprobar la rentabilidad de la aventura. De manera insólita, durante el decenio 1992-2002 aquella firma enigmática para Calasso se convertiría en uno de los más grandes hallazgos literarios del cambio de siglo, pues tan solo en francés llegó a vender un millón de ejemplares del puñado de novelas y libros de memorias aparecidas con su original patronímico magiar en la portada: Sándor Márai.
Olvidado para la crítica literaria de Occidente durante casi un cuarto de siglo, excluido de los manuales de historia literaria universal, desatendido por los académicos y por completo fuera del radar para el gran público, la reaparición en librerías de Márai fue un fenómeno deslumbrante. Con la sola excepción de Leo Perutz, el dotadísimo narrador praguense en lengua alemana, ninguno de los creadores centroeuropeos de entreguerras publicado por Adelphi desde mediados de los años ochenta se convertiría en un éxito de mercado, y mucho menos en uno de las dimensiones alcanzadas por el húngaro, tan rápidamente. Heredero o, mejor dicho, deudor de la malicia del dictaminador triestino Roberto Bazlen, sagaz formador del gusto literario moderno en su país, Calasso quizá calculó una difusión simultánea de la obra de Márai en varias lenguas para tener un efecto multiplicador insoslayable e inmediato.
Armar una campaña de ese nivel era imprescindible, además, para resarcir los años de ostracismo resistidos por ese corpus literario, para inyectarle garra a una obra escrita en una lengua sin expansión y mitigar o compensar, en lo posible, una trágica coyuntura: el 21 febrero de 1989, nueve meses antes de la caída del Muro de Berlín, Sándor Márai se había vaciado un balazo en el paladar, aparentemente presa de una depresión crónica por la sucesiva muerte de su esposa y su hijo adoptivo en el curso de los tres años previos.
Mucho antes de la marejada expansiva impulsada por Calasso, la obra de Márai tuvo una recepción constante, aunque silenciosa, en Europa occidental. Entre 1931 y 1978, cuando se truncó de forma abrupta el interés por conocerlos, sus libros se editaron 61 ocasiones en muy diversas lenguas. En español, asombrosamente, en ocho, comenzando por la muy temprana versión de Los rebeldes en 1931, en la editorial Zeus de Madrid, retraducción de la versión francesa de Gallimard debida a Luis Portela. La primera versión de Divorcio en Buda aparece en plena Segunda Guerra, en 1944, en la editorial Mediterráneo, y consiguió un segundo tiro en el sello Distribuciones Ánfora al año siguiente.
Después, la obra de Márai se beneficiará por la entrada en escena de un personaje singular: el psicólogo húngaro Ferenc Olivér Brachfeld (1908-1967), discípulo y seguidor de Alfred Adler, quien, con el paso del tiempo, se convirtió en uno de los más constantes y empeñosos traductores al español de la obra de varios clásicos de la literatura moderna húngara, como Lajos Zilahy, Frygyes Karinthy y, por supuesto, el propio Márai. F. Olivér Brachfeld, como firmaba sus traducciones, era además un catalanófilo, experto catalanista y colaborador de una de las publicaciones literarias centroeuropeas más importantes, Nyugat (Occidente), revista insignia de los modernistas magiares, donde publicó notas sobre Josep Maria de Segarra, Eugeni d’Ors y Josep Maria López-Picó. Afincado en Barcelona por segunda vez a partir de 1931, Brachfeld estableció muchos vínculos con la escena bibliógrafa local, y ofició también más tarde como agente editorial e incluso editor. En 1946, la editorial Destino publicó su traducción de la novela de Márai conocida hoy en nuestra lengua como El último encuentro, publicada por entonces con un título más cercano al original, A la luz de los candelabros, que conoció una segunda edición en 1951, esta vez en la muy añorada serie Áncora y Delfín.
A Brachfeld se debe también una primera versión de la primera parte de La mujer justa, publicada en Náusica en 1945 con el título La verdadera; la traducción de una de las obras más importantes de Márai que no ha vuelto a publicarse en español, Los celosos (José Janés, 1949) y, finalmente, de otro título exclusivo para coleccionistas en nuestros días, Música en Florencia (Destino, 1951). Vale decir: durante veinte años la obra del novelista húngaro había gozado de una cierta visibilidad en España, difuminada después por tres razones principales.
La primera, indirecta, fue el notable éxito de las novelas de Lajos Zilahy, con numerosos tirajes en diversos países de lengua española, un novelista con la fortuna de ser canonizado en español, al ver publicadas en vida sus obras completas en la elegante serie Clásicos del Siglo XX de la editorial Plaza & Janés a principios de los sesenta. De esa serie, la mayor parte, si no la totalidad, fue traducida o cotraducida por Brachfeld, quien se vio forzado a privilegiar la traducción del autor “elegido” por el mercado en esa época. La segunda razón fue la partida de Barcelona de Brachfeld: durante siete años (1950-1957) se distanció de la capital catalana para desarrollar una intensa actividad académica en la Universidad de Mérida, en Venezuela, y ocuparse de la traducción o representación de otros autores, como Thomas Mann y André Maurois. El tercer motivo para la desaparición de los libros de Márai del ámbito hispánico fue sencillo y brutal: pertenecer a una cultura literaria que, para efectos prácticos, casi había sido borrada del mapa y, bien vistas las cosas, subsistía solo en la diáspora.
La Hungría donde había nacido Márai en 1900 fue mutilada, ocupada y repartida varias veces al momento en que el novelista decidió exiliarse de forma definitiva, con el pretexto de una invitación para asistir en Ginebra al III Rencontre Internationale de escritores, serie de ocho conferencias realizada durante los primeros días de septiembre de 1948. En aquel encuentro, cuyo tema principal era el debate sobre el arte contemporáneo, Márai debe de haber entrado en un estado de conciencia a un tiempo perturbador y de extrema claridad.
Al escuchar las exposiciones de intelectuales como el crítico de arte Jean Cassou, el director de orquesta Ernest Ansermet y el novelista Elio Vittorini sobre el arte contemporáneo, la experiencia musical en el mundo de posguerra y el compromiso del escritor, respectivamente, confirmó la sensación de estar dejando atrás un mundo y una época irrecuperables, que acaso solo habían cobrado cierto sentido aparente para él durante los tres decenios de su vida adulta, y de entrar a un orden de cosas lejano a sus experiencias y preocupaciones estéticas. Estaba ante un viraje que terminaría por catapultarlo a una existencia asincrónica, a través de la cual, sin importar dónde viviera y dónde escribiera, iba a sentirse siempre desplazado, fuera de lugar, incomprendido. Supo que se convertiría en un nómada y un apátrida.
En su intervención en las conclusiones del encuentro, Márai mencionó, con un acento pesimista, la creencia general en que el socialismo se convertiría en la religión inmanente de las masas, cuya energía creadora terminaría por traducirse en una obra de arte. Lo cual era, según él, muy lejano aún, pues podía comprobarse la falta de relación orgánica entre el arte y las masas. A Márai ni siquiera pudo haberlo consolado el encontrarse en el ciclo de Ginebra con el filósofo católico francés Gabriel Marcel, quien quince años antes había reseñado con entusiasmo Los rebeldes para la Nouvelle Revue Française, y quien tenía pleno conocimiento de lo que implicaba para los occidentales el derrumbe del imperio austrohúngaro y la fragmentación y realineación política de sus Estados sucesores, pues en la Rue de Tournon de París había sido vecino y cercano amigo de Joseph Roth, otro gran cantor de la desaparición de la vieja Centroeuropa, a quien acompañó hasta su entierro.
Sandor Márai es el mejor narrador del cataclismo padecido por los ciudadanos de una parte de Europa central en el siglo XX, esa “otra” Europa cuyo sentido de pertenencia compartida con Occidente les fue extirpado de manera atroz durante los peores años del socialismo real. En las páginas de Márai, lúcidas y de un vigor extraordinario en nuestros días, los contemporáneos encontraremos un muy alto ejemplo de que la inteligencia y la convicción moral inquebrantable siguen siendo dos asideros fundamentales para sobrevivir, victoriosamente, a las complejas y con mucha frecuencia desgarradoras transiciones de época.
*Fotografía: Sándor Márai se suicidó el 21 de febrero de 1989/ESPECIAL.
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