“El paraíso existe: es la Amazonia” Entrevista con Sebastião Salgado

Jun 5 • Conexiones, destacamos, principales • 31195 Views • No hay comentarios en “El paraíso existe: es la Amazonia” Entrevista con Sebastião Salgado

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Sebastião Salgado, el fotógrafo latinoamericano de mayor proyección mundial, comparte en esta entrevista exclusiva su experiencia de vida en comunidades indígenas. A propósito del lanzamiento de Amazônia, su nuevo libro que comenzará a circular en nuestro país en próximas semanas, habla de la importancia de ese ecosistema, del papel que juegan sus pobladores en el cuidado de su riqueza ambiental, y de su propia evolución en el quehacer fotográfico

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POR SONIA SIERRA
“El paraíso terrestre existe y es la Amazonia”. La frase de Sebastião Salgado evoca casi siete años de viajes por la selva, entre grupos indígenas, donde se dejó atrapar por la belleza de los ríos voladores, la inmensidad de los árboles, montañas y ríos, y la diversidad de culturas que tienen ecos de la prehistoria. Ese universo está en el libro Amazônia (Taschen, 2021), diseñado y editado, como todas sus obras, por Lélia Wanick Salgado, esposa del fotógrafo.

 

El libro –que este junio llegará a México– tiene alrededor de 400 fotografías en blanco y negro, y un texto suyo donde describe momentos de ese recorrido y documenta la transformación de la Amazonia con un propósito: “que no desaparezca, que lo que estoy haciendo no sea el fin de la historia”.

 

Sebastião Salgado (1944, Aimorés, Minas Gerais) se ha ocupado de documentar el pasado y el presente, y divulgarlo. Las referencias a la historia, la ciencia y la cultura acompañan su obra creativa; también la crítica a sectores políticos y económicos.

 

Cuenta que antes de la llegada de los portugueses, 500 años atrás, en el área de la Amazonia habitaban alrededor de cinco millones de personas, mientras que la población indígena hoy es de alrededor de 370 mil personas, 188 grupos que hablan 150 lenguas, algunos de los cuales comparten grupo lingüístico con culturas del Caribe, a miles de kilómetros: “Posiblemente adentro de la Amazonia tenemos la más compleja diversidad de grupos culturales del planeta”. Apunta que, además de aquéllos, se calcula que existen 114 grupos no contactados.

 

La supervivencia de todos ellos depende precisamente de la preservación de esa selva que describe como “la última frontera”, un bosque que posee la décima parte de todas las especies vegetales y animales existentes: “el laboratorio natural más grande del mundo”.

 

“La importancia de proteger el ecosistema es que con esa protección protegemos a todas las comunidades indígenas: el 25% de la Amazonia brasileña que pertenece a los indígenas está prácticamente todo protegido, las comunidades indígenas son guardianes de la selva”.

 

A la par del libro publicado por Taschen, Amazônia es una exposición que recorrerá museos de Europa y Brasil; actualmente se expone en la sede de la Filarmónica de París, ciudad donde vive el fotógrafo y desde donde tiene lugar la entrevista telefónica. A Brasil, hace un año y cinco meses que no ha podido volver por la pandemia.

 

 

Amazônia es un proyecto que a lo largo de su carrera estuvo ahí, desde aquel primer viaje en los años 80…
Sí. Yo trabajé un poquito en la Amazonia en el proyecto Génesis, en Brasil y Venezuela. La situación es muy difícil en Amazonia; hay una amenaza muy fuerte sobre el ecosistema y sobre las tribus; entonces tomé la decisión de pasar un tiempo en la Amazonia, empecé a trabajar en el inicio de 2013, y terminé en el 2019; pasé casi siete años, no viviendo; yendo, volviendo, pasando tiempo.

 

Hay nueve países amazónicos, yo trabajé sólo en Brasil. Las fotografías que he hecho para este libro son de la Amazonia brasileña, porque ya es complicado trabajar en uno, tener las autorizaciones para los diferentes países sería muy difícil. Pero más de 60% de la Amazonia se encuentra en Brasil; lo que hago en Brasil es un poco representativo para todo la Amazonia.

 

La visión de las fotografías que he hecho es de la Amazonia viva, con la selva, con las comunidades indígenas, no de la Amazonia muerta, destruida por los fuegos, por la gente, la urbanizada; he hecho la parte pura. En Brasil, 17.2% de la Amazonia ha sido destruida, pero tenemos ahí casi 83%.

 

Hombres de la comunidad Zo’é de la aldea Towari Ypy./ © Sebastião Salgado

 

 

Escribe que busca “documentar lo que aún sobrevive antes de que desaparezca nada más”.
Yo te lo digo: “Documentar, esperando que no desaparezca, esperando que lo que estoy haciendo no sea el fin de la historia”.

 

 

¿Qué riesgos percibió para toda esta riqueza humana y natural?
La Amazonia tiene un riesgo profundo, inmenso; el riesgo de la Amazonia es el appétit planetario por el consumo; como pasó en las selvas de Asia, de Sumatra, Papúa Nueva Guinea, en las selvas de África. Se fueron desapareciendo en función de la demanda planetaria de tierras para la agricultura, de tierras para producir el aceite de palma. La amenaza en la Amazonia es la demanda mundial por la carne, por la soya. Tendríamos, el planeta entero —no sólo los países del Amazonia— la responsabilidad seria de intentar bloquear esta destrucción local en función de un control de la demanda. Es una responsabilidad planetaria; uno de los objetivos al hacer esta exposición en el mundo entero, es intentar ayudar a concientizar a todo el planeta de que tenemos que proteger este ecosistema.

 

Pero, para responder a tu pregunta, hay una amenaza real, brutal. En los años 80 la Amazonia brasileña estaba casi toda ahí, y hoy 17,2% ya se fue; en los últimos 40 años se fue. Se debe proteger este ecosistema porque necesitamos de él para la distribución de humedad en todo el planeta, que es lo que sale de ahí en forma de ríos aéreos; el volumen de agua que sale de la Amazonia, cada día, por vía aérea, es más grande que el volumen de agua que el río más grande del mundo, el Amazonas, echa en el océano Atlántico. Tenemos que hacer mucho para el equilibrio del ecosistema; ahí en estas selvas está el más grande depósito de carbono del planeta y, a medida que la vamos quemando y destruyendo, se van creando bombas de carbono que van entrando en la atmósfera. Entonces, hay que tener, sinceramente, una responsabilidad: es ahora o no es más.

 

Panorama del cerro Marauiá en la Región Yanomami del Amazonas/ © Sebastião Salgado

 

 

Escribe usted que los viajes representaron la oportunidad hallar personas con costumbres muy antiguas, que no existen en otras partes del planeta.
En la selva Amazonia, hay en torno de 114 grupos que nunca han sido contactados, que son la prehistoria de la humanidad, que viven aislados todavía. Y hay otros grupos que han sido contactados, pero que viven de una forma muy aislada; yo trabajé con algunos de estos grupos ya contactados. Es realmente un encuentro con nuestro pasado, es un privilegio; la prehistoria de la humanidad existe dentro de la selva Amazonia. Somos nosotros mismos, es el Homo sapiens en su inicio.

 

 

¿Cómo fue fotografiar a esos grupos sin invadir sus vidas?
Yo no contacté ningún grupo que no ha tenido contacto; no quería, no tenía ninguna gana de aproximarme a ellos y también está prohibido aproximarse a ellos. Contacté con grupos con los que la Fundación Nacional del Indio (FUNAI), de Brasil, tenía contactos. Con ellos trabajé, intentando que mi fotografía no hiciera ninguna interferencia en sus vidas; llegar con una cámara fotográfica no ha sido sorpresa para ninguno de los grupos con los que me presenté.

 

He sido invitado a un viaje por la FUNAI que iba en dirección a un grupo jamás contactado, no para contactar, sino para hacer una verificación y delimitación de su territorio. La FUNAI envía misiones por vestigios de estos grupos, delimitan para después hacer su reconocimiento como territorio de este grupo y para que ninguno penetre más. Esto ha sido antes del gobierno de Bolsonaro; el gobierno de Bolsonaro no respeta nada, es un gobierno de una tentativa de violación de los espacios amazónicos, de las tribus, de invasión de los territorios, el gobierno de Bolsonaro es el más reaccionario y terrible que usted alcance a imaginar en relación a la cuestión indígena y a la protección de todas las minorías.

 

Pinu Vakwë y Xuxu, dos cazadores del pueblo Korubo del Amazonas./ © Sebastião Salgado

 

 

En mayo de 2020, Salgado y su esposa Lélia, en un documento que firmaron más de 60 personalidades de la cultura en el mundo, demandaron a las autoridades brasileñas la protección sanitaria a las tribus indígenas del Amazonas. Sin respuesta alguna del gobierno de Jair Bolsonaro, sino con apoyo del poder judicial consiguieron ventajas para las comunidades indígenas, una de ellas ha sido la priorización de la vacunación para estos grupos; hoy, alrededor de 80% de la población de las comunidades indígenas contactadas en Brasil ha recibido la vacuna contra el Covid-19.

 

En los viajes, ¿hizo muchas fotos?, ¿hay momentos para trabajar fotos de la selva y otros con los grupos indígenas?, ¿cómo es ese trabajo?
El trabajo en la Amazonia es muy especial. Es un trabajo que se hace muy despacio. Las comunidades indígenas no son muy grandes; entonces son muy difíciles los accesos, uno llega a la comunidad y no están ahí: se fueron a pescar, a cazar; hay que esperar, tener mucha calma, mucho tiempo. Yo hago fotografías, pero no muchas; a veces tengo días sin fotografiar porque no hallo qué fotografiar y, otros, me voy con ellos en una expedición de pesca o una expedición de caza, y cuando volvemos a la aldea, tengo ahí una especie de especie de estudio que meto abajo de los árboles, y los indígenas quieren venir, dejan que yo les haga retratos, y creo toda una actividad en torno de la vida comunitaria, empiezo a ser parte de la vida comunitaria.

 

Pero yo no fotografío mucho, ¿sabe? Hoy fotografío en cámaras digitales, pero no sé editar en la pantalla de una computadora, entonces mi asistente tiene que hacerme las hojas de contactos que yo edito con una lupa. No puedo hacer de más porque si no me queda una montaña de contactos.

 

¿Cuántas hago? Eso no es lo más importante, lo importante es que tu vida esté ligada a la vida de una comunidad, que tú seas parte de la vida de una comunidad; a veces paso dos o tres meses en una comunidad. Tal vez, si fuera a una comunidad urbana, donde las cosas pasan inmediatamente, en diez días yo haría lo que necesito; para hacer en la Amazonia pueden ser tres meses porque las distancias son enormes.

 

Luísa, hija de Moisés Piyãko Asháninka, del Territorio Indígena Kampa del Río Amonya./ © Sebastião Salgado

 

 

Siempre ha sido más importante el generar ese vínculo…
Claro, tiene que tener una relación, tiene que tener mucha discusión con la comunidad y, claro, tiene que, a partir de un momento, ser parte de la comunidad, tener placer de estar ahí. Tuve muy grande placer de vivir en estas comunidades indígenas. Entonces, el tiempo para mí, no ha sido el más importante. Yo tenía que tener tiempo, por eso es que me metí siete años ahí.

 

 

¿Vuelve a hacer retratos a medida que ellos crecen, que hay nuevas generaciones?
Volví. Encontré tribus que vi años atrás; niñitos que habían sido mis guías cuando fui hace más de 20 años y que hoy son grandes líderes indígenas. He podido observar cambios interesantes en estas comunidades.

 

 

¿Cómo es el trabajo que viene al regresar al estudio a París?
El acto de fotografiar es muy poco tiempo, en relación al acto de utilizar la fotografía. Después de volver a París, yo tengo que desarrollar; preparar los contactos, elegir las fotografías que me interesan, hacer las copias de trabajo… paso meses trabajando todo esto. Desde del inicio del año pasado, hasta ahora, hemos estado editando, preparando, eligiendo; Lélia, que diseña todos mis libros, ha estado preparando los libros, la exposición. Vivo, casi que exclusivamente, de esto, de ir, fotografiar, elegir; así he pasado mi vida en los últimos 50 años, después de que me transformé en fotógrafo.

 

 

¿Cómo participa su esposa Lélia en todo el trabajo de la fotografía, la planeación, la edición de los libros, los viajes?
Oiga usted: vivimos juntos desde 1964; ella tenía 16 años, yo tenía 19. Yo soy economista; Lélia, arquitecta. Cuando yo pasé a la fotografía, unos años después Lélia también pasó a la fotografía. Hemos hechos tantas cosas en la vida juntos, hemos criado nuestra familia, hemos hecho nuestro trabajo, creamos un proyecto ambiental en Brasil (Instituto Terra), hemos plantado millones de árboles; hemos hecho una vida juntos. Es mucho más que mi mujer, es mi socia en todo en la vida. En todas las concepciones de trabajo, en los viajes; Lélia ha venido a muchos viajes a la Amazonia y tal vez no se quedaba tanto tiempo como yo, pero era para crear las exposiciones, los libros; tenía que mirar, sentir. Nosotros estamos muy mezclados, conceptualizamos, creamos, hacemos; en realidad los dos somos una sola persona. Yo aparezco más porque soy el fotógrafo, porque soy el hombre y hay un machismo muy fuerte en el planeta. Pero todo lo hacemos juntos, tenemos una participación igual en la creatividad de este trabajo.

 

 

¿Cuáles son los riesgos para estas comunidades indígenas?
El peligro de la destrucción de la comunidad indígena es la destrucción de la Amazonia. Si podemos proteger la Amazonia, si podemos integrar el ecosistema dentro de un sistema planetario; si podemos integrar no sólo la comunidad de los indígenas, sino las comunidades de no indígenas que viven a la orilla de los ríos de la Amazonia –que son grupos que entraron ahí desde el inicio del siglo pasado para recolectar el caucho— entonces hay una posibilidad de integrar todo esto en un sistema económico que pueda hacer que ellos vivan con dignidad y que no se destruya el ecosistema. Con la protección del ecosistema protegemos a todas las comunidades indígenas; las dos cosas van juntas.

 

 

¿Qué le interesó más de la cotidianidad y tradiciones de estos grupos?
Desde afuera las comunidades indígenas se piensan como una sola cosa, pero en Brasil hay casi 200 lenguas, casi 200 culturas diferentes. La gran mayoría de estas culturas indígenas que están en el Amazonas, en un momento, hace miles de años, marcharon de la costa Pacífica hasta la Amazonia, a través de la América Central, desde la costa Caribe, desde la costa Atlántica; se sabe que vienen de allá porque hablan en el mismo grupo lingüístico, anduvieron desde ahí hace miles años. Posiblemente, adentro de la Amazonia tenemos la más compleja diversidad de grupos culturales del planeta. Esto genera costumbres muy distintas, yo trabajé con grupos a donde las mujeres tienen cuatro o cinco maridos –un marido cazador, otro agricultor, otro pescador, otro que
se queda a la orilla de la casa, y ellas controlan la línea de consanguineidad. Hay grupos indígenas que se suicidan para pasar a otra vida, los suruwahás, donde hay suicidios colectivos con fiestas fantásticas, o los del alto del río Xingú que no comen animales de sangre caliente para no ser violentos, porque en su escala de valores, no hay nada peor que la violencia, y sólo comen serpientes, tortugas… Son tantos hábitos, centenares de costumbres, actos distintos entre las tribus. Es un sumatorio de culturas colosal, la Amazonia.

 

Ino Tamashavo, una joven de la comunidad Marubo./ © Sebastião Salgado

 

Wim Wenders habla de usted como un “narrador de historias”, ¿qué piensa de esa definición de su trabajo?
Oiga: los fotógrafos son narradores de historias, no sólo yo. Todos. Ahí cerquita de donde está usted ahora hay una fotógrafa que se llama Graciela Iturbide que narra la historia de los mexicanos que una manera colosal. Los fotógrafos son contadores de historias, yo también soy un narrador de historias.

 

 

¿La exposición de Amazônia podría venir a México?
Yo quisiera. Si hubiera un museo mexicano interesado pararíamos con gran gusto la exposición en México; tenemos dos fechas de la exposición para América Latina, pero podríamos llevarla de Francia a México. Yo lo haría con mucho gusto.

 

 

¿Ha pensado en una nueva serie?
No, ya soy hombre viejito; tengo 77 años. Creo que ahora voy a calmarme un poco. Hacer bastante de lo que no he hecho y no he tenido tiempo. Si todo marcha bien, y no tengo ningún accidente, tengo 10, 12 años, delante de mí. Es todo.

 

 

¿Cómo lo cambió la experiencia de este viaje?
Este viaje ha sido como un gran regalo en mi vida. Pasé estos años, todos, en el paraíso; el paraíso terrestre existe y es la Amazonia. La Amazonia es el lugar más puro, hermoso, un lugar casi  imposible de describir de tan grande, tan impresionante: las lluvias son una cosa espectacular, las nubes, los ríos aéreos, los ríos, los peces de 250 kilos… es el paraíso. Amazonia es el paraíso terrestre. Tenemos que proteger el paraíso. Es la historia de la humanidad, el paraíso existe; es en Amazonia.

 

FOTO PRINCIPAL: Keiá Yawanawá de la comunidad Mutum pinta la espalda de la joven Kanamashi, del pueblo Amparo./ © Sebastião Salgado

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