Serguéi Loznitsa y la plaza masacrada

Ago 1 • Miradas, Pantallas • 3441 Views • No hay comentarios en Serguéi Loznitsa y la plaza masacrada

 

POR JORGE AYALA BLANCO

 

En Maidán (Maidan, Ucrania-Holanda, 2014), calculadísimo y archipreciso cuarto largometraje documental del apenas quincuagenario exmatemático bielorruso también ficcionista espiritual en dos insignes ocasiones Serguéi Loznitsa (Mi felicidad 10, En la niebla 12), con guión, fotografía (junto a Sergly Stefan Stetsenko y Mykhailo Yelchev) y coedición (al lado de Danielus Kokanauskis) suyos, consigna sobre la marcha, y a veces jugándose el pellejo, los hechos que siguieron a la toma popular hacia noviembre de 2012 de la Plaza de la Independencia Maidán en el regio centro neurálgico de la bella capital Kíev sobre las riberas del Dnieper encantado, a raíz del rechazo masivo al presidente ucraniano Víctor Yanukovich, considerado un pelele del expansionista déspota ruso Vladimir Putin por haber rechazado (con base en un traidor Tratado de Vilnius) el ingreso a la Comunidad Europea de ese frágil país soberano otrora satélite soviético, toma inamovible que concitó la protestataria aprobación del espíritu nacionalista, atizándolo, y provocó la furia de las autoridades, sin jamás atreverse a responder a las demandas de esos manifestantes espontáneamente organizados para permanecer allí, lo cual acarreó, a partir del 16 diciembre, una escalada represiva por medio de las fuerzas antimotines que produjo, en inesperada respuesta, la utilización de los adoquines de la plaza como proyectiles contra los inmensos escudos, los gases lacrimógenos y los fratricidas tiroteos policiales, así como un concertado alzamiento de barricadas en la plaza, centenares de muertes e incontables heridos, durante una cruenta masacre prolongada, sin nunca lograr que la muchedumbre, diezmada pero siempre renovada, abandonara el lugar, hasta producirse una desesperada marcha hacia la cercana sede del Parlamento, justo el 18 de febrero de 2013, a través de los puentes y las anchas avenidas de esa ciudad jardín, ahora sembrada de asfixiantes nubes ocres e incendios tanto grandes cuan pequeños por doquier, y cuyo dominio no abandonaría el sanguinario Yanukovich sino a inicios de 2014.

 

La plaza masacrada somete a la realidad apremiante, por peligrosa y agitada que ésta sea, a un persistente y severo régimen de largos planos fijos abiertísimos y en general todoabarcadores que, así concebidos y montados en un conjunto aparentemente monótono o monocorde, pero muy por encima de todo burdo o facilista reportaje militante de emergencia, individualizan, personalizan y casi subjetivizan la visión de las cosas, al tiempo que la depuran, mediante una especie de lirismo parco y seco, del todo informulable e inclusive innombrable, evitando intercortes, saltando de petrificado plano secuencia en insostenible plano único, que son lo mismo, independientemente de lo que abarquen, sea un océano de cabezas expectantes vagamente entonando el valseado Himno Nacional o un panorama multifractal de esa embutida Maidán todavía circundada por vetustos edificios-partenones administrativos y miméticos palacios flamígeros, sean instantes de calma previos a los godzillescos chorros de agua disuasiva o el temerario registro subrepticio de una carga de fusilería materialmente espiada desde el interior de un vehículo fulminado, sea el reporte parcial de alguna victoria táctica sobre los embates asesinos de la Berkut o sea la imagen de enseñoreados hombres con armas desde la perspectiva indefensa de un instantáneo foso repleto de escombros, trátese de la tensión concentrada en los momentos muertos de la lucha o trátese de alguna agresión bárbara que se produce y concluye a lo largo de un plano prolongado por varios tres o seis intolerables minutos eternos, planos estáticos de una estética oculta e inconfesable por pudor sacrificial, sólo sin embargo con la móvil excepción de una cámara filmando agitado y chueco bajo la presión de las balas y las macanas que se inserta a los dos tercios de las dos horas sobradas de este relato vivencial intensamente vivido y fríamente ordenado, con cero close-ups; únicamente las estrategias del descontento de las masas, los grupos de activistas anónimos y las ubicuidades del trabajo colectivo que hacen la Historia.

 

La plaza masacrada registra puntualmente y en contrapunto ecos de hímnicos cantos corales (“La Ucrania no murió/ Les demostraremos que somos la nación cosaca”), discursos (“Un hombre sin dignidad es un hombre incompleto; una nación sin dignidad no es una nación”), arengas (“Gloria, gloria, gloria”), fragmentos de sermones henchidos de popes solidarios y frases dispersas (“El silencio es esclavitud”), sin preocuparse por mostrar la fuente sonora, salvo en el caso de algún villancico navideño candorosamente entonado por niños con disfraz de angelitos o en el caso de algunos diálogos extraviados que surgen de cierta pantalla gigante empequeñecida o arrinconadamente subsistente al interior de esa gran pantalla omnirreceptora donde los rockstar intempestivos son los propios participantes del plantón arrasado, siempre ecos extraordinariamente expresivos merced a un rechazo radical a toda entrevista y narración fuera de campo, ecos atrapados como viniendo de modo natural desde atrás, cual surgidos espontánea y sustancialmente de los acontecimientos narrados, ecos fundamentales, estructuralmente indispensables aunque muy espaciados.

 

Y la plaza masacrada apenas se contextualiza, porque su función es crear contexto, una totalidad fílmico-política como el cosmos imaginado por Spinoza cuyo centro está en todas partes y sus límites en ninguna, aunque podría dar la idea de dispersión caótica, culminando en ronco y hondo acto funeral con desfile de ataúdes abriéndose paso con dificultad entre la anchura horizontal del encuadre, una suerte de conmovedor réquiem que asimismo se abre paso entre un régimen drástico de pantallas a oscuras y ecos de ecos de voces mártires de lo inmediato, un haz de voces autocondolidas que se sueñan dura y duraderamente heroicas (“Los héroes nunca mueren”).

 

 

*FOTO: En noviembre de 2012 una ola de protestas que tuvo como epicentro la plaza Maidán de Kiev llevó a la renuncia del presidente ucraniano Víctor Yanukovich. El documental Maidan (2014), del director Serguéi Loznitsa, recrea este episodio de la historia de Europa del Este./Especial.

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