Shakespeare en 1599
POR SERGIO TÉLLEZ-PON
La vida de William Shakespeare suscita, aún hoy a 450 años de su nacimiento, varias teorías sin fundamento, como aquélla que asegura que no existió, que es el seudónimo de alguien que por razones sociales o políticas no podía firmar las obras de teatro o que, en el mejor de los casos, era un súbdito del conde de Oxford, quien tomó prestado su nombre para firmar las obras.
En esta última teoría se basa toda la trama de la película Anónimo (dirigida por Roland Emmerich, 2011), donde se presenta a un Shakespeare bufonesco, analfabeto, ajeno a las intrigas en la corte pero ávido de fama, pues ante la negativa de Benjamin Jonson es quien firma como suyas las obras del conde de Oxford. Esas teorías son consecuencia de las pocas cosas que se saben sobre Shakespeare: no existe acta de bautismo ni de defunción, ningún manuscrito de sus obras, sólo existen cinco firmas en distintos documentos pero todas son diferentes entre sí y ninguno de los retratos que se hicieron de él es confiable pues no se parece. De manera que son más las incógnitas y los enigmas que las certezas y es lo que lleva a la especulación.
Por otra parte, en la corta pero productiva vida de Shakespeare (Straford-upon-Avon, Inglaterra, 23 de abril de 1564-1616) existen años de los que se tienen grandes lagunas: no se sabe qué pasó, qué hizo, dónde vivió entre 1585 y 1592, cuando tiene entre 21 y 28 años de edad. Esos siete años que Tomasi di Lampedusa califica como “años de oscuridad” y que considera una pena “porque estos años fueron sus años de formación” (en Shakespeare, Nortesur, Barcelona, 2009). En cambio, de otros años, en concreto de 1599, cuando tiene 35 años, ahora se saben muchas cosas gracias al minuciosamente documentado libro de James Shapiro: 1599. Un año en la vida de William Shakespeare (Siruela, Madrid, 2009).
Basta centrarse en ese año axial, en verdad esplendoroso para Shakespeare bajo el reinado de Isabel I (quien moriría un par de años después), para ver lo decisivo que fue en su desarrollo como autor dramático pues para 1599 ya no escribía en colaboración sus obras sino que lo hacía completamente solo. A lo largo de ese año, dice Shapiro, Shakespeare “terminó Enrique V, escribió Julio César y Como gustéis en rápida sucesión y después hizo el borrador de Hamlet”, además se mudó al barrio de Surrey, cerca del teatro el Globo que se había construido con los restos del Theatre a las afueras de Londres, del que era copropietario y donde después se estrenarían Hamlet, Otelo, Rey Lear, Macbeth, Antonio y Cleopatra, mientras que los ingleses enviaban “un ejército a aplastar una rebelión irlandesa, resistieron una amenaza naval española y apostaron por una joven Compañía de las Indias Orientales” y vivían con el miedo latente de un nuevo brote de peste. En su libro, dice Shapiro, no se verá a “un Shakespeare enamorado” (guiño a la película con ese nombre ganadora de varios Oscares), sino a un Shakespeare en plena efervescencia creativa.
Otro de los propósitos de Shapiro en este libro es mostrar los vínculos que existen entre la vida del célebre dramaturgo y los momentos convulsos que se vivieron durante ese año en Inglaterra, como ya se dijo, con la longeva soberana aún en el trono, pues “no es posible hablar de las obras de Shakespeare con independencia de su época, como tampoco lo es entender aquello por lo que pasó la sociedad en la que vivió Shakespeare sin la ayuda de las concepciones de éste”.
Lo anterior como respuesta a la idea propagada por Samuel Johnson, quien prologó la edición en ocho tomos de las obras de Shakespeare publicadas en 1765, sentenciando que Shakespeare “trasciende las fronteras de su tiempo” pues “como sus personajes actúan conforme a principios nacidos de pasiones genuinas muy poco alteradas por circunstancias particulares, sus gustos y aflicciones resultan comprensibles en cualquier época y lugar” (en Prefacio a Shakespeare, Acantilado, Barcelona, 2003). Dice Shapiro que “imaginar a Shakespeare fuera del tiempo y del lugar ha hecho más fácil aceptar la afirmación de Ben Jonson según la cual Shakespeare ‘no era de una época sino de todos los tiempos’”.
Para Shapiro es difícil entender la obra de Shakespeare sin muchos antecedentes o de su contexto y circunstancias. Así, por ejemplo, en 1597 el Consejo Privado —después de la reina, el de mayor poder— lanzó un decreto en contra de los teatros por considerar que lo que allí se representaba no eran “nada más que fábulas profanas, asuntos lascivos, estratagemas engañosas y conductas ofensivas” con las que, según el Consejo, se reunía a la escoria de la sociedad: “vagabundos, individuos sin oficio ni beneficio, ladrones, cuatreros, rufianes, estafadores, embaucadores, urdidores de traiciones y demás haraganes y gente de cuidado”.
En los Hombres de Chamberlain, la compañía a la que perteneció, Shakespeare escribió varios papeles en función de los dotes histriónicos de los integrantes: “Hamlet no habría sido lo mismo si Shakespeare no hubiera escrito el papel protagonista para Richard Burbage”, por otro lado, “algunos papeles cómicos fueron redactados para la habilidad bufonesca de William Kemp, gran improvisador” y con el que acabó enemistado.
Con los Hombres de Chamberlain, se presentó ante la llamada Reina Virgen, en las salas que la monarca tenía en sus palacios de Whitehall y Richmond, pues era una gran aficionada al teatro. Esa cercanía con la realeza, hizo que Shakespeare no fuera indiferente a las intrigas en la corte. A principios de 1599, se estrenó Enrique V en la Cortina, un drama histórico sobre la batalla que ese rey aguerrido sostuvo en Agincourt pero que, documenta Shapiro, su escritura estuvo impregnada por la campaña que emprendió el no menos belicoso conde de Essex en la impopular guerra contra Irlanda, que finalmente perdieron.
Además, con Enrique V escrita ese año, Shakespeare da por concluida la etapa de obras históricas y dará paso a las grandes tragedias, en las que apuesta por una creciente complejidad, arriesga para complacer tanto a la reina y su séquito como al numeroso público que las verá en el nuevo teatro, el Globo, pues sus nuevas obras están llenas de grandes cuestiones morales y planteaban exigencias intelectuales que antes no habían requerido. La primera tragedia será Julio César en la que sigue como trasfondo el conde de Essex, pues reclamaba derechos de sucesión en el trono de Inglaterra así como el cónsul regresó a Roma para implantar su gobierno.
Finalmente, aunque se publicaron hasta 1609, los Sonetos ya eran conocidos desde diez años antes, es decir, en ese esplendoroso 1599, pues de ese año es el primer comentario impreso que ha quedado registrado y que hace referencia a su existencia: lo hizo un crítico que aludió a ellos como los “azucarados sonetos que Shakespeare hace circular entre sus amigos más íntimos” (algunos creen que empezó a escribirlos en esos siete años de oscuridad, cuando Shakespeare pudo haber acompañado al conde de Southampton quien estudió en Padua y a quien, según una de las tantas teorías, están dedicados). En 1599. Un año en la vida de William Shakespeare, muchas cosas se dilucidan gracias a que James Shapiro centró su detallada investigación no en toda la vida del célebre dramaturgo sino en un año específico que arroja valiosos datos para entenderla mejor.
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