Si no tomas riesgos, ¿para qué escribir?: entrevista con Guillermo Arriaga

Mar 11 • Conexiones, destacamos, principales • 2175 Views • No hay comentarios en Si no tomas riesgos, ¿para qué escribir?: entrevista con Guillermo Arriaga

 

El escritor de Amores perros, que alimenta sus historias del bullicio callejero, no tuvo reparos en escapar del confort literario; ahora se aventura con Extrañas, una novela que recorre los avances científicos del siglo XVIII de la mano de seres grotescos. El ganador del Premio Alfaguara realiza una crítica a la moral inflexible que atenta contra las obras artísticas “políticamente incorrectas”, y sentencia: “prefiero que quemen mi obra a que le estén cambiando letras”

 

POR LEONARDO DOMÍNGUEZ
Guillermo Arriaga es ese tipo de atleta literario que no está satisfecho con los récords conquistados, no por la gloria que evoca el público, sino por su espíritu competitivo de seguir creando; un ejercicio constante en el que no permite concesiones, ni a su mente ni a su cuerpo, con tal de despojarse de cualquier comodidad.

 

El guionista de Amores Perros es un hábil conocedor de los caóticos pasadizos que imperan en la Ciudad de México. Sus novelas El salvaje y Salvar el fuego, con la que ganó el Premio Alfaguara 2020, son un retrato de la violencia y la crueldad que brotan en la capital, pero en la que también hay espacio para la redención, a veces desde la venganza.

 

En Extrañas, su novela recién publicada, Arriaga no tiene miedo de darle un giro sustancial a su narrativa. A través de un estilo vertiginoso, la historia nos tras- lada a la Inglaterra del siglo XVIII, donde William Burton, el personaje principal, hace frente a unas criaturas insólitas, imperfectas y siempre bellas. Pero la única forma de redimir a estos personajes es con los avances científicos, que borbotean a cuentagotas en esa oscura época.

 

Arriaga suele usar un lenguaje coloquial, quizá chilango, para plasmar sus inquietantes historias. Sin embargo, en Extrañas se volvió a retar a sí mismo, sólo utilizó palabras que se acuñaron antes de 1790.

 

Extrañas es tu primera novela donde la trama se desarrolla por completo fuera de México. ¿Cómo fue construir este mundo lejano?

 

La historia no la tenía pensada. Casi todos mis relatos maduran años, años y años, y vienen del barrio en donde crecí, la Unidad Morelos. O bien, en mis películas Un dulce olor a muerte y Los tres entierros de Melquiades Estrada provienen de mi experiencia en la frontera. Pero aquí fue distinto, iba en una carretera y de pronto me llegó la idea, fue hace 12 años. Se la conté a mi amigo Sergio Avilés, me respondió: “Estás muy loquito, carnal”. Cuando tengo la historia que voy a contar, sé muy poco de ella; la voy descubriendo conforme escribo. No sé quienes son los personajes ni hago mucha investigación, ni me clavó en que sea perfectamente auténtica porque no estoy haciendo una novela histórica. Quise hacer un ejercicio de la realidad con imaginación y ficción. Tengo una maestría en Historia, tomé cursos de Historia de la Ciencia y he estado muy vinculado con el mundo de las personas “diferentes”, por así llamarlo. Hice documentales al respecto, tuve queridos amigos y todo eso empieza a trasminarse y se almacena en un depósito del inconsciente. Me la paso poca madre porque escribo como lector, no sé qué va a pasar. Cuando empiezo a escribir Extrañas, aunque no sé a dónde voy, el inconsciente empieza a mandar la información que ha acumulado. Hice mi mejor esfuerzo y me rompí la madre para que esto quede bien.

 

Uno de los pilares de esta novela son los engendros, estos seres anómalos que son recluidos debido a sus condiciones físicas. Aunque la trama se desenvuelve en el año 1700, parece que la sociedad contemporánea sigue marginando a las personas con alguna discapacidad.

 

Sí, desafortunadamente. Mira que la Ciudad de México es incluyente, diseñada para que las personas puedan tener ciertos accesos y servicios, pero sigue existiendo en la gente un resquemor del otro, del que es diferente. Desde la mamá que dice: no voltees a ver a ese niño, al no saber cómo hablar con él o mejor irte por miedo; hay muchas formas, todas equivocadas, de cómo relacionarnos con la persona que es diferente. Espero que esta novela suscite un debate en torno al tema, que nos ayude a hablar más de esta situación.

 

Pero esta exclusión no sólo es a nivel individual, también sucede a nivel de políticas públicas. La conversación es limitada.

 

En mi experiencia, que he ayudado a escuelas para personas diferentes en el norte del país, en Coahuila hay una mayor aceptación y hasta una protección de las personas diferentes; no hay juicios lapidarios en contra de quienes tienen síndrome de Down o parálisis cerebral. Situación contraria a otros lugares donde sí me he enterado que a los hijos los crían con los animales. En un documental registramos que unos chavitos con parálisis cerebral fueron criados con los guajolotes y a otros los mandaron con los puercos. En Coahuila es distinto, hay escuelas especializadas, con maestros bien preparados, pero el problema mayúsculo es que no hay transporte para llevar a los niños de los ejidos y las rancherías a los centros de atención. He tratado de conseguir camiones que pasen por ellos o financiar la gasolina, comidas. Sí debe existir una vocación de política pública que ahonde más en el tema.

 

¿Qué papel juega la ciencia, el pensamiento crítico, para la reconstrucción de tu personaje principal, William?

 

William poco a poco empieza a darse cuenta que, primero que nada, hay limitaciones en el actuar de los médicos. Para esa época, la medicina era más una apuesta y que los médicos que han hecho avanzar esta ciencia eran los que arriesgaban. Hasta la fecha, el cuerpo sigue siendo un misterio insondable, todavía desconocemos muchas cosas a pesar de que hay años de investigación y que también hubo que enfrentarse a diversas posiciones que devenían de otras áreas como la religión, había muchos prejuicios que apenas se empezaron a solventar a finales del siglo XVIII. Si haces un estudio de la Historia de la Ciencia, en Europa, sobre todo, fue en este siglo donde las cosas realmente empezaron a cambiar. Lo revolucionaron algunos inventos que ahora nos parecen un poco comunes, pero el microscopio y el telescopio hicieron de la ciencia otra cosa, porque descubrieron más allá. Descubrir que te podías enfermar porque había bacterias, fue concebir el mundo de una forma muy distinta. La mortalidad bajó 80% en el siglo XVIII sólo lavándose las manos; a los médicos no se les ocurría que los pacientes se les morían por no lavarse las manos, hasta que empiezan a ver que hay bacterias en la pus de los muertos y son las mismas que llevaban en sus manos.

 

Extrañas
Guillermo Arriaga
Alfaguara, 2023,
pp. 496.

 

¿Qué tan cercana es la ciencia a la poesía?

 

María Zambrano, la gran poeta y ensayista española, decía que tú tienes un hecho histórico aquí y otro allá y la poesía es el puente que los une. La forma poética es tratar de unir estos dos puntos, no a través de la lógica, sino a través de la intuición que es el pensamiento poético. Tal vez ese hecho no tenga nada que ver con ese otro, pero la imaginación es el puente que los une. Ese es el fundamento de la ciencia; bien lo dijo Albert Einstein: “La imaginación es más importante que el conocimiento”. A veces hay que salirse del cartabón del conocimiento y descartar todo lo que sabemos para encontrar nuevas maneras de explicarnos la ciencia, el arte y la vida.

 

Acabamos de salir de una crisis sanitaria donde la ciencia y las vacunas fueron el vehículo salvador. A pesar de ello, en pleno siglo XXI parece que hay una regresión del pensamiento crítico.

 

Sí, hay una regresión porque las clases dominantes, me refiero también a los políticos, incluidos quienes se dicen de izquierda, han creado mecanismos en los que la crítica es vilipendiada, descartada y soslayada. Conviene a las clases políticas y económicas dominantes, ya sean de izquierda o de derecha, que la gente no sea crítica. Mientras menos crítico sea, será más fácil de manipular, te conviertes en objeto, no en sujeto, eres un objeto de venta, un objeto de transacción laboral, un objeto de motivación electoral, dejas de ser sujeto. En términos de Paulo Freire, la tendencia es a que sea un individuo que está en el mundo y no con el mundo.

 

De una forma muy reduccionista, ¿hay alguna fórmula para seguir siendo críticos?

 

El arte es fundamental, no porque el arte tenga respuestas. La ciencia sí está obligada a dar respuestas, la política sí está obligada, pero la obligación del arte es formular preguntas. El pensamiento crítico va a devenir de la confrontación de un espectador: hasta que un lector devore un libro, vea una película o un cuadro. Debemos quitarnos esta idea de la literatura como evasión, que eso sí destruye el pensamiento crítico. Hay esta tendencia, que lo veo en los clubes de lectura: “Yo nunca hubiera leído un libro tuyo porque a mí no me gusta que me confronte nada, a mí me gusta evadir, ir otros mundos”. Sin embargo, estás evadiendo quién eres, si no ves quién eres, no puedes tener herramientas para construir un destino ni propio ni social. Y luego esta la tendencia mojigata terrible que está surgiendo en el mundo: vamos a quitar las palabras de Roald Dahl porque ofenden. Esa ofensa contra la cual peleó mi generación, luchó denodadamente contra las señoras de la liga de la decencia y la moral. Hay una cosa muy ñoña que está teniendo esta nueva generación. Lo ñoño viene porque los adolescentes son los que manejan la nueva moral, todavía no les ha pasado nada en el mundo y son los que tienen más acceso a las redes, los que condenan primero y los que hacen más escándalo; hay una moral que viene de gente que todavía adolece de una visión del mundo. Nos hemos hecho muy mojigatos y está visión mojigata también atenta contra el espíritu crítico.

 

¿Permitirías que modificarán tu obra?

 

Pondré en mi testamento que mi obra es intocable, prefiero que la quemen o que la entierren a que le estén cambiando letras.

 

La ciencia nos ha dejado muchos desarrollos tecnológicos que permean en nuestra vida diaria, pero hay algo que ni la inteligencia artificial podría sustituir: la creatividad.

 

La creatividad y la experiencia vivencial. La máquina podrá resolver problemas de su entorno, pero no tiene la experiencia de la vida, o no la tiene hasta ahora. Esta novela la alimenté de cosas muy dolorosas que yo vi, las pude percibir, palpar, las conozco de primera fuente, eso supera al conocimiento que pueda hacer cualquier máquina. Lo que un novelista hace es trabajar con la experiencia humana, con la experiencia de la vida, con las heridas y suturas de la vida. Con esto no quiero decir que mi novela sea buena o mala, pero la máquina no podría escribir una novela como ésta porque carece de la experiencia. Tengo una frase en Salvar el fuego que le gustó mucho a la gente: “Te sobra mundo, pero te falta calle”. A la inteligencia artificial le sobrará conocimiento, pero le va a faltar calle; ¿la computadora de dónde va a sacar el riesgo? En Extrañas hay una parte en la que uno de los personajes, Ryan, juega ajedrez, en este juego siempre te educan a ganar el centro, pero cuando este personaje prefiere ganar el extremo, te cambia la lógica, es lo que decía Kaspárov, hay que ir a lugares donde nadie va en el tablero y reforzar posiciones que nadie quiere. Por eso Kaspárov se convirtió en este genio, o Capablanca, de quien decían era el poeta del ajedrez, por sus salidas que no iban de acuerdo con la ortodoxia. Eso es algo que plantea mi novela, salirse de los esquemas.

 

En distintos lapsos de tu carrera literaria has tenido el valor de tomar riesgos, ¿ese es uno de los distintivos de tu obra?

 

Si no tomas riesgos, ¿para qué escribes? Siempre he querido tomar riesgos y subir la apuesta en cada novela. Antes de publicar Extrañas, alguien muy cercano me dijo: “O se va al carajo tu carrera o va a pegar”. No me importa que se vaya al carajo mi carrera, prefiero ser conocido por mis grandes fracasos que por mis mediocres éxitos. Alguien que apostó todo y no le funcionó y es una mierda, pero no alguien que se fue sobre el terreno que lo hacía sentir cómodo.

 

Desde allá, película que ganó el León de Oro, coescrita por Guillermo Arriaga.

 

¿Qué mantiene creativo a Guillermo Arriaga?

 

La vida. Estar en la vida y estar atento a ella. El deseo de crear. Para mí esto es adictivo, algunos dicen que “escribir es una tortura”, para mí es una adicción y me divierto enormidades escribiendo. Tanto es así que sacrifiqué mi salud con tal de estar escribiendo. Hay personas que se la pasan horas sentado con los videojuegos, yo me la paso creando historias. También procuro salir a la vida, no quedarme como un escritor de biblioteca, que los respeto mucho, al igual que a los cineastas de filmoteca; Borges es uno de los grandes monstruos y nunca necesitó ir a la calle, la biblioteca fue su base. No estoy en contra de ello, sólo tengo la certeza de que el autor que yo puedo ser debe alimentarse del mote y la calle.

 

A tres años de haber ganado el Premio Alfaguara, ¿ha cambiado en algo tu trabajo literario?

 

Sí, aposté más. Bien pude haber hecho una novela sobre los mismos temas porque se vendió cabrón, fue la más vendida durante dos años. Pero dije: “No puedo seguir ahí, tengo que cambiar de registro radicalmente”. Extrañas es mi cambio, me aproximé distinto. Y bueno, subí 18 kilos con este ciclo de novelas; ya bajé nueve.

 

¿Esa adicción que te genera crear novelas no te sucede con la elaboración de guiones para películas? ¿Algún día volverás al cine?

 

Por supuesto que sí, y no lo he dejado de hacer. Lo que pasa es que jamás volveré a escribir para otros directores que no sean mis hijos o yo. Acabo de producir la película de mis hijos, que hace muchos años escribí. También estoy produciendo una película en Brasil y como productor guié todo el proceso de la escritura, sí le llegue a meter mano. No me he alejado del cine. Como productor y coescritor ya gané el primer León de Oro que se lleva una película en español con Desde allá. He seguido en el cine.

 

FOTO: El escritor y guionista Guillermo Arriaga afirma que está produciendo una película en Brasil. Crédito de foto: Archivo EL UNIVERSAL

« »