Siete palabras de Confucio

Mar 22 • destacamos, principales, Reflexiones • 12213 Views • No hay comentarios en Siete palabras de Confucio

FRANCISCO GONZÁLEZ CRUSSÍ

 

 La cualidad del idioma chino que siempre me ha llenado de maravilla es su concisión. Apenas puede concebirse mayor economía de medios para expresar un concepto en ninguna otra lengua. El ahorro de recursos gramaticales es extremo: nada de preposiciones, declinaciones, conjugaciones, tiempos gramaticales, artículos, y los muchos otros instrumentos de precisión —y tortura— que la mente de los gramáticos occidentales engendró para hastío de propios y quebranto de extraños. A los alemanes, como es bien sabido, les dio por unir vocablos unos a otros hasta producir palabras que se extienden por toda la línea de una página; monstruosas quimeras que intimidan por su sola longitud (para no hablar del increíble amontonamiento de consonantes); palabras tan largas que, como observó Mark Twain, “tienen perspectiva”.

 

Los chinos, en cambio, redujeron cada palabra a una sola sílaba, simbolizada por un solo carácter. ¿Cabe ser más escatimoso y condensador en lo que toca a la expresión?  El vernacular anglosajón en América del Norte incluye un saludo popular entre amigos que dice: Long time no see!: literalmente “largo tiempo no ver.” Los chinos juran que tal expresión fue tomada de su propio idioma: la construcción es típica. Porque ellos no dicen “Hace mucho tiempo que no nos hemos visto.” ¡Que Dios los libre de semejante dispendio orgiástico de recursos gramaticales!  Para construir esa frase es necesario tener verbos transitivos, diferentes tiempos gramaticales, pronombres personales reflexivos, conjunciones, y qué sé yo qué otras artimañas semánticas y gramaticales. No; a ellos les basta el “Largo tiempo no ver” para darse a entender; y fuerza es confesar que, al menos en este caso de salutación entre amigos, lo logran perfectamente.

 

Aquí quisiera ilustrar esta cualidad de suprema condensación, de acendramiento lingüístico, esta “concisión lapidaria” en la feliz expresión de un estudioso, con una frase tomada de los Analectos de Confucio,  libro I, capítulo 3 (igual que con los autores de la antigüedad grecorromana, los “libros” corresponden muchas veces a lo que hoy llamamos capítulos, y los “capítulos” a simples secciones o párrafos de capítulo). A modo de advertencia preliminar, me siento obligado a confesar abiertamente que estoy muy lejos de ser un sinólogo. Mi conocimiento del chino es más que rudimentario. Mi acercamiento a la varias veces milenaria cultura china es estrictamente la de un diletante. En esto reconozco mi deuda con mi esposa, cuya devoción por la cultura de su patria, China, me estimuló a intentar ese acercamiento, que de otro modo me hubiera sido demasiado intimidante.

 

Emprender un comentario sobre un texto glosado, desmenuzado, y explicado miles de veces por millares de eruditos en el curso de 2,500 años, parece locura. La sola justificación para lo que puede juzgarse insensatez, puerilidad u obtusa insolencia la encuentro en los sabios que defendieron la bien intencionada osadía del ignorante. Así Montaigne, cuando destacó que “Percibimos las gracias sólo puntiagudas, esponjadas o infladas de artificio. Las que corren bajo la ingenuidad y la simplicidad fácilmente escapan a una vista tan grosera como la nuestra […] ¿No es la ingenuidad, según nosotros, hermana de la tontería y cualidad digna de reproche?” Y más adelante: “[Sócrates] le hizo un gran favor a la naturaleza humana al mostrarle cuánto puede ella por sí misma. Somos, cada uno de nosotros, más ricos de lo que pensamos; pero nos educan en la búsqueda y el empréstito. Nos inducen a servirnos más de lo ajeno que de lo nuestro”. [1]

 

***

 

La frase de marras dice que Confucio enunció lo siguiente:

巧 言 令 色, 鮮 矣 仁.

Apelo aquí a la indulgencia del lector, para presentarle a continuación una breve glosa de cada uno de los siete caracteres anotados.

qiâo (se pronuncia chiao): especioso, es decir, de aspecto hermoso y aparentemente justo o correcto, pero en realidad no así. El carácter es particularmente interesante. Su mitad izquierda (una línea vertical terminada arriba y abajo por trazos horizontales) significa “trabajo”. La mitad derecha, que un poco semeja el número “5”, es una raíz que originalmente significaba “dificultad para respirar”: el trazo irregular inferior representaba el aliento que quiere salir o exhalar, pero que es detenido arriba por el trazo horizontal, signo de una barrera u obstáculo.[2] El carácter en su totalidad nos sugiere algo que cuesta mucho trabajo, que implica laborioso acabamiento, y también algo que está escondido o celado. En suma: especioso, es decir, hábilmente trabajado pero engañoso.

 

yén:  “habla”, “discurso”. El carácter es muy sugestivo: el pequeño rectángulo inferior representa la boca, y las líneas paralelas que tiene encima son las ondas de la voz que emergen al hablar.

 

ling: originalmente, este carácter significaba una orden o decreto; la mitad inferior representaba el sello que la administración gubernamental fijaba en los decretos. También significó “bueno”. Por una evolución común a los idiomas, el  significado actual es “pretencioso” o “insinuante”, es decir,  que pretende ser bueno. “Insinuativo” me parece una buena versión en español; el diccionario de la rae dice que una acepción de “insinuar” es “introducirse mañosamente en el ánimo de alguien”.

 

tsè: su significado original es “color”.  Se traduce también por “cara, rostro”. La relación entre estos dos términos la explica el sinólogo erudito James Legge,[3] en su traducción de los Analectos: “la manifestación de los sentimientos realizada en el color del semblante”.

 

xian: este bello y curioso carácter significa “poco”, “raro”, “escaso”. En el lenguaje común, se traduce por “delicioso”, y no es difícil ver por qué: la mitad izquierda representa un pescado: poca imaginación basta para ver la cola en los cuatro trazos inferiores, el cuerpo en la parte media, y la cabeza en lo alto. La mitad derecha representa una cabra (casi pueden verse los cuernos en los dos trazos superiores), un carnero o una oveja. En una cultura eminentemente gastronómica, como es la china, se entiende que este carácter signifique “delicioso”; pero cómo llegó a significar “poco” o “raro” es algo que los filólogos no explican satisfactoriamente.

 

yi: este carácter no se traduce: equivale a nuestro signo de exclamación, “!”. Conviene recordar que en el chino antiguo no existían signos de puntuación. Era necesario determinar cuándo un enunciado había terminado, y este carácter identificaba el final. Según Wieger, la parte superior representó originalmente una boca en el acto de enunciar; la parte inferior del carácter preserva hasta hoy su significado original: es un dardo o una flecha. Es como decir que el discurso ha terminado: la flecha ha dado en el blanco; es asimismo una forma de enfatizar lo dicho. En el presente caso, la palabra anterior es “raro”, y el 矣 la subraya, como diciendo “¡Sí que es raro!”.

 

ren (la “r” suena un poco como la “j” en inglés”). Aquí tenemos un carácter de significado filosófico abstracto, difícil de definir (los discípulos de Confucio más de una vez interrogaron al maestro sin llegar a obtener una respuesta definitiva), y en consecuencia aun más difícil de traducir. Significa una virtud ética muy incluyente; se ha traducido con diferentes términos, como benevolencia, bondad o humanidad.  En la frase aquí comentada, Legge la traduce como “verdadera virtud”, pero cita un autor que la identifica como “el principio del amor” y “la virtud del corazón”. Que se trata de una virtud relacional puede verse fácilmente en la forma del carácter: su mitad izquierda significa “persona”; la mitad derecha, dos líneas horizontales, una arriba y otra abajo, son el número 2. Se alude, por tanto, no a una persona aislada, sino al ser humano en relación con el Otro; es la humanitas  que implica una “firme disposición para poner las necesidades y los sentimientos de otros y de la comunidad por encima de los propios”.[4] Algunos traductores renuncian a usar un vocablo uniforme, y echan mano de varios —bondad, rectitud, benevolencia, virtud, humanidad— según el contexto.

 

***

 

En suma, tenemos: qiâo – yén – ling – tsè – xian – yi – ren, que traducido literalmente nos da: “Especioso – discurso – pretencioso – rostro – rara rectitud”. En la versión (al inglés) preparada por una institución cultural del gobierno de Taiwán, República de China, leemos: “Confucio dijo: Habla especiosa y maneras pretenciosas rara vez se encuentran junto con un carácter moral”.[5] En otra versión, por un autor chino, pasa como: “Palabras dulces y una faz agradable, ¡en verdad que tienen poca humanidad en ellas!”.[6] La ya citada de James Legge reza: “Finas palabras y una apariencia insinuativa rara vez están asociadas con verdadera virtud”.  No tiene caso multiplicar los ejemplos. Vemos que, por mucha parsimonia verbal que intenten los traductores, terminan usando al menos el doble de palabras que el original. Vemos también que las traducciones difieren considerablemente entre sí, y no rara vez suenan torpes, estilísticamente poco elegantes. Sin embargo, el mensaje está claro: Confucio nos previene contra ciertos aspectos y ciertas conductas humanas que presagian intenciones aviesas.

 

El prejuicio “fisiognomómico”, como antes se decía, es universal: esa arbitrariedad que nos hace juzgar del carácter de una persona por su solo aspecto físico siempre ha existido.  En conocida anécdota de la antigüedad clásica, un renombrado experto en fisiognomía examina a un hombre a quien nunca ha visto. Se trata de un sujeto barrigón, despeinado, mal compuesto, de labios gruesos y narices grotescamente achatadas. Su aspecto es feo, como de fauno. El experto concluye que se trata de un hombre vicioso, sensual, grosero, proclive a la ebriedad. Pero he ahí que el sujeto examinado era Sócrates, un filósofo cuya vida entera transcurrió en la búsqueda de la verdad y el cultivo de la virtud. Sus estudiantes lo habían puesto frente al llamado experto para exponer la falacia de su pretendida ciencia.

 

La fisiognomía descansa en una premisa falsa: que es posible  deducir el carácter de una persona de su aspecto exterior, sobre todo su fisonomía. Pero Confucio se refiere a otra cosa: los gestos, los modales, el porte, el atuendo, las acciones: atributos intangibles que singularizan al individuo y le confieren una especie de aura o atmósfera que induce a su aceptación o rechazo. Del parco enunciado confuciano sabemos muy bien de quién está hablando. A diario vemos, en la televisión, al político siempre muy peripuesto, impecablemente vestido y sin un solo cabello fuera del cuidadoso peinado; que dice siempre palabras halagadoras porque busca agradar a todos; que molifica a los quejosos y apacigua a sus enemigos con encantadores propósitos, aun cuando al mismo tiempo les prepara celadas; que asegura estar enteramente de acuerdo con su interlocutor si así conviene a sus intereses; y si se le confronta con una incompatibilidad irresoluble, dice que no comprende, o que no recuerda; nunca está falto de evasivas o justificaciones plausibles.

 

Quien se esfuerza por ser amistoso sin razón aparente para ello, nos dice Aristóteles en su Ética a Nicomaco (1108ª, 21-25), peca de servilismo; si lo hace por lograr ventajas personales, es un halagador. Teofrasto, en sus Caracteres, toma del estagirita la definición y nos describe el mismo tipo de hombre bajo el rubro general de “Ironía” (eirwneia), es decir, simulación, dar a entender una cosa por otra.[7] En los Caracteres, simulación y adulación se discuten una a continuación de la otra; son dos cualidades hermanadas en el ser que nos ocupa. Es el hombre que posee el arte de componer palabras y acciones en la persecución de un fin condenable.

 

De semejante personalidad, la prudencia y el buen sentido aconsejan alejarnos. Son muchos los pensadores que han sonado la alarma. Para mi gusto, La Bruyère formuló la advertencia con singular lucidez: alejarse del elocuente hablador que nos viene aderezado con afectación y esmero porque sólo dice “palabras dobles o artificiosas de las que hay que desconfiar como de lo más pernicioso que pueda haber en el mundo. Tales maneras de actuar no vienen de un alma simple y recta, sino de una mala voluntad, o de un hombre que quiere perjudicar; el veneno de los áspides es menos de temerse”.[8]

 

Mi computadora contó aquí cincuenta y cuatro palabras; Confucio reduce el enunciado a siete.



[1]  Montaigne: “De la Physionomie”, libro III, capítulo 12 en Œuvres Complètes, Seuil, Paris, 1967, pp. 417-428.

 

[2]  Para la explicación del supuesto origen de los caracteres usé la obra, imponente por su erudición, Chinese Characters. Their Origin, Etymology, History, Classification, and Signification, del doctor L. Wieger, sinólogo y filólogo jesuita, traducida al ingles por L. Davrout, también de la Compañía de Jesús, Dover, New York, 1967.

[3] James Legge, Confucius. Confucian Analects, The Great Learning, & The Doctrine of the Mean, Dover, New York, 1971, p. 139.

[4]  La cita es de un excelente texto introductorio que incluye una traducción de los Analectos de Confucio, preparado por la Universidad de Indiana y disponible en Internet: http://www.indiana.edu/~p374/Analects_of_Confucius_(Eno-2012).pdf (sitio accedido julio 25 de 2013).

 

[5]  Council of Chinese Cultural Renaissance, English Translation of the Four Books, Taipei, 1979, p. 39.

[6]  Chichung Huang, The Analects of Confucius, a literal translation with an introduction and notes by Chichung Huang. Oxford University Press, 1997, p. 47.

[7]  Theophrastus Characters, Herodas Mimes, Cercidas and the Choliambic Poets, traducido y editado por Jeffrey Ruste, I. C. Cunningham y A. D. Knox, Harvard University Press, Cambridge, Mass., 1993, p. 53, Loeb Classical Library.

[8]  Jean de la Bruyère, Les Caractères de Théophraste Traduits du Grec, avec Les Caractères ou les Mœurs de ce Siècle, Garnier-Flammarion, Paris, 1965, p. 43.

 

*Imagen: Grabado que representa a Confucio/Especial

« »