Siri Hustvedt: Los juegos de la memoria
/
Recuerdos del futuro, la novela más reciente de la autora ganadora del Premio Princesa de Asturias de las Letras 2019, es un ambicioso viaje interno que retrata con su juventud y madurez
/
POR MARY CARMEN SÁNCHEZ AMBRIZ
Decía Cortázar que la literatura constituye una triple experiencia, la de escribir, leer y de vivir. En la narrativa de Siri Hustvedt (Northefield, Minnesota. 1955) la memoria no es simplemente un punto de partida sino una constante en varios de sus libros. Es la herramienta que desencadena una de serie de acontecimientos y puede ir del presente al pasado como si intentara trotar o zigzaguear, en línea recta o en espiral para entender cómo era ella de joven y cómo es que ha cambiado su visión de algunas cosas. La memoria, una estrategia para asimilar lo que permanece o no en el lienzo representativo de una vida.
Una característica de los libros de Hustvedt son los juegos de espejos, la forma en que sus personajes evolucionan y logran asimilar situaciones non gratas. Los psicólogos le llaman resiliencia a la capacidad que tiene una persona de superar circunstancias traumáticas como la muerte de un ser querido, un accidente, una agresión, incluso una violación. Eso lo tiene muy claro Hustvedt y hace que los seres que habitan en sus novelas lo pongan en práctica. Un sitio especial ocupa el arte, la literatura y la filosofía, aspectos importantes que aparecen una y otra vez en lo que escribe, una suerte de bitácora de cómo llegaron a ella ciertos autores y artistas plásticos.
Recuerdos del futuro (Seix Barral. México, 2019) representa una de sus novelas más ambiciosas. Aparentemente solo se propuso contar un año de su vida, 1978-1979. Como ella misma lo confiesa, “es un retrato del artista como mujer joven, la artista que llegó a Nueva York a vivir, sufrir y escribir su misterio. Como el gran detective con quien comparte sus iniciales S. H [Sherlock Holmes], la escritora ve, oye y huele las pistas. Las señales están en todas partes: en un cara, en el cielo o en un libro.” (p.397)
Recupera un diario que escribía en 1978, el año que abandonó Minnesota y cambió su residencia a la isla de Manhattan, cuando la Universidad de Columbia le otorgó una beca para estudiar Literatura comparada. Las experiencias de aquellos años se cruzan en varios puntos en común: el presente, la escritora que lee y confronta son sus memorias del pasado y lo que ya no tiene tanto peso en su cotidianeidad. “La imaginación y la ficción suman más de tres cuartas partes de nuestra vida real”, dice Simone Weil, citada por Hustvedt en la novela. (p.68) Además del diario en el pasado y la intervención de la narradora en el presente, está la novela de corte policiaco que ella estaba escribiendo y que dejó inconclusa, en donde aparecen Ian Feathers e Isadora. Este ejercicio narrativo o juego de espejos, la propia autora lo ha definido como un origami, en donde todos los elementos contienen algo del otro, pues no se entiende cada uno por separado.
Una frase tomada de La vida y las opiniones del caballero Tristam Shandy, de Laurence Sterne, sirvió de inspiración para Hustvedt en esos años de juventud: “Escribir un libro es, para todo el mundo, como tararear una canción; así pues, señora, limítese usted a estar a tono consigo mismo: que éste sea alto o bajo da absolutamente igual”. (p.33) Precisamente Recuerdos del futuro es una aproximación a lo que hizo Sterne y, en ese sentido, tienen cabida las palabras de Javier Marías, traductor de Tristam Shandy: “Vi cómo se podía suspender el tiempo una y otra vez, cómo se podían aplazar o diferir los acontecimientos, la historia, sin perder por ello interés; cómo era factible incorporar al lector al texto e interpelarlo […]”.
Desde el punto de vista de Marías, las digresiones son como el resplandor del sol, la vida, el alma del Tristam Shandy. En Recuerdos del futuro esas historias dentro de la historia o suerte de cajas chinas, representan una parte fundamental en la prosa de Hustvedt, quien tanto en sus novelas como en sus ensayos intercala desde reflexiones sobre el proceso creativo y la crítica literaria hasta anotaciones científicas sobre psiquiatría y neurobiología.
Feminismo y sexualidad
La sororidad es fundamental en la ficción y reflexión de la escritora estadounidense. Marcela Lagarde define la sororidad como “una forma cómplice de actuar entre mujeres para que nos aliemos, trabajemos juntas, empujemos las agendas y los movimientos”. Es el pacto social entre mujeres que tiene como propósito el empoderamiento del género femenino. Por eso la novelista, cada vez que puede, les otorga a las mujeres un espacio para reivindicar su presencia que, acaso, fue ignorada en el mundo regido por hombres. Por ejemplo, la baronesa Elsa von Freytag-Loringhoven —artista del protopunk—que estuvo detrás de la idea de Duchamp y su orinal; la presencia de Lee Krasner como influencia en la obra de Jackson Pollock; y que varios de los pensamientos de Simone de Beauvoir le fueran atribuidos a Sartre y no a ella.
Otro lazo de sororidad se establece cuando la joven escritora de los años setenta describe a su vecina, Lucy Brite, una mujer a quien escucha llorar del otro lado de la pared. Primero piensa que se trata de un mantra o una especie de canto: “Amash, amash, amash”. Luego descubre lo que realmente dice la chica: “I´m sad”. La vida de Lucy la inquieta y, si por ella fuera, le quitaría esa carga de tristeza que trae consigo y no la deja en paz. Pero no se atreve a decirle que escuchó su lamento porque usó un estetoscopio y eso mejoró la claridad del sonido.
La sexualidad forma parte de este universo feminista que aborda con suma destreza. Aquí como en otras de sus historias se habla de la sexualidad de una manera abierta, tal vez como muy pocas mujeres lo hubieran hecho en 1979. La S.H del pasado y de ahora coinciden en que a ambas les interesa tener sexo en los trenes, y recuerda cómo se masturbaba en su departamento, imaginando que tenía relaciones sexuales con una persona de su mismo sexo, que bien podría haber sido una rubia similar a Marilyn Monroe montada sobre ella.
También se aborda una agresión sexual que termina siendo una violación a la joven S. H. Para Virginie Despentes en Teoría King Kong, una violación representa “correrse de placer al anular al otro, al exterminar su palabra, su voluntad, su integridad. La violación es la guerra civil, la organización política a través de la cual un sexo declara a otro: yo tomo todos los derechos sobre ti, te fuerzo a sentirte inferior, culpable y degradada”. Lo que narra Hustvedt es un hecho devastador, un capricho de un chico que, al término de una fiesta, se niega a dejarla ir a su departamento sin que él la acompañe. El hombre insistió en compartir un taxi, en llevarla a su casa, en entrar en el departamento —a la fuerza— y siguió con sus obstinaciones que fueron más allá de la voluntad de la joven. Hubo violencia, golpes, como antesala del abuso.
Neurociencia y psiquiatría
Otro de los intereses de Hustvedt es la neurociencia. En realidad, la manera en que llegó a ella va de lo azaroso a lo vivencial. Cuando murió su padre asimiló la pérdida de una manera peculiar; aunque ya era una muerte anunciada, adoptó una postura impregnada de formalismo y rigidez. En cuanto recibió la noticia comenzó a escribir el discurso que se leería el día del funeral de su padre, pues él así se lo pidió días antes y fue enfático al mencionar que no se le olvidara hablar de las tres generaciones de la familia. Las exequias estuvieron encabezadas por Siri, en su papel de la hermana mayor, y secundadas por las tres hermanas menores: Liv, Asti e Ingrid.
La Universidad de St. Olaf, en Minnesota, dos años después, organizó un homenaje para Lloyd Hustvedt, especialista en filología noruega, que vivió entregado a la docencia y la investigación literaria. En esa ocasión Siri Hustvedt fue la invitada principal. La conferencia que preparó contenía referencias directas al sentido del humor de Lloyd Hustvedt y las ocurrencias que solía tener, ella quiso compartir esos recuerdos íntimos, pero ocurrió algo inesperado. Su cuerpo comenzó a moverse de forma casi incontrolable, estaba sentada y eso la ayudaba; no obstante, sus rodillas golpeaban una contra otra, cada vez más fuerte. Lo único que permanecía en sosiego era su voz, por el tono que empleaba en apariencia no estaba ocurriendo nada fuera de lo común; en tanto que sus extremidades recibían una descarga eléctrica, algo similar a un ataque epiléptico. ¿Tal vez su cuerpo trataba de comunicarle algo? ¿Qué le sucedió esa ocasión si para ella era un orgullo hablar de su padre y ya tenía experiencia dictando conferencias? Pero la gran duda era, ¿quién puede presentar signos de epilepsia y continuar leyendo en aparente calma?
La ensayista permaneció internada en el Hospital Mount Sinai, en la ciudad de Nueva York. Ahí le diagnosticaron el síndrome de migraña vascular. Una vez relacionada con la neuropsiquiatría, no la pudo dejar y se convirtió en uno de sus principales temas de estudio. Su personaje Erik Davidsen, protagonista de Elegía para un americano (Anagrama. Barcelona, 2009), es un psiquiatra, psicoanalista de Brooklyn que intenta asimilar la muerte de su padre, Lars Davidsen. ¿Erik Davidsen es un alter ego de lo que en realidad experimentó cuando falleció Lloyd Hustvedt?
Elegía para un americano puede definirse como una exploración hacia distintos rostros de la condición humana: el camino inicial es la búsqueda del padre ausente, la necesidad de saber quién era en realidad; por otro lado, está lo que transcurre en la mente del psicoanalista, el hartazgo de su vida, lo tedioso que le resulta hablar con sus pacientes y la presencia de su hermana Inga, con quien comparte la necesidad por conocer la auténtica vida de su padre. La autora recurre a esta historia para reflexionar acerca de la memoria y, de manera específica, cómo el presente puede alterar nuestros recuerdos.
Afirma Hustvedt que toda enfermedad guarda algo ajeno a nosotros e implica la sensación de invasión y pérdida de control. Podría pensarse que eso que nos domina acaba siendo una alteración de la consciencia, algo nos transporta o convierte en algo que no somos, como lo relata en La mujer temblorosa o la historia de mis nervios (Anagrama. Barcelona, 2010). El otro diagnóstico que recibió fue que presentaba un trastorno físico de conversión, incapacidad para mover ciertas partes del cuerpo o de usar los sentidos de manera común. Freud aseguraba que el trastorno de conversión proviene de una emoción de cólera, repugnancia o conflicto sin resolver; recurría a la hipnosis para tratar ese problema con sus pacientes y los estimulaba a que recordaran qué evento los hizo extraviar el control de ciertas evocaciones del pasado, la conciencia, sensaciones inmediatas, la propia identidad y el control de movimientos corporales.
Uno de los escritores que han retratado con lucidez y precisión lo que ocurre con las enfermedades neurológicas es Oliver Sacks, quien manejaba con habilidad el mundo de la ciencia y la ficción. Por ejemplo, él analizaba la aparición de los doppelgängers, duplicados de uno mismo, que es posible hallar en la obra de Poe o de Maupassant. Si Sacks arriba a la literatura por medio de la ciencia, con Hustvedt ocurre a la inversa: ella llega a la ciencia por medio de la literatura y a partir de su experiencia psiquiátrica.
“A veces la memoria es un cuchillo”, refiere la autora. (p.52) Un cuchillo que corta con lo que ya no se desea atesorar.
FOTO:
« Cinco cuentos espectrales La guerra interior de Michael Ondaatje »