Sofia Coppola y la paternidad feroz
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POR JORGE AYALA BLANCO
En la cinta para plataforma En las rocas (On the Rocks, EU, 2020), delicioso séptimo largometraje de la estilista dinástica ítalo-estadunidense esta vez con autoría completa acaso autobiográfica rupturista a los 49 años Sofia Coppola (Las vírgenes suicidas 99, Perdidos en Tokio 03, El seductor 17), la avanzada y calculadora novelista neoyorquina blanca de 39 años Laura (Rashida Jones como evidente alter ego despistadazo de la realizadora) se halla voluntariamente en receso para criar a la balletística hijita mulata Maya (Liyanna Muscat) y a la nenita mulata de carriola Theo (Alexandray/Anna Reiner) que ha felizmente procreado con su ejemplar marido y excelente padre amoroso, el afroamericano en duro ascenso hacia el éxito como ejecutivo viajero Dean (Marlon Wayms), pero cierta noche aciaga la intuitiva hipersensibilidad femenina le indica a la buenaza Laura que, a punto de hacerle el amor, el varón se detiene y retiene como si de repente no supiera con quién se encontraba en realidad, lo cual basta para que a la aún guapa mujer se le clave la sospecha de que es engañada, de seguro con la nueva joven y fresca asistente marital Fiona (Jessica Herwick), cosa que le inculca, refuerza y trabaja mentalmente el padre exgalero septuagenario y mujeriego compulsivo todavía encantador Felix (Bill Murray cínico aunque deterioradísimo) que de pronto la visita para celebrar compensatoriamente el cumpleaños de ella, brindando con bebidas en las rocas en el legendario Restaurante 21 y llevando, o más bien arrastrando, la mera duda de infidelidad hasta consecuencias tan colosales y paranoicas que convierten a la pareja dispareja padre-hija en detectives internacionales por iPhone y en seguidores y perseguidores de las publirrelacionistas actividades profesionales del presunto marido desleal por todo NY e incluso en un resort turístico de Manzanillo, sólo para acabar haciendo el ridículo ante la asistente lesbiana Fiona al lado de su novia, y regresar con el rabo entre las piernas a la metrópoli originaria, para que Laura intente reconciliarse con el esposo a su vez contrito y de súbito acomplejado que tardíamente celebra el aplazado cumpleaños de su esposita, tras haber sido víctimas ambos de las competencias irracionales y las posesivas maquinaciones de la paternidad feroz.
La paternidad feroz toca de continuo fibras muy sensibles, desde las pretéritas voces en off del prólogo a oscuras (“Y recuerda, no te enamores de nadie, eres mía hasta que te cases, y aún después”/ “Sí, papá”), afectivas, secretas y plásticas artevisuales, con deslizante música de Phoenix más pianísticos arpegios glosadores mozartianos de Michael Nyman (“In re Don Giovanni”), y con suave fotografía preciosista de Philippe Le Sourd cual helado compartido, o mágico aparato electrodoméstico en aparatosa caja con moñote de cumpleaños, o perpetuo ramo de rosas rosas o deliberadamente hipercursi, tanto como exquisitas fibras confidencial y evocadoramente fílmicas, o sea, sentándose con el padre exacto en los lugares de la declaración nupcial de Bogart a Bacall en el restaurante de lujo, o tratando de silbar como propio el tema de la edipizada monstruosa Laura de Preminger (44).
La paternidad feroz plantea abiertamente y de entrada la diferencia sencilla y vulgar aunque cardinal que hoy en día reviste para las mujeres próximas a los cuarenta, como Laura y todas sus lamentosas amigas como la autogrillada maestra Vanessa (Jenny Slate), el tener una buena cogida como los recién casados en la piscina, ejerciendo su derecho al placer, y el simple mantener relaciones sexuales con la pareja en turno, basadas en un rutinario cumplimiento periódico, y sobre ese simple hecho, vuelto fundamental como dispositivo de arranque y motor, se construye la gran comedia feminista radical de una Woody Alien con perspectiva de género, que se nutre, no de la comedia ligera boba screwball al descompuesto uso posmoderno, sino de la mejor tradición satírica hollywoodense, la que remite a Los viajes de Sullivan/Por meterse a redentor de Preston Sturges (41), con esas renovadas salidas cervantinas de un aplastante Quijote-Felix y su Sancho-Laura incapaz de silbar, con esa visita del espectro del padre hamletiano-shakespeariano por partida doble, el del héroe Bill Murray en el mayor éxito comercial de la hija Sofia: Perdidos en Tokio y el inconsciente sustitutivo-transferido-imaginario de papá Coppola, que llegó para quedarse y exhibir tan invocativa cuan patéticamente sus remotas glorias conquistadoras y galantes, muy rápido reveladas cual miserias emocionales, por eficaces y fulgurantes que aún parezcan, como en el incidente nocturno con el manipulable policía de tránsito, o en el episodio con la antigua amante cuyo único atractivo será la posibilidad de asombro ante un cuadro subjetivistabstracto de Cy Twombly otrora adquirido por la vía del padre.
La paternidad feroz propone muy sorpresivamente, en plena era oscurantista-fascistoide, un edificante contraste moral y antirracista, jamás demagógico ni discursivo, entre el obsedido comportamiento tributario de la animalidad de la especie biológica en el lucidor macho blanco narcisista del presente-pasado y la conducta todavía tentaleante e insegura del querendón querido afrovarón sin conflicto de origen y perfectamente integrado a su presente-futuro, aquél por el que vale la pena superar una melancolía atrapante, derramar una lágrima en la copa del martini y retomar la fecundidad creativa de una novela en su laptop.
Y la paternidad feroz tiene mucho de ajuste de cuentas primordial, sobre todo cuando Laura ¡al fin silbante! recibe en un restaurantito discreto pero cuán íntimo el regalo marital de un reloj Cartier que va a sustituir al viejo añorado reloj paterno recién a ella obsequiado para ir a dar simbólicamente al fondo de un estuche escarlata, cancelando así el abismo de una incomunicación dolorosa con la inextirpable figura opresiva de un padre aún vivo y punzante.
FOTO: En las rocas, de Sofia Coppola, está disponible por el servicio de Apple TV./ Especial