Sor Juana y sus precursores; una figura vivificada
La vida y obra de la escritora novohispana ha sufrido una transformación vertiginosa a lo largo de 350 años de incursiones estéticas e ideológicas en un afán por asir su legado
POR BENJAMÍN BARAJAS
Jorge Luis Borges conjeturó que cada escritor de relevancia crea sus propios influjos, “su labor —sentenció en el ensayo ‘Kafka y sus precursores’— modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro”. Al analizar la narrativa del escritor checo, descubrió huellas insospechadas en autores de diversas latitudes y épocas, las cuales se prefiguran a partir de la lectura contemporánea de sus obras.
La genial intuición de Borges nos obliga a pensar en un pretérito inacabado, sujeto a los cambios de perspectiva según la dinámica social; por eso El Castillo nos recuerda la célebre paradoja de Zenón de Elea, cuya aporía dicta la imposibilidad eterna de Aquiles por dar alcance a la tortuga, o bien, La metamorfosis le hace un guiño al viejo Zhuang Zhou, quien soñó que era una mariposa.
En este contexto, la vida y obra de Sor Juana ha sufrido una transformación vertiginosa a lo largo de 350 años de asedios ideológicos, religiosos y estéticos que han enriquecido la focalización de una monja provinciana que escribía poemas por encargo, hasta convertirla, según Rosario Castellanos, en una de las tres mujeres más emblemáticas de México, a lado de la Virgen de Guadalupe y la Malinche.
La necesidad del mundo contemporáneo por establecer una tradición gloriosa y unirse a ella como su continuador no es nueva en los ámbitos de la política o la literatura, y, en el caso de sor Juana, a la construcción del mito han contribuido, curiosamente, grupos sociales de distintas filiaciones e intereses.
De esta manera, la “restitución” de Sor Juana ocurrió a partir de la reivindicación de Luis de Góngora por la Generación del 27; hecho que implicó la revaloración de la autora del “Primero sueño” y, de manera simultánea, Xavier Villaurrutia, miembro del grupos de los Contemporáneos, la situó en el crisol de la poesía mexicana, mientras que Octavio Paz la encumbró en el ámbito de la cultura nacional.
A estas importantes incursiones se suman los trabajos de los filólogos Alfonso Méndez Plancarte y Antonio Alatorre; después vendrán los estudios psicológicos y biográficos, sin olvidar las miradas feministas que, a partir de la rendondilla “Hombres necios” y la “Respuesta a Sor Filotea” han hilado una nutrida saga interpretativa en que se equipara a la monja jerónima con una heroína semejante a Juana de Arco.
Y a pesar del peso de la crítica, la obra lírica de Sor Juana conserva la virginidad del primer contacto, quizá porque, parafraseando a Dámaso Alonso, sus poemas no fueron escritos para los sorjuanistas, sino para los “inocentes” lectores que la vivifican en cada ejecución de sus partituras. Es el caso de este magnífico soneto que pareciera recién escrito: “Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,/ como en tu rostro y tus acciones veía/ que con palabras no te persuadía,/ que el corazón me vieses deseaba.// Y Amor, que mis intentos ayudaba,/ venció lo que imposible parecía,/ pues entre el llanto que el dolor vertía,/ el corazón deshecho destilaba.// Baste ya de rigores, mi bien, baste,/ no te atormenten más celos tiranos,/ ni el vil recelo tu quietud contraste// con sombras necias, con indicios vanos:/ pues ya en líquido humor viste y tocaste/ mi corazón deshecho entre tus manos”.
FOTO: Escultura de Sor Juana Inés de la Cruz en el Paseo de las Heroínas, sobre Reforma. Crédito de foto: Gobierno de la Ciudad vía Twitter
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