Sotto Voce: ¿Y si clonamos a Osorio?
Aunque el piano es uno de los instrumentos con mayor prestigio, pocos son los intérpretes en la actualidad que cuentan con la maestría para deleitar a un público conocedor POR LÁZARO AZAR Nunca he intentado disimularlo siquiera: en gustos musicales, mi prioridad la encabeza el piano, le sigue el piano, y acaba con el piano. Todo lo demás, me es accesorio; aunque, como en el vestir, los accesorios suelen ser mucho más notorios que aquel little black dress que nos arropa siempre. Por ello, hoy me permitiré priorizar los gozos e inquietudes que, con la pandemia, hemos vivido los pianófilos. El horizonte pianístico, también se vio nublado. Con el furor por los eventos en línea, muchos maestros tuvieron que adaptarse a dar clases vía Zoom, con la merma al detalle que implica la recepción poco fidedigna del sonido o la imposibilidad de ejemplificar físicamente cómo solucionar cada problema tan pronto era detectado. Surgieron plataformas como Tone Base, que brindan la oportunidad de presenciar clases magistrales con artistas que, de otra forma, serían inalcanzables. Proliferaron, también, infinidad de farsantes dispuestos a embaucar a cuanto ingenuo cayera en sus redes. Esto ocurrió en todos los ámbitos del quehacer musical. Si no me creen, pregúntenle a los cantantes que vieron esfumarse sus ahorros en tanta “academia” que prometía hacerlos “vencedores” virtuales. Los conciertos salieron mejor librados. Con cuánto gusto recibimos la transmisión de la nueva versión de los Conciertos para piano y orquesta de Beethoven con Krystian Zimerman y Sir Simon Rattle, al frente de la London Symphony Orchestra, como parte de las celebraciones por el 250 aniversario del nacimiento de este autor fundamental. También en terrenos beethovenianos, aquí el Festival de Mayo de Guadalajara rescató la serie de sus 32 Sonatas que Llyr Williams interpretaría en el Teatro Degollado, transmitiéndolas desde su casa en el Reino Unido; yo también, desde casa, tuve el complicado reto (soy bastante negado para la tecnología) de realizar las charlas introductorias de cada programa. Menos afortunados fueron los concursos. Hubo certámenes como el Geza Anda que, salvo por la presencia de los jurados ante los contendientes, no tuvieron más público que quienes lo seguimos en línea. Otros igualmente prestigiados, como el de Cleveland, el Chopin de Varsovia, el Van Cliburn y el Paloma O’Shea, de Santander, optaron por reprogramarse para cuando se los permitió la pandemia. Una excepción fue el Concurso Arthur Rubinstein de Tel Aviv, gracias al ejemplar manejo sanitario que hubo en Israel. Esto, en cuanto a los concursos prestigiados, porque, si algo ha abundado durante estos tiempos inciertos, son los concursos “patito”. Esos que, como las tómbolas en las ferias de pueblo, garantizan premios a cuantos paguen por participar. Y como “a río revuelto, ganancia de estafadores”, los hubo con tales cuotas de inscripción que, además de las pingües ganancias a sus organizadores, hasta ofrecían a sus ganadores tocar en el Carnegie Hall o el Royal Albert Hall… bueno, en alguna de sus salitas. A la par de los cientos de asiáticos inscritos, nos han hecho saber que en esos anduvo una ingenua compatriota cuyo mayor activo son las relaciones mediáticas de sus padres, quienes la venden sin pudor alguno como si fuera una reencarnación mozartiana. Lo más triste, es que ante la ignorancia y/o la falta de parámetros, no falta quien se trague semejante falacia, lo cual, tampoco es nada nuevo: Mucho antes de que la Cofradía del huipil y la tlayuda mandara al piano a la mazmorra de los instrumentos fifís, en 1841, la Marquesa de Calderón de la Barca ponderó en su epistolario “el asombroso número de pianos que había en México, ¡cada casa contaba con uno!” Que lo tocaran, ya es otra historia. Amado Nervo publicó, en 1896, Las señoritas que estudian piano, y ahí decía que, “de cuarenta mil muchachas en pleno estudio, treinta y nueve mil son boxeadoras del piano y no pasan de ahí…”, concluyendo que, de las mil restantes, 950 aturden al vecindario con una música insoportablemente uniforme. De las 50 que quedan, 40 “tocan algo” y, si acaso, surgiría una gran pianista de entre las otras diez “artistas”. Más de un siglo después, seguimos en las mismas. Pocos han sido nuestros pianistas con renombre internacional. Ricardo Castro fue el primero y su cercanía con el Porfiriato propició su olvido. Le siguió Angélica Morales, toda una leyenda… cuyo carácter difícil fue su mayor enemigo. Vinieron otros, como Esperanza Cruz de Vasconcelos, Stella Contreras, José Kahan, Luz María Puente y Guadalupe Parrondo, además de extranjeros como Vilma Erenyi, István Nadas, Nadia Stankovich o Eva María Zuk, a quienes se les debe el haber hecho escuela en su patria elegida, y apenas rondamos la docena. Mención aparte merece Jorge Federico Osorio. Poseedor de una sólida formación adquirida con maestros tan renombrados como Bernard Flavigny, Nadia Reisenberg, Wilhelm Kempff y Monique Haas, debutó con orquesta a los quince años, tocando el Primer Concierto de Prokofiev; tras ello, ha colaborado con las orquestas más afamadas del orbe, bajo la dirección de batutas legendarias como Haitink, Maazel, Tennstedt, Kitayenko, Mata, Bátiz o Herrera de la Fuente. Además de su amplio repertorio como solista y recitalista, es un excelso músico de cámara a quien debemos actuaciones memorables con instrumentistas como Szeryng o cantantes como Araiza. Por ello, si hubo algo atractivo para mí durante la actual temporada de la Orquesta Sinfónica de Minería, fueron los dos programas que contaron con la participación del Maestro Osorio y fueron anunciados como una merecidísima celebración a este gran artista mexicano. En el primero de ellos, tocado los días 30 y 31 de julio, nuestro máximo pianista viviente regresó al Concierto Romántico de Manuel M. Ponce y, el 6 y 7 de agosto, incursionó por primera vez en el Concierto Op. 22 de Ricardo Castro. Ambos fueron grabados bajo la dirección de Carlos Miguel Prieto para el sello Cedille; espero que, sin la presión del público, fluya mejor el acompañamiento, pues durante las funciones a las que asistí se quedó rezagado en más de una ocasión. En su haber con orquesta, Osorio cuenta el estreno de la Sinfonía Concertante de Jiménez Mabarak, del Segundo Concierto de Aranda (dedicado a él) y —con ésta— dos grabaciones de los Conciertos de Ponce y Chávez. En sus mocedades grabó también el Vals Capricho de Castro y eso, hablando solamente de repertorio mexicano. ¡Ojalá tuviéramos más artistas como él! ¿Veremos, alguna vez, emerger alguno del Concurso Angélica Morales, que está a un mes de realizar su décima edición? FOTO: El pianista Jorge Federico Osorio/ INBA
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