Stephen Karam y el deterioro global

Ago 13 • destacamos, Miradas, Pantallas, principales • 5387 Views • No hay comentarios en Stephen Karam y el deterioro global

 

Una familia desintegrada se reúne para celebrar el Día de Acción de Gracias, pero la velada se volverá tensa cuando las recriminaciones mutuas y los secretos comiencen a atormentar a los personajes

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En Los humanos (The Humans, EU, 2021), oprimente debut del dramaturgo estadounidense con origen libanés de 41 años Stephen Karam (tras una adaptación de su obra teatral Discurso y debate para el film de Dan Harris 17 y una versión de La gaviota de Chéjov para la cinta de Michael Mayer 18), con guion suyo basado en su pieza homónima en un acto galardonada con un premio Tony en 2017, los seis miembros subsistentes de la desintegrada y nacionalmente dispersa familia Blake se han reunido para celebrar el tradicional Día de Acción de Gracias en un jodido depto dúplex del Bajo Manhattan que la hija menor en el más apinchante desempleo Brigid (Beanie Feldstein desagraciada) alquila con su sonriente pero también desempleado compañero depresivo oriental Richard (el exconmovedor patriarca coreano Steven Yeun de Minari), y a lo largo de la malhadada noche estallan las recriminaciones mutuas, las tardías demandas de afecto, las tensiones ocultas y las confesiones demandadas o no pedidas, pues la obesa e inconsolable abogada hermana lésbica a punto de ser operada del colon Aimee (Amy Schumer) ha perdido al mismo tiempo trabajo y novia, la silenciosa madre de oralidad insaciable Deirdre (Jayne Houdyshell) vive en el refugio de una desolada devoción mariana, la encogida abuela en impracticable silla de ruedas Momo (June Squibb) sólo pronuncia furiosas incoherencias por culpa de su demencia senil, y hasta el elusivo padre conserje sexagenario de una escuela católica Erik (un veterano Richard Jenkins vuelto fetiche imprescindible para Del Toro desde La forma del agua 17) acaba revelando que desde siempre se siente perseguido por una mujer sin rostro proveniente de sus sueños, que ha vendido la añorada casa del lago para sufragar la carísima atención de la abuela, que ha sido expulsado de su empleo por habérsele sorprendido copulando con una maestra y que su esposa lo ha perdonado, pero de nuevo va a experimentar el terrible asedio onírico en vivo, mientras espera a solas en el ingrato depto que todos bajen a meter a la anciana en un taxi rumbo al hotel donde habrán de pernoctar, pretendiendo huir de sus respectivos imaginarios asolados por un ineluctable deterioro global.

 

El deterioro global sabe a la perfección que hoy el verdadero drama y el relato fílmico eficaz no pueden residir únicamente en las situaciones clásicas variadas al infinito (“Por bendición especialísima del Barrio Chino del Día de Gracias de la familia Blake”), ni en la sarcástica agudeza punzante de los diálogos irremediables (“En nuestra familia no tenemos ese tipo de depresión, sólo tenemos mucha tristeza estoica”// “Todo lo que tienes se va”), ni en el chejoviano enquistamiento preminimalista del entramado relacional, sino en los intersticios, en lo no dicho, en los silencios y en las miradas y sobre todo en las relaciones con el espacio dentro de un tiempo estancado para crear un ámbito cada vez más contingente, sin desprenderse de esos imponderables, antes bien exasperándolos y sucumbiendo a su poder, gracias a la categórica música obsedente entre pop y postserial de Nico Asher Muhly, a las estilizadas actuaciones concertantes/desconcertantes de todo el elenco sin nota falsa, a la fotografía claustrofóbica de Lol Crawley, y entonces y sólo entonces puede ya la pieza trascendida por la atmósfera y el lenguaje específico del cine moderno ofrecer como grandes momentos significativos episodios que no rompen con la sobriedad convulsa y aparente displicencia, como la dificultad-signo de impotencia del padre para captar señal en su celular desde una ventana cochambrosa y su malestar por acabar celebrando en el barrio inmundo del que ya habían logrado escapar y su reproche general por haber abandonado el cobijo de la religión, la admirativa escucha de cierta música magnífica que aún compone la frustrada total Brigid si bien nunca ha conseguido dedicarse profesionalmente a ese arte, la lectura de una recién hallada carta de la anciana senil donde lúcidamente pedía anticipado perdón a todos por las molestias que pronto habría de causarles su desvalimiento mental, el ritual butanés de ponerse por turno a deshacer sobre la mesa a martillazos un cerdito de juguete profiriendo aquello de lo que agradecidamente creen haberse ya librado, y el pavoroso ataque de paranoia al que acaba cediendo el pobre padre vencido.

 

El deterioro global invoca tanto a los maestros estadounidenses del teatro conductual (O’Neill, Miller, T. Williams) como a los de la escena social popular (Rice, Odets, Hecht) para cebarse en los ecos del axial 11/9, donde soplan vientos de airosa derrota, la crisis de un desempleo amenazante o generalizado, la soledad en compañía, el precario refugio de la religión, la enfermedad, la abominable autopercepción valorativa y la senilidad como único horizonte seguro, en una obra teatral potenciada y trascendida como objeto audiovisual por encima de su potencial psicológico y una simple recreación emocional.

 

El deterioro global viaja con pesimista crueldad moral de la agria comedia familiar deliberadamente aceda al horror gótico opacamente brillante, merced al malvadamente transfigurador logro de la edición desatada posvanguardista soviética de Nick Houy para convertir al depto dúplex en su protagonista multiforme e inasible, bajo ese cielo atrapado por los giros cenitales de la cámara inaugural a contrapicado, infames pasillos cada vez más estrechos que parecen exprimir la savia vital de las criaturas que raudamente los cruzan, sus cañerías insondables, sus pisos de duela, sus oquedades inhóspitas, y antes que nada la virtualidad semifantástica de algunos recursos ambientales tipo una acogedora chimenea surgida al pie de un geométrico muro blanco, tanto como las consecuencias siniestras de una falla eléctrica en el mentalista asedio, todo ello con un irreprimible impulso alegórico.

 

Y el deterioro global termina rescatando al padre paranoico para mejor hundirlo en un mínimo espacio fractal.

 

FOTO: El manejo del espacio resulta un simbolismo de la psicología de los personajes/ Especial

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