Suena fregón pero carece de sentido
POR GABRIEL RODRÍGUEZ LICEAGA
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Era muy evidente el interés de Café Tacvba por musicalizar literatura en sus primeros discos. “Las batallas” es el ejemplo más evidente. “Ixtepec” está basada en un recóndito párrafo dentro de Los recuerdos del porvenir, de Garro y, una de mis favoritas, “El baile y el salón” es producto de la lectura de Haciendo el amor con música de D.H. Lawrence. Son sólo ejemplos. Después vinieron los dos discos de canciones prestadas, esa trampa que unánimemente llamamos cóvers. Y luego, indiscutiblemente, dejaron de escribir buenas canciones. Da la impresión de que simplemente dejó de existir la agrupación que entregó el primoroso binomio que forman “Pez y Verde” o la espectacular y prosopopéyica “La locomotora”. La horrible canción que concluye el disco Sino empieza así: “gracias por la democracia, por el Estado de derecho…” Pienso también en la letra poco inspirada de “Eres”. Vaya, a Café Tacvba ya no le interesa plantear tramas mexicanísimas en sus tracks. El cuento de la negrita se transformó en un conceptual “cero y uno, cero y uno…” más bien inerme. Determinar qué pasó entre una fase y otra no es el objetivo de este texto.
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Cuando me encontré el libro de relatos One Hit Wonder de Joselo Rangel en la mesa de novedades, de inmediato renació en mí la alegría del fan Cafeto que fui. Esperaba yo reencontrarme con la búsqueda narrativa antes citada en alguno de los veinte cuentos que forman el primer libro del jarocho. No la encontré. Me temo que los aciertos del libro son también sus más agresivos errores.
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Primero, los aciertos. Todos los cuentos cuentan algo, esto puede leerse como una obviedad pero, cuántas veces no pierde uno el tiempo con relatos mal planeados o en los que es evidente que el autor no tiene claro qué sucederá al final. Los cuentos de Joselo caben dentro de sí mismos, son recurrentes y pertinentes además de sorpresivamente imaginativos. Son claros y utilizan un lenguaje sin regodeos que se agradece, el autor no quiere apantallarnos. Los cuentos con temática musical son los mejor logrados. Naturalmente el guitarrista domina todo lo que rodea la juvenil fundación de una banda así como el germen de una rola. El cuento que da título al ejemplar es una maravilla.
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¿Los agresivos errores? Híjole. Como comenté, son los mismos que los aciertos. Trataré de pormenorizar: Ninguno de los relatos plantea una estructura cuentística innovadora. Son sucesivos y llanos. Pecan de sencillos. Hay por lo menos tres en los que el personaje al final es víctima de una anagnórisis poco desarrollada, impaciente y más bien colocada con climático calzador. Un ama de casa que harta de serlo se desquita a palos con una piñata y un chavo que presume sus enormes genitales y anhela volverse actor porno termina siendo sodomizado con un pene de plástico igual de grandote.
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El lenguaje también peca de sencillo. En una ocasión el autor llama al Sol el “astro rey”, evidenciando su falta de recursos. Este otro ejemplo de metáfora desafortunada ejemplifica rotundamente el tono general de la prosa de Joselo Rangel: “Y se puso a llorar. Se sentó en su silla, detrás del escritorio y se puso a chillar. Fue como si una pared de piedra construida con esmero se hubiera derrumbado porque los pilares estaban pésimamente construidos…”
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Puedo incluso agregar que no hay frase en todo el libro que permanezca en la memoria del lector. Y es que Joselo Rangel no conmueve. No le interesa exaltar el alma de sus lectores. En una entrevista a Time Out declara que “…los cuentos consisten en exagerar una idea. Así surge la historia que yo quiero…” Ese es el problema, en los cuentos de One Hit Wonder tal ejercicio de exageración sólo funciona como una especie de envoltura. Los párrafos se suceden sólo para concluir en una frase que al autor le pareció ingeniosa y poca madre. “A final de cuentas, a nadie le gusta que el futuro le eche a perder una cumbia”, concluye un cuento. Suena fregón pero carece de sentido. Es como cuando te regalan un suéter adentro de una caja de Iphone. De tal manera que, antes de que al lector le dé tiempo de frenarse, se encuentra leyendo una minificción que plantea al Adán bíblico como un homosexual solitario, sólo para concluir con el chistecito de que en el Edén no había aún clósets de dónde salir. “No soporto ver que tengo un hijo puto”, exclama el dios del antiguo testamento en mayúsculas.
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Los cuentos con temática musical son los mejor logrados pero rozan la ridiculez. “Caín y Abel llegaron al estudio con una canción nueva cada uno, tal como Dios, el productor de su primer disco les había pedido…” o aquel otro texto en el que, a la manera de la escuelita en el show cómico de Televisa, un salón de clases reúne a Marley, Lennon y Mercury en un aula.
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El cuento “One Hit Wonder” es una maravilla. Excepto por el final explicativo. Joselo, amigo, explicar un cuento y faltarle el respeto a tu lector son la misma cosa.
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Lo he dicho antes: me gusta imaginar un libro de cuentos como un puente de piedras que comunica a un lado del río con otro. Las hay piedras frágiles y sólidas, resbaladizas o diminutas. Conforme más medito esta metáfora más cuenta me doy de que lo relevante no es tanto el puente sino el río. El entorno editorial en México es deplorable y muchas editoriales insisten en no publicar libros de cuentos porque “no venden”. Es una pena que autores con logros cuentísticos más valiosos se encuentren huérfanos de editorial sólo porque no son integrantes de una afamada banda.
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Concluyo. Ojalá el libro One Hit Wonder logre que los fans de Café Tacvba redescubran el trabajo inicial de la banda. Corrijo: el valioso, bello y relevante trabajo inicial de la banda. Hay que revisitar canciones entrañables como “Dos Niños”, “Trópico de cáncer” o “El aparato” que son auténticos himnos de finales de siglo. O pa’ pronto, rolas inmensas como“María”, “Esa noche” y “Rarotonga”, cuyo autor de hecho es Joselo Rangel.
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One Hit Wonder, Joselo Rangel, México, Almadía, 2015.