Quentin Tarantino y el rencor ardiente
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Un actor en el ocaso de su carrera se alía con un doble de acción para conquistar Hollywood, la fama y el dinero que no llega
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POR JORGE AYALA BLANCO
En Había una vez en… Hollywood (Once Upon a Time in… Hollywood, RU-EU-China, 2019), honorable opus bombástico 9 (de un total previsto de sólo 10) del omnigenérico autor total tennesseeano de contradictorio culto mundial a sus 56 años todavía más incontenible Quentin Tarantino (de Perros de reserva 91 a Django sin cadenas 12), el decadente TVstar de series del oeste Ricky Dalton (Leonardo DiCaprio cual patético Proteíto añoso) ya viene de regreso de todo sin haber llegado jamás a ninguna parte, ya es incapaz de manejar debido a sus pioneros trastornos postalcohólicos en pleno desenfrenado 1969, ya debe disfrazarse de villano de opereta para conseguir papelitos de star invitada por la nostalgia, ya recibe lecciones de profesionalismo interpretativo hasta de la actricita de 8 años Trudi Fraser (Julia Butters), ya se exalta porque olvida sus diálogos a media filmación para apantallar al pretencioso director Sam Wannamaker (Nick Hammond), ya funge como vecino de los verdaderos famosos que sí son invitados a las retumbantes sexofiestas de Playboy o así Roman Polanski (Rafal Zawierucha) y su linda esposa en ascenso Sharon Tate (Margot Robbie), y ya se ve en la aberrante necesidad de ser convencido por su desalmado agente Martin Schwarz (lo que resta de Al Pacino) para largarse durante una temporada a filmar en Italia o España spaghetti-westerns despreciables (aunque sean dirigidos por el luego reivindicado Sergio Corbucci), pero hay algo providencial que lo protege y semirredime en la práctica y ante sí mismo: su simbiosis afectuosa-laboral con el solitario doble de riesgo cincuentón lejanamente sospechoso de la muerte de su esposa Cliff Booth (Brad Pitt en gozosa autoparodia jodida), el devastado figurante eternamente subalterno que le sirve como chofer mensajero y fiel amigo único e irónico damo de compañía ultraleal, el milusos que arregla la decisiva TVantena aérea, el brincoteante en autos y cultivador de artes marciales que pone en erizante jaque al mismísimo inaguantable Bruce Lee (Mike Moh), ese desmadroso conductor que compra desde la ventanilla un atesorado porro con LSD, ese púdico dador de aventones en LA se niega a que la jipi menor de edad Pussycat (Margaret Qualley) le haga una felación mientras maneja pero la lleva al rancho de rodajes Spahn cuyo viejo amigo ya ciego George (Bruce Dern) se halla lujuriosamente manipulado e invadido por los jipis satánicos del Clan Manson que inician un conato de enfrentamiento con él y, seis meses después, invadirán la casona de su patrón Dalton para ser salvajemente diezmados, como preámbulo/simulacro de la matanza de la familia Polanski más huéspedes y como desembocadura privilegiada de un irrefrenable rencor ardiente.
El rencor ardiente se mueve y estructura dentro de la señera tradición de esa fórmula hiperexpresiva de pocas secuencias pero eternas y detonantes que se remonta a Von Stroheim (del naturalismo voraz de Avaricia 24 a la inconclusa fantasía pérfida de La reina Kelly 28) y a un Leone siempre agazapado en Tarantino (cuyo actual título hace explícito homenaje a Érase una vez en el oeste/en América 68/85), porque así se articulan sin falla el bombardeo de flash-backs y la galería de personajes estrambóticos, se rinden cuentas de la vecindad con los Polanski-Tate cual si se trataran de un admirado bicéfalo inaccesible Gran Gatsby, se cede hasta cierto punto la tentación psicodélica autodestructiva a todo lo que daba, y se impide el desboque de la perfecta relación amor-odio entre el desencanto aún exaltado-exultante y la insidia extenuada.
El rencor ardiente avanza así a marchas forzadas el relato-bitácora, pero a tambor batiente, entre la estridencia demencial y la confidencialidad entrañable, entre la salvaje acritud satírica y la deliciosa reconstrucción de época porque cada quien tiene el derecho de filmar mentalmente o no la rememorante Roma (Cuarón 18) que compulsivamente recuerda y se merece, entre el lanzallamas-reliquia de rodaje quemavivos en la piscina cual escena pinche TVespectacular por fin hecha realidad brutal y la comida de perros en lata para el can adorado que es la única fuente de real afecto cotidiano, entre el gozoso azote supermisógino de la faz de la jipi asaltante contra las paredes y el resonar de la postrada efigie del ciego manipulado por la lujuria con la del oficial Kurtz/Marlon Brando en estado delirante de Apocalipsis ahora (Coppola 79), entre el encrespado libertinaje exánime y la orgía de pureza terminal.
El rencor ardiente representa el último grado al que pueden llegar hoy el híbrido y la posmodernidad en el cine hegemónico poshollywoodense, con un especioso guión propio y esa inagotable multirreferencialidad demente hasta la autorreferencialidad tarantiniana no menos enloquecida, pues aquí confluyen con virulencia toda la pulp fiction pasada, presente y futura, los lúmpenes desfacedores de entuertos criminales de Tiempos modernos (94), las acrobacias exterminadoras de Kill Bill Vol. 1/2 (03/04) en candoroso autotributo, las amazonas en pugna vueltas Erinias vengadoras A prueba de muerte (07) y hasta los desplantes antihitlerianos (que no antitrumpistas) de Bastardos sin gloria 09 cual rescoldos de otro El gran escape (Sturges 63) resultando inaccesibles tanto para Pitt como para Tarantino mismo, eco de ecos: el eco, la modesta genial decadencia inocultable como escamoteador juego de cajas chinas.
Y el rencor ardiente culmina en un final abierto exacto el fatídico 9/8/69, tras franquearse las verjas que comunican a la mansión del Dalton que ya fue con la de Tate embarazadísima y con la monumental grúa conclusiva y concluyente que catapulta a la matanza perpetrada por el Clan Manson hacia todos los sucedáneos y suplantaciones e hipótesis previas o posteriores, haciéndola coincidir con la ávida recreación de los tardo60s (sublime Sharon contemplándose a sí misma en una sala matutina) y con el cruel origen de la decadente supremacía blanca de hoy.
FOTO: Especial / Había una vez en Hollywood reúne un elenco a Leonardo DiCaprio, Brad Pitt, Al Pacino, Margot Robbie, entre otros.
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