The island we made
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En esta ópera de escasos 10 minutos se hilvanan imágenes poéticas sin estricta narrativa que giran en torno a la idea de la maternidad y la cultura drag
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POR IVÁN MARTÍNEZ
Ya desde hace varios años, la Opera de Philadelphia había comenzado a destacar entre sus pares estadounidenses por su compromiso con la música nueva, la comisión de óperas y el impulso a creadores jóvenes. Por tener un aura de inclusión interseccional pocas veces ligada a ésta la disciplina artística más tradicional. Y no ha parado.
Desde hace unos meses se ha sumado a las instituciones que crearon sus propias plataformas digitales y se ha servido de ella para comisionar nuevos trabajos creados exprofeso para la pantalla. El que más ha llamado mi atención y entusiasmo es The island we made, una operita de 10 minutos de la puertorriqueña Angélica Negrón (1981), filmada por Matthew Placek, a quien, por el peso de lo visual, debe reconocerse el crédito como coautor de la pieza, del mismo modo que en la ópera tradicional se la daríamos al libretista.
Negrón ha contado que cuando la compañía se le acercó para comisionarle este proyecto, una de las preguntas fue de qué recursos se serviría si no hubiera límites. La respuesta podía parecer una suerte de locura, pero si las posibilidades pandémicas se pueden servir de algo es de imaginación infinita, y Negrón soltó lo que había soñado: una ópera con Sasha Velour, la más sofisticada de las drag queens que han ganado el concurso de televisión RuPaul’s Drag Race y probablemente la que más alto ha elevado su disciplina del entretenimiento al arte, donde lo que viéramos fuera a ella haciendo sincronización labial a los sonidos de la cantante principal.
(Quienes han visto el programa, la recordarán a ella como la protagonista de uno de sus lip-syncs más icónicos; quien no, puede buscar “So emotional” seguido de su nombre. Si ése no es un momento digno de drama e inspiración operísticos, no sé qué puede serlo.)
Su interlocutora no dudó, le tomó la palabra y hace unas semanas se estrenó la pieza en la plataforma operaphila.tv
The island we made es un homenaje a la maternidad, que se ha definido en algunos espacios como una canción de cuna, lo que musicalmente, formalmente, puede ser acertado, pero artísticamente limitado. La inspiración y leit motiv del drama está en la relación de figuras femeninas de diferentes generaciones con la presencia visual de Velour, quien viene a ser una especie de narradora autobiográfica de nuestra relación como espectadores y de la propia compositora con nuestras madres.
(La idea misma de hacer protagonista a Velour viene de la relación que la compositora creó desde niña con la disciplina del drag, a través de su madre y sus amigas; y el detalle extramusical se cierra recordando que Velour suele no utilizar peluca y lleva rapada la cabeza, en homenaje a la suya propia).
Musicalmente, Negrón ha creado para esta “escena” (quise decir historia, pero en realidad son imágenes poéticas sin un hilo narrativo preciso), una partitura etérea y melancólica, sonoramente espectral como la presencia visual de su protagonista, pero con la cantidad justa de gestos sónicos, que llenan a esta música contemplativa, en apariencia pasiva, de contenido profundamente emocional. Junto a la electrónica creada por la propia compositora y la voz de la cantante Eliza Bagg, es especialmente sobresaliente los sofisticados toque y musicalidad del arpa de Bridget Kibbey.
The island we made puede rentarse independiente para verse durante siete días, pero vale la pena acceder a la suscripción anual de todo el catálogo de la compañía, que va enriqueciéndose con piezas como ésta y otras de mayor aliento con regularidad.
Ensamble Vertebrae
Otra serie que, lenta pero regularmente, se va enriqueciendo, es la que sobre música latinoamericana presenta el compositor José Luis Hurtado en la Universidad de Nuevo México, donde es profesor y de la que ya he hablado aquí antes. Su última adición digital es el registro documental de un programa presentado en vivo en condiciones de normalidad, pero que merecía ser rescatado; ni todos pudimos estar en Albuquerque en 2017 y, dada la alineación del ensamble, será difícil encontrar el repertorio con regularidad en otras salas de concierto.
Se trata de cinco obras dedicadas al Ensamble Vertebrae, que integran la flautista mexicana Olivia Abreu, la percusionista francesa Camille Emaille y la pianista franco-mexicana Anna Paolina Hasslacher, creadas ese mismo año y que muestran a cinco compositores mexicanos pertenecientes a una especie de generación sandwich, nacidos entre 1975 y 1982; los más jóvenes de una generación ya establecida, o los de mayor camino recorrido entre los jóvenes: además del propio Hurtado, Rodrigo Valdez-Hermoso, David Hernández-Ramos, Víctor Ibarra y Juan José Bárcenas.
Distingue a las cinco obras su energía directa, la aspereza de su ímpetu casi violento y sin disculpas. Pero también los intereses tímbricos y gesturales que los diferencian entre ellos como creadores aun afines. De parte del ensamble, su ilimitada imaginación, su rotunda fuerza que acude sin cortapisas a la invitación de cada partitura. Estupendas las tres ejecutantes en la versatilidad precisa de sus colores y en la solidez muscular de sus sonidos.
FOTO: La ópera dirigida por Angélica Negrón está protagonizada por la drag queen Sasha Velour, ganadora del concurso RuPaul’s Drag Race/ Crédito: Especial
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