Thomas Paine, el independentista incómodo
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Algunas de las ideas de su panfleto Sentido Común inspiraron memorables frases de la Declaración de Independencia de las 13 colonias norteamericanas, documento fundacional de Estados Unidos, país que hoy celebra un aniversario más
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POR RAÚL ROJAS
Ahora que en Estados Unidos están celebrando la Declaración de Independencia de 1776, es conveniente recordar la contribución de Thomas Paine, un revolucionario errante entre Europa y América. Su panfleto Sentido Común, publicado seis meses antes de la independencia norteamericana, llegó en el momento apropiado para avivar las llamas de la guerra revolucionaria. El folleto fue reimpreso 25 veces en un año y tuvo una difusión de cientos de miles de ejemplares, en un país con sólo 2.5 millones de habitantes. Paine fue algo así como una versión temprana de los militantes internacionalistas del siglo XX, pero en la época de las revoluciones antimonárquicas: primero, agitando contra la monarquía inglesa en América, después como miembro de la Convención durante la Revolución Francesa y, finalmente, propugnado el respeto a los derechos humanos y criticando las supersticiones cristianas.
Thomas Paine nació en Inglaterra y ejerció diversos oficios, antes de emigrar a Pennsylvania para convertirse en editor de la Pennsylvania Magazine en 1775, gracias a una recomendación de Benjamín Franklin. Paine de inmediato le puso su sello al gran debate en marcha respecto a la posible independencia de las trece colonias. Las tensiones con la monarquía inglesa habían ido creciendo desde la década anterior debido a leyes y edictos que pretendían limitar su autonomía e imponerles impuestos. Las hostilidades militares con los ingleses se agudizaron en 1775 debido a la formación de milicias en las colonias. Solo un año después los Estados Unidos serían la primera república instaurada en América y solo la cuarta de la historia.
Se ha dicho que el gran mérito de Sentido Común fue exponer la causa de la independencia de una manera apasionada y al mismo tiempo comprensible para la
mayoría de la población. Algunas formulaciones en el panfleto inspiraron después memorables frases en la Declaración de Independencia.
Paine comienza afirmando en Sentido Común que “la causa de América es en gran medida la causa de toda la humanidad”. Mientras que la sociedad surge “por nuestras necesidades”, los gobiernos “son producidos por nuestra maldad”. Paine parte de la ficción, muy en boga en la Europa del siglo XVIII, de la humanidad “en estado natural”, en donde todo es decidido por todos. A medida que crece la población surge la necesidad de protegerse colectivamente, tanto económica como militarmente, y de ahí emergen los gobiernos, para asegurar la “libertad y la seguridad”. Sin embargo, dice Paine, en Europa y especialmente en Inglaterra, los gobiernos han pasado a ser dominados por dos tipos de tiranía: “la tiranía monárquica” y la “de la aristocracia”.
De las cuatro partes que constituyen el panfleto de Paine, las dos primeras están dedicadas a “desconstruir” a la monarquía británica para demostrar que no es una forma democrática de gobierno. El ataque a la monarquía constitucional es brutal. Para comenzar, dice Paine, las monarquías no se derivan de ningún derecho divino, sino de que “algún rufián, el jefe de una banda” obligó a pacíficos habitantes de una región “a pagar por su seguridad, extorsionándolos con contribuciones”. Aun así, no regía todavía el derecho de sucesión por consanguinidad, sino el derecho del más fuerte. La monarquía hereditaria es otra “usurpación” y el mejor ejemplo sería Guillermo el Conquistador, un invasor de Normandía, cuyo reinado terminó en una guerra de sucesión entre sus hijos. Por eso, tener un rey no garantiza ni siquiera la estabilidad ya que desde entonces, con treinta reyes británicos, se habían dado “ocho guerras civiles y diecinueve rebeliones”.
Paine cita hábilmente de la Biblia para argumentar contra la monarquía y se refiere extensamente un pasaje poco conocido, donde los judíos le piden al patriarca Samuel que les asigne un rey. Samuel les advierte que sufrirán el castigo de Dios lo que sucede de inmediato, con truenos y lluvias torrenciales. Por eso, dice Paine, “un hombre honesto es de mayor valor para la sociedad y ante la vista de Dios que todos los rufianes coronados que han vivido hasta ahora”.
Examinando la relación entre Gran Bretaña y las 13 colonias, Paine no encuentra razón alguna para que continúe la dominación inglesa. Inglaterra es una isla y las colonias “un continente”, que a la larga tendrá tantos habitantes como toda Europa. La gran distancia entre Inglaterra y las colonias es prueba del “diseño divino”, que no contempla la sujeción permanente de la una a la otra. Además, Inglaterra sólo vela por sus intereses en América y no por sus súbditos. Continuar con la sujeción británica convierte de inmediato a otros países europeos en enemigos propios y las guerras británicas son heredadas por los colonizadores. El Nuevo Mundo, sin embargo, es ya el asilo “de todos los perseguidos que aman la libertad civil y religiosa, provenientes de todas las partes de Europa”. Todos ellos han huido de las monarquías, es decir, de la “crueldad del monstruo”, incluido el británico. Por eso “nuestro plan es el comercio, que nos asegurará la paz y amistad con toda Europa, porque es en interés de Europa que América continúe siendo un puerto libre”. Después de las batallas de Lexington y Concord, en abril de 1775, Paine afirma haber sepultado cualquier esperanza de una reconciliación con el “Faraón de Inglaterra”, quien empapó “su alma de sangre”.
Para Paine entonces, no hay duda alguna de que la nueva nación debería ser una república. Menciona como antecedentes positivos a las dos primeras repúblicas en el mundo, la república holandesa de 1581 y la suiza de 1648. Curiosamente, Inglaterra misma fue una república por unos pocos años durante el Protectorado de William Cromwell, pero la monarquía fue restablecida en 1660. Así que en el momento en que Paine escribe, estaba por formarse apenas la cuarta república que el mundo hubiera presenciado. Y si consideramos que en 1806 los holandeses establecieron la monarquía constitucional, resulta que las dos repúblicas más antiguas, hoy en día, son la suiza y la norteamericana.
Paine proporciona una especie de plan de acción para esa república en formación, plan que seguramente reflejaba las intenciones de independentistas como Benjamín Franklin y Thomas Jefferson. En primer lugar, el gobierno recaería en un “Congreso Continental” con 390 diputados. El presidente sería electo por el Congreso, pero se tomaría una persona de cada una de las 13 colonias, alternándose sucesivamente. Las leyes más importantes se adoptarían por el Congreso, de acuerdo a una mayoría del 60% de los votos. Para poder proceder a establecer la nueva república se debería convocar a una “Conferencia Continental” con representantes de las colonias para que se elabore una “Carta de las Colonias Unidas”. La nueva carta (Constitución) debería asegurar la libertad y propiedad y, sobre todo, “el libre ejercicio de la religión de acuerdo con los dictados de la conciencia”. Y no debería haber ningún “Rey de América similar al Bruto Real de Gran Bretaña” ya que “en América la ley es el rey”. Con ello se restablecerían los “derechos naturales” de la población. El llamado de Paine a todos los revolucionarios es enfático. “Los que os atrevéis a oponeros, no solo a la tiranía sino también al tirano, ¡levantaos! (…) La libertad ha sido perseguida en todo el mundo (…) ¡Recibamos a los fugitivos y preparemos con el tiempo un refugio para la humanidad!”.
La última parte de Sentido Común es más pragmática y refleja las adiciones que se le fueron haciendo a lo largo del tiempo, dadas las muchas ediciones del panfleto. Paine calcula el costo de construir una flota moderna, capaz de defender al nuevo país, y propone que se podría tomar deuda externa para financiar la etapa del despegue económico. Propone enviar emisarios a todas las cortes de Europa para asegurar la amistad o por lo menos la neutralidad de otros países. Él mismo participaría después en esas misiones.
Y el resto es historia, como se dice. El 4 de julio de 1776 el Segundo Congreso Continental adoptó la Declaración de Independencia, redactada por cinco miembros del Congreso. Aparentemente Thomas Paine asistió a Thomas Jefferson y John Adams en la redacción del documento, que en algunos pasajes hace recordar a Sentido Común, por ejemplo, cuando Paine escribe que “en el origen todos los hombres son iguales”.
Pero Paine era un revolucionario muy incómodo, para lo que se vendría después de la independencia. Fiel a sus ideas rebeldes propuso que todas las tierras británicas, desde las colonias hasta el Pacífico (toda la parte de EU arriba de lo que todavía era la Nueva España), fueran consideradas “bienes comunes” de las trece colonias y escribió un panfleto con ese nombre. Sin embargo, ya había comenzado la distribución de concesiones mineras y de ferrocarriles para los industriales que se convertirían en potentados y saqueadores de la nueva república, todos ellos en proceso de “acumulación originaria”. Se ganó la enemistad de esas familias. Se opuso a que los enviados a Francia, que iban a recolectar fondos para la república, mezclaran esa misión con proyectos y ganancias personales, lo que también le cerró muchas puertas. Así que después de haber tenido una participación tan destacada como publicista durante la lucha de independencia, Paine se encontró de nuevo en Londres en 1787, de donde después partió para vivir su segunda revolución antimonárquica, en Francia.
Cuando Paine publicó en 1792 en Inglaterra su defensa de la Revolución Francesa (Los Derechos del Hombre), lo mandaron aprehender, así que tuvo que huir hacia París. Ahí fue recibido con brazos abiertos y fue nombrado representante ante la Convención. Paine comenzó a colaborar con Condorcet y Danton, destacados representantes del ala girondina de la revolución. A pesar del desprecio que le merecía la monarquía (y ya vimos de que manera se expresaba), Paine se opuso a la ejecución del rey Luis XVI, de manera que Maximilian Robespierre lo mandó aprehender durante la llamada época del “terror jacobino”. Escapó de la guillotina sólo por un error de sus captores y se refugió en la residencia del embajador
norteamericano.
A Paine no le bastaba con los problemas que ya había tenido. Durante su refugio en París escribió otra nueva obra, La era de la razón, otro best seller donde criticaba a la religión y a la Biblia: “El cristianismo es una parodia de la adoración al sol. En vez del sol una figura llamada Cristo toma su puesto”. Se pronuncia por reconocer la existencia de un Dios sin afiliación a ninguna religión particular. Ve la utilidad de la religión sobre todo en propagar la obligación de practicar la caridad y ayudar al prójimo. Con eso Paine terminó de enemistar a todos los que aún le faltaba enemistar, pero se acercó a Napoleón Bonaparte. Ofreció ayudarle a planear la invasión de la isla británica, para destronar al rey, pero renegó de Napoleón cuando aquel comenzó a mostrar el cobre dictatorial. Lo denunció como “el mayor charlatán que ha existido”. No pudiendo volver a Inglaterra por la orden de aprehensión en su contra, se embarcó de regreso a Estados Unidos en 1802. Ya ahí, no se le permitió votar en Nueva York por “no ser americano” y cuando murió en 1809 los cuáqueros no permitieron que fuera enterrado en el cementerio local.
Así concluyó la vida del más famoso propagandista del movimiento de independencia de Estados Unidos. Paine no solo participó destacadamente en dos revoluciones, sino que también escribió en contra de la esclavitud en América, a favor de programas sociales, de programas de salud y de un sistema de jubilación para los trabajadores. Abogó por impuestos progresivos para limitar la riqueza de unos cuantos y a favor de subsidiar la educación de los pobres.
Thomas Paine fue fiel a su credo y a la famosa frase que acuñó en Sentido Común: “hoy tenemos en nuestro poder recomenzar el mundo”. Las 13 colonias, por su parte, recomenzarían a su manera, adquiriendo Luisiana, despojando a México de la mitad de su territorio, participando en guerras por doquier y lanzando la era del “destino manifiesto”, para establecer y consolidar al imperio más poderoso y letal que la humanidad ha conocido.
FOTO: Retrato de Thomas Paine /Crédito: National Gallery of Art.
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