Teatro cabaret contra la represión
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A lo largo de 50 años de trabajo ininterrumpido, Tito Vasconcelos ha sido una voz relevante de las artes escénicas en México, una figura siempre crítica y política
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POR IVAN MARTÍNEZ
Crítico musical; Twitter: @i_martz
Supe de Tito Vasconcelos (Oaxaca, 1951) la primera vez que vi Danzón, varios años después de su estreno. Eran los últimos años de los 90, yo vivía mi propio despertar sexual y su presencia en la pantalla me fascinó. Pronto admiré su figura pública al saber que habían existido Medianoche en Babilonia y los Martes del Taller, su otro espacio de divulgación de cultura homosexual con Guerrilla Gay. Lo primero que hice al llegar a la Ciudad de México en el 2002 fue conocer los Cabaré-Titos y La Rockola, el hermanito menor del consorcio, diseñado para los menores, sin alcohol. Luego pude verlo también en escena y en cada ocasión, me ha seguido abriendo los ojos: sea en alguna producción modesta en alguno de sus espacios, fuese representando al Novo en el Mictlán de Fabre, en alguna representación de Shakespeare, o como ahora, en esta charla en la que me ha permitido repasar, junto a su biografía artística y política, la propia trayectoria del movimiento LGBT en nuestro país, del que fue en no pocas ocasiones, protagonista de sus hitos.
¿Cómo llegas a la Ciudad de México?
Ya había arrasado con la ciudad de Oaxaca. Tenía trece años y mi madre no podía controlarme. Tenía un par de hermanos viviendo aquí y mi hermana se ofreció: tenía en ese momento una relación muy mala con mi madre por el asunto gay, andaba muy despiertito y se volvió un conflicto. Mi hermana corrió a rescatarme y así llegué en el 65.
Venías entonces plenamente consciente de tu sexualidad.
Absolutamente. Fui mi precoz, en mi casa nunca se prohibieron las lecturas y en algún momento de la vida me encontré un tomo de mitología grecorromana. ¡Se la pasaban cogiendo! Eso despertó cosas. Además, fui un niño muy femenino, había entrado a la escuela a los cuatro años, era el más chiquito y súmale que para los estándares oaxaqueños era güero de ojo azul, me agarraron carrilla y por supuesto fui bulleado hasta la fatiga. Mi aislamiento consistía en leer. Tuve consciencia de que era diferente y empecé a buscar la explicación de quién era y por qué era así: existía una revista de sexualidad, Luz en sus problemas personales, no recuerdo dónde la habré visto, pero a través de las preguntas que les hacían a los editores dije “¡Yo soy de esos!”, luego un compañerito me “convidó” y pues… lo disfruté.
Ésa fue la toma de consciencia de tu sexualidad, ¿y la de tu ser artístico?
Llegué a la secundaria y tuve la fortuna de encontrarme con Azucena Rodríguez, la maestra de literatura que me invitó a hacer teatro con los demás chavos. Debuté con El retablo de las maravillas en el Teatro del Bosque y al año siguiente repetí con El Juglarón de León Felipe: descubrí que era lo mío. El escenario me hacía feliz y me permitía dominar a todos los que me jodían, que entonces se quedaban calladitos. Luego en la Preparatoria, entre las optativas, estaba el teatro y ahí fue realmente el inicio real. Ahí tuve mi primera maestra formadora como actor, Marcela Ruiz Lugo.
Hablamos de mediados de los sesenta y de esa época viene esta noción de que lo sexual es político.
No era consciente aún. Entendía que había circunstancias que otros no entendían. Supe que sería discriminado, pero no sentía que estuviera mal. Supe muy a tiempo que no tenía que sentirme enfermo ni mucho menos. No sé si eso puede llamarse consciencia política. En los primeros espectáculos me tocó estar también en 68: todo, los mítines, entender que había una represión nacional, la responsabilidad que teníamos. Hicimos espectáculos de poesía y canción de protesta. En la preparatoria hicimos Andorra, de Max Frisch y luego Marcela (Ruiz Lugo, su primera maestra de teatro) me apoyó para que fuera a estudiar a Bellas Artes.
Por esas fechas aterricé en la Zona Rosa de la mano de un novio que me trajo al Carmel, el café de Don Jacobo Glantz, a una mesa donde me encontré con Carlos Monsiváis, José Antonio Alcaraz, Jaime García Granados… ¡tout le monde! Tenía 18, 19 años, estaba chulísimo, me funcionaba la azotea y fui muy feliz de encontrarme con iguales. Eso sí que despertó otro tipo de curiosidad.
Te encontraste con tus iguales y eras actor, pero arriba del escenario no había representación de nosotros.
No, no estábamos representados, pero no implicaba nada. En el grupo había otros y eso me hacía sentir acompañado. El grupo de teatro fue el crisol donde me encontré con todos los outcast.
Cuando uno revisa la historia del teatro en México, aparece por ahí Los Signos de Zodiaco, de Sergio Magaña, que dirigió Novo en Bellas Artes en 1951. Pero pasaron treinta años para que hubiera una obra gay como tal: Y sin embargo se mueven.
Un poquito antes hubo otras cosas, pero fue a partir de Y sin embargo se mueven que los críticos bautizaron ese estilo, esa manera, como teatro gay, aunque ya hubiera habido obras con temática homosexual. Ése fue el bautismo y este año se cumplieron 40 años de que estrenamos: el 23 de abril del 80.
José Antonio (Alcaraz) hizo Las fábulas de Monterroso y me encantó ver eso. Con él me entendía bien, le divertía yo mucho porque no me callaba, de todo opinaba, y me llamó a trabajar como su secretario, como su esclavo decía él: me abrió un mundo de gente, de contactos con músicos y con actores, otra gente de la intelectualidad.
Después de Las fábulas, Hugo Gutiérrez Vega que era el director de la Casa del Lago le dijo: “Oye, esto ya es muy gay, ya el próximo espectáculo debería ser una cosa absolutamente gay”. José Antonio venía de trabajar con Jodorowsky, que era capaz de hacer un espectáculo sobre el directorio telefónico y por ahí partió, agarramos un diccionario y empezamos. Convocó a Fernando López Arriaga, Gustavo Torres Cuesta, Homero Wimer, que era el guapín del grupo, Carlota Villagrán y Delia Casanova. La propuesta era eso: un espectáculo testimonial de un momento en que había mucha persecución policiaca, asesinatos. Sigue habiendo asesinatos, pero la persecución policial era espantosa. Hacías una fiesta y había un vecino incómodo que los llamaba y salías macaneado y retratado en el Alarma!
Ahí sí fue un poco el nacimiento de una consciencia de que teníamos que hacer algo para que hubiera una denuncia. En 1978 fue mi salida oficial del clóset con la primera vez que marché en la calle, en una manifestación en el aniversario de Tlatelolco, y en 1979 fue la primera marcha. En esa época conocí también a Juan Jacobo Hernández y a Xabier Lizarraga, a los grupos que trabajaban cuestiones políticas.
Y ya había trabajado también con Nancy Cárdenas, quien supo de mí por otro espectáculo de José Antonio, Cartas de ultratumba, donde hice mi primer travesti. Extraordinario porque no sabía de mi potencial femenino. Fue una entrega de premios de los cronistas de teatro y yo hacía una carta que Sarah Bernhardt le enviaba a Severo Mirón, que había dirigido el año anterior un monólogo muy solemne de Enrique Suárez de Deza: ¡apoteósico! Tuve al teatro de pie aplaudiéndome y dije ¡oh-oh! Algo sucedió que quiero averiguar.
Suena muy bonito, ¿cómo te trató realmente la prensa cultural?
Ya me habían tratado bien, pero cuando Y sin embargo… los críticos que ya me habían tomado en cuenta como “un actorcito que prometía” me vaticinaron la muerte civil. Decían que había enterrado mi carrera: Olga Harmony entre ellos. No me importó. Fui consciente de la importancia que estaba teniendo la obra, tan es así que me convertí por primera vez en productor. Al terminar la temporada en la Universidad, nos ofrecieron un teatro comercial, algunos no quisieron ir a un teatro comercial, pero yo volví a armar el grupo y me lancé. Ramón Bugarín nos ofreció el “29 de diciembre” e hicimos una temporada que llegó a las 200 representaciones.
¿De ahí nace el teatro cabaret del que eres responsable?
Lo que hicimos en Y sin embargo… tenía mucho que ver con la revista mexicana. No lo entendí en ese momento hasta que años después me puse a estudiar el fenómeno del cabaret. En el 77 había hecho la Ópera de los tres centavos con Marta Luna. Vino el asunto político de la escisión de la ANDA con la que se creó el SAI, estaba haciendo Brecht, descubriendo el teatro político y la música de Weill. Estaba fascinado y descubrí a Juan Ibáñez, el grupo de La edad de oro y el Café Colón. Pininos de lo que nosotros pensábamos que era el cabaret, que más bien era carpa refinada y teatro de revista, que también estaban retomando Julio Castillo y Cachirulo: los cuplés con la picaresca mexicana. Me fascinó cuando vi que podía hablar en primera persona de cosas que me importaban y el teatro tradicional me parecía que no se iba a perder nada si no volvía a hacerlo.
¿Lo extrañaste?
Sí, pero en realidad nunca dejé de hacerlo. Siempre ha habido quién me invite, con Miguel Sabido hice Juana La Loca; trabajé con Pepe Solé, hice Tito Andrónico. He hecho de todo y la verdad es que después de esa “salida del clóset” con Y sin embargo… la gente me respetó. Nos respetó. No se hundió mi carrera, aunque luego fuera utilizado como ejemplo de lo que no debía hacer un actor por algunos maestros del CUT, decían: “vean a Tito, ahora hace puras vestidas”.
Entre haber hecho de todo, me maravilló saber de la existencia de una revista de cultura gay que duró tantos años y se hiciera en una radio pública.
Sí, en Radio Educación. Yo ya había sido locutor ahí, en los 70. Mi lugar lo ocupó Emilio Ebergenyi y fue él quien luego nos convocó en el 88: se le ocurrió una barra nocturna, Solo para solititos, que empezamos Luis González de Alba y yo, luego desapareció la barra y sólo se mantuvo Medianoche en Babilonia. Creo que tuve la chispa de entender que tenía un momento prodigioso que no existía en otra parte de Latinoamérica, apoyado por Xabier (Lizarraga), Jesús Calzada, el mismo José Antonio, Juan Jacobo (Hernández), por mucha gente que vio que era posible dirigirse a… no me gusta decir comunidad, porque no lo somos, pero a este grupo de gente que tenemos cosas en común. Pasaron muchas cosas esos nueve años. Descubrimos a otros que estaban solititos y que se encontraron a través del programa, se crearon muchos grupos, de travestis heterosexuales, de lesbianas, de adolescentes que se estaban descubriendo.
Entre el programa y el 2000 pasaron muchas cosas: la izquierda ganó la Ciudad de México, la Marcha llegó al Zócalo, hubo una reforma importante al código penal, una primera ley que despenalizaba el aborto, pensábamos que llegábamos a una especie de paraíso que no fue: ¿fuimos condescendientes la comunidad gay con los partidos de izquierda?
Nunca lo es. En 98 abrimos [con su esposo, David Rangel] el primer Cabare-Tito y fue horrible. Había ganado el PRD y no pensamos que fuera a ser un paraíso, pero por lo menos que iban a ser respetuosos. Cuando marchamos por primera vez en 78, entre el partido Comunista y el Socialista se desmarcaron como cincuenta metros adelante y cincuenta atrás para que no los confundieran con los jotos. Habían convocado y aceptado que estuviéramos con las pancartas del FHAR [Frente Homosexual de Acción Revolucionaria], de Lambda y de Oikabeth, el grupo de lesbianas, ¡ah, pero con debida distancia! Siempre han sido unos hipócritas. Ahora ojalá tuviéramos izquierda, pero quién sabe qué cosa es esto.
Yo recién llegaba a la ciudad y vi mucha represión contra los Cabare-Titos.
¡Sí yo fui a dar hasta la cárcel! Cuando Andrés Manuel era jefe de gobierno acabé acusado de vender niños de la calle, asiáticos, no sé qué tanto vendía yo. Fueron años muy feos y nos clausuraban a cada rato. Fueron muy pocos los solidarios, pero tenía amistades padres. En 91 había hecho Danzón y eso me abrió puertas, comprendí la fuerza y discreción de muchas mujeres en el poder, todas querían ser amigas de Susy [su personaje en la película de María Novaro]. Los noventa habían sido una década padre a raíz de la película… hasta que llegó la izquierda.
¿Se te hizo a un lado después? Te recuerdo en esa época encabezando todo y luego te apagaste.
Recibí fuertes amonestaciones. Cuando salí, el procurador dijo que por favor fuera yo consciente del privilegio que tenía y que agradeciera estar fuera. No me podía poner más beligerante, debíamos millones y había que trabajar para pagar. Y también voluntariamente dije “¡ay, ya!”. Estaba muy decepcionado de Andrés Manuel: cuando era candidato nos convocó, nos leyó sus veinte puntos y yo pregunté: “pero ¿¡dónde estamos nosotros!?” Y él dijo: “ahí… en el rubro de sida”. “Ah, para ti todos tenemos sida y sólo eso somos”. No me contestó, no lo dejaron, pero prometió que nos íbamos a juntar para discutir y hablar al respecto y hacer una agenda para la comunidad. Aquí estoy sentadito esperando.
¿Te sentiste traicionado o desplazado dentro de la comunidad?
No. Todo lo he que hecho ha sido porque lo creo. Si le sirve a alguien más, fantástico. Pero yo no voy a decir que me sacrifiqué por nadie, ni siento que nadie me deba nada. Sentirme traicionado, tal vez intelectualmente, porque políticamente con qué poquito se llenaron el buche toda esa gente que luego consiguió curules.
Y por la comunidad tampoco. Organizamos por lo menos siete marchas. Lo hacíamos con mucho cariño e invertimos el dinero por hacerla más profesional. Vino un rollo de rebatinga, que nos habíamos apoderado de ella, que nos hinchábamos de dinero y decidimos dar las gracias. Se ha vuelto una cuestión de politiquería y de cuestiones comerciales, pero la marcha se hace con o sin la organización y la gente sabe lo que se ha conseguido. Las hicimos multitudinarias, las hicimos crecer con las programaciones y se oía el discurso. Ahora es una pachanga: no me molesta que lo sea, pero se ha perdido el asunto político.
Dices que se perdió el asunto… yo estoy en una generación intermedia, entre quienes la hicieron y quienes ahora no se enteran lo que hubo antes, que no saben por qué, ¿qué les dirías a ellos?
Es la pregunta interminable: qué les puedes decir. Hay gente que llegó a ser adulta cuando ya se habían conseguido las cosas, desde que pudieran tener muestras afectivas sin que fuera un escándalo hasta el matrimonio. Tienen todo y creen que el mundo nació cuando ellos nacieron. No leen ni con orden judicial.
Hace unos días escuché a Juan Jacobo decir que la culpa era un poco nuestra por no haber historiado el movimiento.
Xavier tiene una Historia bastante decente. Sí hace falta academia al respecto, documentarla, pero existe y está regada en internet, si alguien no la encuentra es porque no sabe buscar.
Además de historia, parece que tampoco hubiera grandes obras artísticas, grandes épicas LGBT.
Yo creo que sí las hay. Rascón Banda dejó una buena cantidad de obras que hablan del asunto gay desde la perspectiva de un hombre de provincia; Oscar Liera, José Mayuga. Luis Zapata es otro rollo, pero sus novelas retratan los momentos sociales que hemos vivido. Yo creo que hay material y falta reunirlo. Pero te digo, si fuéramos comunidad manejaríamos la información y no que pareciera que… ya no sé qué parece.
FOTO: Tito Vasconcelos recibió la medalla “Mi vida en el teatro” que otorga la UNESCO, en 2017./ Archivo EL UNIVERSAL
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