Top of the Lake: en busca de la inocencia perdida

Oct 5 • Pantallas • 4122 Views • No hay comentarios en Top of the Lake: en busca de la inocencia perdida

POR MAURICIO MONTIEL FIGUEIRAS

 

La narrativa visual del tercer milenio, al menos la que se produce en el orbe de habla inglesa, está probando sus mejores armas en la televisión. Muestra de ello son las series que desde fines de los años noventa han crecido en cantidad y calidad, reclutando —iba a decir secuestrando— talentos que anhelaban y necesitaban rebasar las limitaciones del cine; limitaciones, cabe aclarar, que se centran sobre todo en las posibilidades expansivas del relato. En esta nueva ola televisiva que ya se antoja incontenible participan directores notables como la neozelandesa Jane Campion (1954), que pese a ser más celebrada por sus películas (El piano, 1993; Retrato de una dama, 1996; En carne viva, 2003; Estrella brillante, 2009) empezó su carrera en la pantalla chica al cabo de graduarse de la prestigiosa Escuela Australiana de Cine, Televisión y Radio. Casi un cuarto de siglo después de entregar Un ángel en mi mesa (1990), miniserie que aborda con extraordinaria sensibilidad la vida tortuosa de la escritora Janet Frame y que cuenta también con una versión fílmica, Campion regresa a la narración extendida con Top of the Lake (2013), miniserie de siete episodios que se estrenó completa en el Festival de Cine de Sundance para luego transmitirse por partes en canales de Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda. Considerada por Lorrie Moore como una historia que trabaja “el aspecto de la trascendencia y el tema del post-apocalipsis sexual”, Top of the Lake desarrolla y amplía con perspicacia y una belleza elegiaca varias de las obsesiones de Campion. Aquí están las mujeres frágiles pero imbatibles de Un ángel en mi mesaEl piano y En carne viva, representadas por la detective Robin Griffin (Elisabeth Moss, quien saltó a la fama con Mad Men); aquí está la herencia gótico-romántica del paisaje psíquico volcado en el paisaje físico que muestra El piano, el influjo policiaco de En carne viva que se depura para diseñar un acertijo consanguíneo. Aquí está la exploración del pulso salvaje que late bajo la superficie civilizada a la espera de quebrantarla irremediablemente.

 

Ambientada en un pueblo que funge como ideal trasunto neozelandés de Twin Peaks —la deuda con las tinieblas provincianas de David Lynch se hace explícita en una mención a Terciopelo azul (1986)—, Top of the Lake da inicio con una imagen inquietante: Tui (Jacqueline Joe), una niña de doce años, se adentra en el lago brumoso en torno del que se desenvuelve la trama con la intención de suicidarse; al ser rescatada se descubre su embarazo, tras lo cual ella se esfuma. Alrededor de este núcleo comienzan a girar distintas fuerzas conjuntadas por dos vectores de liderazgo, Matt Mitcham y GJ (Peter Mullan y Holly Hunter, insuperables), los polos masculino y femenino de un paraíso en el que la serpiente sigue seduciendo a hombres y mujeres con frutos extraños. Inmersos en una atmósfera adánica en la que la corrupción se ha infiltrado de modo definitivo, los personajes de Top of the Lake se consagran en cuerpo y alma —unos más y otros menos, pero ninguno se salva— a la búsqueda de la inocencia que perdieron en los pliegues del tiempo. “Cuando tengo a alguien en la plancha veo materia en descomposición, evidencia. Pero cuando un niño está involucrado es diferente”, dice un patólogo a la detective Robin Griffin, y en esa declaración se condensa el desasosiego de Jane Campion frente a un mundo reducido a instintos primitivos en el que facultades como el candor y la pureza parecen haber sido desterradas para siempre. Al enfocarse en los lazos familiares y afectivos que terminan por estrangular la noción de un edén básico, la lección de Top of the Lake es devastadora: la sangre corre por rutas impredecibles pero nunca se desvía del destino que pretende alcanzar.

 

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