María Sojob y la reinserción femicomunal

May 9 • destacamos, Miradas, Pantallas, principales • 5127 Views • No hay comentarios en María Sojob y la reinserción femicomunal

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Tote_Abuelo, que se proyectará en la selección de Ambulante en línea, es un documental sobre el reencuentro de la directora del filme con su familia tzotzil

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POR JORGE AYALA BLANCO

En la selección estelar de Ambulante en línea Tote_Abuelo (México, 2019), entrañable largometraje documental primerizo de la autora total chiapaneca tzotzil de 36 años María Sojob (cortos: Voces de hoy 11 y El hermano mayor 15), la voz confesional a rajatabla de la realizadora se escucha reflexiva en el prólogo a oscuras (“Según mi mamá una buena mujer debía aguantar si tu esposo te pega, o si tiene otras mujeres, o si llega borracho”) y seguirá escuchándose en el mismo tenor mientras la mujer se desplaza por las regias calles de la ciudad multiétnica chiapaneca San Cristóbal de Las Casas (“A mi hija Maya le hablaba desde que estaba en la panza, pero no puedo recordar a mi mamá diciéndome palabras de cariño, de amor, y no puedo tampoco ver a mis papás abrazándose, o a mis hermanos y yo abrazándonos, pero creo que sí nos queremos y hay cariño, claro: no hay palabras”) y enfila por carretera hacia lo más cercano posible de la comunidad indígena tzotzil de Los Ranchos en el municipio chiapaneco de Huixtán a donde hasta hace poco solo podía accederse tras duras jornadas a pie atravesando breñales y campos de cultivo y arroyos (“Tengo un conflicto interno, quién soy, de dónde soy y cómo he crecido como mujer; me enteré de que se iba a ir y jamás lo volvería a ver: mi abuelo es un desconocido para mi”), pero de repente domina momentáneamente otra vez la pantalla en negro, surge el título del film como una invocación, y toda dinámica va a ser sustituida de plano por un atisbo estático y contemplativo dentro de una choza, un vislumbre a partir del cual todo cambia: forma plástica y estilo visual y búsquedas fílmicas expresivas y expresión auditiva con predominio de la lengua originaria tzotzil, porque ha entrado en contacto con el mundo de un provecto artesano tejedor llamado Manuel Martínez Vázquez que está perdiendo la vista y con la tenaz insistencia inquirente de una nieta adulta cineasta que apenas recuerda detalles de su infancia y ansía la resolución de sus actuales problemas, ya enunciados, de identidad, de pertenencia-procedencia y de autovaloración fuera del destino prefigurado por la madre y de los valores heredados, en virtud y quizá al cabo de una serie de repercusiones y recuperaciones de la reinserción femicomunal.

 

La reinserción femicomunal se edifica así en torno a las divagaciones del Abuelo al tejer ante los ojos de su nieta durante varias jornadas una cinta para el centro de un sombrero típico tzotzil, una cinta de plástico porque ya no se hacen de palma como antaño, una cariñosa nieta que lo interpela acezante pero sin que él se sienta acosado, largas jornadas diarias nunca fatigosas y renovadas, unos ojos complacidos y secretamente perplejos cuya atención se vuelve atributo contundente y vehículo audiovisual de afecto y compresión e historia familiar-comunitaria, un tejido preciso que es producto de una destreza manual que se dice autoadquirida sin maestro expreso y por simple imitación colectiva, y un Abuelo dulce e imperceptiblemente absolutizado cual un sabio búho baudelairiano o encarnación de aquella inmostrable criatura mitológica del irrecuperable malestar existencial Un elefante sentado y quieto (Hu Bo 18), por supuesto en sus antípodas estructurales, temáticas e intelectuales, pues en el documental de Sojob solo se respira afirmación vital, optimismo, cosmovisión ancestral, cercanía solar, luminosidad, comunicación posible, y transparencia.

 

La reinserción femicomunal puede entonces vehicular el discurso de una mujer cineasta como dilema solo por ella resoluble en el día a día, esa citadina de jeans con medias botas y roja o bordada blusa sin mangas pero que se comunica fluidamente en tzotzil e incluso se siente obligada a hablarles a sus hijas en esa lengua (“Es la única manera de sentirnos parte de una comunidad”), buscando y, al cabo de hurgar en sus recuerdos (“Mi mamá me pegaba pero me decía que me amaba”) y de su periplo, asumiendo las virtudes de la madre que después de la escuela se iba a pastorear el ganado y las ansias de la abuela que dejaba abierto el portón para cuando regresaran sus hijos, encontrando en la semántica más sencilla la característica del amor en tzotzil (“No hay palabra en tzotzil para amor o cariño, sólo una palabra que también significa dolor”), intentando hacer un sincretismo personal de las más profundas expresiones del afecto consanguíneo-social (“A mis hijas las quiero de las dos maneras, como en la comunidad: que estén bien y no les falte nada, con acciones que no hagan que me duela el corazón; pero no olvidar las palabras que aprendí en español, para decir ‘te quiero, ‘te amo’”), y terminar entroncando con cualidades que nada tienen que ver con el exotismo y mucho con la riqueza de la diferencia, en la integración cariñosa a la vida cotidiana más elemental, a las verdes praderas expresadas en campos vacíos fílmicos, figuras que a lo lejos aparecen hundidas en la eternidad, esencias que bajan la montaña, formando parte de la condición natural.

 

Y la reinserción femicomunal deja a la cineasta treintona María Sojob bien integrada sentimental y simbólicamente a la vida familiar-comunitaria tejiendo feliz al lado de su tote/abuelo, quien le presume y se atora sobre la nuca un valioso viejo sombrero horizontal prácticamente plano, del que desde hace 30 años no ha querido desprenderse, porque está tejido finamente como ya nadie sabe hacerlo (“Ese no lo vendo, es mío, antes la gente hacía sus propios sombreros”) y la armónica escena de la vida campestre sufre varios reencuadres que empequeñecen las figuras de los personajes al tiempo que engrandecen el espíritu que las resguarda, el de su ganado pastando en el mínimo potrero, los huaraches en el suelo, la silla sosteniendo al sombrero en proceso, los delgadísimos árboles inermes, las espigas al viento y el otro sentido de la vida más atisbado que conquistado por un ritmo de utilización del espaciotiempo que hasta entonces se ignoraba.

 

FOTO: Este filme obtuvo el Premio al mejor Documental Mexicano Realizado por una mujer, en el FICM. / Especial

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