Traductores literarios en rebelión: entrevista con Arturo Vázquez Barrón, presidente de AMETLI
El presidente de la Asociación Mexicana de Traductores Literarios (AMETLI), Arturo Vázquez Barrón, habla en entrevista de los retos que implica su profesión, no sólo a nivel estilístico y laboral, sino en el ámbito jurídico, pues actualmente en el Senado está la iniciativa para que los traductores puedan gozar de contratos justos que no los excluyan de las decisiones editoriales, como ya ocurre en otros países
POR ADRIANA MALVIDO
Basta asomarse un día al mundo de la traducción literaria para encontrar los escenarios más diversos y al mismo tiempo más necesitados de visibilización. Desde una iniciativa en el Senado que busca reivindicar los derechos autorales de los traductores en México y romper un viejo paradigma contractual, hasta una polémica por la irrupción del lenguaje inclusivo y la publicación de El Principito en una versión donde se habla de “les adultes”, o llamados urgentes al gremio como éste: “Queridos colegas, los migrantes haitianos que han llegado a los albergues de Ciudad de México necesitan apoyo de traductores del criollo haitiano al español. ¿Alguno de ustedes trabaja con esa lengua y estaría en condiciones de ayudar voluntariamente?”.
Se trata de un mundo tan rico y diverso como el lenguaje. Un dato para imaginar el poder de nuestro idioma: hay en el mundo 490 millones de hablantes nativos del español. Si se considera a los que lo aprenden como segunda o tercera lengua, la cifra asciende a 600 millones. Y entre ellos hay una riqueza inagotable de variantes dialectales. Este es sólo un indicador para vislumbrar la dimensión artística y económica de la literatura traducida.
Por eso la entrevista con Arturo Vázquez Barrón, presidente de la Asociación Mexicana de Traductores Literarios A.C. (AMETLI) comprende un amplio abanico de temas: la agrupación cumplió este mes cinco años de existencia con enormes retos en el contexto de una industria editorial que les niega el ejercicio de contratos justos. El pasado 30 de septiembre, Día Internacional de la Traducción, su candidatura fue aceptada como miembro de la Federación Internacional de Traductores. Tienen por delante una iniciativa en el Senado y la lucha de la Alianza Iberoamericana para la Promoción de la Traducción Literaria (ALITRAL) por condiciones mínimas de justicia laboral y la visibilización de su trabajo, por ejemplo, con su crédito en la portada de los libros y contratos que contemplen regalías y reconozcan la suya como una obra creativa. El movimiento es global. Y defiende la convicción de que “la traducción literaria constituye una herramienta fundamental para la difusión de la cultura y el conocimiento, así como el intercambio de ideas y el entendimiento entre los pueblos”.
Como decía José Saramago: “Los escritores hacen las literaturas nacionales y los traductores hacen la literatura universal. Sin los traductores, los escritores no seríamos nada, estaríamos condenados a vivir encerrados en nuestra lengua” (La Nación, Buenos Aires, 2003).
Arturo Vázquez Barrón lleva cuatro décadas en la profesión, ha formado a más de diez generaciones de traductores tanto en el Instituto Francés de América Latina (IFAL) como en el Colegio de México; creó un método de traducción literaria grupal y como traductor literario independiente (de inglés y francés) le ha dado voz en español a Roland Barthes, Albert Camus, Jean Cocteau, Marguerite Yourcenar, Michel Tournier, Safaa Fathy y Jean Genet, entre muchos más.
¿Cómo te hiciste traductor?
Entre colegas le llamamos “pulsión traductora”, es una necesidad de ponerse a traducir, sin saber realmente lo que eso implica. Don Javier, mi padre, un día me preguntó “¿te gustaría saber francés?”, le dije que sí cuando tenía 12 años y me llevó a la Alianza Francesa donde aprendí; iba todas las tardes, luego me ofreció estudiar en el Liceo Franco Mexicano y dije que sí, ahí empecé a tener contacto con la cultura, la civilización, las ideas, la política y la historia de Francia. Cuando terminé el Bachillerato decidí irme a vivir a Estados Unidos. Yo quería estudiar diseño industrial y diseñar carrocerías, pero ya llevaba una experiencia libresca muy amplia, porque fui un niño tímido, muy estudiosito y leía mucho.
“En Estados Unidos terminé de aprender inglés. Entonces sucedió algo importante y fue la lectura del libro The city of night de John Rechy, era una novela muy leída, toda una referencia, acerca de un muchacho chicano que recorría el país buscándose a sí mismo y que no aceptaba su homosexualidad y se prostituía, una especie de road movie donde el autor va contando sus experiencias. Me reveló un mundo que yo no conocía y me interesaba mucho. Había leído en español La ciudad de la noche, pero cuando llegué allá lo busqué en inglés y al leerlo me descubrí todo el tiempo comparando las versiones y haciendo mis propias traducciones en la cabeza. Un diálogo que me gustaba y ¡tin! lo pronunciaba y escribía en el otro idioma. Lo mismo hacía con textos franceses que me gustaban y tenía mis propios cuadernitos donde traducía lo que leía. Esa es la pulsión traductora, ¿por qué lo hacía? No sé.”
A su regreso, mientras estudiaba Lingüística Aplicada, daba clases de francés en el IFAL, tenía 21 años “y descubrí que la traducción es un mundo lleno de complejidades”. Egresó del Instituto Superior de Interpretes y Traductores y del Programa para la Formación de Traductores de El Colegio de México. “A Monique Legros le debo el rigor intelectual, la minuciosidad analítica que se requiere para abordar el texto, tenerla como mentora en el Colmex fue un privilegio”.
Vázquez Barrón generó su propia metodología para formar traductores que consiste en el diseño de grupos. Lo importante al principio de la formación es generar “los vínculos necesarios de permanencia, de solidaridad intelectual, de afinidad conceptual, de manera que el grupo pueda ir caminando hasta el final como una entidad orgánica. Cada traductor tiene su forma personal de leer, de escribir y de traducir y cada una de esas individualidades configura grupos que, a su vez, tienen una personalidad propia. El secreto de la metodología es ese, la formación de grupos”.
¿Inteligencia colectiva?
Mi apuesta tiene que ver no solamente con la teorización de los problemas de traducción, sino con la vivencia de la traducción y tratar de que cada futuro traductor encuentre en sí mismo las competencias que mejor le acomodan. No todos son iguales. La experiencia propia, el sexo, la edad, la ideología, el nivel cultural… hay una serie de atributos que le aportas al grupo. Cada quien le aporta a la totalidad lo que puede aportar desde su individualidad.
El maestro describe con pasión las complejidades de la traducción literaria, proceso que implica una toma de decisiones continuas frente a un mosaico de opciones. Por eso, para un mismo texto puede haber varias buenas traducciones. La premisa fundamental, para él, es que “el traductor es autor de sus propios textos. Como formador, me comprometo a sacar buenos traductores para que sean buenos escritores de literatura traducida. Es un trabajo creativo que requiere mucho rigor intelectual”.
Afirmas que traducir siempre es una aventura. Y un reto.
Nosotros no traducimos lenguas, traducimos textos. Cada uno de los hablantes de una lengua hace uso de ella de manera particular. Así, cada autor usa su lengua y la deforma, abusa de ella, la obliga a hacer cosas raras, y no es la lengua de todos los días, que es un aparato complejísimo y al mismo tiempo muy delicado. Entonces te encuentras con que un texto literario es un compendio de anomalías y cosas raras. Es por eso que podemos distinguir estilos de autor. Los hay alambicados, otros sencillos, unos oscuros, otros luminosos, hay los que son fáciles de leer, otros a quienes nadie entiende, pero todos están anclados en el mismo sistema. Por eso cada texto es una apuesta de uso particular, la belleza de la literatura es su complejidad, su apuesta expresiva y estilística. La metodología consiste en encontrar lo que yo llamo voluntad de estilo, es lo que contiene cada texto y que es único e irrepetible. Y eso hay que reproducirlo, no por sumisión acrítica, sino por respeto a un texto que está escrito de determinada manera y que tiene valor como propuesta estética en sí.
El traductor se convierte durante días, meses, años en el autor que traduce. Es una labor camaleónica. Por eso, dice Arturo, está en contra de la propuesta mercantil de homogeneizar el español, “neutralizar” el texto, “para que se apacigüe su tempestad, o se alebreste su quietud”. O bien “corregir una supuesta anomalía que en realidad es una propuesta estética”. Hay un compromiso ético con el autor y el lector, y uno estético con el texto, advierte.
Fundador y coordinador (1994-2016) del Diplomado en Traducción Literaria y Humanística del IFAL, que también se impartió en la Casa Refugio Citlaltépetl, Vázquez Barrón fundó en 1999 el Centro Profesional de Traducción e Interpretación del IFAL donde fue Coordinador de Formación de Traductores. En 2016 fundó la AMETLI, que cuenta con 120 asociados.
La traducción literaria se enfrenta a múltiples retos en su trabajo creativo, como las exigencias de grandes consorcios editoriales trasnacionales que poco tienen que ver con la literatura y mucho más con la economía. Y factores laborales como la invisibilidad autoral y la desventaja contractual que ha acentuado la precarización del gremio. Los pequeños editores, advierte, son mucho más atentos a los derechos autorales y le apuestan más proyectos literarios interesantes.
Por eso los traductores iberoamericanos integrantes de ALITRAL, que reúne a profesionales de Argentina, Colombia, México y España, publicaron un Manifiesto en 2019 en defensa de la identidad lingüística del traductor, de la diversidad del español y de la identidad estética del texto.
Ante la precarización laboral generalizada, ALITRAL también lanzó una propuesta que contempla condiciones mínimas para un contrato digno entre traductor y editor como el respeto a los derechos patrimoniales (expresado en tarifas, pago de anticipo y de regalías) y a los derechos morales (crédito en portada y promocionales, reconocimiento a su trabajo como autor de la traducción de un texto), cesión y no transmisión de derechos de la publicación de la obra, con carácter temporal limitado a un tiempo razonable y a un espacio (territorios de distribución) determinado.
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Iniciativa en el Senado
En marzo de 2020, AMETLI expuso en el Senado una Propuesta de Reformas a la Ley Federal del Derecho de Autor que la senadora Gloria Sánchez (de Morena) presentó como iniciativa y se encuentra en comisiones en espera de que se suba al pleno para votarse. Se trata de un “Decreto por el que se adiciona el Capítulo VIII del Título III de la LFDA”.
Actualmente, la legislación nacional reconoce al traductor literario como autor “de una obra derivada”, como un prestador de servicios; sin embargo, lo priva de derechos morales e incluso patrimoniales que legítimamente le corresponden de acuerdo con lo dispuesto por el marco jurídico internacional. Eso tiene como consecuencia prácticas contractuales injustas donde no existen mecanismos que garanticen al traductor, ni al autor de obras por encargo, la participación proporcional o equitativa de la explotación de su obra.
La iniciativa en el Senado se basa en tres reivindicaciones que enarbolan AMETLI y todas las demás asociaciones de traductores del mundo y que tienen como objetivo un cambio de paradigma contractual:
“Los contratos deberán considerar al traductor como autor de sus obras, lo que implica que el pago por su trabajo se plantee como un adelanto por concepto de regalías; la cesión de derechos patrimoniales nunca puede ser permanente y el contrato tiene que especificar de manera clara el tiempo de la cesión por parte del traductor; la imposibilidad de que el editor tenga derecho pleno de intervención en el texto traducido sin contar con el acuerdo previo del traductor”.
Se trata, abunda Vázquez Barrón, de ir en armonía con el espíritu de la Ley Federal del Derecho de Autor y con lo que está sucediendo en el mundo. “En América Latina estamos rezagados con respecto a Estados Unidos y Canadá. Y a años luz de Francia y Alemania donde ya nadie acepta trabajar sin un contrato justo. Cambiar el paradigma es una cuestión titánica y las reacciones en contra son descomunales. Pero si la iniciativa se aprueba, lo que sigue es desbloquear desde arriba todo lo que se nos niega”.
FOTO: El traductor Arturo Vázquez Barró, a quien en 2016 el gobierno francés otorgó el grado de Caballero en la categoría de Palmas Académicas por su trayectoria formando a otros traductores y difundiendo cultura francesa / Crédito: ELEM
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