Jon Bilbao, transformador del “teatro” de cámara
Los extraños conjuga una historia en interiores en la que se origina una lucha por el espacio físico y emocional, otorgando así a la obra de reminiscencias cortazarianas
POR LEONARDO DOMÍNGUEZ
Acorazados en una vieja casa, en la costa cantábrica en España, Jon y Katharina se enfrentan al primer invierno de su relación. Atrás quedaron los días de sol, ese viaje a Estados Unidos donde se conocieron y todo era emocionante y nuevo, acompañados de esa sensación reconfortante que da la atmósfera vacacional. Pero era inevitable, tenían que regresar a su realidad. A sus trabajos que no les satisfacen, a esa residencia que ni siquiera les pertenece pero en la que viven a expensas de los padres de él. Los días se han convertido en una rutina apática, nada los salva del hastío de tener que convivir con el otro. Ambos están tan aburridos que permiten que dos desconocidos potencialmente peligrosos se alojen bajo su mismo techo con tal de retener una pizca de emoción en su “hogar”.
En este caldo de cultivo asfixiante se desenvuelve Los extraños, una novela de Jon Bilbao que causó furor en librerías españolas y que, recientemente, la editorial Impedimenta trajo a México. Bilbao (Asturias, 1972) compone una pieza de cámara, donde el espacio juega un papel fundamental, una lucha entre los inquilinos y los visitantes por cada centímetro físico y emocional de la residencia. La tensión marca el ritmo de este relato con reminiscencias de Casa Tomada de Cortázar.
La obra de Bilbao ha sido galardonada, con Bajo el influjo del cometa ganó el Premio Euskadi de Literatura; en 2020 recibió el Premio de las Librerías de Navarra por Basilisco y un año después el Festival de Géneros Fantásticos de Barcelona lo condecoró con el Premio a la Mejor Obra Original en Castellano.
En esta conversación el autor cuenta sobre su ejercicio creativo de transitar entre la rutina de una pareja al incómodo acecho de lo desconocido en Los extraños.
¿Por qué abordar la crisis de pareja desde el tedio, el aburrimiento, en lugar del drama?
Es más habitual el tedio que el drama en una relación. Muchas veces lo que confundimos con una crisis de pareja es en realidad fruto de un aburrimiento: no de que haya pasado algo, sino de que no esté pasando nada. En este caso, Jon y Katharina lo que hacen es provocar que suceda algo en su vida, algo trágico, que los lleve a unirse. Lo que buscan es un enemigo en común, un peligro que los una para conocerse mejor entre ellos y así mismos. Algo que les permita tener una causa común, un motivo de diversión y emoción en sus vidas.
El invierno es la excusa para que Jon y Katharina queden aislados. Sin embargo, parece que entre más cerca están físicamente más se desconocen.
No es una novela de encierro, es una historia que transcurre en interiores. Quería hacer una pieza de cámara, algo bastante parecido a una obra teatral. Pero no es porque los personajes están encerrados, sino porque las circunstancias climatológicas invitan a estar al abrigo del hogar. Quería crear una historia de olla a presión, con un proceso de tensión paulatino, pero inequívocamente creciente, de manera que los lectores están a la espera de que esa olla a presión estalle. Cuando estos supuestos primos llaman a la puerta de Jon y Katharina, les abren encantados a pesar de que estas personas no están ahí por casualidad, sino que albergan una intención oculta. Esto nos queda claro en muy pocas páginas a los lectores.
Aunque Jon y Katharina están deseosos por nuevas aventuras, ¿hay una tensión por cuidar el espacio vital?
El entorno físico en esta novela es fundamental, se produce una lucha por el espacio. Como hemos dicho, Jon y Katharina están aburridos e invitan a unos invasores potenciales, que es el término más definitorio, a su propia casa. Van permitiendo una serie de pequeñas irrupciones; los desconocidos se apoderan cada vez de un espacio mayor: introducen sus propios muebles y hasta sus propios perros, hasta que Jon y Katarina dicen “ya basta, vamos a oponer resistencia porque sino nos van a echar a nosotros”. Por el otro lado, Virginia y Merkel, los supuestos extraños, también viven un ansia de un espacio propio.
Este ejercicio de cuidar el espacio físico, ¿también se reproduce a nivel ideológico? ¿Hay un rechazo por escuchar a los demás?
Sí, en esta novela nos encontramos con un conflicto por el espacio físico, pero previamente hay un problema mayor, si no ideológico, el comunicativo. Si al principio de la novela, esas dos parejas se hubiesen sentado a hablar y a exponer de manera franca, relajada, cuáles son sus intenciones o sus aspiraciones en la vida, seguramente no hubiera novela. Lo que pasa es que como todos van con prejuicios, no se encuentran seguros ni siquiera de lo que ellos mismos quieren. Tampoco confían en la persona que tienen a su lado como pareja, que se supone que es su aliado. Esta es una novela donde lo que no se dice tiene más importancia de lo que se revela.
¿Cómo logras generar esa sensación de que algo insólito está pasando sin la necesidad de recurrir a elementos fantásticos?
Aunque no utilizó la palabra “ufo” ni “ovni”, aparecen unas extrañas luces en el cielo que vemos desde muy cerca y podemos reconocer lo que son, desde luego eso no entra en el ámbito de la cotidianidad. Mi estrategia para crear ese ambiente de extrañamiento y de tensión constante es bastante sencillo: recurrir a la dinámica de “menos es más”. Porque de este modo lo que haces es activar la mayor herramienta con la que cuenta un narrador, la imaginación del lector. No se lo das todo hecho, simplemente pulsas unos interruptores en la imaginación del lector y ellos llenan esos espacios que has dejado en la novela de una forma mucho más efectiva, porque el lector lo hará de acuerdo a sus gustos, a sus temores, preferencias, prejuicios y sensibilidad. Eso convierte a la lectura en algo mucho más participativo e íntimo, donde el lector siente la construcción del significado; situación que a mi me parece muy estimulante cuando soy el lector.
Parece que hay otros dos temas importantes que estimulan al lector a llenar esos espacios vacíos: la infancia pérdida y los lazos familiares…
Jon y Merkel están desarraigados, y es una especie de crecimiento inestable sobre el cual construyen su vida. Esto les genera una inseguridad y una desconfianza respecto a los demás, a tal punto de no reconocer a quién toca tu puerta diciendo ser tu pariente.
¿Estas inseguridades de los personajes son las que propician el humor de la novela?
La novela tiene cierto humor negro, pero es subyancente, pues no existe un conflicto incuestionable, objetivo; se trata de una crisis que han generado artificialmente los personajes por el mero hecho de no hablar. Es irónico ver cómo la situación se va complicando hasta un extremo dramático, no porque eso sea inevitable, sino porque los propios personajes lo desean.
El lector común está, me incluyo, acostumbrado a conflictos sencillos. ¿Buscaste que el lector también se enfrentara a la tensión de una estructura distinta?
No hay un conflicto livianamente claro como estamos acostumbrados al cine de Hollywood o a una serie de televisión, donde los parámetros narrativos quedan establecidos en unas pocas escenas. Esa forma de narrar, no es que sea mala, es una configuración que indudablemente funciona, le sirve a Homero en la Odisea y sigue funcionando hoy. Lo que sucede es que para algunos lectores y narradores es una fórmula previsible. Es como las películas, a los 30 minutos ya sabes que se producirá un punto de giro para encauzar la trama; si eres un lector un poco avezado ya estás previendo lo que va a suceder. Es más estimulante apartarse de esas conversiones narrativas tan marcadas a las que ya nos hemos acostumbrado: a unas narraciones de marca blanca que están tarifadas, que buscan ser comprensibles en Madrid, en México y en Corea del Sur. Me parece más sugerente una marca autoral, una visión personal, y la literatura permite esto.
Si hiciéramos una semejanza entre la creación literaria y el ejercicio culinario, ¿tu labor de traductor qué papel jugaría en esa cocina? ¿La traducción sería una especie de recetario?
Sería un negocio completamente diferente. Si mantenemos el símil culinario, la escritura sería un restaurante no muy grande, con pocas mesas, donde oferto mis platillos, mis intenciones culinarias. Mientras que la traducción sería un servicio de catering, donde los clientes me piden suministros ya sea para grandes banquetes o para cenas domésticas. Mi principal actividad es la escritura, la traducción es una labor complementaria que hago con una motivación económica, que me permite aprender, que es muy estimulante intelectualmente, pero que, si mi economía me lo permitiera, podría dejarla hoy mismo y no la echaría mucho de menos. Aunque mi economía me lo permitiera, no dejaría de escribir.
¿Cuál es la marca autoral de Jon Bilbao?
La creación literaria, tal y como yo lo entiendo, es un continuo proceso de búsqueda: nunca te tienes que detener, nunca aprendes lo suficiente. A mí me gustan los autores que te sorprenden con cada libro, es cierto que a veces esa sorpresa puede conllevar cierta decepción: “Quería que siguieras haciendo lo mismo de tu anterior libro que me gustó tanto. Sigue repitiéndolo”. Pero el verdadero autor dirá: “No. Haré lo que yo quiero y voy a ir por delante de ti, te voy a forzar a seguirme aunque al principio no me entiendas o te decepciones, pero yo tiro de ti”. Me resultan bastante menos atractivos los que alcanzan esa comodidad, aprenden lo suficiente y cuando ya tienen una satisfacción personal y externa se dedican a repetir las mismas fórmulas. Espero no llegar a ese punto.
FOTO: Jon Bilbao recibió en 2020 el Premio de las Librerías de Navarra por Basilisco. Crédito de foto: Cortesía Impedimenta
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