Tras los pasos de Rurik: origen del conflicto armado en Ucrania

Mar 26 • destacamos, principales, Reflexiones • 19779 Views • No hay comentarios en Tras los pasos de Rurik: origen del conflicto armado en Ucrania

 

El conflicto entre Ucrania y Rusia tiene orígenes históricos que se reflejan en el significado de Ucrania, país de azarosa vida independiente, y en la compleja vida étnica de los pueblos eslavos frente a lo rusiano, proyecto imperial que se mantuvo en la era soviética y hoy resurge en el discurso de la Federación Rusa, un gigante que dirime en territorio ucraniano su antagonismo geopolítico con la OTAN

 

POR SOLEDAD JIMÉNEZ TOVAR
La separación entre lo ruso y lo ucraniano no es tan profunda como el modelo ilustrado del Estado-nación occidental nos haría creer. En el siglo IX se fundó una confederación eslava conocida como la Rus’, por parte de los Ruríkidas, dinastía cuyo primer ancestro, Rurik, ideó esta alianza como una manera de fortalecerse frente al avance de los Jázaros, confederación túrquica conversa al judaísmo asentada en el Cáucaso norte. La Rus’ corría desde el Báltico hasta el Mar Negro, actuales territorios de Bielorrusia, la parte europea de Rusia y Ucrania. Como parte de la Rus’, sus pobladores eran los gran-rusos (antepasados de los actuales rusos), los rusos-blancos (bielorrusos) y pequeños-rusos (ahora, los ucranianos). Si bien fue fundada en Novgorod, la Rus’ trasladó rápidamente su capital al principado de Kiev. La Rus’ vivió una gran prosperidad hasta el siglo XIII, cuando vino la invasión mongola y se fundó la Horda de Oro en esos territorios.

 

Moscovia, otro principado que era parte de la Rus’, decide separarse en el siglo XIV. En su seno se fundó la dinastía Romanov, cuyo “destino” sería la creación de un imperio enorme, del cual su máxima expresión territorial sería el imperio rusiano (rossiskii) y que durante el segundo tercio del siglo XIX empezó a equipararlo con lo ruso en sus dimensiones étnicas (russkii), como parte de la construcción nacionalista decimonónica de las clases política e intelectual del imperio. Un dato que ilustra las complejidades de la existencia y evolución paralela de estos dos pueblos es que durante el siglo XIX, época dorada de las letras rusas, muchos de sus autores fundacionales de su literatura eran ucranianos.

 

La cercanía entre rusos y ucranianos es innegable, no sólo histórica sino también lingüísticamente. Los primeros ejercicios por diferenciarlos serán la base de la guerra entre Ucrania y la Federación Rusa (FR). De este modo, conocer las diferencias lingüísticas entre rusos y ucranianos da cuenta de matices identitarios del actual conflicto. Es necesario comenzar con algunas reflexiones en torno al lenguaje utilizado para referirse a Ucrania como espacio.

 

La geopolítica de las preposiciones

 

En la lengua rusa existen tres preposiciones que sirven para indicar la ubicación geográfica: v, na y u. La primera, v, se utiliza para ubicar las cosas en el interior de algo, o bien cuando se habla de continentes o de países que son parte de macizos continentales. En cambio, cuando algo está situado sobre una superficie, para las islas, las penínsulas, las regiones, o las partes de una entidad mayor, se utiliza la segunda opción: na. En el caso de los países, hay algunas irregularidades que nos hablan de una minucia lingüística que denota una jerarquización geopolítica de los países expresado en el uso de una u otra preposición. Para Cuba, una isla, se utiliza na, pero para Japón, Australia y Gran Bretaña se usa v.

 

Ucrania, un país que se ubica dentro de un macizo continental pero es vecino de la FR, estuvo en ese grupo de excepciones: en vez de v se usaba na. Este importante detalle lingüístico trajo una discusión tras la desintegración de la Unión Soviética (1991) sobre las implicaciones geopolíticas de usar una u otra preposición. De seguir usando na se sobrentendía su no reconocimiento como país independiente y en cambio se le consideraría como una región en abstracto o provincia de la FR. La decisión de usar na es la alternativa de la subordinación ucraniana a la visión imperial Romanov en su versión postsocialista. En cambio, aquellos que toman una postura pro-Ucrania ante el imperialismo de la FR, utilizan la preposición v.

 

La tensión producida en el debate v-na para referirse a Ucrania no es, sin embargo, nueva. Notará el lector que no he hablado aún de la tercera preposición: u. Esta preposición es la que corresponde a la primera sílaba del nombre del país más aparecido últimamente en las noticias internacionales: Ucrania, cuyo nombre en las lenguas rusa y ucraniana es Ukraina. Permítame abusar de su paciencia para explicar el nombre de ese país y las razones para el uso, en el pasado, de la preposición na.

 

Fronteras invisibles e intocables

 

La preposición u se utiliza para algo o alguien situado muy cerca de la cosa, pero sin estar propiamente dentro (v) o sobre (na) ella. También se utiliza para denotar jerarquía, por ejemplo, trabajar bajo las órdenes de alguien o estar en la casa de alguien. Vivir u alguien, es que se está en la casa que es propiedad de esa persona y uno es un invitado; en caso de vivir junto con esa persona, en convivencia, compartiendo un espacio, se utiliza otra preposición: s. Pero en este caso la propiedad y la responsabilidad del espacio es conjunta.

 

La segunda parte del nombre del país es crucial para seguir en un análisis de la guerra actual. La palabra krai tiene dos posibles sentidos. El primero, el de una región o provincia interior de un país; el segundo, de zona fronteriza, es una noción de lontananza, del final máximo de algo respecto de un centro. U-krai o U-krai-no indica estar bajo el dominio (u) de la frontera (krai), de estar casi tocándola pero aún sin ser realidad. Todo esto además se convierte en adverbio al agregarse el sufijo no: casi-en-la-frontera-el-quasi-final-mente: Ukraina. Ucrania.

 

Ucrania como concepto es la zona fronteriza. Pero es una frontera indefinida, difusa, donde terminan los dominios de un imperio que fue ruso y tomó muchos siglos en construirse. No debe el lector pensar que la palabra “ruso” tiene una acepción étnica —para lo que existe la palabra russkii—, sino en un sentido de pertenencia a lo imperial: rossiskii, que en español tiene también la palabra “rusiano”. En esta región del mundo nos es ajena esa construcción identitaria. Sería como decir que en América Latina los descendientes de los españoles son todos españoles —incluso ahora, después de medio milenio de mezcla genética en el periodo colonial—. Eso sería lo ruso, lo russkii; a su vez, hablar de Hispanoamérica para denotar un pasado hispano (la colonización española de gran parte de América Latina) sería lo rusiano, lo rossiskii. Es equivalente a lo hispano.

 

La defensa de Putin es la defensa de lo rusiano, no de lo ruso, aunque está tomando lo ruso, es decir, lo étnico, como un pretexto para llevar a cabo su invasión v Ucrania. Tomar la postura rusiana de Putin está detrás de decir na Ucrania. Seguir usando na es abogar por la continuidad del proyecto imperial Romanov. El decir el uso de la v —v Ucraina— es hacer un giro histórico, una ruptura con lo rusiano, aunque no es necesariamente alejarse de lo ruso. Es decir, es una liberación con respecto del pasado imperial que miró en los territorios de la actual Ucrania su frontera, y, al mismo tiempo, es reconocer el vínculo cultural con los rusos. Es dejar de ser frontera rusiana y ser simplemente Ucrania, un país en el que viven tanto rusos como ucranianos.

 

Lo cívico frente a lo nacional

 

Los nacionalismos presentes en los países que alguna vez conformaron la Unión Soviética son consecuencia directa de las campañas masivas dirigidas por Iosif Stalin en la década de 1930. Son más conocidos los temas de las deportaciones de poblaciones enteras desde Siberia, el Extremo Oriental y el Cáucaso hacia Kazajistán; o “las purgas”, el acoso a “disidentes”, los cuales eran poblacionalmente muy diversos: artistas, intelectuales, académicos, líderes religiosos, campesinos, todos acusados de pertenecer a levantamientos o conspiraciones inventadas por el régimen como pretexto para la detención. Hoy, hacer la historia de las purgas estalinistas es una tarea más que ardua; no obstante, se ha hecho desde una postura muy digna: desde la memoria de aquellos que sobrevivieron a las largas detenciones en los campos mejor conocidos como GULAG, acrónimo en ruso de la “Dirección General de Campos y Colonias de Trabajo Correccional”, o de sus familiares y descendientes.

 

Menos conocida que esas campañas y, ciertamente, igual de importante en la configuración de las identidades en todas y cada una de las antiguas Repúblicas Soviéticas, fue la campaña denominada korenizatsiya, en la que se clasificó por etnias (de la mano con el diseño de los grandes censos soviéticos) y se impulsó el estudio de las lenguas, la historia y el folclore de cada uno de los pueblos que vivían en territorio soviético. La URSS se convertiría en un Estado de Acción Afirmativa, según el historiador Terry Martin, en el que las manifestaciones folclóricas serían promovidas por toda la Unión Soviética siempre y cuando fueran “nacionales en forma, pero socialistas en contenido”. Al mismo tiempo, dice la especialista en temas soviéticos Francine Hirsch, el leninismo se aplicó al diseño étnico de la URSS, lo que dio lugar a un evolucionismo a cargo del Estado que colocaría a cada uno de los pueblos de la hiperdiversidad soviética en una etapa específica de evolución. La solución sería hacer un plan de asimilación cultural etapista en la que los pueblos más “atrasados” se irían asimilando, gradual y simultáneamente a aquellos que eran considerados más “avanzados”. Sólo los pueblos más “avanzados” tuvieron el “derecho” de tener su propia República en la construcción de la Federación.

 

Tanto rusos como ucranianos fueron clasificados como “nacionalidades titulares”, como se llamó a aquellos cuyo etnónimo sería tomado para designar a los países en alumbramiento. Esas nacionalidades titulares no necesariamente fueron mayoría poblacional. Esto ocurrió en Kazajistán donde, inmediatamente después de 1991, los kazajos sólo representaban el 30 por ciento su población mientras que los rusos eran alrededor de la mitad. El resto de la población quedaba compuesto por una centena de pueblos distintos. 1991 dio paso a quince países nuevos donde las nacionalidades titulares experimentaban por primera vez una posibilidad real de conseguir autodeterminación territorial.

 

Estas repúblicas son la versión marxista-leninista-estalinista de Estados-Nación que, en la práctica del internacionalismo proletario, eran parte de una federación de Estados mas que Estados federados. El hecho de pensar la evolución político-administrativa de Ucrania desde el modelo del Estado-nación ilustrado obnubila el correcto entendimiento de otra manera de abordar tanto lo étnico como lo nacional. Las nacionalidades titulares se convirtieron entonces en los detentadores de la soberanía nacional, y de inmediato se buscó que se convirtieran en mayoría étnica.

 

No obstante, después de tantas décadas de ser parte del proyecto soviético, las poblaciones de cada uno de estos nuevos países estaban acostumbradas a llevar una vida cotidiana en la que el ruso era la lengua de comunicación interétnica y en la que estaba publicada la gran mayoría de libros, periódicos y revistas. Además, si bien había educación básica en todas las lenguas habladas en la URSS, el ruso era la lengua de la educación superior y de la ciencia. De este modo, el ruso se convirtió en la lengua materna de muchísimas personas, no sólo de los rusos. Esto fue consecuencia de la expansión rusiana bajo la forma del marxismo-leninismo-estalinismo. En cierto sentido, con el uso del idioma ruso se convertían en una suerte de rusianos soviéticos. A pesar de que no eran lo mismo “Rusia” y “ruso” como categorías de interacción social, estas palabras comenzaron a ser equiparadas, al menos entre las poblaciones eslavas, con las palabras “URSS” y “soviético”. Además, el matrimonio interétnico fue practicado ampliamente, por lo que la cultura “rusa”/”soviética” fue una mezcla cultural de lo soviético. El ruso era el idioma de la URSS, pero cada quien lo hablaba con un acento proveniente de la lengua materna del hablante. Ese acento, sin embargo no implicaba falta de patriotismo hacia la URSS, aunque necesitó, en 1991, separarse de la Federación para fundar países independientes.

 

Ucrania y la OTAN

 

Tras la disolución del Pacto de Varsovia, Ucrania se convirtió en otro espacio fronterizo pero no sólo con respecto a lo rusiano, sino con “Europa”. Su negativa a participar en la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) —sucesor del Pacto de Varsovia entre los países de la Comunidad de Estados Independientes (CEI)—, así como el hecho de no ser parte de la OTAN a pesar del interés de sucesivos gobiernos ucranianos en últimos años, hacen de Ucrania un espacio de “transición” entre la Unión Europea y la FR. No haber permitido a Ucrania el ingreso a la OTAN por temor a la reacción de la FR es un reconocimiento tácito, en primer lugar, de las fronteras rusianas del periodo imperial heredadas y legadas por la Unión Soviética. En segundo lugar está la comodidad geopolítica que implica para la OTAN tener un Estado que sirva de “tapón” que contenga a la FR.

 

Mientras los Montes Urales son la frontera natural designada por la Academia de Ciencias de la Rusia imperial en el siglo XVIII entre Asia y Europa, el hecho de que la admisión de Ucrania en la OTAN sea una decisión con tantas dilaciones hace que este país sea en términos geopolíticos la frontera de “Europa”, un espacio de transición hacia lo rusiano. La no admisión de Ucrania en la Unión Europea, así, denota la negativa de ampliar la actual “Europa”, dejando a Ucrania fuera de una pertenencia continental, dada la paralela negativa de Ucrania de ser parte de la Eurasia de Putin.

 

A pesar de que los gobiernos ucranianos se han mostrado dispuestos a realizar las reformas necesarias para poder acceder al pacto de la OTAN, lo cual implicaría el corte definitivo de Ucrania con su pasado rusiano, la población de Ucrania se había mostrado desconfiada de tal alianza. Sin embargo, la desconfianza hacia la OTAN contrastaría con la disposición de ser parte de la Unión Europea, como muestran las protestas iniciadas en Kiev en noviembre de 2013: el Euromaidán. No obstante, la anexión de Crimea a la FR y el inicio de la guerra de Dombás en 2014 hicieron que la población comenzara a mirar la OTAN con otros ojos: a pesar de la cercanía cultural e histórica con lo ruso, la presencia rusiana se sentía como una amenaza que buscaba anexarse más territorio ucraniano. La apuesta de Ucrania sería ser parte tanto de la OTAN como de la Unión Europea.

 

La OTAN surgió durante la Guerra Fría como una forma de contención de la “amenaza” que el bloque comunista parecía representar. Como mencioné, su contraparte era el Pacto de Varsovia, el cual fue sustituido por la OTSC. Por su parte, la OTAN no pasó por la necesidad de reconfigurar la alianza militar que además contaba con la abstención de varios países que ya no querían ser más parte de la “órbita soviética”. Más aún, la OTAN creció. Es decir, es una institución de la Guerra Fría que vela por la seguridad de ciertos países, perpetuando la lógica de bloques de países que se defienden entre sí.

 

Una razón adicional para dudar del fin de la Guerra Fría es que se sigan calculando movimientos tales como la inclusión de un país en un determinado bloque defensivo en función de la posibilidad de que las consecuencias expandan la guerra allende Ucrania. De este modo, la OTAN está asumiendo la decisión de las consecuencias de la invasión a Ucrania: destrucción de ciudades y emergencia de refugiados traumatizados con tal de no arriesgarse a entrar en confrontación con “Rusia”. La negativa de comerciar con la FR y su calca ideológica en el veto a la cultura rusa por todo el mundo suena también a la retórica de la Guerra Fría.

 

La Rus’ en busca de un corazón

 

La revolución de las protestas de finales de 2013 —el Euromaidán— fue la apuesta por la europeización de Ucrania. Esto representó también llevarse a Europa el origen común simbolizado en la Rus’ de Kiev, lo que resta legitimidad al proyecto rusiano Romanov que —atravesado por la reinterpretación soviética del término— ha encontrado un continuador en la figura de Vladimir Putin. Tras el Euromaidán, ya en 2014, vino un conflicto por la presión de la FR para evitar que Ucrania se adhiriera a la OTAN. Como consecuencia, la FR se anexó Crimea y comenzó la guerra que ahora ha entrado en una etapa crítica. Esa guerra, a su vez, ha tenido ecos entre las élites políticas de otros países vecinos. En Kazajistán expresaron su preocupación porque algo similar pudiera ocurrir en la región norte, donde hay una población de mayoría rusa, ante las iniciativas de la FR de “proteger” a los rusos étnicos fuera de sus fronteras.

 

La mención a Kazajistán a lo largo de este artículo no ha sido casual. Además de servir como punto de comparación con Ucrania, Kazajistán es un espacio no eslavo, uno de los últimos territorios en ser incorporados al imperio ruso, entre el segundo y tercer tercio del siglo XIX. Además, ahí llegó muy pronto la revolución bolchevique (1917) y la creación de la Unión Soviética (1922) como alternativa decolonial del extinto imperio rusiano. En los años 20 y 30 del siglo XX, Kazajistán fue escenario de cruentas campañas de sedentarización y de la creación de lo kazajo en su sentido étnico para convertirse en nacionalidad titular de un territorio enorme pero deshabitado. Kazajistán fue un espacio utilizado como si estuviera “vacío” en la estepa, habitado por pastores trashumantes. Fue la otra gran frontera del proyecto rusiano, la de las confederaciones nómadas turco-mongolas. En el periodo soviético, por tanto, el territorio de Kazajistán fue utilizado para enviar a los otros pueblos cuya presencia en las zonas fronterizas era considerada por Moscú como peligrosa. Las poblaciones reubicadas durante la Segunda Guerra Mundial en el sur de Kazajistán fueron objeto de poblamiento de los oralman, kazajos étnicos provenientes de otros países y cuyos ancestros provenían de la trashumancia de la estepa kazajistaní. La diversidad del sur, así como sus campañas de kazajización, entonces, contrastan con el norte “ruso”, cuyo riesgo secesionista comenzó a preocupar a Kazajistán en 2014.

 

En 2014 no hubo ninguna consecuencia en el norte de Kazajistán. En 2022, sin embargo, la inestabilidad en la región comenzó en este país. El 2 de enero se registró una serie de protestas por el aumento en el precio del gas. En los días siguientes las protestas en contra del autoritarismo del gobierno crecieron, a lo que se sumaron las condenas contra la ocupación rusiana de Crimea. Para el 4 de enero se declaró estado de emergencia y se cortó el servicio de internet en todo el país.

 

En respuesta, las tropas de la OTSC —con mayoría de efectivos de la FR— intervinieron en ayuda a las autoridades kazajistaníes. Poco más de un mes después, el 24 de febrero, ocurrió la invasión rusa a Ucrania. De lo anterior se desprende que el ejército ruso tiene la capacidad de enfrentar situaciones de guerra en dos frentes distintos en su frontera, incluso asumiendo el costo diplomático. Pero la opinión internacional no pareció alarmarse con el estado de emergencia en Kazajistán hasta que la invasión a Ucrania puso “en peligro” a la “Europa” representada y defendida por la OTAN. ¿Será acaso posible que no nos asuste la guerra o, inclusive, el expansionismo rusiano, sino hasta que atenta contra “Europa”? Me pregunto qué diría Fanon al respecto.

 

FOTO: Soldados ayudan a una familia a cruzar el río Irpin, a las afueras de Kiev / AP Photo/Emilio Morenatti

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