La guerra en Ucrania y las izquierdas hiperrealistas

Mar 26 • destacamos, principales, Reflexiones • 4254 Views • No hay comentarios en La guerra en Ucrania y las izquierdas hiperrealistas

 

Los gobiernos latinoamericanos toman diversas posturas ante el conflicto entre Rusia y Ucrania: mientras que la mayoría se sitúa en contra de la violación a la soberanía ucraniana, Nicaragua y Venezuela se solidarizan con Putin

 

POR RAFAEL ROJAS
A un mes del inicio de la invasión rusa de Ucrania, las posiciones de los gobiernos latinoamericanos y caribeños han experimentado algunos desplazamientos y acomodos que vale la pena registrar. Aunque el rechazo y la condena siguen siendo generalizados, se han producido aproximaciones a una neutralidad que, en el caso del gobierno mexicano, se desdobla entre la firme posición de la cancillería y la representación en la ONU, la ambivalencia discursiva del presidente y las muestras de amistad con Rusia de un grupo parlamentario del partido oficial y sus aliados. En otros casos, como el de los cuatro gobiernos centrales de la Alianza Bolivariana (Venezuela, Bolivia, Cuba y Nicaragua) la neutralidad retórica y el rechazo al uso de la fuerza se ven compensados por una suscripción de la narrativa del Kremlin, una fijación de la responsabilidad por el conflicto en Estados Unidos y la OTAN y un claro distanciamiento diplomático de Ucrania.

 

En las semanas previas a la invasión, los presidentes de Argentina y Brasil, Alberto Fernández y Jair Bolsonaro, viajaron a Moscú a consolidar el relanzamiento de relaciones con Moscú en medio de la creciente tensión en Ucrania. Luego de la invasión rusa al país vecino, el 24 de febrero, las dos cancillerías procedieron a condenar la agresión unilateral y a sumarse al mayoritario posicionamiento de la ONU y la comunidad internacional contra la violación de la soberanía y la integridad territorial de Ucrania. Las diferencias entre las izquierdas del Grupo de Puebla y la Alianza Boliviana se hicieron evidentes, una vez más, al verificarse el respaldo a Vladimir Putin de los gobiernos de Nicolás Maduro, Daniel Ortega y Miguel Díaz Canel.

 

Maduro y Ortega se solidarizaron con Rusia, suscribiendo la tesis del Kremlin de que ese país estaba siendo agredido por Estados Unidos y la OTAN. Mientras la mayoría de los países latinoamericanos lamentaba la invasión, Ortega y Maduro “condenaban la actividad desestabilizadora de Estados Unidos y la OTAN” y expresaban su “fuerte apoyo a las acciones decisivas de Rusia en Ucrania”. Aunque el relanzamiento de las relaciones entre Rusia y América Latina, en términos de inversiones y colaboración económica y comercial, ha favorecido a algunos países del Cono Sur, como Brasil, Argentina y Chile, en la zona centroamericana y caribeña, Moscú ha desplegado una estrategia más claramente geopolítica, de contención de la fuerza regional de Estados Unidos y de intercambio militar y energético.

 

La divergencia se había manifestado desde antes del 24 de febrero, cuando Venezuela, Nicaragua y Cuba fueron paradas en sendos viajes del viceprimer ministro Yuri Borísov y el presidente de la Duma, Viacheslav Volodin, en los que se anunció la renegociación de la deuda de Cuba con Rusia. A diferencia de los viajes de Bolsonaro y Fernández a Moscú, que se tradujeron en firmas de importantes convenios de colaboración, estas visitas sirvieron para reafirmar el apoyo de los tres gobiernos bolivarianos a la recién anunciada “operación militar especial” de Rusia en Ucrania. Esos viajes se produjeron después de que varios funcionarios rusos hablaran de la posibilidad de incrementar la presencia militar en Cuba y Venezuela si Estados Unidos mantenía la presión sobre Rusia.

 

En la votación en la Asamblea General de la ONU sobre Ucrania, cuatro países se abstuvieron, Cuba, Nicaragua, Bolivia y El Salvador -Venezuela no votó por falta de pagos en las cuotas financieras de los países miembros. A su vez, en la votación de otra resolución en la Comisión de Derechos Humanos de Ginebra, Nicaragua no asistió y Venezuela, Bolivia y Cuba fueron los únicos gobiernos latinoamericanos en abstenerse. A pesar de que esos gobiernos han hecho llamados a la paz y han cuestionado el uso de la fuerza, su posicionamiento, en el sentido más amplio del término, tomando en cuenta declaraciones de líderes, cobertura en medios oficiales y votaciones en organismos internacionales, ha sido el que caracteriza a los aliados regionales de Rusia.

 

El posicionamiento del Grupo de Puebla, en los primeros días del conflicto, dio cuenta de la heterogeneidad geopolítica e ideológica que avanza dentro de la izquierda latinoamericana. Mientras Evo Morales tuiteaba contra el acoso de Estados Unidos y la OTAN contra Rusia, suscribiendo el casus belli del Kremlin, un documento firmado por los expresidentes Rafael Correa, Fernando Lugo y Ernesto Samper y por políticos de la izquierda chilena y peruana como Verónika Mendoza y Marco Enríquez Ominami, llamaba a todas las partes involucradas en el conflicto, incluido el gobierno de Vladimir Putin, a “mantener la paz y la seguridad de Ucrania abandonando la vía de la intervención militar y de las sanciones económicas”. El documento instaba también a preservar el equilibrio geoestratégico entre Europa y Asia por medio de “escenarios multilaterales o ad oc”, donde las controversias puedan ser tramitadas “pacífica, colectiva y democráticamente”.

 

Aunque ni la ALBA ni el Foro de Sao Paulo se pronunciaron formalmente sobre el conflicto, en contraste con los múltiples comunicados de esas entidades contra las intervenciones de Estados Unidos en el Medio Oriente en las tres últimas décadas, algunos intelectuales ligados a ambas plataformas, como Ignacio Ramonet o Atilio Borón, opinaron desde una perspectiva similar a la de los gobiernos bolivarianos. A juicio de Ramonet, el conflicto no era producto de la invasión de Rusia a Ucrania sino del propósito de Estados Unidos, la Unión Europea y la OTAN de “aplastar, aislar y descuartizar a Rusia”. Lamentaba Ramonet que ante las resoluciones de la ONU ningún país latinoamericano y caribeño votó a favor de Rusia, sin reconocer que la abstención y los llamados a la solidaridad con Moscú implicaban respaldo.

 

Atilio Borón, por su parte, sostuvo desde antes de la invasión misma que Rusia estaba siendo agredida y que la “operación militar especial” era una “medida excepcional” como respuesta legítima a todos los “ataques” de Occidente contra Rusia después de la desintegración de la URSS. El zarpazo de Moscú estaba justificado por la expansión de la OTAN hacia Europa del Este después de la caída del Muro de Berlín. No sólo eso, la reacción de la opinión pública occidental contra la violación de la Carta de la ONU y el atentado contra la soberanía nacional e integridad territorial de Ucrania era hipócrita, ya que Estados Unidos y Europa habían intervenido recurrentemente en el Medio Oriente y los Balcanes. Este enfoque, tan común en la izquierda bolivariana, legitima la invasión rusa con el precedente de las invasiones de Estados Unidos y confunde a las potencias occidentales con la opinión pública occidental, donde hay corrientes críticas de las escaladas militares en la ex Yugoslavia, Irak, Afganistán, Siria o Libia.

 

Buenos ejemplos de esas corrientes son otros dos referentes de la izquierda latinoamericana, Noam Chomsky y Boaventura de Sousa Santos, que leyeron con mayor equilibrio el conflicto. El primero catalogó la invasión rusa como una “agresión criminal”, que colocó en la tradición de las invasiones hitlerianas de Checoslovaquia y Polonia en 1939 y en la guerra preventiva de George W. Bush contra Irak en 2002. El segundo reconoció la compleja causalidad de la guerra, pero se distanció del casus belli de Moscú al señalar que el “autor próximo” era Rusia y el “autor remoto” Estados Unidos. Pensar con complejidad la invasión rusa de Ucrania requería, según Chomsky y Sousa, reconocer el malestar del Kremlin con su pérdida de hegemonía regional e, incluso, las amenazas a su seguridad, pero sin justificar la invasión como medida defensiva.

 

Algunos líderes de la izquierda democrática latinoamericana, en el momento del arranque de la invasión, como Lula da Silva, Gustavo Petro y Gabriel Boric, también cuestionaron la intervención rusa desde un punto de vista soberanista. Lo característico, en cambio, dentro del polo bolivariano, fue la justificación del ataque ruso desde la perspectiva geopoliticista del neorrealismo occidental. Los defensores latinoamericanos del proyecto de Putin no suscribían el discurso nacionalista neoimperial de los filósofos de cabecera del partido Rusia Unida (Iván Ilyin, Anton Denikin, Aleksandr Solzhenitsyn o Alexander Dugin), sino la argumentación básica del “balance de poder” en un mundo bipolar o multipolar, sostenida por teóricos estadounidenses de las relaciones internacionales como Henry Kissinger, George Kennan, Joseph Nye, Robert Keohane y, más recientemente, John Mearsheimer y Jeffrey Sachs.

 

La apuesta por el enfoque hiperrealista en sectores altamente ideologizados de la izquierda bolivariana es un fenómeno a estudiar detenidamente. A inicios de este siglo, la ideologización de la perspectiva geopoliticista, impulsada por Hugo Chávez y Fidel Castro, Nicolás Maduro y Raúl Castro, partía de la inercia postsoviética, que veía en el balance de poderes regionales un mecanismo de limitación de la hegemonía estadounidense desde la cosmovisión universalista del socialismo. En las condiciones más multipolares de la actualidad, esa misma perspectiva supone, de facto, el respaldo al proyecto neoimperial ruso que, a diferencia del soviético, no es transnacional o global sino estrechamente regionalista y nacionalista.

 

En la primera década del siglo XXI se consumó un cambio ideológico en la izquierda bolivariana, por el cual la antigua plataforma doctrinaria marxista-leninista fue reemplazada por un maniqueísmo latinoamericanista, orientado contra el poder unipolar de Estados Unidos. La mutación nacionalista en la antigua izquierda partidaria del socialismo real, en América Latina y el Caribe, corrió en paralelo, y sin coordinación reconocible, a la de los excomunistas soviéticos que abrazaron la doctrina paneslavista de la Gran Rusia, bajo el liderazgo de Vladimir Putin.

 

La geopolítica y el hiperrealismo han facilitado alianzas globales que no se traducen en una suscripción de la nueva ideología imperial, como sucedió con los partidos comunistas y el dogma marxista-leninista durante la Guerra Fría. El giro nacionalista es afín en ambos lados, en Rusia y en Latinoamérica, pero no hay conexiones ideológicas o teóricas como las que se tendieron entre Moscú y las izquierdas regionales antes de 1989. Que no haya conexiones ideológicas explícitas no quiere decir que una zona de la izquierda latinoamericana, en el poder o la oposición, no avale la expansión de Rusia hacia Europa del Este.

 

El empaque neorrealista de esas alianzas permite, también, invisibilizar la convergencia del régimen ruso y los gobiernos bolivarianos en el horizonte heterogéneo de los autoritarismos del siglo XXI. Al reducir toda la argumentación a la geopolítica se busca desdibujar la distinción entre democracia y autoritarismo, desideologizando las relaciones internacionales. Una de las grandes motivaciones del hiperrealismo fue contrarrestar el mito del “fin de la historia” y la “ilusión de la hegemonía liberal”. Por esa vía se ha llegado a una desideologización mayor, en la que poco cuentan ya el respeto a las libertades civiles y políticas, la democracia constitucional y el derecho internacional.

 

Los críticos del triunfalismo liberal y el mundo unipolar, que siguió a la caída del Muro de Berlín, tienen razón en que el unilateralismo de Estados Unidos y la OTAN contribuyó a la relativización de los valores democráticos y de las normas internacionales. Pero los nuevos autoritarismos —las evidencias sobran en Rusia, Nicaragua o Cuba, durante el transcurso de esta guerra— aprovechan ese relativismo para naturalizar regímenes donde las alternativas legítimas al gobierno son sistemáticamente neutralizadas o reprimidas.

 

FOTO: Mientras que Honduras insta al diálogo pacífico entre los países en conflicto y Ecuador condena la invasión a Ucrania, Cuba y la Alianza Bolivariana se posicionan a favor de las decisiones de Putin y responsabilizan a Estados Unidos y a la OTAN /EFE/ Mario López

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