“Trazos esenciales”, un fragmento del libro “Alberto Kalach. Taller de Arquitectura X”
Este fragmento del libro Alberto Kalach. Taller de Arquitectura X, publicado por la editorial Arquine, explora el proceso creativo del arquitecto, quien parte de grabados intuidos inconscientemente sobre algún lugar para después construir en él espacios armónicos entre lo natural y lo urbano
POR MIQUEL ADRIÀ
Alberto Kalach es un arquitecto audaz. Su arquitectura es a la vez paisaje y ciudad que tanto evoca a la ruina y emerge como torre, como se oculta bajo una palapa o esculpe volúmenes de concreto para bañarlos de luz. Tres décadas de tenacidad redundan en formas y materiales recurrentes para explorar los límites creativos de una arquitectura que no requiere adjetivos sino muros, losas, helechos, agua, luz y sombras. Su osadía formal no se limita a un estilo personal, nacional o coyuntural: arriesga y explora permanentemente.
Alberto Kalach (Ciudad de México, 1960) es, a su vez, un arquitecto original. Sus edificios son respuestas radicales que emergen de los orígenes de la arquitectura desde los trazos de sus croquis y la geometría de sus plantas. Kalach propone obras como puntos de referencia en el entramado que articula el paisaje urbano. Así, cada edificio es una pieza, un tabique, del gran trabajo colectivo de arquitectura que se crea a lo largo del tiempo.(1) Sus construcciones eluden la obviedad, lo previsible. Visionario, creativo y buen dibujante, Alberto Kalach es arquitecto de lápiz y papel. Sus proyectos salen de su trazo zurdo, no de la inercia de una metodología: surgen de repetir las líneas que permiten imaginar un recorrido, un espacio o las penetraciones de la luz. El proyecto sale de los surcos grabados en la mesa y en el inconsciente, donde unos gestos reiterados y propios adquieren distintos atributos. Garabatos recurrentes, automáticos, que van y vienen de otros proyectos pretéritos o futuros que se llenan de notas tanto de la memoria como de la realidad fugaz, para gestar otra forma, otro lugar.
Decía 15 años atrás —y sostengo— que “Alberto Kalach aborda distintas escalas de proyecto con la actitud ingenua e insolente del que siempre empieza de cero: desde el objeto doméstico, la casa que se extiende hasta el jardín, los ejercicios tipológicos alrededor de la vivienda colectiva o los grandes temas urbanos. En la pequeña escala resuelve necesidades que salen al paso —nunca como designer—, diseñando biombos o lámparas con la lógica de su particular sentido común. Alrededor del tema residencial es donde ha incursionado con mayor libertad, encarando desde el azar de los recorridos, el laberinto doméstico y la relación interior/exterior, para extender el proyecto inorgánico de la casa al orgánico del jardín a través de celosías, pérgolas y muros sueltos. El curso de los días modifica y completa el espacio habitado con bambúes y líquenes que se mimetizan sobre los muros de concreto. (…) Alberto Kalach construye con el tiempo. (…) Constructor de mínimos que son todo, detona arquitectura ensamblando muros y techumbres. No se conforma con los proyectos posibles —con cliente incluido— sino que se cuestiona todas las escalas, para transformar creativamente la realidad. Provocador, soberbio y simpático, Alberto Kalach explica con torpeza su obra, como si toda ella fuera resultado obvio de unas necesidades que sólo había que atender.”(2) Su obra se nutre indiscriminadamente de aquellas arquitecturas absolutas que hicieron mella en su memoria: desde las ruinas prehispánicas a las mezquitas de Estambul donde Mimar Sinan(3) fusionó renacimiento y arquitectura otomana; de las termas romanas al museo Kimbell de Louis Kahn; de las cúpulas expresionistas de Hans Poelzig o de Bruno Taut a las catenarias de Antoni Gaudí; o de los jardines intimistas y orgánicos de Luis Barragán a los taludes y parteluces de concreto de Teodoro González de León. Como sucede con todos los grandes, es fácil relacionarlo —a su pesar— con otros grandes arquitectos que regresan permanentemente a la cueva, a la cabaña o al templo primigenio. Con González de León trabajó fugazmente en 1989, dibujando dos perspectivas admirables para el concurso del Tribunal del Mar en Hamburgo. Desde entonces los unió una amistad forjada sobre la mutua pasión por la ciudad. Teodoro González de León vio en Kalach al “rebelde, provocador y profundamente creativo, (…) con un toque personal y distintivo que enriquece la arquitectura de fin de siglo mexicana y revitaliza el lenguaje abstracto del Movimiento Moderno.”(4)
Kalach “proyecta espacios atemporales y grávidos, donde la luz se filtra por las grietas de los muros sólidos, toma la esencia de la arquitectura para construir grandes cubiertas de teja o de palma, aprendiendo las virtudes prototípicas de la palapa o de las estructuras de madera, atrapa las sombras cambiantes de los árboles, provocando una cierta ambivalencia entre interior y exterior. Sus construcciones, de arquitecto y jardinero, se mimetizan con el paisaje y sus estancias se inundan de vistas y jardines. (…) Como Barragán, evita la obviedad y juega con sutiles calidades de luz, penumbra y sorpresa. El rigor geométrico con que define las estrategias de proyecto lo irá transgrediendo a cada paso, a cada trazo, atendiendo a las particularidades del espacio o a las vistas específicas, para dejar que el jardín desdibuje la rigidez de sus volúmenes de la misma manera que la materia acaba maleando las formas.”(5) Los croquis de Alberto Kalach, a veces a lápiz grueso o plumón negro, otras con aguadas de tinta y manchones rojos o dorados, nos acercan al proyecto arquitectónico desde cierta autonomía artística. Son un primer destilado del proceso creativo que da forma a ideas donde confluyen reacciones al lugar y al programa. Son las primeras intuiciones imprecisas que capturan alguna certeza, a veces tipológica, otras formal, sustentadas en aquellas dos bases de la belleza que proponía Manfredo Tafuri: la natural y la geométrica, desde sus trazos redundantes que le dan tiempo para que emerja la forma y luego la materia. Dibujar es descubrir, es dejarse llevar hacía el proyecto. Como sucedía con Alvar Aalto y también con RCR, tras la radicalidad del trazo aparece el diagrama que será su esencia. No hay propuesta que no pueda ser narrada en unos trazos esenciales que sinteticen resonancias y fuerzas. El dibujo —tanto de Kalach como de Aldo Rossi— nunca es un fin en sí mismo, es siempre arquitectura, porque refleja una condición, un momento de su propia vida, de la realidad.(6)
Al final aparece el proyecto arquitectónico que se somete a la geometría y así, el ideograma implícito en las pinceladas de los primeros esbozos adquiere autonomía. Si desde el croquis personal se sugerían conceptos, formas y espacios, será desde la maqueta de trabajo, de cartón o de madera donde se corroboran las intuiciones hápticas y ópticas. Apuntaba el maestro Humberto Ricalde —su mentor— que “en el taller de Alberto Kalach las maquetas de proyectos pendientes apiladas como zigurats inconclusos y las fotografías de las obras en construcción nos recuerdan las pilas de tablones, polines y rollizos, cálidos en sus texturas ásperas, las grandes piezas de pórfido todavía en la impronta de la fuerza que lo arrancó de su seno telúrico, o la presencia potente de los perfiles de acero, de eficiente geometría estructural y expresivas en su alta técnica. Los procesos de proyecto están a la luz del día, esparcidos en un orden aleatorio, creativo: maquetas en proceso de cambio, planos a la espera de estratos fortuitos, cuadernos de esbozos, esquemas, apuntes, trazos verdes, azules y dorados junto a sus tintas y lápices de colores; grupos de libros heterogéneos compartiendo sus temas entre sí: 22 135 recetas industriales, manuales de jardinería y de ingeniería marítima, herrajes, grasses, steelcrafts, Teotihuacan, Proyectar con la naturaleza, etc.”(7)
Paradójicamente, si bien Alberto Kalach es uno de los más destacados arquitectos mexicanos contemporáneos —sino es que el más— huye de toda retórica de lo mexicano como denominación de origen. Asistí a una primera entrevista entre el arquitecto y unos prominentes clientes potenciales para un importante concurso restringido, quienes reclamaban avales y atributos inconfundibles de su pedigrí azteca, a lo que Kalach simplemente argumentó que, si le encargaban el proyecto y lo construían en territorio nacional, no sólo sería mexicano sino que sería el mejor. Sin duda la esencia de la arquitectura mexicana —que va desde la Calzada de los Muertos de Teotihuacan, la ciudad virreinal, C.U., el Colegio de México de Teodoro González de León y Abraham Zabludovsky o los jardines de Luis Barragán— que privilegia el vacío desde una cierta monumentalidad más formal que funcional, la ambivalencia entre espacio interior y exterior, o la condición solar de sus elementos —patios, pérgolas, parteluces— es inherente a la obra de Alberto Kalach, sin renunciar a su universalidad. Su arquitectura rompe barreras entre distintas disciplinas —urbanismo, paisajismo, arquitectura, diseño industrial—, escalas —territorio, paisaje, ciudad, edificio, vivienda— y sentidos.
Resulta difícil, ante un universo tan singular y completo, estructurar una lectura de su obra que abarque bidimensionalmente los mejores ejemplos de su trabajo a lo largo de 30 años, sin dejar de lado aquellos proyectos que quizá detonaron ideas germinales e inconclusas, o someter su libertad creativa a una clasificación canónica —cronológica, tipológica— que rigidizara su espíritu. El libro debería ser un salvoconducto para sumergirnos en el universo kalachiano donde un proyecto lleve a otro y las ideas y las formas brinquen de un espacio y un tiempo a otros espacios y tiempos. Este contenedor impreso debería ser multisensorial, apelando al tacto, al oído y al olfato, como su misma obra. Así se han trazado unas constelaciones de proyectos que tienen ciertas afinidades, que vant desde la forma de sus plantas —circulares, paralelas, hexagonales— a sus usos y funciones —bibliotecas, casas, vivienda colectiva— o a elementos arquitectónicos que definen el carácter del proyecto —palapa, torre o galerón. De cada constelación se destacan algunas obras —las más brillantes—, sin olvidar las otras que dibujan la trayectoria estelar.
Así, el edificio en Reforma 27 reúne buena parte de las investigaciones tipológicas de vivienda colectiva y, sobre todo, de edificios en altura. La relación entre núcleo de elevadores y escaleras con respecto a las células habitables, dio pie a un amplio elenco de soluciones que se convirtieron en proyectos no construidos y en esbeltas maquetas que colman los muros del taller del arquitecto. El edificio de oficinas en Constituyentes 41 concluye una serie de proyectos que ocupaban espacios casi residuales de la ciudad, en pequeños triángulos en los límites del tejido urbano frente al Bosque de Chapultepec. También la Biblioteca Vasconcelos condensa el rigor de tantas obras previas —desde el FARO de Oriente, la estación de Metro de San Juan de Letrán, los hospitales del IMSS, hasta la Galería Kurimanzutto, parcialmente— y la Casa GGG recoge experiencias y experimentaciones morfológicas y espaciales de otras tantas casas. La vivienda aislada permite explorar el potencial doméstico y su interrelación con el paisaje, como ninguna otra tipología. Las casas mayas o la casa mestiza, todas en la Hacienda Tzalancab, así como La Platanera, son la otra cara de las viviendas aisladas en las que se privilegia el paisaje, la vegetación frondosa que se apropia de paredes y columnas.
La metrópolis
Alberto Kalach reflexiona permamentemente sobre la ciudad, sobre el potencial transformador de la arquitectura. Sus atlas metropolitanos son parte de su imparable producción de croquis sobre topografías y fotos de la urbe que ayudan a imaginar otras metrópolis sobrepuestas a la Ciudad de México. Este visionario que le gusta nadar a contracorriente ha reivindicado, durante décadas, el rescate de la ciudad lacustre que yace dormida bajo la metrópolis de concreto. Siempre radical y empático con la naturaleza, Kalach cuestiona la forma urbana y con la libertad desprejuiciada con que aborda cualquier proyecto y escala, lleva décadas sembrando un nuevo paisaje metropolitano desde la obviedad de que el Valle de México sigue siendo, potencialmente, el lago que fue. El Atlas que propone es una colección de deseos. Más que mapear para dar cuenta de lo que hay, es un catálogo de posibles futuros, de múltiples realidades imaginadas con el trazo inmediato, fresco y arrollador de su autor. Si la transformación de la ciudad es un proceso complejo que involucra un enorme elenco de actores y fuerzas, en la metrópolis que dibuja Kalach pareciera que las oportunidades son tan evidentes que la construcción del futuro debería ceñirse a sus trazos del pincel, el plumón y el lápiz. Como Rem Koolhaas, Kalach sabe que un arquitecto debe ser ante todo un optimista y, si bien una ciudad tiene que contar con todos sus actores para conformarla, se debe partir de intuiciones visionarias. Bruno Taut buscó la fusión entre sujeto, naturaleza y cultura con la que alumbrar una nueva arquitectura identificada con el paisaje como cosa única. Le Corbusier necesitó sólo unos croquis para contar su idea de la ciudad moderna ideal, para transmitir los conceptos esenciales de su Ciudad Radiante. Pedro Ramírez Vázquez partió de cierta visión holística de la mancha metropolitana entendida como un organismo vivo, para enrocar piezas esenciales del nuevo tablero urbano. Y Teodoro González de León rescató la línea del horizonte corbusiana para ilustrar el nuevo paisaje lacustre de Texcoco. Precisamente en Texcoco, González de León y Kalach proponían el nuevo aeropuerto de la Ciudad de México con la intención de recuperar el lago y estimular económicamente el depauperado oriente capitalino.
La propuesta de Alberto Kalach es un plan maestro que ofrece soluciones concretas para integrar al Bosque de Chapultepec con la ciudad. Actualmente hay 800 000 personas que viven a menos de un kilómetro del bosque, de las cuales 560 000 se encuentran detrás de barreras viales que imposibilitan el acceso. Este proyecto tiene como objetivo crear las condiciones necesarias a través de la rehabilitación de espacios con el fin de generar puntos de encuentro e intercambio con base en un todo orgánico que entrelaza lo social, la cultura, la naturaleza y lo urbano. Gran Chapultepec 2019 es el resultado de una colaboración interdisciplinaria que permanece abierta a nuevas ideas y aportaciones de jardineros, botanistas, ingenieros, artistas, deportistas, arquitectos, comerciantes y ciudadanos en general, entre otros. También es una invitación a la población y especialistas para entablar un diálogo comunitario en el que resulta fundamental la participación ciudadana por ser un asunto de interés y beneficio común. El plan maestro de Kalach siembra las ideas y los objetivos y se conforma por dos tipos de proyectos: los que ya están listos para su ejecución y los que tienen un lugar asignado dentro de las cuatro secciones, que deberán estar sujetos a concursos públicos para su desarrollo.(8)
Las utopías metropolitanas tienen la finalidad de transformar una realidad invisible en visible. Y las imágenes inmediatas que dibuja Kalach dan forma atractiva a la opulencia del desarrollo, desde una cierta polarización postlecorbusiana que compatibiliza más densidad y mayores alturas con una ciudad más verde, con más árboles y parques. Un oximorón que planteó Le Corbusier en su Ciudad Radiante y que en México Mario Pani hizo eco desde la Ciudad Universitaria o Nonoalco-Tlatelolco. En cierta forma se trata de la fusión estética entre naturaleza y artificio —que planteó Iñaki Ábalos— desde el papel activo del lugar, la incorporación del tiempo en la experiencia estética y la primacía de lo visual.
La urbe —apuntaba Aaron Betsky— es un collage de estructuras, colores y formas(9) y la Ciudad de México uno de sus ejemplos más espectaculares, por sus capas, su extensión y su complejidad. Así, Kalach ve esta urbe como un gran laboratorio, como una fuerza espontánea de la naturaleza, sobre la que proyectar imaginarios urbanos —parafraseando a Manuel Delgado— que no son representaciones sino esquemas de representación. Kalach ve la metropolis mexicana como una gran oportunidad o, más aún, como una colección de oportunidades, de obras por hacer.(10)
Notas.
1. “Un edificio es un tabique dentro del gran trabajo colectivo que es la ciudad” (Teodoro González de León).
2. Adrià, Miquel, “El jardín del arquitecto”, Alberto Kalach, Barcelona, Gustavo Gili, 2004, p. 8.
3. Mimar Koca Sinan ibn Abd al-Mannan, Sinaneddin Yusuf o Abdulmennan oglu Sinan, conocido como Koca Mi’mâr Sinân Âgâ o Mimar Sinan, fue un arquitecto otomano muy prolífico, contemporáneo de Andrea Palladio, Miguel Ángel y Juan de Herrera.
4. González de León, Teodoro, prefacio, Kalach+Álvarez, Massachusetts, Rockport Publishers, 1998, p. 6.
5. Adrià, Alberto Kalach, op.cit, p. 10.
6. Gianni Braghieri a propósito de Aldo Rossi, Aldo Rossi, Estudio Paperback, Barcelona, Gustavo Gili, 1981, p. 13.
7. Ricalde, Humberto, “A.K. 43”, Alberto Kalach, Barcelona, Gustavo Gili, 2004, pp. 14 y 16.
8. De la memoria del plan maestro Gran Chapultepec 2019 de Alberto Kalach y de la entrevista con Miquel Adrià publicada en Arquine, 2020. Disponible en línea: https://www.arquine.com/conversacion-y-propuesta-de-alberto-kalach-para-el-bosque-de-chapultepec/
9. Betsky, Aaron, Kalach+Álvarez, Massachussets, Rockport Publishers, 1998, p. 8.
10. Adrià, Miquel, Atlas de proyectos para la Ciudad de México, Tomo 1, México, Conaculta / Contornos / Arquine, 2012, p. 6.
FOTO: Propuesta del plan maestro Gran Chapultepec, de 2019, en el que Kalach buscaba la integración del bosque con la ciudad/ Imagen tomada del libro Albero Kalach. Taller de Arquitectura X
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