Tres aproximaciones sonoras a la muerte
Reseñas de Dead Man Walking en el Auditorio Nacional, La catrina en trajinera, en el Salón Las Tertulias, y el concierto multimedia Macabra, en Monterrey
POR LÁZARO AZAR
Ante la cercanía del Día de Muertos, nuestra tradición más arraigada, la agenda de este cronista se enriqueció con tres eventos tan disímiles, como dignos de ser comentados. Vamos a ello.
La propuesta más ambiciosa llegó de allende el Bravo y pude disfrutarla el sábado 21 en el Auditorio Nacional. Se trató de la transmisión de la ópera con que inició la temporada 2023-24 de “En vivo, desde el Met de Nueva York”: Dead Man Walking, de Jake Heggie, que se ha convertido en el título estadounidense más representado de este siglo. Tras su estreno en San Francisco el 7 de octubre de 2000, cuenta con más de 60 producciones diferentes a nivel mundial.
Cuatro años antes, Tim Robbins había realizado una exitosa adaptación cinematográfica de esta historia, “basada en las memorias de la hermana Helen Prejean, sobre la lucha por el alma de un asesino condenado”, para el que intenta conseguir la absolución, ya que es una connotada activista contra la pena de muerte. Terrence McNally elaboró el libreto que Heggie arropó con una conmovedora partitura, introspectiva y felizmente tonal en la que, el momento más dramático de la trama, ocurre en silencio. Concertada por Yannick Nézet-Séguin, esta puesta que raya en el ascetismo minimalista fue concebida por Ivo van Hove, quien, empleando sabiamente proyecciones en video y en tiempo real, confirmó que “menos, es más”.
Qué pena que haya sido una de las transmisiones que menos público ha convocado al auditorio. Se perdieron la soberbia actuación de Joyce DiDonato como la Hermana Prejean, rol que interpretó Susan Graham en el estreno mundial de ésta ópera en la que, ahora, dio vida a la madre del condenado, Joseph de Rocher (Ryan McKinny, en el mejor papel de su carrera). Como Mrs. Patrick de Rocher, Graham estuvo muy superior al desempeño que, entonces, tuvo la legendaria Fredericka von Stade, quien, por cierto, trajo a México a Jack Heggie como su pianista acompañante en enero de 2010, cuando se presentó en el Festival Ortíz Tirado de Álamos, Sonora. ¡Qué tiempos, cuando todavía era un festival prestigiado! Lamentablemente, ni el FAOT ni el Cervantino resistieron la ineptitud de sus directivos ni el desconocimiento de sus programadores cuatroteros, pero eso, era de esperarse.
Y así como Heggie y McNally ven en la muerte una íntima oportunidad de redención, para nosotros es pretexto para celebrar delirantes jolgorios, como la revista La catrina en trajinera que, hasta el 4 de noviembre, estará presentándose en el Salón Las Tertulias, de la colonia Roma. Este espectáculo con libreto de Sergio Laurel evoca las tandas de carpa y aquellos pícaros sketches que cosechaban carcajadas en el Teatro Blanquita. Para darles vida cuentan con un nutrido elenco encabezado por figuras entrañables de nuestro ámbito vernáculo, como María Elena Leal —quien representa a la calavera de su madre, la mítica Lola Beltrán—, Julia Palma, Jacqueline Goldsmith, José Luis Duval y Sergio Albarrán, que lo mismo cantan que dan vida a Chalavera Vargas, La Catrina, Huesorge Negrete y Calavedro Infante.
Certeramente hilvanadas aquí y allá, se insertan frases célebres de dichos personajes y de otros conspicuos habitantes de nuestro Panteón Nacional, ya sea reales como Sara García, María Félix o el Indio Fernández, que ficticios como Lorenzo Rafael y La Llorona, en un híbrido cuyo desenfado me hizo evocar desde las películas de Juan Orol hasta el Teatro Fantástico de Cachirulo, y salí con la certeza de que mi añorado José Antonio Alcaraz también habría estado dichoso ante tanta chusquez.
A medio camino entre la sobrecogedora visión ofrecida por Heggie y esta otra, caleidoscópica y colorida, el miércoles 25 asistí a Macabra, un concierto multimedia impecablemente producido para el lucimiento de “La Súper”, la orquesta que, con el fin de brindarles una experiencia profesional a sus egresados, organiza la Escuela Superior de Música y Danza Carmen Romano, de Monterrey. Precedido de una cena-coctel en el patio central de su histórico edificio, el Patronato de esta benemérita institución ofreció un evento que sincretizó ambos extremos e incluyó, también, “algo” de Halloween, esa antiquísima tradición de origen celta que lo mismo ha dado pie a la noche de brujas que al “truco o trato” con el que ahora piden su “calaverita” los niños de esta sociedad cada vez más globalizada.
Según me confió esa admirable anfitriona que es Bárbara Herrera de Garza, presidenta del Patronato de la ESMD, la idea de Macabra fue de Fernando Lozano (homónimo del decano de nuestros directores orquestales), quien lo planteó como “un concierto programático que invita al espectador a explorar el miedo a través de un mundo sonoro oscuro y misterioso, donde cada pieza, cada acorde y cada nota evocan emociones intensas, despertando nuestros instintos más profundos”.
El coro y los 70 músicos que esta noche conformaron “La Súper” fue concertado por Abdiel Vázquez, quien me sigue pareciendo que está más en su elemento cuando toca el piano. El programa inició con la Toccata y fuga en re menor de Bach, elegida para ejemplificar el miedo a la oscuridad y debo admitir que, más que a la oscuridad, temí que todo fuera a sonar como la afinación incierta de las cuerdas durante la exposición de la fuga. Afortunadamente, ese fue el mayor descalabro y tras ello el programa fluyó con mayor tersura.
Basándome en la descripción del evento que hallé en la red, Macabra es un viaje musical que explora el miedo a diferentes conceptos, como el rechazo (En el salón del rey de la montaña, de Grieg), la naturaleza (El invierno, de Vivaldi), lo desconocido (Marte, de Holst), la pérdida (Lacrimosa, del Réquiem de Mozart), la muerte (Una noche en la árida montaña, de Mussorgski), la locura (Danza Macabra, de Saint-Saëns), la guerra (Marcha Eslava, de Tchaikovsky) o el destino (Dies Irae, del Réquiem de Verdi), a través de composiciones que van del medioevo a la modernidad. Presentadas cada una por una voz en off y ambientadas con una bien sincronizada selección de proyecciones, enriquecidas con la participación de bailarines y figurantes, concluyeron con nuestro descenso al infierno flamígero en medio de las luces de Bengala que enmarcaron el inciso final, el Oh Fortuna del Carmina Burana, de Orff.
Una vez más, regresé con muy buen sabor de La Sultana del Norte y preguntándome: usted, ¿cómo celebrará a sus muertos? Ya ve que, entre López Gatell y la política de “abrazos y no balazos”, ningún sexenio nos había dado tantos…
FOTO: El concierto multimedia de Macabra, una producción de “La Súper”. Crédito: Tomada de Facebook
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