Didier Eribon: luchando por los derechos de la vejez

Oct 28 • destacamos, Lecturas, Miradas, principales • 1477 Views • No hay comentarios en Didier Eribon: luchando por los derechos de la vejez

 

A través de los recuerdos de los últimos días de su madre, el escritor critica la precariedad del sistema francés en el cuidado de los ancianos. En su nuevo libro, explora las penurias de este grupo social que es abandonado a su suerte por las autoridades y su propia familia

 

POR MAURICIO RUIZ
Sentado al escritorio el hombre registra en su libreta lo que ha vivido, intenta guardar para el futuro las imágenes de la ciudad, el sonido de la bandera tricolor ondeando en la plaza municipal. La destrucción que ocurrió más de 100 años atrás durante la Primera Guerra Mundial. Edificios derrumbados y vueltos a erigir, muchos de ellos en estilo Art Deco. El puente dedicado a la memoria de los soldados estadounidenses que murieron en 1918 frente al enemigo alemán; puente que en 22 años más tarde sería detonado por el ejército nazi. Fismes, escribe en la libreta, ciudad al norte de Reims, Francia, y a la que se imaginó regresaría a menudo y en distintas épocas del año. Volvería allí durante meses, con suerte incluso años, al hogar para ancianos que él y sus hermanos le habían encontrado a su madre. En ese primer día de paseo por la plaza municipal, una tarde de agosto, imaginó que en alguna otra ocasión se detendría delante del ventanal de la pequeña librería en la esquina para admirar la nueva edición de las obras completas de William Faulkner. Compraría el diario y se sentaría en alguno de los restaurantes de la plaza, matando el tiempo mientras su madre tomaba la siesta. Tendría infinidad de oportunidades para conocer cada bar y café, escuchar las historias de cada barrio. Fismes, escribe en su libreta, ciudad que solo visitó dos veces.

 

En su más reciente libro Vie, vieillesse et mort d’une femme du peuple (Flammarion, 2023), Didier Eribon entrelaza lo personal con lo colectivo, la memoria con el análisis sociológico. Basándose en una experiencia traumática familiar, la admisión de su madre a un hogar para ancianos y su acelerado declive hacia la muerte, el autor presenta una crítica en contra de un sistema que no ofrece un servicio adecuado a los adultos mayores que requieren asistencia y cuidados especiales. Eribon recuenta la forma en que su madre fue perdiendo su autonomía motora y mental, a tal grado que él y sus hermanos decidieron que era demasiado peligroso dejarla sola en casa. “En una ocasión los bomberos tuvieron que derribar la puerta de la entrada”, dijo en una charla durante el festival Passa Porta, en Bruselas. “Por un largo rato toqué la puerta y ella me decía ‘ya voy, ya voy’, pero después de una hora seguía esperando. Se había quedado tirada en el baño”. Al poco de ser admitida en la residencia para ancianos en Fismes, su madre empeoró. Entró en lo que se conoce como Síndrome de Caída (syndrome de glissement) y tanto su salud como su estado anímico se vinieron abajo. Le dejaba mensajes de voz en la contestadora, se quejaba de lo que le hacían en la residencia, de todo lo que no funcionaba. Uno de los malestares, más bien una afrenta, era que solo podía ducharse una vez a la semana. Había sido siempre una mujer de higiene y pulcritud absoluta. “Cuando hablé con el director me dijo que no se daban abasto para atender a todos los residentes”, contó Eribon. “Se necesitaban dos hombres para cargar y sostener a mi madre. Un día a la semana era lo único que podían ofrecerle”. Su madre murió poco tiempo después.

 

Con estudios en Filosofía y Sociología, Eribon posa la mirada en la fisuras de su entorno, lo que no funciona en la sociedad. A su nuevo libro lo atraviesa la culpa y el duelo, lo que hubiera podido haber hecho de otra forma con su madre. El autor, sin embargo, va más allá. No es accidente que el título del libro haga referencia a La vejez (La vieillesse), libro de Simone de Beauvoir publicado en 1970 donde la autora de El segundo sexo hace una reflexión sobre los derechos de los ancianos, las desigualdades económicas y sociales que existen hacia ellos. “Mientras no nos llega, la vejez es un asunto que sólo concierne a los otros”, escribió la pensadora francesa. Eribon postula que en el siglo XXI, a diferencia de las mujeres y minorías que se han unido para luchar por sus derechos, los adultos mayores carecen de esa posibilidad. No pueden volcarse a las calles y marchar en protesta. No han tenido la oportunidad de unirse para denunciar las injusticias. Decir basta, el status quo tiene que cambiar. Vie, vieillesse et mort d’une femme du peuple es un análisis de la precariedad de los hogares para ancianos en Francia, así como su continuo deterioro bajo el actual gobierno. “Macron se ha afanado en desmantelar la infraestructura pública”, declaró Eribon.

 

El autor no pretende ser el primero en señalar las deficiencias del sistema e infraestructura francesas. Entre otros, da crédito a Anne-Sophie Pelletier, autora del libro EHPAD, una vergüenza francesa (EHPAD, une honte francaise). EHPAD son las siglas de los establecimientos en Francia que albergan a los adultos mayores que requieren asistencia. Pelletier estudió Art Deco y trabajó algunos años como supervisora en un restaurante antes de dejarlo todo para cuidar de su abuela, quien la crió y fue como su madre. En el libro cuenta las vicisitudes que vivió como asistente de cuidados. Se unió al sindicato de trabajadores e intentó conseguir más recursos para los ancianos que, como explica en el libro, viven penurias y cada vez con menos dignidad. “Llegar a este mundo no te cuesta nada”, dijo al canal de noticias France 3. “Pero la vejez en nuestra sociedad se ve como un mal financiero. Hay que pagar, y cuesta caro.”

 

Para percibir las minucias en las relaciones familiares, Eribon es como un gato que parece dormitar. Sus orejas erguidas captan cualquier vibración, cualquier cambio en el entorno. El placer y el dolor, lo vergonzoso, todo es registrado por la pluma del autor. Ya en Regreso a Reims (Libros del Zorzal, 2015), Eribon mostró su capacidad para escuchar las voces del pasado y del lugar que dejó para poder encontrar su libertad sexual e intelectual. Mostró el abanico de ambivalencias que experimentó en la relación con su padre, un obrero maltratado por el sistema y que, a su vez, volcó ese rencor en forma de violencia hacia su hijo. Por años, Eribon tuvo que ocultar su homosexualidad en ese ambiente conservador, represivo y rezagado por las carencias. Solo pudo encontrar sosiego cuando se mudó a París. Marcado por el efecto de la desigualdad social en Francia, ha explorado sus causas desde ángulos y motivaciones distintas, casi siempre empujado por circunstancias personales. Primero la muerte de su padre y el temido regreso a la ciudad natal; el deterioro súbito de la salud de su madre en una institución pública.

 

Al igual que con su padre en Regreso a Reims, el retrato que ahora hace de su madre es tridimensional. No hay filtros, no hay intención por borrar las partes sucias. Se le ve por completo, como empleada de limpieza, obrera y, luego, pensionada. Una mujer de carácter fuerte, admirable, que no aceptaba que nadie le dijera lo que tenía que hacer o cómo se tenía que comportar. El autor la visitaba a menudo en Reims y juntos veían la televisión por la tarde. Podía ser alguna película, algún show musical. Eribon relata la ocasión en que el tenista y cantante de padre camerunés, Yannick Noah, apareció en la pantalla y su madre lo miró con extrañeza. ¿Por qué había un cantante de piel morena como invitado en el show? “Hijo, tú sabes que yo no soy racista, pero no me vas a decir que es normal que todo el tiempo inviten a cantantes negros”. Eribon se revolvía en el sillón, le reclamaba que por favor no dijera esas cosas. Ella sabía que el racismo era algo que él no toleraba. Entonces su madre ladeaba la cabeza y fruncía el cejo. “Por si lo has olvidado estás en mi casa, estás sentado en mi sillón. Nadie va a venir a decirme lo que puedo y no puedo decir aquí”.

 

La obra de Eribon es el entronque de varios ríos, una caudal literario que se nutre de varias manantiales subterráneos de la cultura. En Vie, vieillesse et mort d’une femme du peuple está presente el pensamiento del sociólogo francés Pierre Bordieu quien propusiera que individuos en posición de poder imponen su cultura sobre aquellos que están por debajo, lo cual reivindica la dominación. También hay ecos de obras de ficción, como uno de los cuentos de J.M. Coetzee, El matadero de cristal, que forma parte de la colección Siete cuentos morales (El hilo de Ariadna/Literatura Random House, 2018), cuyo manuscrito original en inglés permanece inédito —sólo se han publicado las traducciones al francés, italiano, español y japonés. En El matadero de cristal, Coetzee cuenta la historia de un hombre y su madre, la cual siente una especial preocupación por el trato hacia los animales. Le pregunta a su hijo si quizá no debería construirse un rastro de cristal en el centro de las ciudades para que la gente pueda ver la forma en que los animales son sacrificados para consumo humano. La madre siente el paso de los años sobre los hombros y le entrega todas las notas que ha colectado sobre el tema. La memoria comienza a fallarle, explica a su hijo. “La descripción de Coetzee es, palabra por palabra, lo que yo viví”, dijo Eribon. “Al momento de tomar la decisión de mudarse a la residencia, madre e hijo se dan cuenta, sin decirlo, que la madre ya no está en posición de negociar”.

 

¿Se debe hablar por las personas mayores si nadie habla por ellas? ¿De qué forma hacer oír su voz para conseguir un cambio? Eribon muestra la cara invisible de la vejez en Europa, sus precariedades, y la forma en que tantas veces miramos a otra parte. En su prosa articula preguntas difíciles, por momentos incómodas, pero también necesarias.

 

 

 

FOTO: Dos generaciones, 1901, óleo sobre lienzo de Pla y Gallardo. Crédito: Museo del Prado

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