Tres poemas
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POR RICARDO YÁÑEZ
1
La nube que atraviesa tu rostro
de claridad iluminada
hace que en tus bolsillos aparezca
una moneda de oro,
con tu dedo cordial la estás tocando.
En tu corbata el pálpito de un pájaro
se hace visible
y tu espaciosa frente que imaginas
sugiere
en cinemascope.
Te haces el sorprendido
pero te ha sorprendido, sin embargo,
del fotógrafo el clic,
tú tan formal y como salido
no obstante del encuadre. Dubitas
sobre si sonreír
o mantenerte serio, y eso gracia te hace,
te da. Hay una ingenuidad
en tu expresión, que se pretende neutra
o elegante, no sé. Sé, sí, que tienes frío
y que lo arrostras –terno de casimir–
de modo que frescura, frío no,
transmita tu presencia.
A sepia la saliva te sabe, a aire que pasa.
Bien plantado,
hacia la izquierda un poco el peso de tu peso
se inclina.
Dices Dios en silencio, para mejor lucir.
Dices tu propio nombre
abismado en el cielo.
Eso te dices. Por fuera dices mírame, es de ley
que me recordarás. Tangible es eso como el oro
recién, aunque aún a oscuras, recién aparecido.
2
Tocar la música es tocar el tiempo,
respirar como vaca en la neblina.
arder como cerillo
y lavarse la cara como lavarse la cara.
Tocar la música
no es como tocar la música,
es tocar la música, pero como tocándola al tiempo
que el tiempo, muy a tiempo, siempre a tiempo,
también se toca.
Es la rosa húmeda de sol,
es la sandía abierta de un machetazo,
es la abeja con las patas llenas, cubiertas
de polen
en el mirasol, en el aire, en el azul
zumbando.
¿Qué es la música, o bien tocar la música,
sino el sonar del Ser, el acercarse
a tangir
o a tañer
ese dulce sonido, a veces portentoso,
desconcertantemente portentoso, sonriendo
con intensidad
que acaso asuste, y de pronto, nada más,
como luz de luciérnaga, como vuelo conjunto
de luciérnagas?
¿En el silencio hay música?
Este silencio que ahora mismo tocas
¿te dice algo?
Es tiempo que lo digas. O que lo calles
no para siempre,
nada más para ti.
3
Esa mirada canta, ¿sabes?,
y ese aliento palpita.
Esa cara da la cara a la luz,
no es que la luz dé en esa cara.
Habla de oscuridad, sin embargo, lo que habla,
de oscuridad que nada pesa cuando la luz
es habitada. Humilde el hábito éste de la luz,
rasposo, seco, inhabitable,
excepto por lo humilde, por la humildad
que se da tiempo
para entender
lo ininteligible, pero, para, porque
desde la luz, desde la muy liviana claridad
que todo entiende, hasta la oscuridad, ora liviana.
Se sabe de memoria el cielo todo, que nunca ha visto,
esa mirada viva
que un poquito se apaga para mirar mejor
no lo que mira, sino aquello
a lo que aspira, a lo que deja ver como ya estando
formando parte de su respiración, de su
del otro lado estoy
aunque me miren de éste.
Ese silencio habla de que habla
un silencio por dentro, de que la lengua es lenguas
aquietada
pero dicente. Dice
no es que me ves, es que me oyes, es que has venido
después de tanto huir, a oír.
Al fin te oyes.
FOTO: Vista panorámica de las salinas de Uyuni, Bolivia. /AP
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