Ulrich Seidl y la sublimación abusiva
Sparta está inspirada en un caso verídico de pederastia: en una comunidad rumana, un profesor de judo transforma una escuela en ruinas en un gimnasio; una mirada a un carnaval de perversos anhelos
POR JORGE AYALA BLANCO
En Sparta (Alemania-Francia-Austria, 2022), disruptivo opus 21 del perturbador docuficcionista vienés de 70 años Ulrich Seidl (Días de perro 01, Jesús tú que todo lo sabes 03), con guion suyo y de Veronika Franz inspirado en el caso verídico de un pederasta profesor de karate, el autoabandonado ingeniero tardocuarentón alemán Ewald (Georg Friedrich proceloso) visita a su provecto padre exnazi Ekkehart (Hans-Michael Rehberg desgarrador) en un superdisciplinado asilo germánico de lujo, regresa a Transilvania para realizar maquinalmente su trabajo como técnico de proceso, se percata de que le encanta jugar rudo con los niños de sus allegados o con los de cualquier parque comunal, rompe con la encampanada novia rumana a la que repudia sexualmente (Florentina Elena Pop) y, al parecer deseoso de empezar una nueva vida, se muda a un recóndito y atrasado pueblo en la invernal Rumania profunda donde adquiere una vieja escuela en ruinas para transformarla en un gran gimnasio, se asume como profesor de judo y destina a los desbalagados preadolescentes que ha reclutado mediante avisos en sitios públicos del rumbo y quienes, llenos de entusiasmo, le ayudan a limpiar y reacondicionar el edificio, construir un gran portón y nuevas áreas, creando una especie de cofradía neoespartana, bautizada efectivamente como Sparta, en la que domina el despliegue corporal, se rinde culto a la fuerza física y pronto se torna un acogedor refugio para los chicos desatendidos o ignorados en sus casas, y adonde incluso prefieren pernoctar días seguidos, como un rubito Octavian (Octavian-Nicolae Cocis) ascendido a compañero favorito de Ewald en la ducha y en los paseos por el páramo, hasta que el rústico padrastro brutal del chavo (Marius Ignet) le pone un alto al líder, lo humilla, lo desafía y, acusándolo de prácticas sexuales aberrantes sin pruebas ni haber podido arrancar confesiones expresas, moviliza a sus homólogos del pueblo para devastar el gimnasio y hacer huir al dueño de ese modelo helénico de una sublimación abusiva.
La sublimación abusiva respeta en todo momento y situación la ambigüedad de los actos y de los propósitos: ¿es Sparta la crónica doliente e infructuosa del martirologio de un inocente, la punta del iceberg de una atroz historia de pedofilia innombrable, el relato del castigo a una intencionalidad malévola que nunca llegó a consumarse en la realidad, o el simple retrato con relación de hechos de un criminal competidor adelantado del tristemente célebre padre Maciel en versión germano-rumana?, ¿era la sublimación freudiana o el reconocimiento de una sublimidad aberrante?, es decir, se enseñorea bajita la mano ostentosa una ambigüedad de corrientes ocultas y subrepticias sólo insinuadas, una ambigüedad que parece esconder lo peor o un angelismo demoniaco que no se atreve a decir su honestísimo deshonesto nombre, una ambigüedad que ocasionó la prohibición del film en el festival de Toronto y su posterior reivindicación por una permisiva sección a concurso en San Sebastián, una ambigüedad que perturba más que cualquier representación gráfica o explícita, una ambigüedad que se aboca a los aspectos más oscuros del ser humano y su bestial naturaleza predeterminante/determinante depredadora, una ambigüedad que invoca y evoca lo irrepresentable dado como subtexto aliado, cómplice o implícito.
La sublimación abusiva asalta con una red o una avalancha de abiertísimos planos distantes hasta la perversidad minimizadora, según los designios severos de una fotografía de Wolfgang Thaler y Serafin Spitzer, e impregna, por medio de una ejemplar edición a cuentagotas de Monika Willi la memoria visual con imágenes desoladas y secuencias de representación dentro de la representación, cual reductos de Rimini (la anterior película de Seidl y gemela precedente de Sparta sobre el disfuncional hermano ligadecrépitas del patético Ewald), que sin pretenderse shocking ni truenacocos acaban siéndolo, en deliberado tono menorcísimo pero estéticamente inolvidable, como la inmisericorde hilera horizontal de privilegiados ancianos del asilo-floripondio entonando una pueril ronda romántica de crueles ribetes (“El día soñado estas horas felices/ se deslizan”) o interpelados en fila sobre los roles escénicos de kindergarten, la desolada rutina fabril de seres inhumanos sin contacto interpersonal posible, la hiriente blancura de las pruebas de atuendos nupciales de la novia deleznada pronto refunfuñante rabiosa, el sádico juego infantil de perseguir cerditos aullantes, el ánimo resurreccional del provecto padre al inconsciente conjuro de los himnos hitlerianos de su juventud que luego quisiera contagiar sin éxito a las ancianas desahuciadas y en contraste con el inefable Viaje de invierno de Schubert que lo apabulla ante un irremediable ventanal hacia ninguna parte, y los rituales mitológicos de anunciarse a las puertas del gimnasio bajo los nombres de las deidades griegas que los siete infantes de Ewald invisten agresivos y emblemáticos (de Hércules a Fides).
La sublimación abusiva se termina convirtiendo en un repertorial y cuestionador carnaval de masculinidades enfermas endémicas, con ese atribulado héroe que descubre con atónito horror paralizante sus propias tendencias pederastas y las enfrenta y las deja fluir temerariamente cual si pudieran devenir una generosa forma de relación redentora contra la barbarie, o con esa contundente orden del padre de Octavian de atormentar y destazar en sacrificial disección a una infeliz liebre ante el instructor de judo que ha sido convocado para demostrarle cómo endurecer el carácter de los niños en vez de las feminidades de la lucha greco-romana, o esa obsesiva atracción violentamente insoslayable del voyerista plantado ante una pantalla con los núbiles torsos semidesnudos de los chavos que él mismo ha registrado.
Y la sublimación abusiva sigue finalmente los pasos del sexocriminal ¿real o imaginario? en otra región y regresando a las andadas.
FOTO: Sparta desfiló en el Festival de San Sebastián 2022. Crédito de imagen: Especial
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