Últimos apuntes de la noche
Las reflexiones poéticas que Ignacio Solares escribió en vísperas de su muerte. Una de las aficiones poco conocidas del escritor era dibujar. Reproducimos parte de sus bocetos que pertenecen a una edición de autor.
IGNACIO SOLARES
I
Yo estoy aquí, en el llano,
pero mis sueños llegan de lo alto de una montaña.
¿A qué hora llegó la noche que ni cuenta nos dimos?
De repente estuvo aquí,
como si no necesitara anunciarse
para que supiéramos que había llegado con todas sus consecuencias.
Cuando te entregas a la noche, ya eres de ella de alguna manera.
Hay quienes se han pasado día y noche mirándola y al salir (es un decir),
ya no era la misma, no puede ser ya nunca la misma.
Por eso los chinos dicen que quedarse dormido viendo fijamente a la noche
te lleva a un maravilloso estado de beatitud.
Vamos, no le tengas miedo, ven.
Vamos a verla fijamente hasta que nos invada,
hasta que seamos de ella y conozcamos juntos ese estado de beatitud.
II
De la primavera la sonrisa tengo y me convierto en fuego que me acaricia.
Mis ojos son palomas.
En lo más alto buscan las estrellas que quisieran tocar con la punta de los dedos.
He toreado al toro de la vida.
He conocido sus tempranas embestidas.
He dejado el alma en un suspiro
y me he consumido en las dulces brasas del amor.
Y también, lo olvidaba, conozco el sabor agridulce de la muerte.
III
Asómate, vida mía, a ver la luna.
Si sabes entregarte a ella, te devela lo invisible
y verás el apasionado beso que se dan a escondidas tus ojitos y los míos.
IV
¿En qué momento llegó la noche que ni cuenta nos dimos?
Hay estrellas que aparecen sin avisar, integrándose enseguida a su clan, a su raza.
¿Te has fijado que las estrellas que no se integran enseguida y se quedan solas parecen muy tristes, cabizbajas?
Algunas terminan por quemarse, lo que debe ser para ellas una forma de suicidio.
Por ejemplo, Edgar Allan Poe, quien vivía de noche y dormía de día. Fue la noche su inspiración más profunda. De ahí brotaba su escritura. Quizá por eso su suicidio fue de noche, ahogándose en alcohol, encontrando su último refugio en los brazos de la noche, subiendo con ella a sus lugares más álgidos y secretos, lugares a los que solo los muertos tienen acceso.
Pero no hablemos de cosas tristes y mejor vamos a gozar de la noche. Cuando la miras demasiado es que ya eres de la noche y nunca podrás dejarla, olvidarla. Te seguirá hasta el día de tu muerte y te hará creer que también ella va a morir.
V
Pero decíamos que no vamos a hablar de cosas tristes y mira quién es el primero en hacerlo.
Concentrémonos en las estrellas. Mira la Vía Láctea cortada por oscuras grietas; luego el brillo límpido de Venus, el tejido de araña de la nebulosa de Orión, el resplandor contrastante de las estrellas azules y las estrellas rojas.
Escucha su música que se esconde, se carga de sentido y da lugar a una segunda nota, a una tenue melodía que crece hacia un acorde cada vez más rico y parece guiarnos en nuestro camino.
El cielo es un cristal transparente, detrás del cual hay otro cristal y luego otro más. Los planetas flotan ahí como en un mar translúcido y tranquilo. La luna se redondea, luego pierde volumen y termina por convertirse en la cabeza de un alfiler, espectro de luz que quizá inició su viaje hace millones de años.
¿Qué te parece?
Estoy de acuerdo, es como rezar.
Te propongo un experimento: de veras rezar, lo que nos comunicaría más con la noche, la que nos dio su luz y que nos hizo estar más cerca de lo que nunca habíamos estado, que nos ha acompañado durante un viaje tan largo como el que hemos emprendido hoy. Sólo nos restaría imaginar el mayor secreto de la noche.
El secreto de la noche
Unos días antes de su partida, Ignacio Solares, Nacho, como lo llamábamos cariñosamente, escribió un puñado de textos. Son divagaciones dirigidas a sí mismo y a Myrna, su compañera de vida, sobre el misterio que marcó su vida y su obra: la trascendencia, cuya presencia siempre capturó como una sorpresa en el acontecer del mundo, pero cuyo inicio tiene como lugar privilegiado la noche que pasó a la intemperie a los 13 años en la sierra Tarahumara. Allí, mirando la oscuridad puntuada de estrellas, Solares experimentó por vez primera y para siempre la presencia de lo inefable.
Esa noche, cuya experiencia relata magníficamente en No hay tal lugar, a la que volvió en su última novela, El juramento, y de la que habla en Novelista de lo invisible con José Gordon, estuvo también al final de su vida, ya no como una revelación, sino como la serena confirmación de su fidelidad a lo que hace 65 años entrevió.
Escritos como un amoroso testamento, los fragmentos que publicamos con el permiso de Myrna, hablan de su fe. Hay en ellos, algo que recuerda “Ítaca” de Cavafis. Pero también la “noche oscura” de Juan de la Cruz. Vayan sus versos como un epígrafe para acompañarlos: “¡Oh noche, que guiaste!/ ¡Oh noche amable más que la alborada!/ ¡Oh noche que juntaste/ amado con amada,/ amada en el amado transformada!”.
JAVIER SICILIA
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