Un canto sibilino del desenmascaramiento
Fragmento de Stella Díaz Varín de la colección “Vindictas Poetas Latinoamericanas”; una antología de esta autora quien fue parteaguas en Chile y después olvidada
POR CLAUDIA POSADAS
Stella Díaz Varín (1926-2006) fue una poeta chilena de soberana altivez y cabellera de rojo fuego desafiante que con sus potencias desinstaladoras como raison d’être, con sus palabras replicantes y su resistir disidente, incendió las máscaras del lenguaje, las máscaras del lenguaje, las máscaras de lo innoble y de la vileza humanos, las máscaras de los órdenes masculinos y, sobre todo en nuestra latinoamericanidad, la gran máscara colonizadora de un sistema económico global que oprime a los seres.
El suyo es un malestar de existencia que reconoce, en permanente atención (“Yo soy la vigilia,/ Ustedes/ Son los hombres castigados, (…)/ De gestos oblicuos”)1 los signos constrictores de esas forjas civilizatorias donde no cabe ni vale la justicia, la virtud, vieja amiga, la libertad y la palabra de la tribu, su estrategia vital. Como dice Eugenia Brito, una de sus más importantes antologadoras: “Stella se sabe colonizada (…) pero intenta horadar esa cultura no sólo con su escritura, sino con su vida, (…) Esa fue su fuerza, su gran poder creador transmitido a través de su poesía y de sus maneras de emergencia social”2.
Este cuestionamiento abarca al individuo entendido como entidad finita, lo que implica una pregunta, acaso búsqueda, sobre algo más allá que la poeta sólo prefigura: “la contextura de Dios/ tan difusa”.
En ese orden se le ha señalado como “metafísica, religiosa y/o existencial”, acorde con el poeta Andrés Morales, citado por la académica Rosa Alcayaga, una de las más relevantes pioneras en el estudio de esta obra, quien deriva esta concepción hacia un tono mayor al afirmar que la poesía de Díaz Varín podría adscribirse a un “cierto orfismo”3.
En efecto, dicho orfismo atañe a determinadas corrientes literarias en las que éste fluctúa al igual que la escritura de Varín la cual, como toda la poesía latinoamericana de aquel tiempo, abreva de las vanguardias y la que, en su caso, adquiere visos neorrománticos de los simbolistas y surrealistas franceses, y de los poetas malditos.
Sin embargo, Stella se apropia de ello a partir de un universo propio, conformando una poética de corte hermético, incluso gnóstico, muy distinta a la de sus contemporáneos, quienes navegaban en una “poesía urbana y lárica”4, por lo que no fue entendida en su magnitud. No obstante, en retrospectiva, esta obra se revela como un gran ascendente en la poesía de Chile. Como afirma el crítico y antologador de la poesía chilena, Naín Nómez, Díaz es la “continuadora creadora de la gran tradición poética de las vanguardias y más específicamente del surrealismo, pero a partir de una escritura, que con sus propias huellas va trazando un camino (…) En esa línea representó un aporte original, personal, (…) como una precursora fundamental…”5.
De este modo, bajo esta visión aurática, para Díaz Varín, la poesía es un discurso trascendente que proviene de un estado superior. Como le dice a la periodista Claudia Donoso, “la poesía es un canto y un estado de conciencia”, pero un canto emancipador porque “la poesía nace de una conciencia individual. Pero el hombre no nace individuo. Primero tiene que darse cuenta de su soledad y de que para ser libre tiene que conocer su verdad y ser tal cual es”6.
En efecto, estamos frente a una obra existencialista, mientras que esta poesía deviene en una indagación del ser aunque, particularmente en Stella, del ser libre frente a la alienación, del ser mujer y artista en una sociedad de órdenes y estéticas masculinas y del ser finito ante un existir sin dioses, cuya respuesta vital y poética se asume en la disidencia, en la marginalidad y el nihilismo. Para Stella, el individuo es ese “hombre fósil” de razón petrificada por lo que su poética es una sinfonía a la soledad absoluta de lo humano. En ese sentido, su resolución de la eternidad se encuentra libre del vasallaje de los dioses a quienes interpela como si fuera profesante de una herejía medieval.
Stella, La Colorina, como se les llama en Chile a las pelirrojas —quienes, por cierto, en el medioevo eran consideradas hijas del mal—, es una hereje poética pelirroja inconveniente al sistema, al canon y al temple heteropatriarcal de su país, cuyo fuego anómalo incendió la escena de su generación, la del 50: Enrique Lihn, Enrique Lafourcade, Armando Uribe, Jorge Teillier, Alejandro Jodorowsky, Nicanor Parra y Pablo Neruda.
Proveniente de su natal La Serena, norte de Chile, en 1947 llega, marxista militante, a un Santiago de la traición donde el presidente González Videla, llevado al poder por el Partido Comunista, emite la Ley Maldita de 1948 que proscribe a dicho partido junto con sus miembros, entre ellos Neruda y Stella. Es allí donde comienza su leyenda, tatuándose en el antebrazo izquierdo una calavera atravesada por un sable, a modo de pacto para matar al traidor, impronta que aun en sus últimos meses mostró en un irrepetible documental, La Colorina7.
Hondas y profundas heridas la signaron: perdió a dos de sus guaguas (bebés) casi recién nacidas; allendista, con ese húmero del pacto, durante el golpe militar de 1973 enarboló desde su ventana fotos del Che y lanzó consignas a su favor. No quedó impune. Durante la dictadura su departamento fue allanado constantemente, fue amenazada de muerte y atropellada con el fin de asesinarla, lo que le acarreó secuelas. De ahí en adelante vivió en estado de contingencia ante su no sometimiento a ningún orden, olvidada por sus compañeros de militancia y por gran parte del medio literario.
Injustamente, a Stella se le califica más por su performance que por su obra, sobre todo porque habría sido acallada a raíz de estas valoraciones. Como dice Nómez, “crítica de su entorno, rebelde a los catálogos y los prototipos, cuestionadora y amiga de las verdades, marginal y marginada, [ello] ha influido en su borramiento del canon”8.
La Colorina pertenece a esa estirpe de poetas chilenas silenciadas, cuya madre poética es Gabriela Mistral y que recientemente han sido releídas, como Teresa Wilms Montt y Winnét de Rokha9 (quien también forma parte de esta colección y, a decir de Díaz Varín, era “mejor poeta que [su marido, Pablo de] Rokha). Si bien en vida fue incluida en importantes antologías de su tiempo10, en selecciones de corte canónico e innovadoras compilaciones como la realizada por Verónica Zondek y Elvira Hernández —publicadas en los 80— y en otros compendios de esta época, su relectura llegó hasta 1992 (33 años después de la edición de su libro anterior), año en que se editó Los dones previsibles en el prestigiado sello Cuarto Propio, publicación que le valiera el premio Pedro de Oña y el Premio del Consejo del Libro.
Notas: 1. Los versos entrecomillados y en cursivas pertenecen a Díaz Varín.
2. El imaginario de Stella Díaz Varín, Obra reunida, 2ª ed., Santiago, Cuarto Propio, 2013, pp.11-12.
3. Rosa Alcayaga, Stella Díaz Varín: desobediencia en versos, Chile, Universidad de Playa Ancha.
4. Andrés Morales, en Alcayaga, op. cit. Poesía lárica o de los lares, es una corriente fundamental en la poética chilena. Proviene del término “lar”, hogar, ya que ahonda en las raíces y la aldea primordial a donde pertenece el poeta. Su representante es Jorge Teillier. (Nota de la antologadora.)
5. Naín Nómez, Antología crítica de la poesía chilena. Tomo IV. Modernidad, marginalidad y fragmentación urbana (1953-1973), Santiago, LOM, 2006, p. 290.
6. Claudia Donoso, La palabra escondida: conversaciones con Stella Díaz Varín, Santiago, UDP, 2021, p.70.
7. Fernando Guzzoni y Werner Giesen (directores), Chile, 2008.
8. Naín Nómez, op. cit., p. 287. V.
Alcayaga, op. cit.
9. Teresa Wilms Montt, Obras Completas, María Ángeles Pérez López y Mayte Martín Ramiro, editoras, Sevilla, Renacimiento, 2023; Winétt de Rokha, El valle pierde su atmósfera, ed. crítica, Javier Bello, editor, Santiago, Cuarto Propio, 2008.
10. Víctor Castro, Poesía Nueva de Chile, Santiago, Zig-Zag, 1953; Antonio de Undurraga, Atlas de la poesía chilena, 1900-1957, Santiago, Nascimento, 1958; María Urzúa y Ximena Adriasola, La mujer en la poesía chilena: 1784-1961, Santiago, Nascimento, 1963; Carlos René Correa, Poetas Chilenos del Siglo XX: La antología más completa de nuestra poesía actual. Tomo II, Santiago, Zigzag, 1972; Nina Donoso, Poesía femenina chilena, Santiago, Editora Nacional Gabriela Mistral, 1974.
FOTO: Stella perteneció a la Generación del 50, con autores como Alejandro Jodorowsky, Nicanor Parra y Pablo Neruda. /Archivo familiar de Stella Díaz Varín
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