Un inmenso álbum de horrores
POR FERNANDA MELCHOR
El 16 de marzo de 1968, soldados de la compañía Charlie del primer batallón de infantería de Estados Unidos entraron al poblado de My Lai, en Vietnam del Sur, con instrucciones precisas: “Disparar a todo lo que se mueva”. A pesar de que sólo encontraron civiles desayunando afuera de sus chozas, los soldados obedecieron. Durante cuatro horas asesinaron a cerca de 500 personas indefensas, violaron a mujeres y niñas, mutilaron los cadáveres de los caídos en pos de recuerdos de guerra, quemaron el poblado y mataron a todos los animales domésticos. A pesar de que sólo se recuperaron tres armas vietcong en el sitio, la operación fue considerada un éxito total que incluso recibió alabanzas por parte del comandante en jefe de las fuerzas estadounidenses en Vietnam, William Westmoreland, quien en un telegrama ensalzó “la agresividad” demostrada por los valientes soldados en “el duro golpe asestado contra los enemigos”.
Semanas más tarde, ante el creciente número de denuncias que varios testigos de la masacre comenzaron a interponer ante las autoridades militares, el ejército se vio obligado a realizar una investigación que determinó que, efectivamente, en My Lai tuvieron lugar 224 crímenes de guerra. De entre los 30 acusados, sólo el oficial de más baja graduación presente, el teniente William Calley, fue juzgado y encontrado responsable del asesinato premeditado de 22 vietnamitas, la mayor parte de ellos mujeres y niños. Condenado a prisión perpetua, Calley sólo cumpliría 40 meses de encierro domiciliario antes de ser perdonado por el presidente Nixon.
La versión oficial de esta horrenda masacre se forjó en torno a la personalidad perturbada de Calley, a su condición de “manzana podrida”: un Kurtz de carne y hueso, un perro guardián rabioso y enloquecido por la selva. Durante años, la opinión pública estadounidense consideraría lo sucedido en My Lai como una anomalía imprevisible y accidental que no representaba en absoluto la actuación de los tres millones de buenos muchachos americanos enviados a “pacificar” aquellas lejanas tierras asediadas por el comunismo.
Es en contra de esta versión oficial que Nick Turse, historiador y periodista, escribió Dispara a todo lo que se mueva para demostrar, con un arsenal de documentos y testimonios, que lo ocurrido en My Lai no fue excepcional sino rutinario; que en Vietnam del Sur el asesinato de civiles, la tortura, la violación, los desplazamientos forzados y la destrucción de poblados fueron estrategias que formaban parte de una operación sistemática directamente atribuible a las políticas de dominio de Estados Unidos. La masacre de My Lai, argumenta Turse, y varias decenas de asesinatos en masa contra civiles narrados por este investigador pero jamás difundidos por los medios de comunicación estadounidenses, fueron sólo excepcionales por el hecho de haber sido denunciadas y narradas por testigos. En cambio, una miríada de muertes a pequeña y gran escala, insoportablemente comunes a lo largo del conflicto, se desvanecieron por completo de las actas de la historia.
A lo largo de diez años, Turse examinó miles de archivos oficiales y privados que le fueron revelando los detalles de una guerra distinta a las “versiones oficiales”. Sus entrevistas con más de cien veteranos estadounidenses y con un número similar de sobrevivientes vietnamitas le proporcionaron pistas para descubrir miles de actas de consejo de guerra y reportes realizados por el Pentágono acerca de los horrores cometidos por miembros de todas las unidades y brigadas desplegadas en Vietnam; cientos de “hechos aislados” que Turse atribuye a una “verdadera maquinaria de sufrimiento” implementada desde los altos mandos para aumentar a toda costa el body count, la medida de éxito con que los gestores de la guerra demostraban el progreso de la lucha por la libertad y la democracia, promoviendo en consecuencia el asesinato indiscriminado de civiles en las tristemente célebres misiones de búsqueda-y-destrucción: “Si es vietnamita y está muerto, es vietcong” rezaba el adagio de la época. Y si bien Turse deja en claro que la actuación de los mismos guerrilleros comunistas, así como de los soldados vietnamitas y sudcoreanos aliados a Estados Unidos, fue también responsable de buena parte del sufrimiento de la población civil durante el conflicto, también demuestra que la muerte de más de un millón de civiles y el desgarramiento del tejido rural de un país de por sí empobrecido fueron resultados directamente atribuibles a las políticas bélicas de Estados Unidos.
Dispara a todo lo que se mueva es un documento devastador que despeja cualquier duda respecto de la actuación y la responsabilidad de Estados Unidos en la que constituyó la empresa bélica más importante de la segunda mitad del siglo XX. Sobrio, contundente y respaldado por numerosas fuentes, el libro de Turse es una crítica frontal al revisionismo con que, a partir del ascenso de Reagan al poder, se pretendió rebautizar al conflicto como “una causa noble”, una rúbrica que el poder ha pretendido imponer a la posterior actuación estadounidense en Medio Oriente. En Dispara a todo lo que se mueva el lector no encontrará las acostumbradas representaciones que ensalzan el heroísmo de los “chicos buenos americanos”, sino un atisbo a la realidad de una guerra de pesadilla, una serie de crudas instantáneas extraídas de un inmenso álbum de horror. El horror.
Nick Turse, Dispara a todo lo que se mueva, traducción de María Tabuyo y Agustín López Tobajas, Sexto Piso, Madrid, 2014, 439 pp.
* Fotografía: El periodista Nick Turse documentó las masacres cometidas contra la población vietnamita / Especial