Literatura clínica: Montiel Figueiras

Abr 24 • destacamos, principales, Reflexiones • 2068 Views • No hay comentarios en Literatura clínica: Montiel Figueiras

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Clásicos y comerciales

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La literatura mexicana no cuenta con muchas obras de literatura clínica autobiográfica. Presiden, sin duda, la Memoria a la facultad (1931) y Cuando creí morir [1947, 1953, 1947] (1990) de Alfonso Reyes. Le siguen, más tarde, Vivir y beber (1987), de Hugo Hiriart, y hace una década, Historia de mi hígado y otros ensayos (2011 y 2017), de Hernán Bravo Varela. Si las memorias de Reyes hablan de las alertas de su corazón, que al final dejaron de serlo para cobrarse su vida y tocan, también, otras dolencias, el pequeño tratado de Hiriart indica, empírico, cómo asumir el alcoholismo y derrotarse ante él. La de Bravo Varela, en su turno, es una crónica de cómo padeció (y venció) la hepatitis B. A estos testimonios –hay otros de esa naturaleza dispersos en cuentos, novelas y poemas– se suma Un perro rabioso. Noticias desde la depresión (Turner, 2020), de Mauricio Montiel Figueiras, quien comenta narra e ilustra el par de depresiones clínicas que sufrió, una en 2014 y otra en 2018.

 

Ante Un perro rabioso me sorprenden dos motivos encontrados. Uno, del todo literario, es la consideración de la dificultad elegida por Montiel Figueiras, del orden retórico digamos, escribiendo al margen de un clásico contemporáneo sobre la depresión: Esa visible oscuridad (1990), de William Styron, obra devastadora y decisiva que el mexicano nacido en Guadalajara en 1968 hubo de releer y anotar con gratitud. Otra, es del orden personal, porque yo mismo sufrí dos depresiones clínicas (una, de origen tóxico, en 1994 y otra, más misteriosa, en 2005) y no puedo sino sentir, por Montiel Figueiras, compasión en el sentido etimológico de la palabra, es decir compartir su aflicción y su sufrimiento, padecer con él, así sea de manera figurada. Distingo, con el autor de Un perro rabioso, a la depresión propiamente dicha de la tristeza y de la melancolía; también conocí el infierno provocado por la química neurológica mal recetada y peor suministrada. Y gracias a mi obsecuencia.

 

Montiel Figueiras se dio a conocer como poeta (Oscuras palabras para escuchar a Satie, 1995), hizo novela (La penumbra inconveniente, 2001), aunque sus mejores páginas son, en mi opinión, las ensayísticas, como lo creo evidente en Terra cognita (2007), La brújula hechizada: algunas coordenadas de la literatura contemporánea (2009) y Paseos sin rumbo: Diálogos entre cine y literatura (2010). Con esa seguridad, se decidió por las libertades del ensayo. Va desde el miedo tal cual lo definió Aristóteles a equiparar, nuestro autor, a la depresión con la piedra que Sísifo ha de cargar hasta las piedritas desprendidas de aquella roca metidas en sus bolsillos por Virginia Woolf para hundirse en el río Ouse. O habla de Van Gogh (el placebo que sabe a depresión para los adolescentes tristes, según yo) al suicidio, remedio filosófico a la mano del deprimido, siguiendo a Albert Camus en su célebre axioma. Un perro rabioso, a su vez, llamará la atención del cinéfilo hacia David Lynch y lo acompañará al museo imaginario a través de Peter Blake, Gustave Doré o Francisco de Goya. Me impresionaron las terribles páginas sobre el insomnio escritas por Montiel Figueiras. Servirán para ahuyentar a los pedantes que tienen a ese potro de tortura por surtidor de erótica inventiva.

 

Breve, a la vez confesión de afectos y resentimientos, Un perro rabioso rinde homenaje a quienes ayudaron al narrador autobiográfico a subir el Himalaya de cada empinadísima mañana, psiquiatras y terapeutas de diversas escuelas y maneras. El testimonio es humilde y aspira, precisamente, a compadecerse de los millones de falsos melancólicos que pueblan el planeta, gracias al seguimiento periodístico realizado por Montiel Figueiras de la pandemia depresiva. El libro es puntilloso en cuanto a referencias literarias, numerosas pero bien seleccionadas, de Robert Walser a Alejandra Pizarnik; está bien ilustrado con fotografías y reproducciones, como los de W.G. Sebald, el autor alemán que Montiel Figueiras fue de los primeros en comentar en México, cuando amanecía este siglo.

 

Ante sus dolencias, Reyes hablaba del estoicismo y del epicureísmo.

 

Uno y otro, según he averiguado en lecturas recientes, eran más hermanos que enemigos. Su origen era el mismo, sus experiencias de vida, se diría hoy, distintas. De los autores clínicos que hoy recordé, quizás a Hiriart frente al alcohol o Bravo Varela ante la hepatitis B, los salvó la falsamente paradójica invocación a Epicuro mientras que Reyes, pese a las leyendas, fue un estoico ejemplar. Leámoslo. “El estoicismo”, nos adoctrina don Alfonso en Cuando creí morir, “no es mera resignación pasiva, sino una participación de la mente en el proceso del mundo, ni cinismo es en modo alguno desvergüenza o procacidad o ilícita desaprensión. Pena da que las palabras se gasten, se ensucien, y perviertan, y así decaigan de su grado. Lo mismo ha pasado con el epicureísmo, que tantos toman hoy por baja sensualidad, cuando fue una alegría del espíritu, un jardín en que se cultivaban como arbustos los más nobles espíritus. Y es suerte que los filósofos cirenaicos –amos y no esclavos de sus placeres–, pero, eso sí, amigos de los placeres del cuerpo hayan sido olvidados, porque, al menos, la posteridad, ignorándolos, los respeta”.

 

Al leer Un perro rabioso. Noticias desde la depresión recordé lo escrito ya por varios poetas y filósofos, en cuanto a que de ser traídos mediante algún sortilegio o máquina del tiempo a una librería contemporánea o de cara al portal de Amazon, los sabios de la Antigüedad se interesarían menos por la metafísica alemana o la historia universal de la infamia que por Montaigne y su vasta descendencia que incluye a todas las autobiografías y a no pocos de los no siempre censurables libros de autoayuda. Porque algo tiene de este último género toda obra como la emprendida por Montiel Figueiras: sin la compasión, es infrecuente confesarse. Para ejercer su confesión (del tafil a los Nocturnos de Chopin), recurre a Byung-Chul Han, cuando antes alguien hubiera preferido a Marco Aurelio o a San Agustín.

 

“Desde que releí el libro de William Styron”, dice Montiel Figueiras en Un perro rabioso. Noticias desde la depresión, “los versos que inauguran la famosa errancia de la Divina comedia han cobrado para mí una dimensión insospechada. Puedo ver con claridad que el miedo que Dante experimentaba en la ‘selva salvaje’ no es sino la angustia que acompaña a la depresión”. Y así, guiado por Styron, cierra su libro al ver, leyendo, la luz de las estrellas, en el canto XXXIV de la Divina comedia. No es promesa de salvación la que el autor recibe de Dante, sino la elocuencia práctica del estoicismo explicada por Reyes. Fue esa “participación de la mente en el proceso del mundo”, lo que le permitió a Mauricio Montiel Figueiras comprender los ladridos del perro de la depresión.

 

FOTO: La obra de Mauricio Montiel Figueiras abarca narrativa, poesía y ensayo. En 2020 comenzó a circular su libro La piel insomne, una antología personal de cuentos./ Juan Boites/ EL UNIVERSAL

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