Un pianófilo de plácemes
Tres pianistas que desafiaron piezas monumentales de Mozart, Beethoven y Bach en distintos escenarios
POR LÁZARO AZAR
Noviembre ha iniciado pródigo y generoso para este pianófilo irredento. En su primera semana, me ha brindado la oportunidad de escuchar a tres pianistas con carreras muy distintas, abordando su instrumento en ejercicios diferentes: Claudia Angélica Machuca, Abd El Hadi Sabag y Jean-Frédéric Neuburger, quienes me llevaron de la Sala Felipe Villanueva de Toluca y el Auditorio Blas Galindo del Centro Nacional de las Artes, al Auditorio San Pedro, en Monterrey.
El viernes 3 escuché a la primera de los tres, interpretando el Concierto K. 453 de Mozart con la Orquesta Sinfónica del Estado de México. No es frecuente escuchar bien tocado un Concierto de este autor —todavía no me repongo del K. 488 que oí masacrar este verano— y es que, comparado con otros pianistas-compositores, llámense Liszt, Chopin, Rachmaninov o Prokofiev, no hay nada más engañoso que la aparente sencillez de Mozart. Exige una mano muy trabajada, capaz de una gran riqueza de toques, dinámicas y una depurada articulación. Nada de dedos de espagueti. Lo que hizo Claudia Angélica dirigida por Pablo Varela fue una gozada: su interpretación contrastó la profundidad e introspección del Andante con la chispeante vitalidad de los movimientos externos, y su Coda del tercer movimiento fue tan electrizante, que para corresponder a la ovación del público, ofreció el Claro de luna de Debussy, permitiéndonos disfrutar las sonoridades que solamente puede brindar un touché tan refinado como el suyo. Iridiscente.
Tras varias décadas radicando en Francia, pocos saben que la Maestra Machuca es una de las más sólidas pianistas que ha dado nuestro país. Auténtica niña prodigio, esta duranguense ganó a los diez años el Concurso Nacional de Piano que convocaba el INPI; posteriormente, el Premio Nacional de la Juventud y el Concurso Mozart realizado para conmemorar el bicentenario de dicho autor. No necesitó incursionar en más. Su talento y la espléndida formación que recibió en México con la Maestra Luz María Puente y con el mítico Bernard Flavigny en el Conservatorio de Aix-en-Provence —así como con Dominique Merlet, Jacques Rouvier, Guido Agosti, Paul Badura-Skoda, Jörg Demus y Antonio Ruiz-Pipó— le permitieron graduarse con los más altos honores en la École Normale de Musique de Paris y, posteriormente, presentarse como solista en varios países, ser una solicitada pedagoga que colabora en la Academia Internacional de Música de Aix, el Festival Les Nuits Pianistiques, el Conservatorio de Castres y ser, desde hace más de una década, directora artística del festival À Portée de Rue.
Al día siguiente, presencié El malogrado: Bach, Gould y Bernhard, adaptación de El malogrado, la novela escrita en 1983 por Thomas Bernhard convertida en un ambicioso espectáculo unipersonal a cargo de Abd El Hadi Sabag. Esta historia “explora la amistad a lo largo de varias décadas de tres amantes de la música: el narrador, su amigo Wertheimer y Glen Gould, a quien los otros dos conocen de joven y cuya superioridad artística resulta tan grande, que los termina desanimando hasta el punto de abandonar la música y llevar vidas llenas de pesimismo, fracasos y amargura”.
Tocar el piano no es fácil, e intentar dar vida simultáneamente a estos tres complejos personajes lo hace aún más difícil. Es un reto mayúsculo del cual Sabag no salió ileso. Los tropiezos durante su ejecución de algunas de las variaciones elegidas de las Variaciones Goldberg, BWV 988 de Bach podrán ser peccata minuta, no así la falta de rigor en el trabajo de Sergio Cataño como director de escena y Rosario Aguilar como asesora vocal. Se quedaron cortos. El desempeño actoral resultó plano. Monótono. No hubo mayor diferencia en el tono de cada personaje y, muchas veces, la dicción fue tan confusa como sonó la quinta variación en esa única función. Lástima, porque la gestualidad moldeada por Ruby Tagle sí lograba evocar a Gould cuando era el caso, y la interpretación del Quodlibet y el Da Capo del Aria, fueron memorables.
Dentro del Festival Internacional de Piano Sala Beethoven, el recital del extraordinario artista Jean-Frédéric Neuburger concluyó inmejorablemente mi periplo el martes 7. Formado como pianista, organista y director de orquesta, este notable discípulo de Jean-François Heisser es, también, un compositor cuya obra edita la casa Durand. Para su debut en México, concibió un programa tan variado como demandante. Física y mentalmente. De entrada, enfrentó la más compleja de las sonatas beethovenianas, la monumental Hammerklavier, Op. 106 y, cual Teseo ante el Minotauro, salió victorioso. Abordó el Allegro inicial con pasión y fluidez e hizo del Scherzo un lúdico respiro antes de estructurar impecablemente el conmovedor Adagio sostenuto y dejarnos pasmados con la soltura con que dominó esa fuga final tan intrincada que, al terminar de componerla, el propio Beethoven comentó que iban a pasar cien años antes de que se atrevieran a tocarla. Sin exagerar, esta ha sido la mejor interpretación que he escuchado en vivo de la Hammerklavier.
Ahí no paró el derroche de virtuosismo de este talentosísimo joven de escasos 36 años: la segunda parte del programa inició con un tango de su autoría, Les lumières du manège (Las luces del Carrousel), comisionado para ser la pieza obligatoria en la edición 2015 del Concurso Long-Thibaud-Crespin. Prosiguió con Los requiebros, extractado de las Goyescas de Enric Granados, que tocó con aplomo y soltura, pero —algún “pero” habría que tener— sin la languidez y picardía propios de la obra. Parafraseando lo que se decía de Rafael Frühbeck de Burgos, podría decir que estos requiebros sonaron “demasiado alemanes para ser españoles”.
La versión cargada de dramatismo del Gaspard de la nuit de Ravel con que cerró la velada me dejó sin aliento y recordé cuando, transido de emoción, mi añorado amigo Rogelio Humberto Figueroa evocaba aquella noche que, un extranjero, había desatado todos los demonios que habitaban en un piano destartalado en su natal Michoacán. Aquél extranjero era Gerhart Muench, quien también había recurrido a esta obra inspirada en tres poemas de Aloysius Bertrand para hechizar a sus oyentes. Es común deslumbrarnos con las demandas mecánicas de Ondina y Scarbo, pero, hipnotizar a los escuchas con el insistente “si” ostinato de La Gibet, requiere dominio absoluto del instrumento, una gran dosis de imaginación, y Jean-Frédéric posee ambas virtudes en nivel superlativo.
Tanto, como para afirmar que, en un lustro, este ha sido el mejor recital que he oído en México. Una vez más, los regios han puesto el listón muy alto. Bien por ellos.
FOTO: El pianista mexicano Abd El Hadi Sabag interpretó El Malogrado Bach, Gould y Bernhard en el Auditorio Blas Galindo. Crédito: Especial
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