Un sentido para la historia

Mar 8 • destacamos, principales, Reflexiones • 4679 Views • No hay comentarios en Un sentido para la historia

 

ALFREDO ÁVILA

 

La noticia de la pérdida de Luis Villoro (5 de marzo de 2014) es tan lamentable y triste, que quiero hacer énfasis en lo mucho que ganamos con la vida de tan importante filósofo. Dejó una obra impresa rica, que va desde el análisis del pensamiento cartesiano hasta la ética. Como negaba que la filosofía rigurosa fuera aséptica frente a la realidad, desarrolló algunas de sus más importantes aportaciones a partir del análisis de las condiciones sociales. Su teoría de la justicia provenía más de la experiencia de la injusticia ocasionada por la marginación y la pobreza de la mayor parte de las sociedades del mundo, que de discusiones con autores que contribuyeron al tema.

 

La necesidad de hacer de la filosofía “una actividad disruptiva de la razón” condujo a Villoro a tomar parte de la vida pública y a cuestionar a los que dominan, desde los medios académicos y los políticos. Esto explicaría el largo ciclo que inició en 1949, cuando contaba 27 años, con la escritura de Los grandes momentos del indigenismo y que culminaría en el diálogo con el neozapatismo y los congresos de pueblos originarios, a los que vio no como un nuevo “indigenismo” (entendido como el conjunto de concepciones teóricas y procesos concienciales que españoles, criollos y mestizos han elaborado para entender al dominado) sino como auténtica conciencia indígena.

 

Es significativo que las primeras obras de Luis Villoro, miembro del grupo Hiperión preocupado por una “filosofía de lo mexicano” (preocupación que luego consideraría errónea), cercano al existencialismo y a las enseñanzas de José Gaos, fueron de historia: Los grandes momentos del indigenismo en México publicado en 1950 y El proceso ideológico de la revolución de independencia de 1953. Ambos libros han tenido amplia difusión, fueron reeditados (el segundo por el autor, con cambios importantes), tuvieron varias reimpresiones y han sido ampliamente leídos y aprendidos. Su impronta en los historiadores y en el público general ha sido quizá mayor de la que el propio autor esperaba.

 

Esto se debe a que, a diferencia de muchos historiadores y en especial de los actuales, Luis Villoro no solo dio explicaciones a los problemas que se planteó, también proporcionó un sentido a la historia mexicana. Pepe Lameiras señaló que en la primera obra de Villoro los tres momentos del indigenismo parecieran ser dialécticos: 1) tesis: el indio cercano y rechazado en la conciencia de los conquistadores y misioneros del siglo XVI; 2) antítesis: el indio lejano, por ser precolombino, y por lo mismo aceptado por los criollos de finales de los siglos XVIII y XIX; y 3) síntesis: el indio cercano, actual, aceptable para los indigenistas del siglo XX. Villoro no se quedó en la descripción del pensamiento de Cortés, Sahagún o Mier sobre los indios. Los insertó en “un todo” que los abarca y les dio un sentido, no solo como significado sino como dirección, como finalidad.

 

Lo mismo sucede con El proceso ideológico de la revolución de independencia. Las categorías empleadas son discutibles y las investigaciones posteriores han mostrado una realidad más compleja, pero el libro ofrece un sentido al periodo que va de 1808 a 1824. Algunas de sus aportaciones estarían presentes en trabajos de historiadores tan distintos como Ernesto Leomine y Virginia Guedea. El análisis que hizo de la sociedad, si bien puede ser criticado, fue recogido, modificado y usado por historiadores tan relevantes como Timothy Anna y Brian Hamnett.

 

Desde el punto de vista de Villoro, además de las “clases populares”, en la última Nueva España había tres grupos: funcionarios imperiales, cuya posición dependía de la metrópoli; oligarcas, cuya riqueza salía de la colonia bajo las leyes y privilegios dados por la corona; y una clase media formada por clérigos, letrados, rancheros, cuya posición no dependía de la metrópoli. Estos grupos tendrían diferentes “actitudes históricas”, categoría que Villoro tomó de Ideología y utopía de Karl Mannheim. Los primeros considerarían que el mejor momento era su presente, de modo que lo defendieron.

 

Los segundos esperaban un futuro promisorio. La clase media, la intelligentsia criolla, afirmaría que el mejor momento quedó en un pasado previo al absolutismo, plasmado en el derecho fundador de la monarquía española, lamentablemente olvidado. Por ello trataría de recuperarlo en 1808. Cuando no lo consiguió, por la violencia de los primeros dos grupos, modificó su búsqueda de la libertad en el derecho, para procurar fundar un nuevo derecho en la libertad, en la rebelión de 1810. Así, este tercer actor, verdadero protagonista del libro, cambiaría su actitud histórica no solo para esperar un mejor futuro, sino para actualizarlo, para llegar a él.

 

La conciencia revolucionaria, afirmó Villoro, se presenta cuando nos percatamos de que nuestro futuro lo hacemos nosotros, que no está dado. Esa fue la lección que aprendí de El proceso ideológico de la revolución de independencia. Aunque en 1821 los triunfadores fueron los oligarcas de Nueva España, la lectura me dejó la sensación de que después triunfarían las clases medias criollas. Sin necesidad de contar lo que sucedió después, Villoro me hizo saber lo que pasaría, al dotar de un sentido a la historia mexicana, un sentido que el resto de sus trabajos nos muestra como plural y más justo, pero que no llegará a menos que procuremos actualizarlo, hacerlo presente, tomando la historia en nuestras manos, tal como él hizo.

 

*Fotografía: El filósofo Luis Villoro, en su estudio en la ciudad de México/AP Photo, David Oziel, Archivo El Universal.

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