Una cadena de tropiezos
El plagio académico parece una falla excepcional en una institución; sin embargo, es un eslabón más de un sistema con fisuras fácil de romper. Ante los escándalos, las universidades han intentado blindarse, pero sus esfuerzos son tímidos comparados con la magnitud del problema; este reportaje exhibe la telaraña de contubernios que prevalecen entre quienes simulan investigar, evaluar, arbitrar y regir
POR LEONARDO DOMÍNGUEZ
Las revelaciones de plagio sólo son la punta del iceberg de un sistema corrompido, que las autoridades educativas subestiman y, quizá, desdeñan. A la distancia, pareciera que estos casos son fallas excepcionales, que con un poco de pericia podrían sortearse; sin embargo, en el fondo, el problema es mayor y peligroso. El barco lleva varios años hundiéndose…
Las universidades públicas y privadas han permitido que prevalezca una atmósfera de simulación, donde algunos estudiantes fingen elaborar tesis originales y algunos maestros aparentan revisarlas. El desafortunado plagio de la ministra Yasmín Esquivel exhibió estos contubernios debido a su relevancia como funcionaria, pero en las sombras, los alumnos aún aprovechan los vacíos del sistema.
En los últimos años, la prensa ha documentado casos de plagio que pusieron en tela de juicio la probidad de los distintos actores académicos. A pesar de ello, las universidades han optado por “lavar la ropa en casa”. Ni la UNAM, la mayor institución académica del país, tiene un diagnóstico preciso y público sobre la incidencia de plagio en su comunidad: cuántos casos se reportan anualmente, se investigan o sancionan.
“Es una tarea por hacer, hay que tener un diagnóstico claro. Sin estadísticas públicas cómo nos aproximamos a la dimensión del problema. Además de que nos permitiría hacer notar que el plagio académico no sólo es la reproducción de trabajos, sino que también hay una especie de mercado negro en la compra de tesis desde hace años”, apunta el doctor Roberto Rodríguez Gómez, director del Programa Universitario de Estudios Sobre Educación Superior de la UNAM.
El mayor esfuerzo que ha hecho la UNAM para acercarse a este rubro fue una encuesta sobre la “percepción” del plagio, realizada en el 2013 por el Programa Universitario de Bioética, en la que sondearon vía correo electrónico a 2 mil 610 académicos y 6 mil 310 estudiantes, y la cual arrojó que para los alumnos “robarle la cartera a alguien” es más o igual de grave que “usar resultados de otros colegas modificándolos para presentarlos como propios”.
Para la maestra Gubisha Ruiz Morán, secretaria técnica de la Red de Revistas Académicas de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, este es uno de los motivos que hacen del plagio un suceso tan escandaloso: “No hay una responsabilidad de informar con transparencia. A nivel nacional, no hay esa misión de medir el impacto del plagio, no conocemos hasta qué nivel puede estar; sí deben existir denuncias, pero no hay cifras oficiales”.
La empresa estadounidense Turnitin, que ofrece un software para la detección de similitud de textos, reportó que en México el 48% de los trabajos que analizó de alumnos de educación superior resultaron como “no originales”, de acuerdo con su estudio “Integridad académica en un mundo digital”, publicado en 2016.
“En el trabajo académico, los integrantes asumimos que hacemos las cosas de manera honesta y ética, que el trabajo que se presenta fue hecho siguiendo todos los procedimientos. Sin embargo, este tipo de escándalos también nos muestran las fallas en el sistema, aunque claro que es infalible, parece que el compromiso ético no es suficiente. Al final, las academias también son un reflejo de las sociedades, de las personas que buscan sacar un provecho, tomar atajos, pagar ‘mordidas’. Es un problema estructural”, señala la doctora Alma Maldonado, especialista en políticas en educación superior, ciencia y tecnología.
“Las academias también son un reflejo de las sociedades, de las personas que buscan sacar un provecho, pagar ‘mordidas’”
Para la obtención de un título de licenciatura en la UNAM, los estudiantes deben seguir un camino laberíntico y lleno de supuestos filtros: tener una tesis original que previamente fue supervisada por su asesor; entregar el trabajo a un Comité Académico que corrobora el avance y asigna a los sinodales; éstos tienen 30 días hábiles para revisar el documento y, de ser necesario, solicitar correcciones; una vez hechas las correcciones, los sinodales deberán emitir un voto aprobatorio; el estudiante deberá presentar un examen profesional en el que defenderá su trabajo y, en caso de aprobarlo, recibirá un certificado de Toma de Protesta; la Dirección General de Administración Escolar certifica el proceso y expide el título. Cuando una tesis es plagiada no sólo falla el alumno, sino todo un proceso.
En agosto de 2013, la UNAM destituyó al académico Boris Berenzon Gorn de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM tras documentar que plagió 18 párrafos del libro Puros cuentos. La historia de la historieta en México 1874-1934, de Juan Manuel Aurrecoechea, en su tesis para recibir el grado de doctor en Historia en 2001; de hecho, hasta gozó del privilegio de recibir mención honorífica.
Después de acaparar las portadas de la prensa y de un intenso debate en los círculos académicos, la UNAM decidió, por primera vez, sancionar a uno de los suyos. Pero poco se habló de los demás “jugadores” que por negligencia o desinterés fueron cómplices de esta simulación. Los asesores de la tesis plagiada de Berenzon fueron reconocidos historiadores de la talla de Álvaro Matute Aguirre, Gloria Villegas Moreno y Helena Beristáin Díaz. Para ellos, no hubo sanción; reinó el silencio.
“Las personas que acompañan o vigilan las tesis también deberían ser responsables de lo que hacen o no hacen. Las tesis son un proceso, si éste tiene vicios de origen, entonces la culpa no sólo es del alumno sino que algo anda mal en el sistema, en la Universidad”, reflexiona el doctor Miguel Ángel Fernández, académico de la Escuela Libre de Derecho.
La profesora Martha Rodríguez Ortiz, quien fue la asesora de tesis de licenciatura de la ministra Yasmín Esquivel, presumía haber dirigido más de 500 tesis de 1983 a 2019, cifra alucinante que sugiere una escasa supervisión de los trabajos; en promedio, revisaba 13.8 tesis al año.
“También hay que hacernos cargo de lo que implica dirigir una tesis, algunos profesores, ya sea por buenas o malas razones, no hacen una revisión a profundidad de los trabajos. Esa es una de las problemáticas, los Comités de Revisión o las personas encargadas tienen una cantidad importante de actividades: dan clases, lideran investigaciones, entre otras, que las absorbe y no les permite dedicar el tiempo que se requiere a los trabajos encomendados”, agrega el director del Programa Universitario de Estudios Sobre Educación Superior de la UNAM.
En este tenor, brinca la duda de cómo la doctora Claudia Sheinbaum Pardo logró gestionar su agenda para ser la tutora principal de tres tesis de maestría y una de doctorado cuando ya era jefa de Gobierno de la Ciudad de México, de acuerdo con los registros de la plataforma TESIUNAM.
Un parche para un socavón
Tras la presión pública por el plagio de Yasmín Esquivel, el rector de la UNAM, Enrique Graue, informó que emprenderían una serie de reformas con “la finalidad de corregir los vacíos legales” en la sanción y prevención del plagio. Detalló que realizarían un rastreo en la plataforma TESIUNAM para “determinar si existen más casos, conocer su dimensión y, de ser el caso, actuar en consecuencia”. Sin embargo, esto no ha sucedido.
Por el contrario, los egresados aún aprovechan las fisuras del sistema para burlar el aparato universitario. EL UNIVERSAL documentó que, de enero a mayo de 2023, la UNAM permitió bajar 13 tesis del catálogo digital TESIUNAM, donde se podía consultar públicamente los trabajos de los estudiantes: desde el título, año de publicación, grado, facultad, asesor y, por supuesto, la tesis completa.
Con tan sólo enviar un correo y sin ninguna valoración de por medio, los estudiantes pueden ocultar sus tesis de la plataforma. En los últimos siete años, la UNAM permitió bajar 91 trabajos y ocultar siete registros bibliográficos de TESIUNAM. Los años con mayores solicitudes fueron 2019 y 2021, ambos con 17 tesis. Autoridades de la Dirección General de Bibliotecas, quienes están a cargo de la plataforma, señalaron que las medidas anunciadas por el rector Graue aún no están en marcha, aunque ya han pasado cinco meses de estas promesas cantadas con bombo y platillo.
“Las medidas que tomó la UNAM son necesarias, pero llegan un poco tarde. Tratan de resarcir un poco lo que no se hizo, lo que no se revisó; de pronto, las otras instituciones también nos pusimos a vernos en el espejo, a revisar nuestros programas académicos, a ver si teníamos mecanismos y sanciones, qué vamos hacer con los filtros antes de las tesis. La UNAM está haciendo lo correcto, pero me parece que van unos pasos atrás porque estos cambios los están haciendo con base a las fallas que se exhibieron, falta brindarnos ante el avance de la tecnología”, comenta la doctora Alma Maldonado del Cinvestav.
De acuerdo con un análisis a la legislación de las Universidades Públicas Autónomas del país, sólo una de las 39 instituciones tiene la facultad de revocar un título tras faltas a la normatividad, este diagnóstico fue elaborado por el doctor Marco Antonio Zeind, director del Seminario de Derecho Administrativo de la UNAM. La Universidad Autónoma de Querétaro es la que ha salido al paso.
El auge de las herramientas de inteligencia artificial, como ChatGPT, son un campo fértil para la proliferación de tesis y trabajos académicos ajenos a los alumnos. Con un par de breves instrucciones, el bot puede generar un ensayo coherente y lleno de matices sobre cualquier tema: desde El Quijote, la historia de las religiones o un análisis sobre la economía del siglo XIX de Tailandia.
A la fecha, no hay softwares precisos que puedan identificar textos generados por inteligencia artificial. Las instituciones están en una encrucijada más ante el avance inexorable de la tecnología; sin embargo, también puede ser una oportunidad para reflexionar sobre las estructuras que arrastran las universidades desde hace décadas.
“Edward Snowden decía, y me parece que tiene razón, que la ley en promedio va una generación atrás del desarrollo tecnológico. Ojalá hubiera forma, pero es muy difícil regularlo (los textos generados por inteligencia artificial) por la forma en la que se hacen las leyes, el proceso es muy largo, anticuado, en relación a la velocidad con la que va la innovación tecnológica; es como la fábula de la liebre y la tortuga”, apunta el catedrático en derecho, el doctor Miguel Ángel Fernández.
Para los especialistas, uno de los errores es atender el fenómeno del plagio hasta que es detectado, hasta que el barco no pudo evitar colapsar con el iceberg y dejar a su suerte al timonel entre el abismo mediático y la deshonra académica.
“Deberíamos trabajar en programas de prevención. Si ya tenemos identificados los huecos del sistema a diferentes niveles, deberíamos de blindarlos. Hay que formar a los estudiantes para que citen correctamente, que utilicen las plataformas de manera adecuada y que sean conscientes de lo que implica el plagio. Los académicos también debemos capacitarnos para enfrentar el problema. Las Universidades Públicas operamos con recursos del Estado así que tenemos la responsabilidad de administrarlos de forma correcta. Reformular al interior de las instituciones la ética digital y aprovechar el conocimiento de acceso abierto con responsabilidad”, puntualiza la maestra Gubisha Ruíz.
ILUSTRACIÓN: Ani Cortés /El Universal
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