Una historia de amorcito lumpen
POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ
En uno de sus monólogos confesionales Luis da Silva, el atormentado protagonista de la novela Angustia del brasileño Graciliano Ramos, define de la siguiente manera su trabajo como redactor: “Es lo que sé hacer, alinear adjetivos, dulces o amargos de acuerdo con el pedido”. A manera de guía del escritor-periodista que valora la fuerza de la exactitud, Marçal Aquino profesa este pequeño mandamiento de explotar las palabras con su propio peso, cuidando su escritura de la broza.
Con una obra que a lo largo de tres décadas suma tres libros de cuentos y siete novelas, Aquino defiende en Tu cabeza tiene precio la claridad de la palabra necesaria, pues como dice el propio Graciliano, a quien reconoce como ejemplo tutelar en su formación como lector y contador de historias: “La palabra no fue hecha para adornar, para brillar como oro falso. La palabra fue hecha para decir”.
Como obra de un escritor que ha desarrollado la capacidad de armar sus historias con el potencial de traducirse al lenguaje cinematográfico —algunas de ellas se han adaptado al cine—, esta novela abre con un epígrafe de Sam Peckinpah: “Quisiera ser capaz de hacer western como los que hizo Kurosawa”. La alusión al célebre director de cine western que marcó la caducidad del maniqueísmo de este género fílmico perfila a esta novela como un logrado remake en tonos locales de la violencia del far west, bajo la idea de que ésta es tierra de nadie.
Publicada originalmente en Brasil en 2003, Tu cabeza tiene precio es una historia de killers sentimentales —si tomamos prestada esta frase con fines descriptivos—. La captura de un fugitivo sentenciado a muerte es el punto en el que aparece Brito, sicario treintón de pocas palabras y arbitrarios principios de justicia divina, que a la par de seguir el rastro de su presa, batalla con el recuerdo de Marlene, la única mujer de la que se ha enamorado.
¿Pero quién es el fugitivo sobre el que han puesto un precio por su cabeza? Dice una voz popular que la primera característica del malandro consiste en que se mete en líos donde no lo llaman. Así, al grito de “vamos a buscar peligro”, Denis, piloto de monoplanos se fuga con la conflictiva Elaine, hija de su jefe Miro Menezes, el capo más gordo y temido de la región de São Paulo con negocios en Bolivia y Paraguay. Luego de que esta pareja de enamorados huye con varios kilos de cocaína, Brito y su camarada Albano siguen el rastro de una presa con el encargo de “darle piso”. La presencia de esta pareja de matones en los villorrios brasileños adonde los lleva cada una de sus misiones se convierte en un acontecimiento local: los confunden con policías encubiertos, con compradores de ganado o aprovechan su presencia misteriosa para ligar con las bellezas locales. Aun así, Brito no consigue olvidarse de Marlene, madame de la casa de citas a la que acostumbra acudir Miro Menezes, su jefe.
Los traumas y las usanzas sentimentales de estos hombres silvestres, supersticiosos, machirrines y mujeres manipuladoras quedan a veces reducidos a la mínima descripción de escenarios y situaciones distractores. Marçal Aquino rehúye de los adjetivos como fórmula para darle consistencia a sus personajes. Éstos no se conducen a la espera de que el narrador les cuelgue un calificativo. Ellos mismos se describen por sus acciones, por lo que dicen o piensan y de este modo dos pronombres —“ella” y “él”— llegan a ser los continentes de un idilio implícito que desnuda sus futuros infiernitos y delicias conyugales:
“Ella era escorpión, Brito era Tauro. Pero ninguno de los dos leía el horóscopo.” O bien: “Hablaban de amor con indirectas; igual que el noventa por ciento de las parejas”. Pero al igual que el matón y la madame de la casa de citas, Denis y Elaine no precisan de permisos para consumar sus deseos. Durante meses, desde la noche en que durante una fiesta del patrón, tuvo su primera aventura sexual con Elaine, él experimenta la satisfacción que le da la adrenalina al saber que si son descubiertos, Miro Menezes lo despachará de un tiro: “A Denis lo que más le atraía era el peligro, creía que sólo así las cosas valían la pena”.
En Tu cabeza tiene precio los personajes acuden al saqueo de su propia felicidad, superados por circunstancias que arrastran sus amores a la órbita de las imperfecciones, como en el noventa y nueve por ciento de las parejas. Los personajes que pueblan esta novela son representaciones de las bondades y mezquindades en las que la proporción depende de su libre albedrío, porque sí, llega un momento en que se mandan solos y a pesar de su perversidad pueden ser propietarios de un sentimentalismo que los hace nuestros acreedores: “El atardecer adquiría un color amarillo anaranjado tras la rueda de la fortuna de la feria. Un magnífico crepúsculo para anunciar la llegada de la primavera. Brito no conseguía entender cómo podía haber gente a la que no le conmovían bellezas como aquélla”.
Acaso el único flaqueo de la novela es el recurso de repugnancia sobre Miro Menezes: pongan al malo de la serie empacándose con asquerosos modales un repugnante platillo y verán si no genera la antipatía necesaria en los villanos. Esta afectación se replica con el tic facial de Abilio, hermano menor y villano atormentado de esta familia de traficantes, a quien sólo falta chuparse la muela para redondear en caricatura.
Ya decía Ricardo Garibay, novelista que no podía vivir sin historias de matones y prostitutas, que las grandes historias se nutren de la vida de los infelices. El malandro conoce bien el reglamento, y lo mejor viene cuando se mete en líos consigo mismo.
Pareciera haber un mandamiento de que en esas villas del submundo criminal sólo está permitido morir sin oportunidad alguna para el erotismo. Aquí, al estilo del mejor western, la nostalgia por el amor perdido y el idilio de una pareja en fuga resultan una mancha en la impoluta fauna criminal de los suburbios y villorrios de São Paulo. Tu cabeza tiene precio es una historia de amorcito lumpen, de amantes que huyen en medio de la violencia sin importar si viajan en primera, segunda o tercera clase.
*FOTO: Marçal Aquino: Tu cabeza tiene precio, México, Océano, 2016, 184 pp/ Cortesía: Especial.