Una introducción a Calasso
Clásicos y comerciales
POR CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL
Quizá la obra crítica más significativa escrita a caballo entre los siglos XX y XXI haya sido la de Roberto Calasso (1941-2021), quien cruzó las fronteras de la crítica literaria y de la historia de las religiones para dejarnos una verdadera antropología filosófica donde reaparecen y se actualizan los mitos (en el sentido griego de la palabra), y se asoman las ninfas desterradas, guardianas del sentido más estricto. A través de once obras (las que Elena Sbrojavacca juzga capitales en Letteratura assoluta. Le opere e il pensiero di Roberto Calasso, Feltrinelli, 2021), Calasso borró con toda autoridad las fronteras entre el príncipe de Talleyrand y los terroristas islámicos, entre Sainte-Beuve y Ovidio, entre Franz Kafka y los Vedas, entre la Biblia y Nabokov o entre Tiépolo y Warburg, recuperando a la literatura como una forma de conocimiento, interpretación siempre seductora.
La forma, tan importante en libros sapienciales como La ruina de Kasch (1983), Las bodas de Cadmo y Harmonía (1991), Ka (1996), K. (2002), El rosa Tiépolo (2006), La Folie Baudelaire (2008) y El Cazador celeste (2016), ha sido llamada como raconti critici o critical fiction, cuando Calasso, al decir de Sbrojavacca, sólo le había devuelto toda su dimensión a la palabra “ensayo” tal cual fue establecida por Montaigne. “La palabra ensayo se aplica exactamente a mi libro”, reiteró Calasso sobre La ruina de Kasch.
Pero el también insigne editor florentino (nada de lo que fue se concibe desde otro lugar que no sea su cima en Adelphi, su Sils-Maria) sumó a su obra todo lo que la modernidad temprana, la Ilustración, el romanticismo y la centuria pasada podrían enriquecerla. La formación del políglota Calasso, por cierto, fue típicamente germánica, como es común en algunos italianos galófobos: Schopenhauer (que lo condujo a la India y a sus 5 mil dioses), Friedrich Nietzsche (Adelphi nace dada la obstinación del joven Calasso y de su maestro Bazlen por editar la obra completa del loco de Turín), Freud, Jung, Wittgenstein y Heidegger aunque Marx reaparece tras la máscara de Benjamin porque pocos tan a disgusto con el mundo de hoy como Calasso, ajeno al liberalismo anglosajón.
Al leer el contexto que Sbrojavacca (1989) ofrece en las primeras páginas de su Letteratura assoluta, no deja de sorprender las reacciones tan provincianas con que la izquierda enfrentó el “elitismo” de Calasso, con argumentos cansinos y ordinarios. Eran —años 70— los días de vino y rosas de la “hegemonía cultural” del Partido Comunista Italiano y su onda nacional—popular, distante de los soviéticos, que tanto nos atrajo a muchos entonces jóvenes.
Pero “el inactual Calasso” —como lo llamó Hernández Busto en su obituario que publicase Letras libres— les ganó la partida a sus críticos —no pocos de ellos personalidades notables— con algo que Sbrojavacca deja pasar. Me explico: a diferencia de tradicionalistas como Evola o Guénon, la mitología calassiana respetaba por completo a la autonomía de la literatura y nunca ofreció munición ideológica a ninguna forma extremista de “tradicionalismo”, fuese fascista o no, porque los verdaderos tradicionalistas no saben que lo son. En cambio, el retorno a las fuentes ocurre en la soledad de la lectura y sólo el lector puede ser imantado por la tradición.
En La literatura y los dioses (2001), dejó muy claro Calasso que la misión literaria rumbo al mundo de los muertos quiere hacer de los lectores, héroes y semidioses seres capaces de observar sagazmente todo cuanto ocurre en el paisaje sublunar, separando, precisamente, al mito de toda política. Sin duda —Calasso lo sabía pero ello no obsta pues siempre hay un Stendhal— suele ver más lejos el escritor reaccionario que el progresista: comparese si no a Bloy (cuya teología del sacrificio y de la redención empezaba con María Antonieta y terminaba con Napoleón Bonaparte) con Hugo y su opiácea visión del siglo XX.
No se necesitaba de ninguna fe —si es que Calasso tuvo alguna— para entender esa intermediación entre lo sobrenatural y el lector realizada por las ninfas, poseedoras del enigma que desveló a Ovidio, a Kafka o a Medea (si es que ella necesita dormir). Por ello, en Calasso, pese a lo mucho que le molestara su ramplonería patria, persiste algo de Benedetto Croce: hay una continuidad, un flujo, una irradiación que une al autor con el lector a través del Libro (sí, con mayúsculas, sea el Antiguo Testamento o el de Mallarmé). El sujeto, asevera Sbrojavacca, trasciende de manera tan radical esa negación pretendida por tantos pensadores contemporáneos. Ese dualismo que dejó maltrecho al postestructuralismo no aparece en Calasso, como tampoco aparecía, tiempo atrás, en Croce.
Si Letteratura assoluta es una buena introducción a Calasso, Sbrojavacca habrá de soltarse la mano y el cabello, porque fragmentos enteros del libro son profesorales y aburridos, aunque el mismo Calasso no queda exento de ese juicio crítico. Nadie duda de su erudición sánscrita, pero quien haya leído algunos libros sobre el vasto tema, aunque sean de divulgación un tanto basta, descubre que Ka, la obra vedántica de Calasso, oscurece muy heideggerianamente asuntos que pueden plantearse mondos y lirondos, como lo hacían no digamos Müller, sino Brunton, culposo de esoterismo. (Mi mamá, camino del áshram, nos dejó encargada una pequeña biblioteca hinduísta).
También llama la atención la recepción un tanto desconfiada que tuvo El libro de todos los libros (2019), donde Calasso hace su libro sobre la Biblia, en Times Literary Supplement. Allí, en un suplemento que dicho sea de paso ha perdido mucha galleta, un azorado reseñista (12/XI/21) decía que el 80% del libro eran historias bíblicas vueltas a contar, una suerte de versión para adultos de las biblias condensadas para niños. Y en efecto, quienes no fuimos educados por la Biblia —lo cual me recuerda a JEP hablando de la sabiduría testamentaria del joven Monsiváis, de origen metodista— nos quedamos con la boca abierta ante lo que es sabido y consabido para un lector inglés. En los países católicos (y en las escuelas activas) no se lee la Biblia.
Le agradezco al libro de Elena Sbrojavacca su atención al devenir de la mente en Calasso. Para él, la literatura, en tanto forma de conocimiento, opera, en ese espacio, aislando nuestra individualidad y haciendo manar a la autoconciencia. El hombre, según la lectura que hacía Calasso de Nietzsche, está condenado a tomar una porción de la realidad y esgrimirla como totalidad. Todos contamos con una verdad que no dominamos por completo. Por ello (más gracias a Plotino que a Platón, leemos en El cazador celeste), una vez maltratadas las religiones confesionales y dirimidas las modernas batallas filosóficas, a “la literatura absoluta” le queda el dominio de la interioridad.
Si la vida del artista, afirma Calasso, asemeja “un inmenso altar del sacrificio”, de allí se desprende “la hostilidad irreductible del arte frente a todo orden social. En el arte habla la voz de la víctima que escapa in extremis, y para siempre, del asesinato, cuando el rito” está por cumplir su cometido. Así dice Roberto Calasso en La ruina de Kasch, el Libro de todos sus libros, donde el presente es perpetuo.
FOTO: Roberto Calasso falleció el 28 de julio de 2021 en Milán a los 80 años, un día antes de la publicación de sus dos libros Bobi y Memè Scianca. Crédito de imagen: The Center for Italian Modern Art
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