Una mariposa en la máquina de escribir

Ago 1 • Ficciones • 4589 Views • No hay comentarios en Una mariposa en la máquina de escribir

 

En vida, John Kennedy Toole no encontró editor para su novela. Más aún, decepcionado por los rechazos de algunos editores, el autor abandonó el manuscrito y poco después se quitó la vida. Más de una década después de aquel suicidio, el libro fue publicado bajo el título La conjura de los necios y ganó el premio Pulitzer en 1981.

 

En estos días, bajo el sello Anagrama, ha comenzado a distribuirse el libro Una mariposa en la máquina de escribir. La vida trágica de John Kennedy Toole y la extraordinaria historia de La conjura de los necios, de Cory MacLauchlin, donde se cuenta esta historia detalladamente. Con autorización de los editores reproducimos aquí la introducción al volumen.

 

 Una mariposa en la máquina de escribir. La vida trágica de John Kennedy Toole y la extraordinaria historia de La conjura de los necios

 

POR CORY MACLAUCHLIN

 

INTRODUCCIÓN

 

La vida y la muerte de John Kennedy Toole forman una de las historias más fascinantes de la biografía literaria norteamericana. Después de escribir La conjura de los necios, Toole se carteó durante dos años con Robert Gottlieb, de la editorial Simon and Schuster, con quien intercambió correcciones y comentarios. Al no obtener la aprobación de Gottlieb, Toole, considerándola un fracaso, abandonó la novela. Años más tarde padeció una crisis nerviosa, emprendió un viaje de dos meses por los Estados Unidos y acabó suicidándose en una calle cualquiera en las afueras de Biloxi, Mississippi. Pasaron unos años hasta que su madre encontró el manuscrito en una caja de zapatos y lo envió a varios editores. Tras numerosos rechazos, acorraló al escritor Walker Percy, a quien La conjura le pareció una novela brillante y facilitó su publicación. El libro no tardó en convertirse en un éxito inmediato, y en 1981, doce años después de la muerte de Toole, obtuvo el Premio Pulitzer.

 

Desde entonces, se ha saludado a La conjura de los necios como la novela que plasma la quintaesencia de Nueva Orleans. Como dan fe muchos habitantes de esa ciudad, ningún otro escritor ha captado el espíritu de Nueva Orleans con más precisión que Toole, y hasta hoy la ciudad sigue honrando a su autor. Una estatua de Ignatius Reilly, el protagonista, se alza delante de D. H. Holmes, unos antiguos grandes almacenes de Nueva Orleans. Los personajes del libro desfilan por sus calles el día de Mardi Gras, y cualquier lector de la novela que visite el Barrio Francés sonreirá al tropezar con el omnipresente carrito de Lucky Dogs.

 

Sin embargo, la novela sobrepasa los límites del regionalismo. Si bien Toole sitúa a los personajes y la trama en Nueva Orleans, su enfoque narrativo refleja influencias de los novelistas británicos Evelyn Waugh, Kingsley Amis y Charles Dickens. En el contexto de la literatura norteamericana, Toole está más cerca de Joseph Heller y Bruce Jay Friedman que de escritores sureños icónicos como Flannery O’Connor y William Faulkner. En el ámbito de la literatura sureña, La conjura parece una aberración. No obstante, con su humor oscuro y su mordacidad, encaja perfectamente den­tro del panorama de la novela moderna.

 

Su éxito continuo es el mejor testimonio de la capacidad del texto para ir más allá de los límites de esa franja de tierra situada entre el lago Pontchartrain y el río Mississippi. La conjura de los ne­cios todavía sigue cosechando lectores. Traducida a más de treinta lenguas, continúa imprimiéndose en todo el mundo. Maestros y profesores utilizan la novela en sus clases, tanto en la enseñanza secundaria, en las clases dedicadas al género satírico, como en cur­sos de posgrado en escritura creativa. No han sido pocos los pro­yectos para llevarla al cine, y una y otra vez aparece en los medios populares en las listas de las mejores novelas. Anthony Burgess, por ejemplo, en su artículo «Modern Novels; the 99 Best», publi­cado en el New York Times, la sitúa junto a Por quién doblan las campanas y El guardián entre el centeno. No cabe duda de que La conjura es más que un paseo humorístico por una ciudad sureña; es un clásico de la literatura moderna.

 

Y el lugar que ocupa se lo ha ganado a pulso. En el prólogo, Walker Percy la describe como una compilación del pensamiento y la cultura occidentales, de Santo Tomás de Aquino a Don Quijote y Oliver Hardy, y considera que su colección de personajes es un logro sin parangón. Asimismo, la califica de comedia que va más allá del simple humor para ascender a la forma más alta de comme­dia. Con todo, si bien Percy celebra los grandes logros del libro, no se siente cómodo a la hora de enfrentarse con la tristeza que lo inunda, una tristeza cuyas raíces hay que buscarlas en la vida de Toole. Escribe Percy: «La tragedia del libro es la tragedia de su au­tor, su suicidio en 1969, cuando tenía treinta y dos años.» A partir de entonces, los lectores de La conjura han tenido que manejar esa intrigante paradoja de la tragicomedia; la risa nunca está lejos del dejo de tristeza que produce recordar el trágico final de Toole. Más que la mayoría de las novelas, La conjura anima al lector a tener presentes la vida y muerte del autor; y aunque el suicidio de Toole es un dato conocido por todos, su personalidad, su lucha y sus triunfos – en esencia, su vida– han sido hasta hoy una entrada poco importante en la colección de biografías de novelistas del siglo xx.

 

Es posible que algunos críticos defiendan el lugar marginal que Toole ocupa dentro del canon de la literatura norteamericana. Con sólo una novela digna de mérito, es un autor fácilmente des­cartable, una flor de un día. A pesar de su talento, no proporciona a los estudiosos una serie de novelas que diseccionar. Con todo, esa crítica raramente ha mermado el interés de los biógrafos por Harper Lee, Emily Brontë o Margaret Mitchell; y si tomamos como referencia la calidad, entonces el escritor prolífico no tiene, dentro del canon literario, más valor que el individuo que compone una sola obra maestra.

 

De hecho, el interés por nuestro autor no ha decaído nunca desde la publicación de La conjura de los necios. Ya en 1981, escri­tores y estudiosos reconocieron lo extraordinaria que fue su vida y su lugar dentro de la historia literaria. Hasta su muerte en 1984, Thelma Toole, la madre de John K., recibió muchas peticiones de permiso para escribir una biografía de su hijo y nunca lo conce­dió. No obstante, en su respuesta a James Allsup, conocido del autor desde los días del ejército en Puerto Rico, que había hecho carrera como profesor de inglés, Thelma resumió los requisitos básicos que debía cumplir un biógrafo de su hijo:

 

Querido señor Allsup:

 

Sus cualificaciones para escribir una biografía de mi hijo son excelentes, pero, si aprobara su solicitud, esto es lo que espero que entienda: tendría que pasar varios meses en mi casa, un año, tal vez más; después tendría que leer detenidamente el abundante material de mi hijo, y luego us­ted y yo decidiríamos qué utilizar y qué no. Concluido ese proceso, comenzaría nuestra colaboración.

 

Tras enumerar esas estipulaciones, Thelma dijo cortesmente que no.

 

Para cualquier profesor de renombre, las hipotéticas esperan­zas de Thelma serían absurdas; con todo, ella describe con exacti­tud el difícil terreno que un biógrafo de Toole tendría que transi­tar. Incluso para la madre, que en todo lo tocante a su hijo solía parecer omnisciente, escribir el relato de la vida de Toole era una tarea de proporciones enormes. Lo intentó en una ocasión, pero sólo consiguió redactar unas pocas páginas.

 

El desafío quedó dolorosamente patente en la primera biogra­fía de Toole, Ignatius Rising: The Life of John Kennedy Toole, escri­ta por René Pol Nevils y Deborah George Hardy. Si bien los bió­grafos ofrecen al lector un material sin precedentes al publicar la correspondencia entre Gottlieb y Toole, aunque sin el permiso de Gottlieb, también presentan a Toole como un hombre ator­mentado por el complejo de Edipo, por una homosexualidad re­primida, el alcoholismo, la locura y una clara atracción por la pro­miscuidad. En Ignatius Rising, el autor se convierte en una caricatura del artista maldito. Si bien algunos críticos perdonaron a Nevils y Hardy esa indiscreción, muchos amigos del escritor opinaron que el libro rezumaba insidia. Joel Fletcher, amigo de Toole, señaló, enfadado: «Los autores han escrito sin ningún criterio medias ver­dades y falsedades sobre un amigo que no está entre nosotros para defenderse.»

 

Preocupado por el sensacionalismo de Ignatius Rising, Fletcher escribió Ken and Thelma, libro en el que ofreció un equilibrado es­bozo biográfico del escritor, basado en entrevistas y en sus propios recuerdos. Con todo, y como él mismo reconoce, se trata de «unas memorias, no de una biografía». En Ken and Thelma, Fletcher subraya: «Aún está por escribir una buena biografía de Toole. Espero que un futuro biógrafo de este autor encuentre útil este relato, un documento exacto.» De hecho, Fletcher ha escrito la obra más creí­ble hasta hoy sobre el autor de La conjura de los necios, y me ha brindado una orientación imprescindible para escribir mi libro.

 

Con la intención de comprender a Toole, nunca quise diagnosticarlo ni asignarle el molde del artista atormentado. Al leer sus cartas, sus poemas y relatos inéditos, al entrevistar a sus amigos, sus familiares y conocidos, intenté comprenderlo en sus propios términos, y he intentado redactar un relato biográfico en el que Toole se reconocería si hoy pudiera leerlo.

 

A lo largo de esa exploración, podemos ver a Toole en toda su complejidad. A veces, las circunstancias anómalas de su infancia y de su marginación social provocan compasión; otras, su sentido de superioridad y sus comentarios cortantes lo presentan como un ser deplorable. Sin embargo, incluso aquellos a los que ofendió disfrutaron sin reparos de sus historias y su inteligencia. John Kennedy Toole luchó sin cesar por definirse como un intelectual o un autor de ficción, como un hijo movido por el deber filial o un hombre independiente. Al final, su vida constituye un caso único de un hombre que desbordaba humor, que se esforzó por alcanzar la gloria sin poder encontrar un camino para enfrentarse a sus demonios.

 

A pesar de todos mis esfuerzos, Thelma siempre será, naturalmente, la fuente principal, la mano que ha dado forma a la manera en que entendemos la vida de su hijo. Fue ella quien decidió qué documentos quedarían para la posteridad y cuáles no. Salvó escritos varios de los días de Toole estudiante – cuadernos azules y deberes de matemáticas–, pero destruyó la nota que dejó antes de suicidarse. En las entrevistas, Thelma Toole siempre dio una visión nostálgica de su hijo, un retrato empático y unidimensional de un genio no reconocido, del nacimiento a la muerte, pero rara vez habló sobre el trastorno mental de John. Si bien afirma que su mente era un «Parnaso», oculta datos que permitirían comprender el terremoto que lo redujo a escombros.

 

A fin de evitar los momentos más desagradables de la vida de su hijo, Thelma prefirió evocar los que ella idealizaba, por lo general momentos de la infancia. Al recordar las horas que pasaba contemplando a su bebé, dijo: «Esos ojos, esos ojos magníficos. No sólo hermosos, sino también luminosos. Había una luz en esos ojos.» Naturalmente, era imposible que entonces la madre viera a su hijo adulto dentro de un coche en una carretera comarcal en las afueras de Biloxi, con una manguera de jardín que despedía los gases que acabarían apagando la luz de sus ojos.

 

Pero ¿qué madre, con su recién nacido en los brazos, puede imaginar semejante horror en un momento de tanta felicidad? No, la sombra del suicidio no se proyectaba entonces sobre esa cuna, y tampoco cuando Toole nadaba con sus amigos en el estanque de Audubon Park, ni cuando se fue a Nueva York a estudiar en la Universidad de Columbia o enseñaba inglés a los reclutas en Puerto Rico, y menos aún mientras escribía su obra maestra. Sólo en retrospectiva el suicidio pasa a ser el oscuro telón de fondo de su inmenso talento. Mientras vivió, Toole emocionó a sus familiares y amigos, y también a sus alumnos, con su ternura y su humor. Y con su singular novela sigue emocionando a lectores de todo el mundo gracias a su capacidad para ilustrar los rasgos más ridículos y sin embargo más realistas de la humanidad. Por eso, si bien se quitó la vida, la historia de esa vida merece la comprensión y los elogios que brindamos a todo escritor que ha legado al mundo una contribución perdurable.

 

 

*FOTO: La conjura de los necios ganó el premio Pulitzer en 1981. La novela fue publicada en 1980, once años después de la muerte de su autor, John Kennedy Toole. En la imagen, Kennedy Toole en 1954 en la ciudad de Washington D.C/ Especial.

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