Una revisión del Antiguo Testamento
Más allá de ser un compendio ético, la Biblia es una muestra de las diferentes culturas que han atravesado sus mutaciones, desde su origen judaico, hasta los cismas surgidos en la nueva era
POR RAÚL ROJAS
Todos los creyentes deberían leer la Biblia, especialmente la primera mitad, es decir el Antiguo Testamento. En las Biblias cristianas (católicas, protestantes y ortodoxas) el Antiguo Testamento fue tomado de los 24 libros de la Biblia hebrea, una colección de textos llamada Tanaj. En las Biblias cristianas estos escritos han sido reorganizados de maneras diferentes. La Biblia protestante incluye menos libros del acervo total que la Biblia cristiana y ésta menos que la Biblia ortodoxa. También ha habido ciertas adiciones en las versiones cristianas que no se encuentran en la versión hebrea. Pero, aun así, grosso modo, se trata fundamentalmente de un reacomodo de textos.
¿Por qué digo que los creyentes deberían leer la Biblia? Fundamentalmente porque en las iglesias, durante los servicios religiosos, sólo se nos relata una parte insignificante del texto. Los cristianos llegan a conocer el resto a través de comentarios o exégesis muy parciales, o bien a través de los medios (especialmente las películas). El Moisés de Hollywood es ciertamente muy distinto al Moisés de la Biblia, quien después de recibir las tablas con los diez mandamientos encuentra a su tribu adorando al becerro de oro. El Moisés bíblico conmina a aquellos que “estén con Dios” a que se agrupen alrededor de él y les ordena: “Así ha dicho Jehová, el Dios de Israel: poned cada uno su espada sobre su muslo; pasad y volved de puerta a puerta por el campamento, y matad cada uno a su hermano, y a su amigo, y a su pariente”. Ese día “murieron tres mil hombres”. Después, Moisés regresó con Dios a informarle de lo que había ocurrido. A su debido tiempo Dios les mandó una plaga a los adoradores del becerro de oro que habían sobrevivido.
Claro: el Antiguo Testamento es un producto de la época histórica en la que fue escrito, entre el siglo XII, antes de Cristo, hasta el siglo II de nuestra era. Múltiples autores intervinieron, escribiendo en diversos lenguajes, fundamentalmente hebreo y arameo. Los escritos originales se copiaron centenares de veces, con todo lo que eso implica para su fidelidad histórica. Y es que el Antiguo Testamento trata de una época en la que la guerra permanente entre tribus y etnias era lo más común del mundo y en donde una condena a muerte era una pena frecuente. Además de los diez mandamientos, el Antiguo Testamento fija muchas reglas de conducta para la vida diaria, por ejemplo, cómo tratar a los esclavos. En Éxodo 21 se estipula que un esclavo varón debe ser liberado después de servir seis años. Pero una mujer que ha sido vendida como esclava sólo puede ser readquirida por su familia o bien puede ser entregada al hijo del dueño. En Éxodo 35:2 Moisés le comunica a sus seguidores que aquel que ose trabajar el día de descanso, el Sabbath, “será ejecutado”.
Así que mientras los griegos escribían sobre su mitología, los hebreos escribían los 24 libros del Tanaj, aglutinando sus propias leyendas con las de otras culturas. El pensamiento mágico de la antigüedad permea las páginas del Antiguo Testamento, ya sin tantos dioses como los griegos, sino con un solo Dios que se ha convertido en una abstracción. Las supuestas edades de los patriarcas judíos bíblicos son un buen ejemplo del pensamiento mágico: según el Génesis, Adán murió a los 930 años. Matusalén, quien siempre es tomado como ejemplo de una vida muy larga, alcanzó los 969 años. Noé no se queda atrás, con 950 años al fallecer. Poco a poco las figuras bíblicas fueron perdiendo su portentosa longevidad y por eso Abraham sólo alcanzó los 175 años de edad. En el Génesis Dios además le pone un límite ya más realista a la edad humana: “Y dijo Jehová: No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne; mas serán sus días ciento veinte años.”
Ya lo sabemos: no hay que tomar literalmente al texto de la Biblia. Es lo que me decía la joven catequista que todos los sábados nos daba clases de religión en la iglesia y que, a falta de respuestas frente a nuestras preguntas infantiles, se remitía siempre a la frase “hay que tener fe”. Decía que ciertas preguntas simplemente no se deben plantear. Siguiendo esa línea, el Antiguo Testamento sería sólo una larga alegoría relatada como si se tratara de hechos históricos, pero que serían más bien parábolas fabricadas para difundir la ética y moral de la nueva religión monoteísta.
El Antiguo Testamento tiene cinco partes principales. Comienza con el llamado Pentateuco, que como el nombre indica, agrupa cinco libros: el Génesis, Éxodo, Levítico, Números y el Deuteronomio. El Pentateuco se distingue del resto del Antiguo Testamento porque Dios mismo le habría entregado (o inspirado) el texto a Moisés. Siguen los llamados libros “históricos”, los libros “sapienciales”, los libros “proféticos” y los “profetas menores”. De todo esto los más conocidos son el Pentateuco, que narra la creación del universo y todo lo ocurrido hasta la muerte de Moisés, y los libros históricos que abarcan la historia judía hasta el cautiverio en Babilonia. Del resto sólo contados pasajes han sido leídos tradicionalmente. Los católicos llegan a escuchar pequeñas porciones del Antiguo Testamento en las homilías, pero normalmente los sermones se centran en la vida y hechos de Cristo, tomados del Nuevo Testamento.
Esas cinco partes del Antiguo Testamento mencionadas arriba fueron escritas en períodos muy diferentes. El Pentateuco, por ejemplo, ya era un texto establecido y aceptado hacia el siglo V antes de nuestra era, mientras que los libros proféticos sólo alcanzarán ese estatus tres siglos más tarde. Las traducciones al griego, confeccionadas en Alejandría antes y después del año uno, serán posteriormente la base de la Biblia de la iglesia ortodoxa griega. Además, cuando el cristianismo se transformó en la religión oficial del imperio romano se comenzaron a elaborar también traducciones al latín y se llegó a tener versiones divergentes de las escrituras que después tuvieron que pasar por el filtro de la Iglesia. Fue hasta el Concilio de Hipona en el año 393 que se confirmó la lista de libros del Antiguo Testamento seleccionada anteriormente por el Papa Dámaso Primero. La cuestión se volvió harto más complicada cuando Martín Lutero tradujo la Biblia al alemán, fundando el protestantismo, y decidió reducir el estatus de algunas partes del Antiguo Testamento por estar éstas en “disputa”. Son los libros que han sido llamado “deuterocanónicos”, como Macabeos o los Salmos de Salomón. Por eso, para comprender las diferencias entre las Biblias cristianas y la hebrea, respecto al Antiguo Testamento, se necesitan tablas comparativas para visualizar lo que ha sido aceptado como parte de la verdad revelada, y lo que no. Más problemático es entender referencias en el Nuevo Testamento a partes del Antiguo que quizás fueron eliminadas por algún Concilio o por Lutero.
Ya las primeras líneas de la Biblia nos muestran que estamos frente a un producto arcaico surgido en la transición cultural hacia la historia escrita. Me refiero al Génesis, de lectura siempre interesante y de alta calidad literaria. Según el Génesis, después de que Dios separó a la luz de las tinieblas, el siguiente paso hacia la creación del mundo fue separar “el agua del agua”, es decir, crear una bóveda que sería el cielo alrededor nuestro. Es decir, más allá de la bóveda celeste hay agua, lo mismo arriba que debajo de la tierra, de manera que nuestro mundo visible está rodeado por todas partes por el líquido, que es además primigenio. Esa era precisamente la concepción hebrea del universo que imaginaba un abismo lleno de agua, llamado Tehom, donde se apoyan los pilares de la tierra. Por eso el Génesis habla de la “oscuridad de las profundidades”. Por su parte, el agua sobre el firmamento sería el “mar superior”, más allá del Sol y las estrellas. Sin embargo, esta cosmología no era realmente de origen hebreo, sino asirio y babilónico, ya que esas culturas creían en la existencia de un gran océano abajo del inframundo que albergaría a una deidad del agua que intervino en la creación del universo. Con un mundo así estructurado no es difícil explicar el diluvio que afrontó Noé con su arca, ya que “se abrieron las compuertas del cielo”. Algunos arqueólogos han relacionado al Génesis con un mito babilónico sobre la creación, contenido en una oda llamada Enuma Ellis. El poema detalla la creación del mundo en siete tabletas, como los siete días en los que el Dios hebreo creó al mundo bíblico (y reposó).
Pocas veces reflexionamos acerca de que en el Génesis encontramos de hecho dos creaciones de la humanidad. Una es la de Adán, el primer hombre, junto con Eva, la primera mujer. Pero después del diluvio universal sólo sobreviven los tripulantes del arca de Noé y la Tierra tiene que volver a ser poblada. Es una especie de segunda creación. El mito del diluvio es una de aquellas leyendas que encontramos en muchas tradiciones, es una especie de “arquetipo” cultural como decía Carl Jung. De hecho, la versión más antigua del mito del diluvio la encontramos en la leyenda sumeria de Gilgamesh, del segundo milenio antes de nuestra era.
Precisamente la historia del diluvio es un buen ejemplo de una contradicción inherente a las dos partes de la Biblia, el Antiguo y el Nuevo Testamento. Es algo que le salta inmediatamente a la vista al lector. Cuando Dios decide que la mayor parte de la humanidad se ahogue durante el diluvio o cuando auxilia a Moisés para acabar con los adoradores del becerro de oro, nos encontramos frente a un Dios justiciero. Hay muchos otros ejemplos en el Antiguo Testamento de Dios llamando a las tribus de Israel a aniquilar a sus enemigos. Se trata claramente de un Dios beligerante. No extraña entonces que uno de los primeros cismas que tuvo que afrontar el cristianismo fue aquel protagonizado por Marción de Sínope en el año 144. Marción era el hijo del obispo de Sínope y no está claro si él mismo alguna vez fue ordenado obispo, como su padre. El hecho es que llegó a Roma en el año 140 para integrarse a la jerarquía eclesiástica, pero muy pronto fundó su propia secta. Marción veía una contradicción insalvable entre el Dios Creador del Antiguo Testamento, que aplicaba la justicia y era capaz de aniquilar naciones enteras, y el Dios de la Bondad del Nuevo Testamento. Además, Marción no entendía por qué el cristianismo tuviera que seguir supeditado a los escritos judíos. Por eso la alternativa más sencilla era desechar el Antiguo Testamento y desarrollar la iglesia solamente sobre la base del Nuevo Testamento. Para Marción, lo más importante estaba concentrado ahí. Pero el problema fue que, para cortar las ataduras con la religión judía, Marción recurrió a una explicación teológica, al declarar al Dios Creador del Génesis una divinidad menor de los judíos, inferior al Dios de la Bondad, el verdadero padre de Jesucristo. Para evitar problemas con las referencias del Nuevo al Antiguo Testamento, Marción simplemente las suprimió y seleccionó los Evangelios que le parecían adecuados. Además, como Marción pensaba que la segunda venida de Cristo estaba próxima, se oponía al matrimonio porque la reproducción humana ya no sería necesaria. Sin embargo, hay que aclarar que todas estas herejías de Marción sólo las conocemos por referencias secundarias a sus enseñanzas teológicas. Ninguno de sus escritos sobrevivió, aunque su secta sí subsistió por muchos años y fue uno de los mayores peligros que la naciente iglesia de los cristianos tuvo que afrontar antes de consolidarse.
Esa contraposición entre el Antiguo y Nuevo Testamento llevó de nuevo, en el siglo III, a otro de los cismas importantes al interior del cristianismo: la discusión acerca de la Santísima Trinidad con los seguidores de Arrio, un religioso de Alejandría. El arrianismo, como esta corriente teológica fue llamada, no reconocía la multiplicidad de Dios como una trinidad del Hijo, el Padre y el Espíritu Santo. En particular Cristo no habría existido siempre, sería una creación del Dios Padre. Y aunque el arrianismo desapareció eventualmente, la discusión entre trinitarios y no trinitarios continuó durante siglos. El problema fundamental es que en el Antiguo Testamento no hay ninguna indicación precisa y definitiva sobre la Trinidad. La religión judía, que admite los libros del Pentateuco como libros sagrados, no reconoce más que un Dios único y sin representaciones, extensiones o multiplicidades. Eso no implica que muchos exegetas de la Biblia no hayan tratado de interpretar frases aisladas en el Antiguo Testamento como confirmación de la doctrina de la trinidad. Ésta no se consolidó sino hasta que el emperador Constantino convocó a un consejo de obispos en el año 325, en donde se declaró que Dios Padre e Hijo compartían la misma substancia o esencia divina. Ya para el Concilio de Constantinopla en el año 381 se acordó que Dios Padre e Hijo no sólo compartían la misma substancia, sino que eran lo mismo. Para entonces ya también el Espíritu Santo se agregaba a la ahora llamada Trinidad. Alguien que tuvo sus problemas con esta explicación teológica fue Isaac Newton. Debía ser ordenado en la iglesia anglicana para poder ser profesor en Cambridge, pero su diligente lectura del Antiguo Testamento le impidió aceptar la doctrina de la Trinidad. Como nunca lo hizo, se tuvo que crear una cátedra especial en la universidad, que no requería ser ordenado, y así Newton pasó a ser catedrático, nada más y nada menos, que del Trinity College.
Lo que todo esto muestra es que, efectivamente, hay grandes diferencias y posibles conflictos entre las dos partes de la Biblia. El Nuevo Testamento está centrado en Jesucristo y en la estructuración de su iglesia y sus enseñanzas. En cambio, el Antiguo Testamento es un quién-es-quién de la historia de los hebreos, desde el Génesis, y recapitula las diversas etapas de sus migraciones milenarias. Es una colección muy heterogénea de historias, algunas de las cuales no queda claro a qué deban su lugar en un libro religioso. Es el caso del Cantar de los Cantares del Rey Salomón, cuya obligada inclusión en el canon de libros sagrados judíos fue puesta en duda durante siglos.
Pero ya dicho todo lo anterior sólo hay que señalar que existe una contradicción aún mayor entre el número de ejemplares de la Biblia que se venden y la lectura que de ellos se hace. Es el libro más comprado en el mundo, pero sería bueno que fuera más leído, precisamente por los cristianos, para que estén enterados de aspectos de su religión que muchos desconocen.
Imagen: Sacrificio de Isaac, de Laurent de La Hyre, 1650/ Especial
« Better Call Saul: el viaje al pasado se termina Christophe Honoré y el tumulto femipromiscuo »