Una visión distinta de la cultura: reseña del nuevo libro de Julia Santibáñez
Este libro no sólo es de anécdotas: su autora se enfoca en exhibir prejuicios, vicios y lastres en diversos momentos del siglo XX mexicano: desde los estragos de una moral asfixiante que censuraba incluso los silencios, hasta el presidencialismo exacerbado que por décadas marcó el pulso de la vida nacional
POR VICENTE ALFONSO
¿Es verdad que Octavio Paz escribió una canción para una película de Jorge Negrete? ¿Que cuando María Félix era niña mordió a un sacerdote que la declaró “endemoniada”? ¿Que Walt Disney encabezó un proyecto especial de la Casa Blanca para lograr la unidad Latinoamericana? ¿Es verdad que Mauricio Garcés mantenía una turbia relación con su madre? ¿Que Julio Cortázar vivió varias semanas a la orilla del mar en Zihuatanejo, playa a la que le dedicó un libro?
Publicado por Penguin Random House bajo el sello Reservoir books, El Lado B de la cultura, de Julia Santibáñez, es un libro que en medio centenar de capítulos breves traza un detallado mural de la vida en México en el lapso que va de los años 20 a los 70 del siglo pasado: de Tongolele a William Burroughs, de Nahui Ollin a Salvador Elizondo, la autora da santo y seña de personajes tanto de la llamada alta cultura como de las artes populares.
Poeta, editora, columnista y traductora, además de conductora de radio y televisión, Santibáñez es Licenciada en Letras Hispánicas y Maestra en literatura comparada con especialización en Letras Inglesas. Además es autora de nueve libros, entre ellos Eros una vez —y otra vez—, ganador del Premio Internacional de Poesía Mario Benedetti y publicado en México por la UANL y Textofilia. También ha publicado los poemarios Sonetos y son quince (Parentalia, 2018), Versos de a pie (Ofipress, 2017) y Ser Azar (Editorial Abismos, 2016). Pero volvamos a El lado B de la cultura: lectora insaciable y entrevistadora memoriosa, Julia Santibáñez conecta datos de aquí y allá para forjar una serie de ensayos breves en torno a tópicos a veces incómodos pero siempre de interés general. Así, por ejemplo, dedica capítulos a suicidas célebres, a los excesos de divas y divos del cine, a parrandas nocturnas e historias de burdel, a creadores caídos en la cárcel. Hay también un ensayo dedicado a la escatología en las artes, mientras otro explora el arte del insulto entre creadores. Una segunda línea de textos no gira en torno a un tema, sino a personajes —sobre todo mujeres— que de alguna manera resultaron incómodas en su época por remar contra corriente. Especialmente certeros los dedicados a Nahui Ollin, María Asúnsolo e Inés Arredondo.
El lado B de la cultura no se queda, como podría pensarse, en un libro de anécdotas: en una tercera línea de ensayos, Santibáñez se enfoca en exhibir prejuicios, vicios y lastres en diversos momentos del siglo XX mexicano: desde los estragos de una moral asfixiante que censuraba incluso los silencios, hasta el presidencialismo exacerbado que por décadas marcó el pulso de la vida nacional. A los almidonados retratos que decoran el salón de la fama de nuestras letras, se oponen estos perfiles que revelan aristas oscuras o poco conocidas: miedos, vicios, obsesiones, crímenes y otras acciones que humanizan a figuras con las que hemos crecido. En ese sentido, este título recuerda trabajos como La estatua de sal, el volumen de memorias de Salvador Novo que por décadas circuló en ediciones censuradas para impedir que fuesen conocidos ciertos pasajes que involucraban a personalidades de la escena pública.
No puede dejar de mencionarse la excelente portada trazada por el novelista y dibujante Bernardo Fernández, BEF: sus trazos advierten desde los forros que no se trata de un retablo consagratorio, sino de un collage de codazos, descaros y adulterios, como advierte el subtítulo del libro.
Resulta fácil advertir que, con este trabajo, Julia Santibáñez continúa un proyecto iniciado no sólo en libros anteriores, también en las otras trincheras donde se desempeña: hacer de las artes y sobre todo de la literatura un asunto de incumbencia popular. Y no esconde su genealogía: forjado con tono desenfadado, ligero e irreverente, casi conversacional, El lado B de la cultura recuerda títulos como Instrucciones para vivir en México de Jorge Ibargüengoitia, las Tragicomedias mexicanas de José Agustín y el Consultorio de la Doctora Ilustración (Ph.D.) de Carlos Monsiváis. Llegamos así a un punto clave: si este libro destaca en el plano del qué, sobresale también por el cómo, pues está muy bien escrito: la prosa de Santibáñez acusa el cáustico ingenio exhibido por los ya mencionados antecesores. Lo anterior no significa que la autora niegue la cruz de su parroquia: es una ensayista brillante, pero además es una poeta haciendo ensayo. Así, por ejemplo, no vacila en definir a Rosario Castellanos como póbrida, término acuñado por César Vallejo para designar el femenino de pobre, mientras que en otro momento traza en una línea un perfil del autor de Santa: “Federico Gamboa tenía los tuétanos de color católico”.
“El humor debe hacer pensar y, a veces, hasta hacer reír”, solía decir Carlos Monsiváis. En ese renglón no puede ser azar que el capítulo central del libro esté dedicado estratégicamente al arte de la ironía, como tampoco resulta casual la cita de Eugène Ionesco que lo cierra. Luego de ubicar al sarcasmo en el centro, y de recordarnos que el escritor franco-rumano veía en el humor “una conciencia clara del absurdo mientras se habita el propio absurdo”, Julia Santibáñez remata con esta frase que bien podríamos tomar como el punto donde ha enraizado su poética: “Justo ese es uno de los costados del arte. Lo ha sido siempre”.
FOTO: Portada del libro El lado B de la cultura/ Crédito: Penguin Random House
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